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Ahora nos hemos retirado de la Franja de Gaza. Hemos dejado todo el territorio, sacando a todos los colonos, demoliendo todos los asentamientos. Nos hemos dejado sólo un clavo en la pared: las sinagogas

El clavo de Joha

Fuentes:

Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis

Un día Joha, el héroe del humor popular árabe, vendió su casa. El precio que exigió era ridículamente bajo y él tenía sólo una condición: «en una de las paredes hay un clavo al que yo le tengo mucho cariño». El comprador rápidamente aceptó. ¿Quién se preocupa por un clavo?

Después de algunos días, Joha fue a la casa y colgó su chaqueta en el clavo. Después de eso trajo su cama y empezó a dormir allí. » El clavo es tan estimado para mí, que no puedo dormir lejos de él,» explicó. Otra vez, trajo a su familia para visitar el clavo y hacer allí una fiesta. Al fin, el nuevo dueño no pudo sobrellevarlo más y compró el clavo por un precio muchas veces más caro que el que había pagado por la propia casa.

Quizá los líderes de Israel no saben la anécdota, pero su conducta verdaderamente se le parece.

Empezó con el acuerdo de paz con Egipto. Israel estaba de acuerdo en irse de todo el Sinaí. Entre Menahem Begin y Anwar Sadat se empezaron a desarrollar cálidos sentimiento. Y entonces apareció el clavo: Israel se negó a dejar Taba, un pedazo diminuto de tierra a la orilla del Golfo de Aqaba. Las relaciones se agriaron, sucedió una ronda de amargas riñas y al fin tomó parte el arbitraje internacional para decidir lo que estaba claro desde el principio: Taba pertenece a Egipto y, finalmente, se le devolvió. Hoy día masas de jugadores israelíes se dejan allí su dinero.

La historia se repitió en el Líbano. Primero el gobierno decidió retener un clavo muy grande: la «franja de seguridad» que originó una guerra de guerrillas larga y sangrienta. Al fin, fuimos obligados a abandonarla – en una maniobra que pareció un vuelo – y quedarnos sólo un pequeño clavo: «las granjas de Shebaa». Esto da una razón a Hizbollá para no desarmarse y de vez en cuando calentar a la frontera a placer.

Si uno prefiere una historia polaca a una árabe, uno puede mencionar a la señora que le pidió a su dentista que le sacara todos sus dientes estropeados, exceptando uno: sólo para recordarle cuánto dolía.

Ahora nos hemos retirado de la Franja de Gaza. Hemos dejado todo el territorio, sacando a todos los colonos, demoliendo todos los asentamientos. Nos hemos dejado sólo un clavo en la pared: las sinagogas.

Éstas no eran, Dios no lo quiera, santificados edificios de la antigüedad, remanentes preciosos del pasado. Eran nada más que edificios levantados bastante recientemente para rezar y celebrar reuniones de las que todos los accesorios religiosos ya se habían extraído. El ejército propuso destruirlos allí junto con todas las otras casas, y eso es lo que el gobierno decidió.

Pero después que la farsa del «desarraigo de los colonos» llegara a su fin, después de que el último llorón derramara sus lágrimas en la camisa de un policía delante de una cámara de televisión, después de que el último oficial del ejército abrazara a un gamberro nacionalista de acuerdo con las órdenes recibidas, los rabinos del asentamiento recordaron de repente que los edificios de las sinagogas son sagrados. Usaron a Dios como un instrumento político, como habían hecho antes con los bebés.

Los ministros del Likud que no temen a Dios de la manera que le temen al Comité Central de su partido, cambiaron de opinión con la velocidad del relámpago y decidieron que se prohibía destruir las sinagogas. El gobierno cambió su posición en el último momento, sin informar a la dirección Palestina y sin consulta previa con la misma. No se molestaron en informar al Tribunal Supremo que ya había sentenciado que las sinagogas podían destruirse.

Ha sido un acto ruin simple y llanamente. Dejó a los palestinos ante los cuernos de un dilema: destinar miles de soldados a guardar edificios vacíos de aquí a la eternidad o permitir que la tormenta de masas excitadas asaltaran estos odiados símbolos de la ocupación que había convertido sus vidas en un infierno.

Hasta a donde a Sharon le interesaba, el ejercicio fue era un gran éxito: el mundo vio a «la loca chusma Palestina» quemando «las casas de culto», en un tipo de Kristallnacht

( noche de los critales rotos) fabricado de antemano, made in Israel. El presidente Bush condenó la «quema de sinagogas», el presidente Moshe Katzav de Israel estaba disgustado por la el «profanación Lugares Santos Judíos», el público israelí fortaleció aún más su creencia de que los árabes son bárbaros sub-humanos y demuestra de nuevo que nosotros no tenemos a nadie con quien hablar.

Ese no fue el único clavo que el Joha israelí dejó en la pared.

Otro clavo fue la demolición del paso fronterizo de Rafah. Que también llegó por sorpresa, sin diálogo previo con los palestinos. Puesto que las afirmaciones gubernamentales israelíes de que la ocupación de la Franja de Gaza ha llegado a su fin y queda relevado de su responsabilidad con el millón y medio de habitantes, significa incomprensiblemente que hemos cerrado una frontera entre dos territorios extranjeros: la Franja de Gaza y Egipto.

Esto, por supuesto, no fue eficaz ni por un solo momento. Lo que sucedió se parecía a los acaecimientos tras la caída del muro de Berlín que había separado, una de la otra, las dos partes de la ciudad, exactamente igual que el muro que Israel construyó en Rafah: parientes que no se habían visto durante décadas corrieron y se abrazaron y las multitudes acudieron en torrente al otro lado para ver, comprar barato y dar salida a su excitación. Israel ganó de nuevo: los egipcios han demostrado su ineficacia, las autoridades palestinas han mostrado que no se puede confiar en ellas y las masas han demostrado que son salvajes y desordenadas.

Si los egipcios hubieran intervenido violentamente, habrían mostrado ser enemigos del pueblo palestino. Si los policías palestinos hubieran disparado a su propia gente, habrían perdido cualquier autoridad moral. Está claro que ningún muro férreo israelí puede separar Gaza del Sinaí. El asunto puede arreglarse únicamente con acuerdos sensatos.

Y hay más clavos: el puerto de Gaza, cuya construcción Israel está intentando impedir, y el aeropuerto de Gaza, la operatividad del cual Israel está intentando de obstruir. Todo esto para prevenir el «paso de armas de contrabando a la Franja de Gaza» – un claro pretexto por dejar la Franja aislada del mundo y continuar su ocupación por otros medios.

Ahora que la «desconexión» ha acabado, como parece, uno puede aprobar un juicio inequívoco: toda la operación fue increíblemente estúpida.

Tonta porque fue unilateral. No hizo posible la cooperación, exceptuando un alto el fuego al más bajo nivel mientras la retirada se llevaba a cabo. La retirada podía haberse utilizado para tender puentes psicológicos y políticos entre los dos pueblos. Podría convencer a la población de Gaza que ahora vale la pena vivir en paz con nosotros. Esto hubiera aislado a las organizaciones radicales, habría ayudado la dirección palestina y habría aumentado la seguridad de ciudades y pueblos israelíes adyacentes a la Franja.

Si toda la operación hubiera sido llevada a cabo desde el principio con el espíritu de un diálogo entre iguales, podría haberse llegado a alcanzar acuerdos sobre el paso fronterizo entre la Franja y Egipto, vigilancia internacional para impedir el tráfico ilícito de armas, el estatus de las sinagogas, las conexiones por mar y por aire, y todo lo demás. Pero Sharon no quiso un diálogo con los palestinos que podría convertirse, Dios no lo quiera, en el precedente para un diálogo sobre el futuro de Cisjordania.

En cambio, todo se hizo en una atmósfera de desconfianza y enemistad. Funcionarios y políticos israelíes y políticos – sin excepción – continuaron comportándose y hablando como gobernadores militares y usando el idioma de las amenazas y la arrogancia. Su conducta demostró que la ocupación realmente no ha terminado; ni en Gaza, ni, incluso menos, en Cisjordania.

El Joha Palestino es un tipo hábil. El Joha israelí simplemente es vulgar.