Ante todo habría que recomendar que no se juzgue sumariamente a Barenboim ni a nadie por un solo texto ni por una única acción. Ante todo habría que decir: téngase en cuenta toda la trayectoria del que evaluamos y al final, tras su muerte, sopesemos si sus méritos superan a sus deméritos. El caso de […]
Ante todo habría que recomendar que no se juzgue sumariamente a Barenboim ni a nadie por un solo texto ni por una única acción. Ante todo habría que decir: téngase en cuenta toda la trayectoria del que evaluamos y al final, tras su muerte, sopesemos si sus méritos superan a sus deméritos. El caso de Arafat quizá entonces, evaluado en su integridad, arrojase un saldo positivo (1), pues dedicó su vida a su gente y a su pueblo, exponiéndose en muchas ocasiones a ser asesinado por los sicarios de Israel.
Pero aquí nos encontramos ante la negativa evaluación de la última etapa de la larga trayectoria de Arafat por parte de un músico famoso y comprometido, una última etapa no tan gloriosa como la primera y que, quizás, no fuese del todo desencaminado criticar o condenar. Por tanto, aplicando el mismo rasero a Barenboim, tendré que defender su última y más reciente etapa y, también, su posición hasta la fecha. Porque Daniel Barenboim, el músico judeo-argentino que junto a Edward Said fundó una orquesta compuesta por judíos y palestinos para (como la israelí Noa cantando el Imagine de John Lennon con el argelino Cheb Khaled) convertir a la música en embajadora de la paz, escribió sobre Arafat en un reciente artículo en el que decía (entre otras cosas que se omiten): «¡el autócrata ha muerto, larga vida al pueblo palestino!». Y así, desde este pequeño escrito y mi humilde persona coincido y me sumo a ese juicio puntual de Barenboim sobre Arafat, sin adherirme a los reproches que le han valido, ya que mucho más respeto a los pueblos que a sus dirigentes y, sobre todo, desconfío de aquellos dirigentes eternos agarrados al poder a perpetuidad. Desconfío de esa gente que gobierna imperecederamente sin que ni siquiera la decrepitud y mucho menos la democracia, los jubile. Arafat empezó de libertador y terminó como autócrata. Y si bien es preferible equivocarse en la juventud, errores de los que la edad pudiera servir de excusa, no ya en la vejez, cuando ya no hay disculpa posible.
¡Ya esta bien de culto a la personalidad! El pueblo palestino, el pueblo cubano, el pueblo iraquí, el pueblo afgano (el español y el estadounidense también) así como el pueblo venezolano y todos los demás, son los principales actores de su historia (o en su defecto deberían serlo); y aunque la gran revolución bolivariana tenga a Chavez como magnífico director en estos momentos, mal haríamos si identificásemos al director de la Revolución con la Revolución misma y poco habríamos aprendido de la Historia.
Barenboim junto a Edward Said defendieron la candidatura de Mustafa Barghouti para liderar las legítimas aspiraciones del pueblo palestino, defendieron la candidatura del que sin duda ahora sería el mejor director que, como el de una orquesta, pudiera haber tomado el relevo de ese Arafat que debería haber dejado en manos de otro hace ya tiempo el liderazgo en la liberación de Palestina. Pero ahora resulta que en medios de comunicación alternativos se le hace caso a Robert Faurisson (3a) y se repite que Barenboim mediante su artículo (2) se habría «desenmascarado» como un «completo judío y sionista» (3b) y todo por continuar criticando a Arafat, como ya venía haciendo junto a Said desde hace años, cuando tocaba beatificarlo.
Las críticas a Arafat desde entornos no sionistas ni neoconservadores, sino desde dentro, no es nueva. Por eso el extraordinario periodista Robert Fisk señalaba del siguiente modo su último encuentro con Edward Said: «La última vez que vi a Edward W. Said le pedí que siguiera viviendo. Sabía que padecía leucemia. A menudo señalaba que su médico judío lo sometía a un tratamiento «de vanguardia». Pese a todos los denuestos que le lanzaban sus enemigos, siempre reconoció la generosidad y honorabilidad de sus amigos judíos, de los cuales uno de los más admirables es Daniel Barenboim. En esa ocasión Edward cenaba en un bufé en compañía de sus familiares en Beirut, frágil, pero furioso por la última rendición de Arafat en el conflicto israelí-palestino» (4).
El trasfondo de la resistencia pacífica propugnado por Said-Barenboim puede que sea considerado débil, blando, una posición «humanista» de tinte socialdemocrático frente al «antihumanismo» marxista legado por Althusser, pero al menos está también en contra del «inhumanismo» de Ariel Sharon y de la administración Bush, con lo cual, está sin duda del lado que ahora le ha criticado por no ser lo suficientemente radical o por no ceder a la mitificación de Arafat. Ignoro el motivo de que se gasten energías contra una de las pocas personalidades judías de nuestro tiempo que ha tomado por suya la causa palestina, pero en esa intoxicación tienen algo que ver los neonazis, cosa de la que tenemos que estar advertidos y que no es del gusto de ninguna persona de izquierdas. Tomar distancias respecto a los Faurisson es muy saludable y evita la ridícula amalgama que los neofascistas pro-Bush y pro-Sharon (los Albiac adscritos ya al diario La Razón o los cachorros del basilisco Gustavo Bueno, tan afines a la nueva Falange) pretenden hacer siempre entre la izquierda y los neonazis, cuando los verdaderos profesores y antecesores en este neofascismo vigente en nuestros días que defiende la senda Imperial del Capital fueron nazis de antaño.
La respuesta a Barenboim de Gilad Atzmon (otro músico de ascendencia judía y también comprometido con la causa palestina) comienza calificando el texto de Barenboim y a este mismo de «racista y sionista» (5), cosa a mi parecer equivocada y desafortunada, pues no resulta ser ni lo uno ni lo otro. Indica, eso sí, acertadamente, que el derecho de retorno es el principal problema palestino (y no un problema judío), ya que éstos ya «retornaron» o más bien «colonizaron» Palestina más que bastante en el pasado. Yerra nuevamente el crítico al considerar que Barenboim defendió Camp David en su artículo pues éste critica en el escrito las negociaciones de Arafat, no ya desde Oslo, sino también desde Madrid. Y así, entre aciertos y desaciertos lo que queda en el lector es la impresión de que Barenboim ha traicionado la causa que defendía desde su difícil posición «por criticar a Arafat y pedir que se tenga en cuenta el Holocausto».
El otro artículo anti-Barenboim aparecido en Rebelión es mucho más matizado, se trata del de Felisa Sastre (6), una excelente crítica que comienza reconociendo los méritos de aquel de quien va a discrepar en las partes con la que no está de acuerdo («Daniel Barenboim, excelente músico y ciudadano»), como el músico hizo con Arafat en su escrito («Arafat quizás fue un genio, con seguridad un mito viviente»), aunque luego le llamase «terrorista». Y ¡Claro que Arafat alentó el terrorismo (si por tal entendemos la lucha armada partisana, guerrillera y resistente)! ¡Eso es lo único bueno que hizo por su pueblo! ¡Y eso para los que somos belicistas (no pacifistas, como el músico) es un elogio, ya que el «terrorista» es un tío con muchos huevos que se pone delante de un tanque israelí o se vuela por los aires en un mercado! ¡Lo que hoy llaman un terrorista es un soldado y un valiente! ¡Un hombre que se enfrenta a fuerzas muy superiores a las suyas! ¡Hay que tenerle respeto! También a la «resistencia» en el Paris ocupado por los nazis la llamaron «terrorismo» al igual que a la resistencia iraquí ante la invasión de sus tierras. Pero también hay que respetar al «pacifista», a quien quiere cambiar el mundo con la música, a quien tiene tanta fe en el ser humano que piensa que la poesía y la música llevan el amor y la amistad entre los pueblos, imaginando que otro mundo posible puede lograrse sin un baño de sangre.
No se le debe pedir a Barenboim exactamente el mismo compromiso que tuvo su amigo Said y desde luego que su artículo adolece de incorrecciones bien vistas y puntualizadas por Felisa Sastre; que señala para corregirlas fuentes y datos sobre el terrible sufrimiento palestino, que quizás el músico y sobre todo los lectores, pudieran desconocer. Pero Barenboim es un miembro de la comunidad judía, del pueblo errante que quisieron aniquilar los nazis y que expulsaron los españoles, luego tampoco identifiquemos a la comunidad judía con sus dirigentes, ni siquiera con el Estado de Israel mientras sea el Estado del Apartheid y del asesinato sistemático de un pueblo.
No negar el intento de genocidio de la comunidad judía de la Alemania de la segunda guerra mundial, no negar la responsabilidad de Europa en el colonialismo sionista subsiguiente, no negar el expolio del pueblo palestino y la injusticia histórica de privar a un pueblo de su tierra, torturarlo y asesinarlo, para que otro, perseguido y asesinado, tuviese a donde ir. Denunciar el que las antiguas víctimas se hayan convertido en los actuales verdugos. Pedir a los ancianos que queden de entre los que fueron torturados en Auschwitz que se pongan la chaqueta con la estrella amarilla de David en la solapa y se interpongan entre los tanques y las excavadoras que vayan a destruir las casas y los olivos palestinos. Recordarlo todo e incorporarlo todo a la memoria de los pueblos es importante para que, juntos, los pueblos, se defiendan de cometer con otros las atrocidades que cometieron con ellos. Por eso hay que honrar también a todos aquellos miembros de la comunidad judía que, con mayor o menor brío, tienen el valor de condenar lo que el Estado de Israel está haciendo con los palestinos. Barenboim es uno de ellos, y para decir, con Saramago, que lo que Israel apoyado por USA le está haciendo al pueblo palestino cada día es algo muy parecido a lo que los nazis hicieron con los abuelos de los actuales ciudadanos israelíes, habrá que tener muy presente lo que ocurrió antaño.
Es difícil la posición de Barenboim, en algunas cosas se equivoca, en otras parece ambiguo, pero está del lado palestino. También difícil es la posición de estas líneas que lo defienden, seguramente en algo o en mucho se equivocan, pero también están del lado palestino; y eso es lo más importante. Y el estar del lado palestino implica esforzarnos en no faltar a la verdad (por enredadas que estén las cosas) y en no ceder a la injusticia.
Proceso constante: examen de la situación, examen de conciencia respecto de la misma, análisis de las informaciones disponibles y enjuiciamiento. Juicio constante: valoración de la situación y valoración de los actores involucrados en ella. Así, todo esfuerzo por arrojar luz en el cambiante entramado político de nuestro tiempo y para poder situarnos con acierto y comprometernos con tino siempre será poco, siempre tendremos que realizarlo una y otra vez. Ya que los actores y los entramados se mueven. Pero discusiones como la despertada por el reciente escrito de Barenboim nos ayudarán a muchos, sin duda, a situar las cosas en su sitio y a situarnos a nosotros mismos en ellas.
Notas:
(1) Como hizo en Rebelión (16-11-2004) Santiago Alba en cu artículo: «Arafat, el huérfano de la Muqata», en el que se nos decía, no obstante la evaluación positiva de su trayectoria, que «la figura de Arafat era ambigua y discutible, pero su muerte ha apenado incluso a aquellos que tenían más razones para hacerle reproches».
(2) En septiembre de 2002 Barenboim fue agredido en un restaurante de Jerusalén por un judío de extrema derecha perteneciente al partido racista ultraortodoxo Kaj al grito «¡Anda con Arafat!» y recibió amenazas de muerte tras su concierto en Ramallah. (Diario Clarín -Argentina- Shlomo Slutzky «Agredieron a Barenboim en Israel» 12 de septiembre de 2002): «Barenboim aceptó la invitación de músicos palestinos para escuchar tocar a numerosos niños que estudian en el conservatorio de la capital palestina en Cisjordania, pasando luego a ejecutar varias piezas frente a los chicos y sus maestros, que se deleitaron y lo aplaudieron largamente. Las autoridades israelíes, tras recibir presiones de diputados del partido Likud, del premier Sharon, informaron que «Barenboim violó la ley que prohíbe a los israelíes pasar a territorio palestino sin solicitar permiso», amenazándolo con tomar medidas punitivas contra su persona (…). Mustafa Bargutti, un militante pacifista palestino que fue uno de los anfitriones de Barenboim, declaró que «nada impedirá que continuemos nuestros esfuerzos por crear puentes para el entendimiento y la paz entre palestinos e israelíes»» (artículo citado).
(3a) Robert Faurisson «Daniel Barenboim as Pharisee». National Journal. Jewish Studies 2004.
(3b) Nótese que el calificativo «judío», empleado despectivamente por Faurisson, es un adjetivo racista, no así el de «sionista» que, sea o no empleado despectivamente, significa siempre en la actualidad: «partidario de la ocupación». Respecto a esto el músico del que hablamos sería, a mucha honra suya, «judío», además de ciudadano del Estado de Israel y del Estado español, pero desde luego no sería «sionista», pues no se encuentra entre los partidarios de la ocupación.
Faurisson es un negacionista neonazi al que, junto a otros de su calaña, ya Roger Garaudy dio crédito (desgraciadamente) estropeando con ello una buena parte de su muy buen libro titulado: «Mitos fundadores de la política israelí» -cuyo prólogo traduje y libro que puede consultarse con provecho en Rebelión- y que incluso ha sabido embaucar, en el pasado, a Noam Chomsky. A este respecto último, Chomsky (también muy crítico con el último Arafat, por cierto) ha apoyado en varias ocasiones a Faurisson, ignorando la clara filiación política neonazi del mismo. (Véase: Chomsky, Noam, The Faurisson Affair, His Right to Say It (El asunto Faurisson, su derecho a decirlo), The Nation, 28 de Febrero 1981, pp. 231-234). Y si la libertad de expresión debe permitir expresarlo todo, siendo toda censura anti-democrática y dictatorial, y siendo cierto que hay y ha habido manipulaciones israelíes del intento de genocidio de los judíos por parte de los nazis durante la SGM para formar un escudo de inmunidad a la condena de sus atrocidades actuales (escudo alentado por el sionismo y el protestantismo conservador de la derecha norteamericana); también es cierto que por el lado contrario, en su vertiente neonazi, se exageran las incógnitas y se minimiza el drama judío de la SGM. Como es un hecho que la prestigiosa revista francesa «El viejo topo», magnífica cuña izquierdista en los años 60 ligada al movimiento «socialismo o barbarie» (como lo fue honrosamente siempre su homófona de nombre española), se plagó de neonazis a partir de los años 80 y hoy no la reconoce ni la madre que la parió.
Ni los sionistas israelíes con su «Holocausto» que los hace intocables ni los revisionistas neonazis con su «revisionismo» absoluto y su «negacionismo» total, son buenas compañías para nadie. Oriana Fallaci es peor que Roger Garaudy, peor moralmente y peor intelectualmente, pero ambos son bien malos, porque ambos han llegado al «antisemitismo»; mucho más la primera, con sus panfletos admirados y vendidos en todo el mundo, que el segundo con su inteligente libro, enjuiciado, condenado y censurado. Porque «antisemitismo» es tanto el desprecio de los árabes como el desprecio de los judíos, ambos hermanos semitas. Y conviene por tanto insistir con cierta recurrencia en procurar no ser ni islamófobos (deporte cada vez más extendido en Occidente) ni anti-judíos (deporte que se practicó más antaño y hoy ya no tanto como se quiere hacer creer con fines maquiavélicos), sino que la misión de la izquierda es ser «anti-sionista», es decir, contrarios al despojamiento, ocupación y asesinato sistemático de los palestinos que habitan las tierras de sus ancestros; partidarios de que se repare la injusticia histórica cometida contra los palestinos (su éxodo mediante el retorno) y de que los dos pueblos lleguen a vivir en paz y a compartir igualitariamente la tierra y los derechos.
(4) Robert Fisk «La última vez que le ví». En: http://www.mundoarabe.org/memorando_a_edward_said.htm
Donde Fisk remitiéndose a Said y «a sus maravillosos ensayos sobre los palestinos, con sus corrosivas críticas a la corrupción y falta de escrúpulos de Arafat, además de sus indignadas condenas a los crímenes de Ariel Sharon (…). Era un tipo duro, el más elocuente defensor de un pueblo sometido a ocupación y el más irascible atacante de su corrupto liderazgo. Arafat prohibió sus libros en los territorios ocupados, lo cual sólo prueba la inmensidad de Said y el empobrecimiento intelectual del líder palestino».
Edward Said ya había criticado muchas veces con anterioridad (por su corrupción y sus cesiones a Israel) al finado dirigente palestino, véase por ejemplo: New Left Review 11, septiembre-octubre de 2001: Edward Said «The desertion of Arafat».
(5) Gilad Atzmon «Respuesta a D.Barenboim». Rebelión 19-11-2004: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=7887
(6) Felisa Sastre «D.Barenboim y el autócrata». Rebelión 19-11-2004: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=7889
Es de destacar la traducción por la autora del artículo de Joseph Massad «Semitas y Anti-semitas, esa es la cuestión», un artículo también sumamente orientador. En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=9013