Lo que quizá Rigoberta Menchú desconoce es el amor desmedido de Fraga Iribarne por Augusto Pinochet y la defensa acendrada de Augusto Pinochet en boca de Fraga Iribarne. O la firma del presidente gallego en la sentencia de muerte de Julián Grimau. O el folleto, de título Crimen y castigo, que redactó y publicó para […]
Lo que quizá Rigoberta Menchú desconoce es el amor desmedido de Fraga Iribarne por Augusto Pinochet y la defensa acendrada de Augusto Pinochet en boca de Fraga Iribarne. O la firma del presidente gallego en la sentencia de muerte de Julián Grimau. O el folleto, de título Crimen y castigo, que redactó y publicó para justificar el fusilamiento del comunista catalán. O los consejos de ministros de la dictadura franquista donde el que ahora opta a una quinta mayoría absoluta en las elecciones de Galiza asentía y consentía la pena de muerte. O puede que Rigoberta Menchú tampoco sepa nada de los obreros caídos en Gasteiz cuando Fraga Iribarne asumía la cartera de Gobernación, ni de los muertos en Montejurra, ni de su prólogo a un libro revisionista del Holocausto nazi. Tal vez nadie advirtió a Rigoberta Menchú del currículum del hombre al que estrecha la mano en una fotografía de periódico del 31 de mayo de 2005. El mismo hombre que elaboró listas negras de periodistas nada más alcanzar la presidencia gallega a finales de 1989 y que ahora llama morralla y porquería a las más de trescientas personas del «mundo de la incultura» que pusieron en marcha la película colectiva Hai que botalos (Hay que echarlos). Ni un sólo amigo o asesor o compañero o camarada avisó a Rigoberta Menchú de la obscenidad de su gesto, de la complicidad de su mano dada con las formas más oscuras de la democracia representativa. Del favor que otorga esa fotografía a uno de los personajes más siniestros de la política española de este siglo.