Los científicos del clima se están esforzando para mantener vigente el Apocalipsis
La mujer sonriente se acerca a mí, con la mano extendida para estrechar la mía. «Solo quería decirle lo mucho que he disfrutado de su charla», me dice entusiasmada. Se lo agradezco en el alma, estoy tan agradecida por sus cumplidos como podría estarlo cualquiera. Pero mi corazón se encoge. He fallado otra vez. La charla «interesante» que acabo de dar era sobre el cambio climático y sus impactos, ahora y en el futuro -una catástrofe planetaria en una presentación de PowerPoint de 40 minutos-. Ahora el público se está marchando, con ganas de tomarse un café o algo más fuerte, pensando ya en donde coger un taxi, qué cenar o en cualquier otra cosa menos en preparar una revolución para salvar el planeta.
Doy muchas de estas charlas -a estudiantes universitarios, grupos de negocios, organizaciones comunitarias, cualquiera que me escuche-. Me esfuerzo mucho en ser interesante, utilizando poco texto y pocas gráficas complejas, añadiendo muchas fotografías y analogías, anécdotas personales e incluso algún que otro chiste. Y en eso está mi problema. Como científica, siento la necesidad de mostrar los hechos tal y como los entendemos actualmente. Pero demasiado catastrofismo es paralizante. La fatiga apocalíptica puede hacer que la gente se esconda bajo una manta, metafóricamente hablando.
¿Cómo se encuentra el equilibrio entre la motivación y la desesperación? Algunas veces parece como que hay el mismo número de gente dando consejos sobre cómo presentar el cambio climático que de gente recogiendo información sobre el tema. Volver a encuadrar el problema, nos dicen. Hablar sobre niños y salud, no sobre osos polares y desastres. Hablar de seguros y de oportunidades, de cómo ser más listo, más sano y más feliz. Hablar del presente, no de décadas futuras. Hablar local, no global, etcétera.
Al mismo tiempo, otros nos dicen que no estamos asustando lo suficiente. Ian Dunlop es el anterior presidente de la Asociación Australiana del carbón, que después de haber regresado del lado oscuro con ganas, ahora está denunciando los debates «orwellianos» sobre política climática y a los políticos que evitan su responsabilidad moral. En What Lies Beneath: The Scientific Understatement of Climate Risks (Lo que yace en el fondo: La subestimación de los riesgos climáticos), Dunlop va incluso más allá: Él y su coautor, David Spratt, retaron a los científicos por ser demasiado precavidos en ausencia de datos perfectos y demasiado reticentes a contar las cosas tal y como son.
No todos somos tan precavidos. John Schellnhuber, director fundador del Instituto Potsdam para la Investigación sobre los Impactos del Clima, es probablemente el científico del clima más influyente que podáis conocer. Entre otras cosas, Schellnhuber fue el que propuso la barrera de 2 grados centígrados que fue inicialmente adoptada por el Gobierno alemán y la Unión Europea y finalmente plasmado en el Acuerdo sobre el Clima de París. En 2011, Schellnhuber fue ponente invitado en la conferencia en Melbourne ¿Cuatro grados o más? Australia en un mundo caliente. Su respuesta a la retórica pregunta «¿Cuál es la diferencia entre un mundo con 2 grados de calentamiento y uno con 4 grados?» fue tan brutal como breve: «La civilización humana»
En realidad nosotros, los científicos del clima, somos un grupo raro. Como el resto de la profesión científica, nos levantamos cada mañana y vamos a nuestras oficinas, laboratorios o campos de estudio. Recogemos y analizados nuestros datos y escribimos nuestros trabajos para publicaciones científicas. Pero aquí es donde nos salimos del guion: somos los únicos miembros de la profesión científica que cada día esperan estar equivocados.
Esperamos estar equivocados sobre cómo el ritmo de subida del nivel del mar se está acelerando tanto que las viviendas de quizá miles de millones de personas podrían quedar inundadas para finales de siglo. Esperamos estar equivocados sobre la muerte de nuestro icono natural más preciado, la antaño magnífica Gran Barrera de Coral. Esperamos estar equivocados sobre cómo el ritmo de deshielo de glaciares en los Andes y el Altiplano Tibetano amenaza el suministro de agua dulce de más de una sexta parte de la población mundial. Esperamos estar equivocados sobre cómo el desplazamiento de personas por todo el planeta, debido a los crecientes desastres relacionados con el clima, podría hacer que la actual crisis de refugiados parezca insignificante. Esperamos, esperamos, esperamos…
El marxista italiano de principios del siglo XX Antonio Gramsci lo reflejó de la forma más elegante cuando escribió sobre la tensión entre el «pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad». Él, desde luego, no se estaba refiriendo al cambio climático, pero bien podía haber estado haciéndolo.
La ración diaria de historias relacionadas con el cambio climático en mi correo refleja esta tensión. Está repleta de ejemplos de nuevas granjas solares, interesantes avances tecnológicos en almacenamiento en baterías, del aumento de desinversión en combustibles fósiles por parte de empresas e incluso gobiernos. Pero dispersos entre estas historias para sentirse bien hay momentos de puro terror paralizante que no deja dormir por la noche: aceleración de la pérdida de hielo en el Antártico, debilitamiento de la corriente del Golfo, temperaturas del Ártico que el febrero pasado llegaron a superar en 25 grados centígrados las temperaturas normales. (¡Si, 25! No es una errata)
Se supone que los científicos deben ser objetivos, sopesando calmadamente las pruebas como doña Justicia con los ojos vendados, en vez de ser seres humanos con defectos y asustados, metidos dentro de un tiovivo emocional que diariamente oscila entre la esperanza y la desesperación.
La salud emocional de los científicos del cambio climático ha atraído la atención científica en sí misma. Un estudio realizado por Lesley Head y Theresa Harada, publicado el año pasado en Emotion, Space and Society, basado en entrevistas con 13 científicos australianos con la intención de describir el «trabajo emocional» que implicainvestigar sobre cambio climático. Citando a científicos bajo seudónimos, el estudio exploraba la frustración y la ansiedad que sienten algunos científicos del clima que como mínimo saben que están sujetos a unos estándares de infalibilidad más exigentes que otros científicos, y en circunstancias más extremas se han enfrentado a correos de odio e incluso a amenazas de muerte. Los mecanismos para poder hacerle frente van desde el humor negro, evitar mencionar el trabajo en ocasiones sociales a leer novelas superficiales para desconectar.
La psique de los científicos del clima has sido incluso explorada a través del arte. En 2014, un estudiante de posgrado de la ANU, Joe Duggan, comenzó a pedir a los científicos del clima que le enviasen una carta corta, escrita a mano sobre cómo se sentían acerca del cambio climático. La exhibición de las cartas que resultó de ello, ¿Es así como te sientes?, reveló desaliento, ansiedad, frustración, miedo, depresión, furia, desánimo y tristeza, pero también esperanza, optimismo y su determinación de no abandonar.
A veces me gustaría dejarlo. En algún momento del pasado yo fui una bióloga. Lo echo de menos. Pero después de perseguir hormigas por el bush australiano durante cuatro años a finales de los 80 para conseguir el doctorado en ecología del comportamiento, estaba lista para un cambio. «El cambio climático puede ser una opción» (o algo parecido), me dijo mi supervisor del doctorado. En ese momento me pareció una buena idea y mucho más útil para prepararme para un trabajo que pagase más que las hormigas. En los más de 20 años que han pasado desde entonces he descubierto que la ciencia del cambio climático es el «Hotel California» de la investigación, puedes dejarlo cuando quieras, pero el reto moral (citando a un antiguo primer ministro) que viene con ello significa que dejarlo no es ni siquiera una opción.
En mis días más oscuros miro a las investigaciones a mí alrededor y me pregunto. ¿Cuál es el sentido, por ejemplo, de secuenciar el genoma de esta criatura o esta otra, si esa criatura puede que tenga un tiempo tan limitado en este planeta que todo ese conocimiento será para nada? Al mismo tiempo envidio a aquellos colegas para los que el peor problema de su vida académica es perder una subvención o que un trabajo sea rechazado. Qué simple parece esa vida.
No todo es negro, por supuesto. Paris en diciembre de 2015 fue un momento glorioso y esperanzador. Cuando el entonces ministro de exteriores francés Laurent Fabius anunció la llegada de un Acuerdo sobre el clima en aquella habitación de Le Bourget hubo abrazos y besos y lágrimas de alivio. Y el tsunami de inversión a nivel mundial en energía renovable desde entonces continúa aumentando, superando ahora a la inversión en combustibles fósiles por un margen que sigue creciendo. Pero incluso estas luces brillantes no son suficientes. El último informe de las Naciones Unidas sobre el margen de emisiones dice que con las tendencias actuales se puede conseguir solo un tercio de la reducción de uso de energía necesaria para mantenernos bajo el objetivo de los 2 grados centígrados.
Mientras tanto, aquí en casa, el desastre que es la política sobre el clima australiana renquea gracias a algunos diputados tan fosilizados como su combustible favorito. Desafiando las tendencias mundiales, el Gobierno ha reculado en el Objetivo para Energías Renovables y seguimos siendo el único país desarrollado que ha derogado el precio al carbono. Las emisiones australianas continúan aumentando y en 2015 la organización independiente Climate Action Tracker (Rastreadores de acción climática) nos consideró el país con la mayor diferencia relativa entre nuestra trayectoria de emisiones y nuestras promesas en París.
A un nivel personal, el maravilloso Desmond Tutu nos aporta algo de consuelo. Su llamamiento a «Hacer tu poquito de bien donde te encuentres; esos poquitos de bien juntos son los que embargan al mundo» está escrito en un pósit encima de mi ordenador. Cada día cuando me levanto, voy a mi oficina a escribir mis trabajos y preparar mis diapositivas, intentando hacer mi poquito de bien con esperanza.
Lesley Hughes es una ecologista, profesora de biología en la Universidad Macquarie que investiga los impactos del cambio climático en especies y ecosistemas. Es consejera en el organismo público, Consejo del Clima de Australia.
Traducido por Eva Calleja