De Sonora a Chiapas y Yucatán, el etnocidio se llama hoy desarrollo turístico. Los indios son acusados de «resistirse al progreso» por gobernadores súper buena onda, modernos y todo, como el empresario priísta Eduardo Bours Castelo en Sonora, el pirruris yucateco y panista Patricio Patrón Laviada, y el político priísta que gobierna Chiapas por el […]
De Sonora a Chiapas y Yucatán, el etnocidio se llama hoy desarrollo turístico.
Los indios son acusados de «resistirse al progreso» por gobernadores súper buena onda, modernos y todo, como el empresario priísta Eduardo Bours Castelo en Sonora, el pirruris yucateco y panista Patricio Patrón Laviada, y el político priísta que gobierna Chiapas por el PAN y el PRD, Pablo Salazar Mendiguchía.
Faltaba más, claro que los pueblos indios están invitados al Progreso.
De hecho, ¿saben que?, es justamente en beneficio suyo, de los pueblos, que los gobiernos se esfuerzan en destinar cuantiosas inversiones en el territorio seri de Bahía Kino o las selvas mayas en la Lacandona. ¿Despojarlos? ¿Echarlos? Esos son inventos de los medios de comunicación, y los «líderes», tan mal pensados, y las ong de derechos humanos que no quieren entender el altruismo inherente al Desarrollo.
Ironías aparte, estas prácticas desarrollistas contra los pueblos indígenas no son nuevas, sólo se reeditan. Con la misma cara dura las autoridades los acusan de «amenazar» el «medio ambiente» donde han vivido durante milenios, puesto que la novedad es que los enemigos de la conservación natural son los campesinos, no las carreteras, ni los hoteles, plantas industriales, pozos petroleros, hidroeléctricas y zonas residenciales.
Con la misma amplitud de miras fueron arrancados por arrasamiento los chinantecos y mazatecos de las montañas de Oaxaca para construir las presas Miguel Alemán y Miguel de la Madrid.
Las comunidades pesqueras y agrícolas del área de Huatulco, cuando les llegó la brutalidad del «desarrollo turístico», supieron que el gobierno salinista se les dejaría ir con todo para esfumarlos («integrarlos»), tal y como ocurrió.
«Reordenamiento territorial» es otro de los eufemismos del desarrollismo marrullero que pretende quitar a los pueblos el manejo del territorio que viven y los vive.
En semanas recientes, el gobierno de Sonora ha emprendido una campaña de criminalización y persecución embozada contra el pueblo conca’ac o seri, para abrirle paso al proyectote turístico Escalera Náutica que habrá de traer al litoral sonorense un esplendor de dólares, y los turistas estadounidenses nos concederán el honor de lavarles sus yates con aguas nacionales, y ya ni siquiera el de ser sus meseros, recamareras, choferes y bufones; oficios todos, como se sabe, estupendos para proteger la integridad de un pueblo como el conca’ac hasta ahora libre, pacífico y dueño legítimo de su territorio.
Detalles más, detalles menos, esto sucede a cada rato en Montes Azules y sus alrededores.
Van para afuera los indios «delincuentes ambientales», van para adentro carreteras, puentes, balnearios y hoteles (administrados por las víctimas en papel de socios).
Recorren el agro nacional programas tipo Procede, instituciones manipuladoras como Conadepi, chantajes disfrazados como los que promueven Semarnat y Conafor en Chihuahua, Jalisco, Nayarit, Veracruz, Guerrero. Santa emigración, Batman: para el gobierno actual, la «salvación» del campo está en despoblarlo.
«Me preocupa el atraso de los seris» expresó el mandatario sonorense en días pasados. «Pero tienen una gran [sic] oportunidad de modernizarse, ya que habitan una de las zonas más ricas del estado para el desarrollo turístico y acuícola». (Donde «acuícola» se referiría a los deportes que se practican con la cola en el agua.)
A fin de cuentas todo va a dar a la misma mascarada del neoliberalismo en pleno, al parecer incontenible pero con pies de materia deleznable, peor que el barro; casi yeso, talco; casi baba.
Unido al manejable concierto de los Estados latinoamericanos, el gobierno de México pone todo por el avance del mercado, y si los indios se interponen los hace a un lado del mismo modo que sus pares en Chile, Perú, Colombia, Guatemala y Bolivia.
Los socios y clientes del Estado quieren las selvas y bosques de los pueblos, quieren su agua, sus playas, sus montañas, sus genes, sus marcas registradas.
Ya dos siglos bajo las siglas tlcan, alca, cafta, planes «Puebla-Panamá» o «Colombia», fmi, bm, omc, etcétera. Más las que vengan. El Desarrollo.
Pero qué tal la crueldad con que se ha despoblado la Amazonia en Brasil, Perú y Ecuador.
Qué tal gobiernos como los de Fox o Lagos, que no se enteran siquiera de lo que está pasando en el sur de sus respectivos países. Cuando llegaron al cargo, la persecución contra los mapuches y los mayas ya estaba en marcha. Pueden hacerse de la vista gorda. El Chile democrático heredó del pinochetismo el know how de un aparato de espionaje y seguridad que reorientó hacia la población aborigen del sur (que ahí es el más sur-sur que las Américas conocen).
De la misma inopinada manera, el Fox del «cambiazo» y el «gabinetazo» heredó la maquinaria de guerra regular en Chiapas, y de persecución parapoliciaca, y «paraguerrillera» en el Oaxaca de Ulises Ruiz (y Murat), y ni se acuerda de meter las manos; bastante ocupadas las tiene metiéndolas en otros pantanos.
Por más que el sistema predica lo contrario, la democracia en las Américas no es para los pueblos indios; ni siquiera en Ecuador donde el movimiento indígena nacional incluso ha participado en el gobierno, las reglas del juego democrático están al servicio de ellos.
La mascarada puede continuar.
De Sonora (no, desde la Alaska por Bush y compañía ya condenada a desangrarse en petróleo y carreteras perecederas) a la Tierra del Fuego. Tenemos presidentes.
Tenemos gobernadores. Tenemos candidatos.
Visto desde abajo, el etnocidio se ampara en muchos nuevos santos patronos: turismo, ecología, «evolución» transgénica, política «moderna» (alias «democracia»), televisión. El monopolio estatal de la fuerza y la coerción no es nuevo.
Para ejecutar el etnocidio siempre concurren policías, ejércitos nacionales y bandas armadas irregulares, epidemias, delitos inusitados y sustancias tóxicas.
Etnocidio. Genocidio. Desarrollo. Progreso. Futuro. Modernidad. Si a desarrollos turísticos vamos, de Punta Peñasco (golfo de Baja California, o mar de Cortés, Sonora) a Roberto Barrios (río Bascán, Chiapas) la historia se quiere escribir con la misma tinta en la sangre.