Traducción del árabe de Laura Galian Hernández, investigadora posdoctoral en la Universidad de Granada.
Ayman me miró perplejo como si me hubiera vuelto loco.
«Es decir, tu nombre, Ayman, por ejemplo ¿no es como rojizo?»
«¿Se te ha ido la cabeza? Me respondió riendo creyendo que estaba bromeando.
Sentí que me llenaba de entusiasmo y empecé a contarle acerca del fenómeno del que había estado leyendo en un libro sobre los secretos del cerebro llamado Incognito. El fenómeno se conoce como sinestesia y los que la tienen ven en colores algunos estímulos cerebrales como números, nombres, días de la semana o palabras, olores y sonidos en general. Mi sorpresa crecía mientras leía la descripción detallada de cómo me sentía desde que era pequeño, ya que nunca había notado que fuera algo extraño o diferente.
Como niño, y como todos a mi edad, siempre buscaba mis poderes de superhéroe. Probé a volar, a mover las cosas con la fuerza de mi mente y ahora, finalmente, sentí que encontré mi vocación: la sinestesia ¡mi poder de superhéroe!
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«El sábado ¿de qué color es?» Preguntó Ayman.
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«Verde ligero» – Contesté. A Ayman le encantó el juego
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«¿El domingo?»
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«Violeta»
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«¿El lunes?»
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«Amarillo»
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«¿El martes?»
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«Rojo»
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«¿El miércoles?»
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«Azul»
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«¿El jueves?»
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«Marrón»
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«¿El viernes?»
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«Blanco»
Vuelvo a pensar en este recuerdo mientras mi cara está apoyada en la ventana de hierro del coche de policía en el que me monté. Estaba solo. Un recuerdo de hace cuatro años, con Ayman, a quien no veía desde hacía dos.
Recuperé este recuerdo en el tumulto de las sensaciones de mi cabeza en ese momento. Me di cuenta de una nueva dimensión de mis poderes de superhéroe: los sentimientos.
La injusticia es marrón como el barro húmedo. La represión es roja como el óxido. La ira es azul oscuro como una mancha de tinta.
Volvía del hospital Leman Tora después de la extracción de un tumor extraño en mi dedo. En el camino pasé por la habitación de los detenidos del hospital y pregunté por Ammad. Después de describirlo me dijeron que lo conocían y me informaron de que había fallecido. La mancha de tinta explotó de nuevo detrás de mis ojos. Traté de alejar el recuerdo. La ira salpica el alma igual que la mancha de tinta salpica el papel.
Dirigí mi mirada a una calle por la que no pasaba desde hacía dos años. Las cosas más triviales me provocaron grandes tumultos en mi interior. Un hombre camina. Otro habla por teléfono. Un joven alrededor de un refrigerador de refrescos. Dos chicas regresan de algún lugar, o quizás vayan. No lo sé. Los gatos comen de un cubo de basura lleno de otros gatos. Los coches circulan con exceso de velocidad. Algunas marcas las conozco y otras los veo por primera vez.
Cosas triviales, dolorosas, nunca imaginé que un día las echaría tanto de menos. Estoy lleno de nostalgia pintada de color rojo óxido. ¿Volveré alguna vez para ver todas esas cosas como ellos las ven? ¿O las redes de hierro permanecerán frente a mis ojos donde quiera que vaya hasta que muera?
¿Hay esperanza de fusionarse en la vida, olvidar y borrar? ¿O continuará esta sensación de alienación siendo el amigo más fiel mientras sostiene su brazo en mi brazo con juramento de que nunca me dejará?
Extendí mi mano sin prestar atención para que uno de ellos eliminara las restricciones que rodeaban mi cuerpo. Caminé ahogando mis pensamientos mientras entraba en la cárcel. Algunas personas me miraron con lástima y compasión. Sus miradas me recordaron a la mirada del doctor hace unas horas durante la operación. Odio las miradas de lástima. Prefiero que la gente me mire con odio. Cuando me miran con odio puedo despreciarles. Cuando me miran con lástima me desprecio a mi mismo.
Nunca pensé que mi vida acabara siendo un objeto de compasión.
Me acosté de espaldas en la celda. Miré al techo. Se me pasó por la cabeza una estrofa de una canción infantil que me gustaba:
«No importa, la herida se curará. La oscuridad de la noche no durará.
La herida puede curar, pensé, pero las llagas no desaparecerán.
Cuándo cerré mis ojos mis párpados estaban del color del barro húmedo».
Abdel Rahman al Gendy, estudiante egipcio, fue detenido con 22 años en un coche en la Plaza Ramses junto a su padre en octubre de 2013, meses después de la deposición del presidente Mohammad Morsi.
Ambos fueron acusados, junto a otras 60 personas, de asesinato e intento de asesinato, destrucción de la propiedad privada, posesión de armas y de perturbar la paz general. Fueron sentenciados por el Tribunal Penal de El Cairo el 30 de septiembre de 2014 a 15 años de cárcel, 5 años de seguimiento y 20.000 libras egipcias de multa. En marzo de 2016 el Tribunal de Apelación rechazó su última petición.
Al Gendi recibió una beca para estudiar ingeniería en la Universidad Alemana de El Cairo. Sin embargo, no tenía ni 18 años cuándo fue arrestado. Como resultado de su encarcelamiento perdió su plaza en la universidad. Actualmente está matriculado en la Universidad de Ain Shams donde cursa sus estudios desde la prisión de Tora.
Las universidades públicas permiten a los detenidos realizar sus estudios desde prisión. Este procedimiento es sencillo para los estudiantes de humanidades, sin embargo, con el considerable aumento del número de estudiantes de ingeniería encarcelados en la última época, generalmente con altas medias académicas, se gradúan sin la experiencia técnica necesaria.
Fuente: https://madamasr.com/ar/2018/10/10/opinion/u/ من – السجن – أليس – الأربعاء – أزرق ؟/