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Indulto en Panamá

¿ Donde esta la consistencia en la guerra contra el terrorismo?

Fuentes: Washington Post

Parecería seguro asumir que los individuos que lanzaron un cohete contra la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, que han ido a prisión en conexión con el primer acto de terrorismo auspiciado por un gobierno extranjero en territorio estadounidense, o que han participado activamente en grupos secretos que cometieron docenas de atentados explosivos […]

Parecería seguro asumir que los individuos que lanzaron un cohete contra la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, que han ido a prisión en conexión con el primer acto de terrorismo auspiciado por un gobierno extranjero en territorio estadounidense, o que han participado activamente en grupos secretos que cometieron docenas de atentados explosivos en Nueva York, Nueva Jersey y la Florida, activarían infinidad de señales de alerta al entrar a este país.

Pero talvez no. De hecho, la semana pasada, Guillermo Novo, Pedro Remón y Gaspar Jiménez, los hombres detrás de esos y otros actos terroristas, fueron recibidos como héroes en Estados Unidos. Tras un vuelo corto desde Panamá a bordo de un avión privado, los hombres hicieron la señal de la victoria y sonrieron al enjambre de camarógrafos en un aeropuerto de Miami, mientras las autoridades estadounidenses se quedaban mirándolos.

Horas antes, la Presidenta panameña Mireya Moscoso los había perdonado junto a un cuarto hombre, Luis Posada Carriles, con lo cual terminaba su permanencia en una cárcel panameña por cargos relacionados con una conspiración para asesinar al Presidente cubano Fidel Castro en el 2000. De acuerdo con un fallo de la corte en abril, si los explosivos hallados en el caso hubieran sido utilizados, habrían destruido un carro blindado y producido un impacto en un perímetro de 200 metros. Moscoso indultó a los cuatro hombres, temiendo con razón que si llegaban a ser extraditados a Cuba, como Castro lo quiere, serían ejecutados sumariamente.

Posada, un fugitivo internacional acusado de la explosión de un vuelo de Cubana de Aviación que mató a 73 personas, no pudo acompañar a los otros hasta Miami por no poseer un pasaporte estadounidense. En cambio, según informes de la prensa hondureña, este experto en explosivos entrenado por la CIA fue dejado en Honduras con un pasaporte estadounidense falso.

Aquí y en América Latina algunos críticos se apresuraron a concluir que Washington había presionado a Moscoso para que los liberara, evocando la obsesión de la administración Bush con Castro y los posibles beneficios políticos que ello representaría para el Presidente Bush en la Florida. Funcionarios de la administración Bush, por su parte, no tardaron en responder que ellos «nunca hicieron lobby al gobierno panameño para que perdonara a nadie».

Ese forcejeo verbal cae en la vieja trampa de conspiraciones y desmentidos, y oculta la idea más importante: algo está terriblemente mal cuando Estados Unidos, después del 11 de septiembre, deja de condenar el indulto de terroristas y les permite a estos, en cambio, andar libremente por las calles estadounidenses.

«La claridad moral es una ventaja estratégica» en la guerra contra el terrorismo, dijo Douglas Feith, el jefe de asuntos políticos del Pentágono, en un discurso en 2002. Si el Presidente Bush frecuentemente identifica al terrorismo como «maléfico», agregó, es con el propósito de conducir al mundo hacia un rechazo incuestionable del terrorismo, independientemente de sus metas.

Los cuatro exiliados cubanos han dedicado prácticamente cuatro décadas de sus vidas a en un rabioso intento por destruir a Castro, su revolución comunista y cualquiera que se haya atrevido a criticar sus violentas tácticas. Ya sea por la suerte de tener poderosos aliados o el hecho tan conveniente para ellos de una tolerancia previa hacia ciertos actos terroristas, los cuatro han podido circular la mayor parte del tiempo libremente y planear su próximo atentado. Ahora pueden agregar la clemencia presidencial panameña a una extraña lista de logros que incluyen fugas de prisiones extranjeras, levantamiento de cargos y sentencias de cadena perpetua conmutadas.

Estas son supuestamente otras épocas. En su discurso del 2002, Feith reconoció el «desagradable hecho» de que en las últimas tres décadas el mundo, incluido Estados Unidos, toleró el terrorismo. En el mundo post septiembre 11, agregó, «nadie que aspire a la respetabilidad puede tolerar, menos aún apoyar» terroristas que en el pasado pudieron haber sido vistos como defensores de la libertad.

Tal vez Feith debió eximir a quienes odian a Castro. A juzgar por entrevistas esta semana, líderes de la comunidad cubano americana, incluso ex funcionarios estadounidenses, no han reevaluado su tolerancia al terrorismo. Simón Ferro, ex embajador estadounidense en Panamá, minimizó la importancia del perdón de Moscoso diciendo erradamente que los indultados solo habían sido hallados culpables de entrar a Panamá ilegalmente. (Estaban cumpliendo sentencias de siete y ocho años por poner en peligro la seguridad pública). Francisco (Pepe) Hernández, presidente de la Fundación Nacional Cubano Americana, dijo que su organización no propugna la violencia «pero no condenamos a quienes luchan y exponen su vida para tratar de liberar a su pueblo».

El gobierno estadounidense parece estar haciendo poco para que piensen distinto. Al ser cuestionado de nuevo esta semana, el vocero del Departamento de Estado Richard Boucher simplemente negó una vez más haber estado involucrados. En un entrevista esta semana con una periodista panameña el propio Secretario de Estado Colin L. Powell dijo que se trataba «completamente de un asunto interno panameño y yo lo dejaría así».

Días antes de terminar su mandato presidencial, Moscoso perdonó a los cuatro conspiradores por razones humanitarias. No hay duda que las cortes de Castro serían despiadadas con ellos. Pero ¿debe Estados Unidos acoger a terroristas como héroes para prevenir mayores injusticias?

Había espacio para la consistencia moral en este caso. Washington siempre podrá persuadir a Panamá a que se niegue a la extradición sin tener que parecer ahora tan notablemente aquiescente con los indultos. Eso habría demostrado la intolerancia de Washington hacia terroristas en general y permitido a Panamá demostrar ser un fuerte e incuestionable aliado en la guerra internacional contra el terrorismo. Pero los funcionarios estadounidenses optaron por otra muy distinta solución.

© 2004 Washingtonpost.Newsweek Interactive