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Campo de Rukban en la frontera jordano-siria, donde el mundo perpetúa la catástrofe

Fuentes: Al-Jumhuriya English

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Cada uno de los actores principales en el conflicto sirio comparten sin excepción la culpa por un desastre humanitario innecesario que podría resolverse en un solo día.  

Los últimos videos que han salido del campamento de Rukban para sirios internamente desplazados, en el extremo nororiental de la frontera entre Jordania y Siria, provocan escalofríos. Los pasados días han sido testigos de lluvias torrenciales y tormentas de granizo que inundan los pasajes vacíos entre las desgastadas tiendas de campaña y chozas de adobe. Tormentas de arena con fuerza de vendaval que convierten el aire en una sopa de color amarillo rojizo y juegan con los jirones de las tiendas de campaña, echando abajo como les place los escombros de paredes improvisadas; personas con la ropa sucia de fango y arena que intentan en vano reparar lo que pueden, implorando al mundo que los ayude o los saque de este lugar aterrador en el que han quedado atrapados.

A la población siria no le resulta difícil comprender la existencia de un campamento de este tipo con tales circunstancias, acostumbrada como está a horrores que no hubiera imaginado tan solo hace unos años. Del mismo modo, no parece que nadie en el mundo se sienta sorprendido o conmocionado por estas escenas tras la inundación de muerte y dolor que viene abrumando sin interrupción las noticias y redes sociales desde hace años. Sin embargo, unos pocos minutos de reflexión tranquila sobre la catástrofe particular del campamento de Rukban deberían bastar para llevar a la estupefacción incluso a un alma agotada.

Después de todo, este campo no se halla en una zona inaccesible por razones geográficas o climáticas. Tampoco es un campo de concentración o un lugar para el castigo colectivo en poder de una entidad fuertemente armada. Ni se encuentra en algún sitio recóndito de la Siria profunda rodeado de una facción hostil a sus residentes sometiéndolos a un asedio que solo podría romperse por medios militares.

El campamento de Rukban, en la frontera sirio-jordana, se encuentra en un área completamente internacionalizada, alrededor de la cual casi todos los Estados del mundo van y vienen a su antojo. Jordania, y detrás de ella los Estados árabes del Golfo, son perfectamente capaces de procurar ayuda humanitaria sin obstáculos. Se asienta también en una zona protegida por una amplia coalición internacional integrada por docenas de Estados, incluidos tres miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, ubicados a solo 25 km de la base de Al-Tanf, que alberga a las propias fuerzas de la coalición, así como a combatientes de la oposición siria.

El régimen de Bashar al-Asad y sus aliados han cortado las carreteras que cruzan el desierto hacia el campamento, abandonando a sus residentes pocas semanas después del desastre con hijos que han muerto por falta de atención médica, enfrentados a las tormentas sin que nadie les ofrezca una mano de ayuda, como si todas las naciones del mundo fueran incapaces de asegurarles alimentos, medicinas y alguna otra ayuda humanitaria básica, aunque no tienen dificultades en enviar a la misma zona policías, combatientes, material, municiones y, de hecho, también raciones de alimentos.

Los estadounidenses y los rusos se acusan mutuamente de falta de responsabilidad por la terrible situación humanitaria, aunque ambos podrían reducir su gravedad sin la menor dificultad. El Consejo de Seguridad continúa con sus trabajos, reuniones y discusiones y los Estados regionales e internacionales prosiguen con sus broncas alrededor del comité constitucional, y esas disputas impiden la posibilidad de poner fin a las tragedias que se enfrentan los sirios, incluso en Rukban, como si asegurar alimentos, medicamentos, agua, nuevas tiendas y casas prefabricadas requiriese de una declaración constitucional en lugar de una pequeña cantidad de dinero y unos cuantos vehículos y empleados. No cabe duda de que el coste de mejorar la situación de quienes se hacinan en Rukban sería menor que el de otra ronda de conversaciones en Ginebra, Astana o Sochi.

Asad y sus aliados proponen una única manera de poner fin a las calamidades del campamento con tal de recuperar el control sobre el área en que se encuentra y conseguir que sus residentes regresen a sus pueblos, ciudades y aldeas acogiéndose a los llamados acuerdos de «reconciliación», es decir, acuerdos de rendición que ponen sus destinos a merced del régimen y sus agencias de seguridad. A este fin, estas últimas aplican la vía del asedio y el castigo colectivo a plena luz del día, impidiendo la llegada de camiones y líneas de suministro desde las áreas bajo su control, mientras que su representante ante la ONU, Bashar al-Yafari, afirma que es Washington quien obstruye la llegada de los convoyes de ayuda de la ONU al no proteger la carretera que conduce al campamento.

Por su parte, ni Washington ni la coalición que lidera hacen nada para asegurar alternativas a una ayuda que no llega. Jordania tampoco permite el paso de convoyes a través de su propio territorio, bajo el pretexto de las amenazas del campamento a la seguridad de Jordania, con funcionarios que constantemente recuerdan el ataque del Estado Islámico (ISIS) que se cobró la vida de seis de sus guardias fronterizos cerca del campo en 2016 en un intento de castigar a los residentes del campamento por ese ataque, despreciando el hecho de que el ISIS también atacó Rukban en varias ocasiones tildando a sus residentes de agentes de la coalición internacional.

La imagen, en resumen, es que Rusia, el régimen de Asad e Irán usan el campamento como carta con la que presionar para que la coalición se retire de al-Tanf y sus alrededores; que la coalición internacional tiene poco interés en esa carta de Rukban, aunque tal vez prefiera que se le aligere la carga; que Jordania quiere que sus fronteras sirias vuelvan en su totalidad a manos del régimen para que la cooperación en materia de seguridad e inteligencia sea más fácil, aunque eso requiera la pérdida de decenas de miles de vidas sirias; que el ISIS continúa beneficiándose de todos los antagonismos mutuos para mantener su presencia en determinadas zonas del desierto; y que la ONU no puede salvar a un solo niño de la muerte si los Estados «soberanos» no están dispuestos a salvarlo.

Así pues, el caso es complicado, y es esta misma complicación la que ha metido a los civiles de Rukban en su actual destino. Es la misma complicación que ha llevado a la destrucción de Siria y a la destrucción de las vidas de su pueblo; la complicación que surge de colocar la soberanía del Estado por encima del valor de las vidas humanas. La soberanía del Estado es el principio fundacional de la Carta de la ONU. Las escenas provenientes de Rukban sirven de sólida evidencia de la inhumanidad de este principio y de la vileza moral de quienes lo defienden. 

Sadik Abdul Rahman es director editorial de Al-Jumhuriya en lengua árabe.

[Este artículo se publicó originalmente en árabe el 31 de octubre de 2018. Fue traducido al inglés por Alex Rowell]

Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/syria%E2%80%99s-rukban-camp-where-world-perpetuates-catastrophe

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a  Rebelión.org como fuente de la misma.