En el aniversario del establecimiento de Israel y de la Nakba de Palestina, se ha inaugurado, en la ciudad ocupada de Jerusalén, la embajada de EEUU en Israel, una escena que concentra siete años de continuas y recurrentes agresiones desde 1948, y que incluyen un incesante desprecio diario por la justicia, y la consagración de […]
En el aniversario del establecimiento de Israel y de la Nakba de Palestina, se ha inaugurado, en la ciudad ocupada de Jerusalén, la embajada de EEUU en Israel, una escena que concentra siete años de continuas y recurrentes agresiones desde 1948, y que incluyen un incesante desprecio diario por la justicia, y la consagración de la excepción representada por Israel como portadora del «derecho» garantizado internacionalmente de allanar territorios y violar los pactos en cuya ratificación han participado quienes lo protegen.
El ejército de ocupación israelí ha reafirmado este mismo día que el derecho de Israel a matar palestinos sigue estando garantizado de facto, y no ha dudado en cometer atroces masacres en la periferia de la Franja de Gaza. Dichas acciones han dejado decenas de mártires y más de 2.500 heridos. Las víctimas de la matanza son las mismas víctimas del establecimiento de Israel, o sus hijos, o sus nietos. Quienes viven en la gran cárcel que es la Franja de Gaza no han nacido por sorpresa en esta cárcel, sino que viven en ella porque las grandes potencias que salieron victoriosas en la Segunda Guerra Mundial permitieron el establecimiento de Israel hace setenta años. Desde ese momento, no han hecho otra cosa que emitir resoluciones internacionales y garantizar que Israel pueda violarlas.
En cualquier caso, la legalidad internacional parece una estupidez, pues otorga a los palestinos el derecho de retorno mientras les prohíbe todo lo que obliga a Israel a respetar ese derecho. Incluso, permite a su ejército asesinarlos si intentan cruzar las fronteras hacia sus hogares a los que tienen el derecho de regresar.
Puede parecer que lo que los palestinos de Gaza hacen es inútil en lo que respecta a los resultados positivos tangibles y directos que puede obtener, y quizá vaya en beneficio, en cierta medida, de la hegemonía de Hamas en la Franja de Gaza, e incluso de Irán y el régimen de Asad. No obstante, el origen de la cuestión no está ahí, pues se trata de una aproximación éticamente estéril, porque más de cincuenta palestinos no han muerto en las marchas del 14 de mayo ni por Irán ni por Hamás, sino que han muerto porque están asediados por Israel y por la legalidad internacional que lo respalda. Es también una aproximación políticamente estéril, porque no es lógico que se exija a un pueblo que se rinda ante unas condiciones terribles, que no parece que vayan a mejorar, solo para evitar que su resistencia vaya en beneficio de otros. Pedir eso no solo no es racional políticamente, sino que es contrario a la política en sí misma.
En cualquier caso, no es cierto que lo que hicieron ayer los palestinos en la frontera de la Franja de Gaza sea inútil, porque si lo fuera, Israel no habría matado a cincuenta personas ni habría herido a más de dos mil, ni las autoridades ocupantes habrían tratado el tema con semejante nerviosismo. Mientras los palestinos viven hoy en Cisjordania donde se les expropian las tierras y sus activos a diario; mientras viven en los territorios del 48 sin ser ciudadanos de pleno derecho; mientras viven en Gaza asediados en condiciones deplorables; y mientras viven como refugiados carentes de derechos en el resto del mundo, cada año se suceden largas negociaciones políticas que no llevan a nada. ¿Qué otra cosa puede generar este tipo de situaciones, si no es la resistencia por todos los medios disponibles, y de qué otra forma pueden calificarse sino como acicate de la violencia y las incesantes guerras?
Avichay Adraee, el portavoz del ejército israelí, ha calificado las marchas de la Franja de Gaza de actos obscenos, algo que inevitablemente nos recuerda a las declaraciones del Ministro del Interior sirio en 2011, cuando dijo: «Qué vergüenza, chicos, esto es una manifestación». La mayor parte de las expresiones de Adraee en un vídeo que retransmitió en Facebook [1] son prácticamente equivalentes a las del régimen sirio sobre las manifestaciones que salieron en su contra en 2011: saboteadores y terroristas que violaban la ley y enfrentaban a los civiles a la muerte, escondiéndose tras ellos.
Es imposible obviar la similitud entre la situación de los palestinos y la de los oriundos de algunas regiones de Siria que se rebelaron contra el gobierno de Asad, pues la legalidad internacional es la que ha garantizado su asesinato durante cerca de siete años, y se ha comportado como la comadrona que supervisa el nacimiento de su tragedia. Un nacimiento en el que han participado todo tipo de violaciones de la legalidad internacional, desde los bombardeos indiscriminados sobre las zonas habitadas por civiles, hasta el desplazamiento forzoso, pasando por el asesinato bajo tortura y el asesinato colectivo con armas químicas. De su tragedia, ha formado parte también la explotación que han hecho países regionales y grandes potencias de su lucha, de una forma arribista muy corta de miras, así como la decadencia del liderazgo político y militar de dicha lucha, de la que, para muchos, debía culparse a la revolución de los sirios, antes incluso de culpar al régimen que los asesina.
El contexto regional e internacional empuja a situar la causa de los sirios y la causa de los palestinos en posiciones enfrentadas, y parece que las recientes incursiones israelíes sobre posiciones iraníes en Siria van en esa línea. De hecho, la justificación «pragmática» ha sido doble: por un lado, desde el eje del rechazo (al imperialismo y a Israel) se dice que «toda bala lanzada contra Israel es buena, aunque la dispare el Diablo mismo» para justificar el apoyo al régimen de la masacre en Siria, sin olvidar colocarse la kufiya [2]. Desde el eje de rechazo invertido, se dice que unir la cuestión siria a la palestina es una forma de nihilismo resultante de los «restos de la educación baazista» de la que aún no nos hemos «liberado», o de cualquier otra apuesta culturalista.
Podemos hablar largo y tendido, y eso es generalmente lo que hacemos, sobre el papel activo que han jugado las organizaciones palestinas en su apoyo al régimen de la masacre, y sobre la falsedad e hipocresía del antiimperialismo internacional que no se avergüenza al utilizar el eslogan palestino, mientras apoya a asesinos como Bashar al-Asad. La crítica a este discurso debe continuar, pero lo que no puede suceder es que la oposición a ese antiimperialismo y la criminalización de su falsedad sean el punto de partida y focal del pensamiento sobre la cuestión palestina. Esto se debe a que el exceso de oposición, sobre todo si se mezcla con el sentimiento de decepción es la forma perfecta para convertirse en una versión invertida del otro; es decir, de producir el mismo comportamiento con otros colores. En Siria tenemos, en lo que respecta al comportamiento criminal de las facciones islamistas, un buen ejemplo de cómo se han generado «regimencillos asadianos» a partir de la enemistad radical hacia el régimen asadiano original.
En el mundo de hoy, extremadamente entremezclado e interconectado, no se puede hablar de cuestiones humanitarias alejadas entre sí que puedan ignorarse unas a otras. Si se habla de una cuestión que no solo está pegada a nosotros, y de cuyos detalles tenemos copias locales, sino que además está entrelazada con nuestras causas, geográfica y humanamente y en lo que respecta a los valores, ¿cómo vamos a imaginar un paradigma para la cuestión siria, sin una dimensión palestina clara en su estructura, o una cuestión palestina que pueda pedir a la cuestión siria que se calle, o que se aleje de ella, mucho o poco?
Palestinos y sirios son sacrificados hoy bajo la sombra de la eterna y permanente «excepción», y no resulta sorprendente que Israel sea similar al régimen asadiano desde el punto de vista de su obsesión con la «eternidad». La excepción se está recuperando gracias al extremadamente negativo contexto internacional, que nos asedia y nos impide ejercer nuestra humanidad, ser naturales; vivir nuestra vida política fuera del asedio de los conceptos de traición y nacionalismo, de conformación fascista; ser diversos, discrepar, dividirnos, negociar y reconciliarnos; en resumen: ¡ser humanos! Una excepción que no puede politizarse pragmáticamente, ni contra la que se puede ejercer ninguna resistencia local. Para empezar, ¿de qué sirve hablar de lo «local» entre Gaza y Yarmouk, o entre los campamentos sirios y los palestinos en Líbano y Jordania, y en la propia Siria?
Acabar con la ocupación excepcional de nuestras vidas y muertes, y no ser aniquilados… Ni es mucho, ni es un eslogan.
Notas
[1] Disponible aquí.
[2] Pañuelo tradicionalmente denominado «palestino», generalmente blanco y negro.
Fuente original: https://traduccionsiria.blogspot.com.es/2018/05/siria-y-palestina-la-excepcion-la.html?spref=fb