Chris y yo mientras tratábamos de entrar a la prisión de Jericó, antes de ser detenidos. Tras caminar más de cuatro horas y sortear dos controles militares y un asentamiento ilegal, llegamos a Jericó y vimos que el barrio que rodea la prisión de Jericó estaba lleno de soldados israelíes y los niños palestinos […]
Tras caminar más de cuatro horas y sortear dos controles militares y un asentamiento ilegal, llegamos a Jericó y vimos que el barrio que rodea la prisión de Jericó estaba lleno de soldados israelíes y los niños palestinos trataban de rechazarlos a pedradas. Les preguntamos a los niños cómo llegar, a través de calles laterales, hasta el punto más próximo a la prisión, desde el cual los periodistas cubrían el ataque.
Mientras Chris, británico, C. del Servicio Internacional de Mujeres por la Paz y yo misma nos acercábamos a la ciudad, podía oírse el ruido de los helicópteros y los bombardeos de artillería desde lejos. Cuando llegamos a la prisión, vimos que ésta tenía forma de «u» y que su edificio principal estaba en llamas y totalmente destruido. Los niños nos explicaron que un helicóptero había bombardeado el recinto.
Los prisioneros y los empleados palestinos de la prisión habían sido arrinconados en una habitación en el centro del edificio en forma de «u» por el ejército israelíTmientras destruían el resto del recinto con total impunidad. Los guardianes americanos y británicos ya habían abandonado la prisión.
Mientras nos organizábamos para entrar al recinto y tratar de unirnos a los prisioneros que estaban sitiados, el edificio recibió al menos cuatro impactos de artillería provenientes de un tanque israelí. Los soldados les pedían a los presos palestinos que se rindieran a través de un sistema de altavoces.
EL sonido que más preocupaba era un rat-tat-tat-tat muy alto y lento que identificabamos con algún tipo de ametralladora pesada. Resultó ser un compresor de piedra o maquina «Congo» que estaba siendo utilizada para destruir las paredes del recinto en el que se refugiaban los prisioneros, con el consiguiente peligro para su vida.
En vano, tratamos de hablar por teléfono con la gente encerrada en el edificio para avisarles de que trataríamos de entrar. Sabíamos que teníamos poco tiempo y pese que éramos sólo tres activistas, nos cargamos de comida y medicamentos, levantamos las manos para avisar de que íbamos desarmados y caminamos lo más rápido que pudimos hacia los prisioneros. Los soldados nos gritaron que diésemos la vuelta y no les hicimos caso. A unos cien metros de los prisioneros, un grupo de soldados a pie, nos atrapó.
Después de que nos cogiesen me tiré al suelo para dificultarles que me sacasen de allí. Gracias a las técnicas de resistencia no violenta que utilizamos y enseñamos en nuestros entrenamientos, les llevó más de diez minutos a tres soldados poder esposarme. Sölo lo consiguieron cuando uno de ellos me aplastó la garganta con la rodilla mientras los otros dos me agarraban por un brazo cada uno. Chris ya estaba en el jeep cuando me llevaron.
Cuando me negué a moverme, el comandante dejó a dos soldados encargados de mi custodia y les dijo delante de mí, en hebreo «Si alguien sale del edificio, disparadle a dar. No estamos jugando. El hecho de que saliesen de los jeeps y estuvesen tanto tiempo a descubierto con nostros es la mejor prueba para demostrar que sabían que no corrían ningún peligro.
Los soldados que me vigilaban y yo, estuvimos allí unos diez minutos hasta que llegó la policía de fronteras para llevarme. Cuando el comandante de la unidad volvió, le preguntó al soldado, en hebreo, «si los peces gordos aún estaban dentro». Le dijeron que no hablase en hebreo delante de mí e inmediatamente cambió al árabe.
Cuatro policías de fronteras me metieron en un jeep y después trajeron a Chris esposado con las manos a la espalda. Pensábamos que nos llevarían a una comisaría pero nos dejaron en un checkpoint a la salida de Jericó y nos dijeron que nos fuésemos.
En el camino de vuelta, nos enteramos de que los prisioneros y todas las personas que se encontraban en el recinto habían sido arrestadas. Lo que decía la gente en el lugar de los hechos era que la pared que protegía a los asediados había sido derribada por la máquina que oíamos, dejándoles expuestos al fuego israelí. Les ordenaron salir uno a uno. Los prisioneros estaban desarmados. Los prisioneros palestinos no se rindieron ni salieron por su voluntad del recinto. Sus paredes fueron demolidas.
Según AlJazeera.net, dos oficiales palestinos, uno de ellos, Ibrahim Abu al-Amin, fueron asesinados y otras 23 personas han resultado heridas. Los palestinos han sido humillados una vez más. Las oportunidades de que exista una Autoridad Palestina viable (sin mencionar el Estado) y la confianza en los mediadores internacionales han desaparecido una más y las amenazas de una represalia armada han aumentado. Y todo por culpa de las necesidades electorales de Ehud Olmert.