Como si se tratara de otra época de la historia, el primer ministro israelí, Ehud Olmert, autorizó ayer una acción militar enormemente vistosa con fotógrafos y toda una legión de cámaras de televisión contra una cárcel palestina situada en Jericó para detener a varios acusados del asesinato de un ministro israelí hace cuatro años. La […]
Como si se tratara de otra época de la historia, el primer ministro israelí, Ehud Olmert, autorizó ayer una acción militar enormemente vistosa con fotógrafos y toda una legión de cámaras de televisión contra una cárcel palestina situada en Jericó para detener a varios acusados del asesinato de un ministro israelí hace cuatro años. La acción, que no puede merecer más que la repulsa de la comunidad internacional, se ha producido después de que algún dirigente de Hamas especulara con la próxima puesta en libertad del presunto asesino, que cumplía condena en prisión. Nada es excusa para la acción ordenada por el primer ministro israelí: ni el temor a la liberación de Ahmed Sadat ni la campaña electoral en la que Olmert quiere conservar el cargo que ocupa desde el cese por enfermedad grave e irreversible de su antecesor, Ariel Sharon. La reacción posterior de secuestros indiscriminados de occidentales en el área refleja la complejidad del momento que atraviesa toda la zona y que fácilmente puede volver a estallar en cualquier instante. Los pasos que ha dado Israel en los últimos tiempos han permitido pensar que había un margen para que, tras los comicios, la cuerda no se acabara de romper en sus relaciones con la Autoridad Nacional Palestina y con Hamas. La acción de ayer es un mal paso en esa dirección.