Traducido para Rebelión por Germán Leyens
El desarrollo de un Estado sionista en Palestina ha presentado una serie de problemas de interpretación, especialmente para los teóricos de izquierda. El movimiento sionista combina al mismo tiempo elementos del «laborismo» y del colonialismo. Esta aparente paradoja ha llevado a observadores a clasificar a Israel de todo de colonialista a socialdemócrata. Evidentemente, los modos tradicionales de análisis, aunque proyectan una cierta luz sobre el problema, no logran suministrar un marco suficiente para la tarea que se presenta.
Se argumentará a continuación que la mejor manera de comprender el desarrollo del sionismo es a través de la utilización de un concepto de «casta» o «raza» judía [1] Esta casta no representa una forma social previamente existente, sino se refiere más bien a la construcción histórica, más bien invención, de una casta judía, que se bautiza a sí misma de nación, que excluye a la población árabe palestina indígena. La invención de esta casta ha tenido un profundo efecto en la política, la economía y la cultura de Palestina. Este artículo tratará de colocar estos efectos en su desarrollo histórico. Sólo una vez que se comprenda el desarrollo de la casta judía será posible dirigir los esfuerzos hacia su abolición. Desde este punto, se hace brutalmente obvia la fatal debilidad de los actuales intentos de repartir Palestina.
El movimiento sionista se originó a fines del siglo XIX como reacción ante los cambios que ocurrían en aquel entonces en las sociedades europeos. Al desarrollarse estos cambios, los judíos europeos de vieron atrapados en los rápidos cambios del orden social y político. El derrumbe de antiguas instituciones e ideas les daba a veces incomparables oportunidades de avance e integración sociales, pero a menudo resultó en la destrucción de comunidades tradicionales, sea a través de la reacción ante el cambio social o por el aumento del antisemitismo.
Las experiencias de los judíos europeos diferían de las de la mayoría de los demás europeos en dos aspectos importantes: clase y nación. Ya que estos dos conceptos constituían la base del nuevo orden político, vale la pena examinarlos con más detenimiento.
Los judíos se habían diferenciado de sus vecinos durante cierto tiempo en cuanto a la clase. [2] Mientras la mayoría de sus vecinos eran campesinos, los judíos eran en su abrumadora mayoría no-agrícolas. Se concentraban en los oficios y en actividades «intermediarias’ como ser el comercio y la recaudación de impuestos. Estas posiciones los dejaban a menudo varados entre la aristocracia, que los aprovechaba cada vez que podía, y el campesinado, para el que representaban a menudo la cara de la opresión en la forma de recaudadores de impuestos y usureros.
Al desplomarse el feudalismo en Europa oriental, aumentaron las tensiones entre judíos y sus vecinos, y los judíos empobrecían cada vez más. El antisemitismo alcanzaba nuevas dimensiones, y muchos judíos pensaron que les iría mejor en Occidente, donde sus correligionarios estaban mejor integrados en la sociedad. Al desplazarse los judíos hacia el oeste, el antisemitismo aumentó en Occidente, de un modo muy parecido a la reacción de los derechistas europeos ante el aumento de la inmigración laboral cuando incitan al racismo.
En ese momento la cuestión de la nación alcanzó una importancia primordial. [3] El surgimiento de la nación-estado había convertido en algo natural la idea de que cada «pueblo», un término para el que no existe una definición coherente, tenia que tener un estado propio. Los judíos, que siempre se habían considerado un «pueblo» en el sentido religioso, se convirtieron en un pueblo sin un estado. A medida que el nacionalismo racial se hacía cada vez más popular, los judíos llegaron a ser vistos como no sólo foráneos religiosos, sino que también como foráneos nacionales y raciales.
PENSAMIENTO RACIAL: SIONISMO Y ANTISEMITISMO
El sionismo creció precisamente en presencia de estos dilemas de clase y nación. Un sionista de primera hora, Leo Pinsker, reaccionó ante los pogromos rusos escribiendo: «La judeo-fobia es una aberración psíquica. Como aberración psíquica, es hereditaria, y como una enfermedad transmitida durante dos mil años, es incurable». [4] Por lo tanto, el problema histórico y político del antisemitismo fue convertido en un dilema existencial. Como cualquier buen nacionalista de su era, Pinsker conocía la solución para su pueblo asediado: un estado propio. Semejantes especulaciones no se limitaban a los europeos orientales. Theodor Herzl, conocido popularmente como padre del sionismo, reaccionó ante el Caso Dreyfuss en Francia adoptando la consigna de un estado judío como solución al problema del antisemitismo. Que un judío francés asimilado pudiera ser condenado por traición sobre la base de acusaciones endebles tuvo un gran efecto sobre la visión de Herzl del futuro de los judíos europeos. Escribió: «Toda nación en la que viven judíos es, abierta o secretamente, antisemita» [5] Rechazando los intentos de judíos asimilados de resolver el problema del antisemitismo dentro de sus propias sociedades, Herzl concluyó que la Cuestión Judía (como la llamaban) sólo podría ser resuelta siguiendo líneas nacionales, es decir, mediante la creación de un estado judío.
Con esta actitud derrotista ante la intolerancia, y mediante la adopción de un programa nacionalista para un grupo religioso que carecía de la base geográfica para un estado nacional, Herzl, como muchos de sus futuros seguidores, simplemente adoptó muchas de las afirmaciones de los antisemitas contra los judíos. Primero, rechazó todo intento de solucionar el problema vivido por los judíos dentro de sus propias sociedades europeas. Segundo, aceptó el punto de vista de que los judíos eran extranjeros dentro de esas sociedades, y que sólo podrían liberarse abandonando esas sociedades, estableciendo un estado separado en algún sitio, de preferencia en Palestina.
Sionistas laboristas, como David Ben Gurion, fueron aún más lejos en este sentido, al reaccionar ante las afirmaciones de los antisemitas. Mientras Herzl trató la emancipación judía sólo como una cuestión nacional, ellos trataron de considerar también los aspectos de clase. Por lo tanto, para Ben Gurion, la inmigración de judíos capitalistas no iba a convertir a Palestina en una sociedad judía, sino la afluencia de trabajadores judíos. [6] En cierto sentido, la «normalización» de la existencia social judía fue una reacción, por lo tanto, a condiciones ideológicas.
Los sionistas de primera hora mantenían un constante debate con demagogos antisemitas, adoptando incluso el cuadro que esos demagogos pintaban de los judíos como su modelo de lo que andaba mal. El caso más crítico de una semejante convergencia de opiniones ocurrió en la Hungría ocupada por los nazis. El doctor Rudolf Kastner, que representaba los intereses sionistas, negoció la emigración de algunos de los judíos más destacados de Hungría a Palestina a cambio de su ayuda en la organización de la deportación disciplinada del resto de los judíos húngaros a los campos de concentración. [7] El funcionario nazi Adolf Eichmann consideró este acuerdo como más que un arreglo político oportunista. Vio a Kastner como «idealista», dedicado, como él mismo, a los ideales nacionales, sin considerar el sufrimiento de la gente inferior. [8]. Por lo tanto la congruencia de los ideales racistas y sionistas fue más que una coincidencia, fue la consecuencia de la asimilación de nación y raza.
En última instancia, sin embargo, el desarrollo de la ideología sionista fue determinado por la relación de los sionistas con un factor que no tenía nada que ver con los permanentes debates sobre el antisemitismo dentro de las comunidades judías de Europa, y en Europa en general. Los defensores del «nuevo hombre» judío se encontraron cara a cara con los árabes palestinos.
Cuando los primeros inmigrantes judíos comenzaron a llegar a Palestina en los años 80 del Siglo XIX, la tarea de establecer una sociedad puramente judía debe haber parecido absurda a todo observador externo. Todavía en 1907, Arthur Ruppin, funcionario de la Organización Sionista Mundial, informó que los judíos sólo eran 80.000 en una población de 700.000 habitantes.[9] Además, la población árabe indígena crecía gracias a un aumento de la expectativa de vida. Al mismo tiempo, los judíos poseían sólo un 1,5 por ciento de la tierra. [10] Una masiva inmigración judía, que comenzó en los años 20 del siglo pasado y se aceleró durante los años 30 debido al ascenso del nazismo, aumentó la población judía a aproximadamente un tercio de la población total, poseyendo un tercio de la tierra en 1948, cuando se declaró el Estado de Israel. [11]. ¿Cómo podían construir una sociedad puramente judía en Palestina?
CONSTRUYENDO LA CASTA JUDÍA
Los sionistas tenían un factor importante que actuaba a su favor. Después de la derrota y derrumbe del imperio otomano en la I Guerra Mundial, Gran Bretaña ocupó Palestina y recibió un mandato de la Liga de Naciones. A pesar del éxito de otras naciones árabes en la obtención de la independencia durante los años 20, los británicos, a menudo con ayuda de los sionistas, continuaron manteniendo su control sobre Palestina hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el conflicto sionista-árabe imposibilitó el régimen británico. A pesar de la posterior disputa entre estos antiguos aliados, que comenzó en 1939 cuando Gran Bretaña trató de limitar la inmigración judía para aplacar a la opinión árabe durante la guerra, el éxito del proyecto de colonización sionista dependía de la protección británica. Sin la presencia de un poder imperial comprometido con la construcción de un «hogar nacional judío» en Palestina, la población jamás hubiera podido ser obligada a aceptar la creciente colonización sionista, [12]
Mientras tanto, los sionistas experimentaban con diferentes formas de colonización. Desde 1882, colonos judíos provenientes de Europa oriental recibieron apoyo financiero del Barón Rothschild para construir un sistema de plantaciones en Palestina siguiendo el modelo utilizado por los franceses en Argelia. La idea era utilizar mano de obra barata local para establecer áreas de producción agrícola comercial. Aunque los colonos aprovechaban las técnicas de los agricultores árabes locales, que tenían mucha más experiencia en el cultivo de las tierras, los nuevos asentamientos se basaban en relaciones agrícolas totalmente diferentes de las de los campesinos árabes, que se dedicaban sobre todo a la agricultura de subsistencia. [13] La agricultura capitalista reemplazó a una economía de subsistencia.
El resultado era predecible. Aunque algunos judíos trabajaban en las plantaciones, el efecto general era la identificación de clase y casta. Los judíos dirigían la propiedad, mientras los árabes la trabajaban. Aunque este modelo no era poco común en otras sociedades coloniales, en Palestina los colonizadores trataron de fundar una sociedad basada en el trabajo colonizado. Cuando más tarde llegaron inmigrantes influenciados por las ideas socialistas, les indignó el que en Palestina los judíos se mantuvieran como una minoría que no trabajaba. Quedó en claro que una sociedad específicamente judía no podía basarse en la mano de obra árabe. Los judíos tenían que crear sus propias instituciones si querían construir un Estado propio en Palestina. Los árabes debían ser excluidos. [14]
El problema de la construcción de una sociedad judía en medio de una abrumadora mayoría árabe llegó a ser conocido como la «conquista de la tierra y del trabajo». En efecto, para construir instituciones judías, había que eludir las relaciones normales de la producción capitalista. La tierra, una vez adquirida, tenía que continuar en manos judías. No se podía permitir que una oferta hecha por un árabe afectara la adquisición de la tierra para el «pueblo judío». Este punto fue de particular importancia, ya que la otra mitad de este proyecto, conocido como Sionismo Laborista, era de uso exclusivo para los trabajadores judíos en la tierra adquirida por los judíos en Palestina. Los sionistas laboristas mantuvieron este doble exclusionismo (o apartheid, como lo conocemos ahora) para edificar instituciones exclusivamente judías.
En el caso de la conquista de la tierra, los sionistas formaron un instrumento muy poderoso para imponer su cumplimiento por los terratenientes judíos. La tierra no era adquirida por individuos, sino por una corporación conocida como el Fondo Nacional Judío (FNJ). El FNJ compraba la tierra y la entregaba sólo a judíos, a los que no se permitía que la subarrendaran. [15] Por lo tanto la tierra era adquirida en nombre «del pueblo judío», conservada para su uso, y no sujeta a las condiciones del mercado. La idea era que el FNJ adquiriera gradualmente tanta tierra como fuera posible como base para el esperado Estado judío.
Naturalmente, para que el país sirva esta función, había que excluir la mano de obra árabe. Por lo tanto, los contratos de usufructo del FNJ prohibían específicamente el uso de mano de obra no-judía en terrenos del FNJ [16]. Una manera de lograr este objetivo era dar en usufructo tierras sólo a aquellos judíos que tuvieran la intención de trabajar ellos mismos la tierra. En algunos casos, al adquirir el FNJ la tierra de terratenientes absentistas, los campesinos árabes que residían en esa tierra y la trabajaban eran expulsados. Los terratenientes judíos que se negaban a excluir a la mano de obra árabe podían perder sus contratos o ser boicoteados.
La conquista del trabajo no sólo se refería a la agricultura, sino también a la industria. Los sionistas laboristas formaron una institución para organizar el trabajo judío y excluir a los árabes: el Histadrut. El Histadrut fue (y es en gran parte) un sindicato totalmente judío que ofrece a sus miembros una serie de servicios. Lo que es más importante, el Histadrut fue un medio utilizado para segregar la mano de obra árabe y judía, y especialmente para proteger a esta última contra la competencia en el mercado laboral. Ya que los trabajadores árabes estaban acostumbrados a salarios y a un nivel de vida más bajos, su competencia amenazaba con reducir los salarios de los trabajadores judíos. Además, si los mercados laborales para trabajadores árabes y judíos fueran equiparados, los empleadores podrían emplear indiscriminadamente a ambos.
El Histadrut pretendía obligar a los empleados judíos a contratar sólo mano de obra judía excluyendo a los árabes. Así, los salarios judíos seguirían siendo elevados y se formaría un sector económico estrictamente judío. Incluso si los trabajadores árabes y judíos realizaban exactamente el mismo trabajo, los trabajadores judíos recibían salarios muchísimo más altos. [17] Estas políticas no sólo alienaron a los trabajadores árabes, muchos de los cuales ya habían sido desplazados por las compras judías de tierras, también fueron la sentencia de muerte para cualquier intento de organizar a los trabajadores sobre una base no-racial. El «laborismo» del sionismo laborista mató y continúa matando todo y cualquier esfuerzo por construir un movimiento sindical unificado basado en la premisa de que los trabajadores árabes y judíos sufren ambos por la explotación capitalista. A cambio de los privilegios de la membresía en la casta judía, los trabajadores judíos vuelven la espalda a las posibilidades de una lucha unida.
Debería subrayarse que las depredaciones del sionismo laborista no se limitan a las condiciones de trabajo o de salario. Por ejemplo, la exigencia del trabajo exclusivamente judío en pertenencias de propiedad judía condujo a la expulsión de los vigilantes árabes de los viñedos de propiedad judía en Palestina. Las fuerzas paramilitares judías que los reemplazaron se convirtieron luego en la base para la formación del Haganah, la principal fuerza militar judía que participó en el establecimiento del Estado judío y en la expulsión de cientos de miles de civiles palestinos de sus hogares. El descendiente del Haganah, las Fuerzas de Defensa Israelíes [IDF, por sus siglas en inglés, ejército israelí] continúa su ocupación de Palestina y de otras tierras hasta nuestros días. Esta secuencia de eventos deja en claro que se trata no sólo de una competencia entre etnias por puestos de trabajo y salarios, sino de una lucha por controlar y dirigir la construcción de un estado-nación. La invención de la casta judía formada por los diferentes grupos de inmigrantes se ha basado siempre fundamentalmente en la subyugación de los árabes palestinos.
ESTADO Y CASTA
El establecimiento de la sociedad «judía» no se logró por medios pacíficos. Al aumentar la inmigración judía a Palestina, también lo hizo la resistencia palestina. En los años 1936-1939 estalló una guerra civil abierta, y los británicos sólo lograron derrotar la revuelta árabe utilizando brutales medidas en colaboración con las fuerzas sionistas. Cuando los sionistas estuvieron listos para el intento de formar un Estado en 1948, los británicos estuvieron muy satisfechos por poder escapar de Palestina, mientras que los árabes estaban derrotados y desmoralizados por años de opresión.
Los sionistas no se quedaron satisfechos con la construcción de un Estado; sabían que tenían que librarse de la mayoría árabe para tener un estado específicamente judío. Más de medio millón de árabes huyeron de sus casas en 1948-1948, sea para escapar a la zona de guerra, o por la presión de las fuerzas israelíes. Algunos partieron a los países árabes vecinos, otros se convirtieron en refugiados en su propio país.
En ese momento, quedaron en evidencia las políticas descaradamente racistas del Estado israelí. Como ha señalado Uri Davis, esas políticas estaban contenidas en dos leyes promulgadas en 1950. La primera, la Ley del Retorno, permitía que cualquier judío, de cualquier parte del mundo, tenía derecho a «retornar» a Israel. Este derecho no se aplicaba a los no-judíos, incluyendo a los árabes palestinos que se habían convertido hace poco en refugiados [18]. Además, la Ley de Propiedad Absentista confiscó las propiedades de los «absentistas» árabes, y las transfirió al Custodio de la Propiedad Absentista [19]. Los refugiados árabes dentro de su propio país fueron calificados de «absentistas presentes» (¡qué frase!), pero no es les permitió retornar a sus propiedades. Algunos refugiados que trataron de hacerlo fueron calificados de «infiltrados», y algunos fueron asesinados a tiros al intentarlo. La propiedad confiscada ascendió hasta un 95 por ciento de la tierra laborable en Israel, e incluyó la vasta mayoría de los nuevos asentamientos. [20].
Esas tierras confiscadas, de acuerdo con los procedimientos que fueron establecidos en el período del Mandato por el FNJ, se han convertido en ‘Tierras de Israel’, con su propia administración. Esta administración, que controla un 92,6 por ciento de toda la tierra en Israel, sólo da esas tierras en usufructo a judíos. [21] Así practican el apartheid, dividiendo las tierras entre las que pertenecen al Estado y que sólo están a disposición de judíos, y las de propiedad privada, que están sobre todo en manos de árabes.
Esta situación sólo ha sido agravada con la ocupación israelí de Cisjordania y de la Franja de Gaza desde 1967. Junto con las confiscaciones usuales de tierras y las olas de refugiados que acompañaron a la guerra y a la subsiguiente administración militar, la fuerza laboral de los territorios depende cada vez más del capital israelí. Mientras los árabes israelíes pasan cada vez más de posiciones no-calificadas a semi-calificadas (siempre al fondo del escalafón israelí), los residentes árabes de los «Territorios Ocupados» siguen condenados a trabajos del más bajo nivel de capacitación. [22] En 1982, un 35,9 por ciento de los judíos europeos tenían puestos profesionales o de dirección, en comparación con un 13,1 por ciento de los judíos asiáticos-africanos, un 11,4 por cientos de los árabes israelíes, y un 0,8 por ciento de los árabes no-ciudadanos. [23] La permanente explotación de los trabajadores árabes en la construcción, la agricultura, las industrias de servicios y en el trabajo de baja categoría, confirma la naturaleza de casta del mercado laboral. Esta explotación continúa a pesar del masivo aumento en los niveles de educación del conjunto de los palestinos árabes. Loa jóvenes capacitados como ingenieros e informáticos tienen que buscar trabajo en el extranjero (y tal vez no volver al país), o aceptar la exclusión de sus campos de trabajo especializados y trabajar en cualquier puesto que puedan encontrar.
Como lo revelan las estadísticas mencionadas, las cosas tampoco van bien dentro de la casta judía. Los judíos han sido divididos en dos grupos étnicos: ashkenazies y sefarditas. Estos términos representan a los judíos de orígenes europeos y asiáticos o africanos, respectivamente. Mientras cada término denominaba originalmente a una comunidad judía específica (en Europa Central y Oriental, o España), se ha convertido en la descripción de grupos dentro de la sociedad israelí que en gran parte son mutuamente excluyentes. Los judíos europeos han tratado permanentemente a sus correligionarios orientales con un desdén racista. Los judíos que llegaron de Irak en los primeros días del Estado israelí fueron pulverizados con DDT para matar todos los insectos que pudiesen haber traído encima. [24] Un desprecio semejante fue mostrado por las personas y las culturas de los judíos marroquíes y yemenitas y, más recientemente, por los etíopes.
Los judíos orientales también se han visto discriminados en el mercado laboral. Pocos están en puestos profesionales o de dirección, mientras que muchos se concentran en las industrias agrícola, de la construcción, textil y metalúrgica. [25] Generalmente viven en localidades en desarrollo para trabajadores, muchas de las cuales están ubicadas cerca de las fronteras en disputa de Israel con sus vecinos árabes. En consecuencia, están muy preocupados por su seguridad. Las cuestiones de la seguridad además de la competencia con la mano de obra árabe más barata los lleva a ser particularmente agresivos en los asuntos militares, una mentalidad clásica de los «blancos pobres». Como los blancos pobres en otras sociedades racistas, los judíos orientales se encuentran en cantidades desproporcionadas en la policía y en los servicios militares, puestos que ofrecen una cierta oportunidad de avance. Mientras la mayoría de la elite política israelí es ashkenazi, unos pocos judíos orientales, como el antiguo ministro del Likud David Levy, se han ubicado en la estructura política israelí. Muchos judíos orientales votan regularmente por los «partidos religiosos», muchos de los cuales convierten la victoria étnica en una prioridad.
Los judíos orientales son doblemente discriminados en las escuelas. En primer lugar, les destinan escuelas claramente inferiores, dentro de sus comunidades locales. Menos de ellos obtienen una educación superior, o incluso universitaria, y muchos abandonan los estudios. [26] Segundo, los funcionarios ashkenazies han hecho un esfuerzo concertado para difamar la cultura judía no-europea. En vista de la hostilidad de la casta judía hacia los árabes palestinos, no sorprende que nunca se refieran a los judíos árabes como tales, es decir, a judíos provenientes de los países árabes. Pero las autoridades escolares han ido más lejos. Hablando de «penuria cultural», han tratado de imponer una identidad «moderna» es decir ashkenazi, a los niños orientales. [27]
A principios de los años 70, jóvenes judíos orientales reaccionaron ante esta degradación a través de la formación de un grupo de protesta llamado los Black Panthers [Panteras Negras], basándose en el ejemplo establecido por el grupo del Poder Negro en Estados Unidos. Compararon su condición con la de las minorías oprimidas racialmente en otros sitios y exigieron cambios en la política gubernamental. Las protestas terminaron por decaer y los dirigentes fueron integrados por el gobierno. Además, durante los últimos veinticinco años, la suerte política de los judíos orientales ha mejorado en algo.
La exclusión de los judíos orientales se debió en gran parte a que eran excluidos por la alianza laborista sólidamente ashkenazi. En 1977, llegó por primera vez al poder un gobierno del Likud, en gran parte gracias al apoyo de los votos orientales. Aunque los observadores externos notaron sobre todo las políticas belicistas de Menachim Begin y de sus cohortes, muchos de sus seguidores estaban más interesados en salir de su exclusión del poder que por la política exterior.
En realidad, las dos posiciones están estrechamente relacionadas. La toma de Cisjordania y de la Franja de Gaza (que el Likud sigue prometiendo que va a mantener ocupada) ha llevado a que sea necesario asegurar aún más la lealtad de los judíos orientales. Algunos han logrado ingresar a la clase empresarial, especialmente en las industrias de servicios. Terrenos al este de Jerusalén han sido utilizados para construir viviendas relativamente económicas que representaron una gran ayuda para muchas familias jóvenes. Aunque el actual gobierno israelí está dispuesto a entregar la administración de la Franja de Gaza a la Organización por la Liberación de Palestina, tiene pocos incentivos para hacer lo mismo con otros territorios en los que los asentamientos judíos son más densos. Además, el libre acceso de los israelíes a la mano de obra y los mercados palestinos ha constituido un requisito previo para todo acuerdo israelí con la extensión de la autoridad palestina en Gaza y Jericó.
LA IDEOLOGÍA DE CASTA Y SU ABOLICIÓN
Como se ha visto en el caso de la campaña del Fondo Nacional Judío de adquisición de tierras en Palestina, la condición previa ideológica básica del asentamiento sionista ha sido la noción de que el Estado es propiedad del pueblo judío. Sea en la ley de inmigración, en la vivienda, o en los derechos políticos, ser judío en Israel significa tener una cierta cantidad de privilegios que resultan de su membresía en la casta que posee el Estado. [28] Naturalmente, hay grietas en los fundamentos de la unidad de esta casta. Los judíos orientales, como víctimas de discriminación y los miembros de la casta judía, ilustran las contradicciones inherentes en la mítica unidad del pueblo judío. A pesar de estas contradicciones, el dirigencia sionista tiene que mantener la ilusión, aunque no sea siempre realidad, de los intereses y opiniones compartidos.
Tal vez la reacción israelí ante las atrocidades nazis contra los judíos durante la II Guerra Mundial sea el mejor ejemplo de este intento de hablar por la totalidad del pueblo judío. El gobierno israelí no sólo estableció el monumento «del» Holocausto, logró recibir millones de dólares en compensación del gobierno alemán occidental. La mayor pretensión de Israel de heredar las quejas de las víctimas de las víctimas judías de los nazis vino, sin embargo, con la abducción y el juicio al criminal de guerra nazi Adolf Eichmann en 1961.
Como señaló el filósofo Karl Jaspers en ocasión del juicio, Eichmann, que fue acusado de «crímenes contra el pueblo judío» debería haber sido acusado de crímenes contra la humanidad, y juzgado por un tribunal internacional. [29] Pero el Estado israelí prefirió realizar el juicio en nombre del pueblo judío. Aunque se han dado muchas explicaciones por esta decisión, se puede concluir solamente que fue de naturaleza fundamentalmente política. Israel necesitaba establecerse ante los ojos del mundo, y del judaísmo mundial, como el único representante del pueblo judío. La constante referencia a las atrocidades nazis es menos el producto de las necesidades de un electorado en particular (la mayoría de los israelíes no descienden de europeos y no tienen una conexión directa con esos eventos), que del deseo del Estado israelí de presentar la imagen unida del judaísmo mundial con un matiz sionista. Los llamados por la defensa de Israel son realizados con la consigna «¡Nunca más!», como si la defensa del sionismo fuera la única alternativa al genocidio antisemita.
El intento de la dirección israelí de representar al judaísmo mundial también toma otras formas. Una de ellas es el fetiche de la historia, es decir, de la historia judía. Como ha indicado G. W. Bowersock, un experto en el Oriente Próximo en el período clásico: «La política de la arqueología está por todas partes». [30] La arqueología bíblica es utilizada regularmente para reforzar las pretensiones «judías» sobre el país (es decir a una presencia histórica en él), mientras que se habla con desdén de la arqueología de los períodos árabes, y los descubrimientos que ponen en duda la autenticidad histórica del relato bíblico son reinterpretados correspondientemente. La historia de la tierra de Israel es la historia exclusiva el pueblo judío. [Interjección del editor: el esfuerzo del Estado israelí por establecerse como el único representante del judaísmo mundial produce ironías. En diciembre de 1991, cuarenta y tres emigrantes judíos soviéticos que habían solicitado asilo en Holanda fueron capturados y, con la ayuda de perros, colocados a la fuerza en un avión con destino a Israel – a pedido del gobierno israelí. Unos cincuenta más se quedaron escondidos en la ciudad de Eindhoven, evocando recuerdos de la II Guerra Mundial, cuando los holandeses escondieron a judíos de los nazis. (del semanario judío Forward del 20 de diciembre de 1992, citado en Middle East LABOR BULLETIN, invierno-primavera de 1992.) La imagen de policías europeos usando perros contra judíos debe congelar la sangre de todo oponente al antisemitismo.]
Debería señalarse, sin embargo, que el barniz ideológico no se ha resquebrajado. Una importante controversia que ha afectado los intentos de homogenizar la vida judía en Israel es la que trata de definir «¿Quién es judío?» Aunque esta disputa tiene una historia larga y complicada, lo que está básicamente en juego es el derecho a la ciudadanía en Israel, es decir, a la membresía en la casta judía. Los laicos tratan la esencia del ser judío como una cuestión nacional, mientras que los judíos religiosos tratan el tema como una cuestión religiosa. Tal como están las cosas, no se ha hallado una solución. Los judíos religiosos han logrado que se incorporen definiciones religiosas en la Ley de Retorno, y en el derecho civil en áreas como el matrimonio se acepta solamente lo que se ajusta a la ley judía ortodoxa. [31] Esta confusión ha llevado a algunos extraños intentos de encontrar alguna unidad histórica para el pueblo judío. Por ejemplo, algunos científicos israelíes han tratado de demostrar que los judíos tienen características genéticas definidas, el resultado de un origen genético común. Como subraya Roselle Tekiner, estos esfuerzos, de dudosa validez científica, no son más que un intento de reconstruir la idea de una «raza» judía, el arma antigua de los antisemitas. [32] El que los israelíes sean llevados a extremos semejantes para justificar su propia existencia como un grupo nacional es el producto de su extrema inseguridad sobre su identidad construida.
No hay que buscar demasiado lejos para encontrar la base para esta inseguridad. Aunque los sionistas han tenido éxito en la división de árabes y judíos en Palestina, divisiones semejantes jamás podrán ser permanentes. Los dos grupos de personas habitan la misma tierra, trabajan juntos (aunque en condiciones desiguales), y no pueden existir realmente separados los unos de los otros, por lo menos ya no pueden. Además, los intentos de dividirlos culturalmente están bajo constante ataque. El Estado sionista tiene que hacer todo lo que puede para mantener la ilusión de una diferencia irreconciliable.
Un ejemplo de esta ruptura de la diferencia proviene del uso del hebreo en Israel. Hasta el comienzo del asentamiento sionista en Palestina, el hebreo era fundamentalmente un lenguaje litúrgico con una audiencia cultural laica más pequeña. No era la lengua materna de ninguna comunidad judía existente. La dirigencia sionista estableció el hebreo como la lengua materna de la comunidad judía en Palestina, tanto como instrumento para unificar a los dispares inmigrantes judíos en una única comunidad nacional, como para impedir la asimilación cultural de los inmigrantes con la población árabe indígena. La creación del hebreo como idioma nacional ha sido uno de los grandes éxitos del movimiento sionista, pero no sin que se presenten algunas contradicciones. Por lo pronto, el hebreo por sí solo era insuficiente. Hubo que pedir palabras prestadas a otros idiomas, incluso al árabe. Lo que es más importante, los escritores árabes dentro de Israel han comenzado a expresarse en hebreo. Un escritor de extraordinario talento, Anton Shammas, escribió lo que algunos consideran como la mayor novela producida hasta ahora en lengua hebrea. [33] Aunque algunos autores israelíes judíos han saludado este fenómeno como prueba del éxito de la literatura hebrea, no se puede menos que preguntar lo que esta tendencia (si se convierte en una) significará para el futuro de la separación árabe-judía en Palestina.
De aun mayor importancia en esta problemática: gran parte de lo que se llama cultura «israelí» ha sido evidentemente copiada o directamente expropiada a los árabes palestinos. Los restaurantes israelíes sirven comida tradicional árabe, las artesanías árabes con vendidas como «israelíes»; la lista es enorme. Aunque los israelíes han tratado de negarse a confrontar las consecuencias de semejantes préstamos negando su origen árabe, esta farsa no puede continuar eternamente.
Por cierto, el público israelí se ve constantemente frente a objetos culturales de origen árabe destinados a los judíos orientales de origen árabe. Películas, conciertos y otros artefactos culturales que emanan del mundo árabe siguen siendo populares con los judíos orientales (y deberíamos decir apropiadamente judíos «árabes»). Un ejemplo de esta tendencia puede ser visto en la música popular. Una de las estrellas reinantes del «worldbeat» es el cantante rai Cheb Khaled. De origen argelino, Cheb Khaled es el mejor conocido de un grupo de cantantes norteafricanos que han popularizado una forma de música de mezcla cultural (árabe, beréber, europea) que habla de las aspiraciones y de las frustraciones de la juventud y de los oprimidos. Aparte de su África del Norte nativa, Cheb Khaled ha obtenido considerable popularidad en Francia, con su gran población inmigrante norteafricana, y en Israel, donde fue el primer cantante árabe en obtener el estatus de «número uno». Aunque sin duda gran parte de su público está formado por judíos orientales, otros israelíes no pudieron dejar de ser impresionados por su éxito. Lo que es particularmente fascinante en el éxito logrado actualmente por los cantantes rai es que por primera vez todo Medio Oriente escucha la misma música. Hasta cierto punto este hecho puede ser atribuido al agresivo marketing por parte de los franceses, pero habla de un mayor potencial de mezcla cultural y de creación de gustos comunes.
Sin embargo, no se debería exagerar la importancia de esta mezcla cultural. Las barreras siguen existiendo y los actuales intentos de volver a separar Palestina en sectores árabes y judíos sólo aumentará la alienación de los dos grupos entre ellos sin que elimine ninguno de los impedimentos económicos o sociales para una auténtica solidaridad. Por cierto, es exactamente lo que desea la dirigencia sionista.
Un ejemplo perfecto puede ser tomado de la decisión de la Knesset [parlamento israelí] sobre la negociación de alguna forma de retirada de la Franja de Gaza y del área alrededor de Jericó. Cuando la coalición de aquel entonces estaba en peligro de derrumbe, recibió el apoyo de los pocos legisladores árabes en la Knesset. Sin embargo, los laboristas dejaron en claro que no aceptarían ninguna coalición laborista-árabe, y los líderes laboristas hablaron de la necesidad de una «mayoría judía» para adoptar decisiones de semejante importancia para el futuro del país. Evidentemente, la concesión de derechos de voto a los árabes residentes dentro de Israel no ha cambiado el carácter del Estado israelí. Los judíos israelíes consideran que el Estado es de su propiedad, y que sólo ellos tienen derecho a determinar su futuro. El Estado del pueblo judío continúa siendo dirigido por una casta que no tiene la menor intención de permitir que exista una democracia plena para todos sus residentes, incluso dentro de las fronteras oficiales de Israel.
Este hecho subraya la necesidad de construir una alternativa al sionismo y al nacionalismo árabe palestino. Es evidente que el actual plan de volver a dividir Palestina en un Estado judío y un bantustán árabe no terminará con los sufrimientos de la población árabe excluida. Tampoco compensará una solución semejante los fracasos del sionismo en la solución de la «Cuestión Judía», ya que la creación de una casta judía en Palestina sólo ha inflamado el crecimiento del antisemitismo en Medio Oriente y ha llevado a las actuales guerras y atrocidades.
Por el momento, ni las esferas políticas árabes ni judías tienen mucho que ofrecer. Los árabes palestinos están atrapados entre el oportunismo de la OLP y el fanatismo de Hamas. Aunque israelíes individuales han dejado en claro su oposición al gobierno sionista, nadie ha tenido éxito en el trabajo con árabes de ideas afines para crear el movimiento político necesario. Lo que se necesita es un movimiento de trabajadores árabes y hebreos que se dedique no sólo a una igualdad formal, sino también a desgarrar las barreras que separan a los unos de los otros, y entre Palestina y sus vecinos. Un movimiento semejante sin duda encontrará la enemistad no sólo del Estado israelí, sino también de todas las dictaduras árabes que lo rodean.
Sin embargo, una vez formado un movimiento semejante, hay un punto que no puede quedar sujeto a negociaciones o compromisos. Debe ser rechazada toda pretensión de los actuales miembros de la casta judía de constituirse en nación, y por lo tanto a la autodeterminación. Los palestinos, sean de habla árabe o hebrea, son miembros de una nación indivisible. Todos los intentos de partición o re-partición del país y de la nación en nombre de «dos pueblos» deben ser rechazados como simples modificaciones a los términos de un sistema de apartheid. Sólo la abolición de la casta judía puede impedir la continuación de la actual guerra racial en Palestina construyendo una sociedad libre de raza y casta.
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Adam Sabra es un estudiante egipcio-estadounidense de historia islámica
[1] El autor considera los términos «casta» y «raza» como sinónimos. Ambos se refieren a entidades no-biológicas, construidas a través de la historia. En vista del prolongado uso del término «raza judía» en una retórica antisemita, el autor prefiere utilizar el término «casta» a fin de evitar todo malentendido.
[2] Vea Abram Leon, The Jewish Question: A Marxist Interpretation (New York 1970).
[3] Para una perspectiva general del tema, vea Hannah Arendt: «The Origins of Totalitarianism» (New York 1951).
[4] Citado en Nathan Weinstock: «Zionism: False Messiah » (London 1979), p. 44.
[5] Theodor Herzl: «A Jewish State: An Attempt at a Modern Solution of the Jewish Question» (New York 1917), p. 8.
[6] Mitchell Cohen: «Zion and State: Nation, Class, and the Shaping of Modern Israel» (Oxford 1987), p. 125.
[7] Hannah Arendt: «Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil» (New York 1963), p. 42. Las similitudes en el pensamiento sionista y antisemita son obvias respecto a los judíos de la ‘Diáspora’, incluyendo a los supervivientes de los campos de concentración nazis. Vea, por ejemplo, la declaración de Ben Gurion: «Entre los supervivientes de los campos de concentración alemanes, había aquellos que si no hubiese sido por lo que eran – gente dura, mala y egoísta . no hubieran sobrevivido, y todo lo que soportaron destruyó toda parte buena de sus almas». Tom Segev: «The Seventh Million: The Israelis and the Holocaust» (New York 1993), pp. 118-9.
[8] Ibid, p. 42, p. 60.
[9] Gershon Shafir: «Land, Labor, and the Origins of the Israeli-Palestinian Conflict» (Cambridge 1989), p. 43.
[10] Ibid, p. 43.
[11] Es imposible obtener cifras exactas debido a la preponderancia de la inmigración ilegal y de la compra de tierras a través de terceras partes. Para las mejores cifras disponibles, vea Walid Khalidi (ed.): «From Haven to Conquest: Readings in Zionism and the Palestine Problem Until 1948» (Washington 1971), pp. 841-3.
[12] Gran Bretaña se comprometió a apoyar el movimiento sionista en la Declaración Balfour de 1917. Los británicos estaban tan aprensivos por la reacción árabe ante este documento que no permitieron que fuera publicado en Palestina.
[13] Shafir, pp. 50-52.
[14] Ya en 1906, David Ben Gurion insistió en la necesidad de organizar la mano de obra judía, excluyendo al mismo tiempo a la mano de obra árabe. Judíos de la izquierda más convencional se opusieron a esta posición ya que querían organizar a todos los trabajadores en Palestina. Weinstock, p. 87.
[15] Walter Lehn con Uri Davis: «The Jewish National Fund» (London 1988), p. 27.
[16] Ibid, p. 59.
[17] Shafir, p. 64 muestra que la proporción de los pagos eran cerca de 2 a 1-
[18] Uri Davis: «Israel: An Apartheid State» (London 1987), p. 9.
[19] Ibid, p. 18.
[20] Ibid, p. 20.
[21] Ibid, pp. 58-60.
[22] Moshe Semyonov y Noah Lewin-Epstein: «Hewers of Wood and Drawers of Water: Noncitizen Arabs in the Israeli Labor Market» (Ithaca 1987), pp. 22-3.
[23] Ibid, pp. 22-3. La cuestión de la estratificación dentro de la casta judía es discutida a continuación.
[24] Ilan Halevi: «A History of the Jews: Ancient and Modern» (London 1987), p. 204.
[25] Shlomo Swirsky: «Israel: the Oriental Majority» (London 1989), pp. 9-16.
[26] Halevi, pp. 24-6.
[27] Swirsky, pp. 26-8.
[28] Vale la pena señalar que las tarjetas de identidad israelís no mencionan «israelí» como nacionalidad. La religión y la nacionalidad son mencionadas juntas, sea como «judía», o, por ejemplo, «árabe musulmán sunní». Por lo tanto, no hay una barrera legal que impida la negativa de la ciudadanía a no-judíos o, en realidad, a judíos cuyas credenciales son rechazadas por el Estado israelí. Vea Davis, pp. 26-32.
[29] Arendt, Eichmann, pp. 269-70.
[30] G. W. Bowersock: «Palestine: Ancient History and Modern Politics,» Edward W. Said and Christopher Hitchens (eds.), Blaming the Victims: Spurious Scholarship and the Palestinian Question (London 1988), p. 185.
[31] Roselle Tekiner, «‘The ‘Who is a Jew?’ Controversy in Israel: a Product of Political Zionism», Rosellle Tekiner, Samir Abed-Rabbo, y Norton Mezvinsky (eds.): «Anti-Zionism: Analytical Reflections» (Brattleboro, 1989), p. 75.
[32] Ibid, pp. 80-1.
[33] La traducción inglesa fue publicada bajo el título «Arabesques».
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