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Israel al diván

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Palestina es el único país al que se le exige tener una democracia antes que un Estado. La lógica informativa que el mundo recibe mayoritariamente, ha inclinado el tablero hacia la responsabilidad palestina obviando casi por completo la israelí. Hasta en el documento llamado Hoja de Ruta, previo a la invasión sobre Irak, se reconoce […]

Palestina es el único país al que se le exige tener una democracia antes que un Estado. La lógica informativa que el mundo recibe mayoritariamente, ha inclinado el tablero hacia la responsabilidad palestina obviando casi por completo la israelí. Hasta en el documento llamado Hoja de Ruta, previo a la invasión sobre Irak, se reconoce que los pasos previos a la estabilidad deben ser cumplidos por ambas partes. Sharon ha encontrado en los ataques del 13 de enero perpetrados por fundamentalistas islámicos, la coartada ideal para cerrar nuevamente la posibilidad de la negociación.

Israel controla de hecho y de jure mucho más de 60% del territorio de la Palestina histórica, y los pocos enclaves poblacionales y territoriales de autonomía palestina, son ghetos aislados sin conexión territorial con las otras zonas o ciudades palestinas. La política de creación de asentamientos judíos en Cisjordania no ha cesado, a pesar de que el Plan de Desconexión de Sharon dé la impresión de aquello. Los 7 mil colonos que Sharon hace un año viene señalando que serán retirados de Gaza, son insignificantes respecto de los más de 200 mil que existen en Cisjordania y de los cuales no se dice nada. Observando un mapa de Cisjordania en el que los asentamientos israelíes se divisan cual granizada sobre ese territorio, se puede entender de mejor modo la complejidad de cualquier negociación seria que involucre soberanía palestina.

El actual gobierno de Israel, encuentra en la política de Bush la mejor manera de evitar abiertamente llegar a los temas de fondo con los palestinos. No tiene la menor intensión de que los pasos exigidos se den en paralelo, sino que albergan íntimamente un desprecio mayúsculo por su vecino pueblo también semita. En esa realidad la expectativa mediática que significó la extraña muerte de Arafat, se viene cerrando aceleradamente en medio de una crisis de gobierno en el propio Israel. La conferencia de Londres anunciada por Blair y aceptada por Abu Masen, trae consigo la enorme salvedad de que no acudirá ningún representante del Estado de Israel. Es decir, se trata de una conferencia cuasi pedagógica sobre lo que occidente le dirá a Palestina que debe cumplir para ocasionalmente llegar a negociaciones de paz.

A pesar de que la desaparición de Arafat trajo augurios de caos y desintegración de la causa palestina, este país ha demostrado que un proceso democrático no le resulta ajeno, y la elección realizada, a pesar de algunas observaciones posee la legitimidad necesaria para otorgar al recién juramentado Abu Masen margen de maniobra. La nueva oposición palestina liderada por Mustafá Bargouti, se convierte en una alternativa real frente Al Fata (partido de Arafat) y al radicalismo de Hamas y otros grupos, en el arduo proceso de llevarlos al juego electoral en las próximas elecciones parlamentarias de Mayo.

El establishment político Israelí según la trayectoria de sus dirigentes en las ultimas décadas, demuestra su rotunda negativa a aceptar la consolidación de un Estado Palestino autónomo y soberano. Se juega a la política del cansancio que encuentra en la Intifada el pretexto perfecto para negarse a entablar un dialogo. Los ghetos o batustanes sin continuidad territorial es lo que permanece latente en el pensamiento Israelí como máxima alternativa, y mientras el tablero político internacional siga encabezado por Bush, la situación no posee visos optimistas.

Pese a lo enrevesado que el conflicto se torna a los ojos del ciudadano común, las resoluciones de las Naciones Unidas, sean del Consejo de Seguridad o de la Asamblea General, abren el único camino posible para llegar a un estado de cosas aceptable. Refugiados, asentamientos judíos en Palestina, presos políticos, y retiro de los ocupantes a las fronteras anteriores a 1967, son las patas de la mesa que Israel se encarga de serruchar sistemáticamente. El paralelismo en las acciones es otro aspecto central, ya que la propuesta unilateral de Sharon vicia de nacimiento cualquier proceso y da alas a las milicias palestinas para sostener que no hay voluntad. Así, las armas frente al ejército ocupante, confiscador de tierras, demoledor de viviendas, que impide el tránsito y la normal vida palestina, se convierten en una opción clara para muchos sectores jóvenes y frustrados en una historia de trágica supervivencia.

Si a miles de kilómetros de distancia, poseedores de una cultura distinta, la prepotencia de la potencia ocupante se hace evidente e ilegitima, en las calles de Gaza, o de cualquiera de las ciudades palestinas sometidas a más de 700 Puestos de control vejatorios, el peso de la ocupación debe de ser realmente asfixiante. Una frustración colectiva en la que a pesar de las tremendas limitaciones el ímpetu palestino violento o razonable, pervive. Al frente, una colectividad perseguida y arrinconada por siglos como la judía, no es capaz de realizar una introspección de su accionar y entender que su derecho acaba en donde empieza el derecho de los demás. Pero quién con el poder suficiente se atreve a decirle eso al gobierno israelí, hoy nadie. Por el contrario todo aquello que sea crítica al gobierno israelí se torna en antisemitismo. El entrampamiento requiere además de actos políticos, de un examen de psicoanálisis histórico del que ningún pueblo debiera quejarse, menos aún el judío.

15 1 2005