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La batalla del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) para resguardar los recursos genéticos que las multinacionales pretenden dominar

Guardianes de semillas

Fuentes: www.prensamercosur.com.ar

Una verdadera guerra se está llevando a cabo en todos los rincones del planeta, que los principales medios de comunicación se empecinan en ocultar. «Primero se nos dijo que había muerto la lucha de clases. Después se publicó la noticia de la muerte de las ideologías. Más adelante le tocó morir a la historia y, […]

Una verdadera guerra se está llevando a cabo en todos los rincones del planeta, que los principales medios de comunicación se empecinan en ocultar. «Primero se nos dijo que había muerto la lucha de clases. Después se publicó la noticia de la muerte de las ideologías. Más adelante le tocó morir a la historia y, fatalmente, le llegó su hora a las utopías. La agricultura, la biodiversidad y el mundo rural no han logrado escaparse de esta epidemia, sólo que aquí las muertes comienzan a ser también dolorosamente materiales. Miles de familias campesinas desaparecen cada año, otros tantos sistemas de producción, variedades vegetales, razas animales y especies de uso local sufren lo mismo. Una cantidad incalculable de recursos biológicos se destruyen en el mismo lapso. Lo espiritual e inmaterial no corren mejor suerte: los sistemas de conocimiento local y tradicional están bajo el fuego cruzado de los ataques privatizadores y las obsesiones modernizantes», informa la agrónoma chilena Camila Montesinos, en algún lugar desde el campo de combate.

No sólo se avanza sobre los territorios, en este momento el frente de batalla se ha desplazado hacia el control de algo tan esencial como los alimentos. La estrategia de ataque del enemigo es apoderarse de las semillas. Su táctica es la manipulación genética y el patentamiento. Encubierta en un falso paradigma de progreso, esta guerra deja muertos y refugiados como cualquier otra.

El escritor y semiólogo italiano Umberto Eco describió la importancia vital de las semillas en un artículo titulado «De como el poroto salvó a la civilización», en el que resalta que de no ser por las legumbres, la Humanidad no habría salido de la Edad Media. Las invasiones bárbaras habían destruido la civilización romana, con ella técnicas fundamentales cayeron en el olvido y, lo que es peor, dejó de cultivarse la tierra. «En ese sentido, la Edad Media anterior al año 1000 fue un periodo de indigencia, hambre e inseguridad», decía Eco.

En ese momento, la población se debilitaba y reducía; la gente caía víctima de enfermedades. En el siglo VII Europa había quedado reducida a apenas catorce millones de habitantes. La escasa población, sumada a la reducida superficie de tierra cultivada, hacían que casi todos estuvieran desnutridos.

Pero Eco señala que en los cinco siglos que siguieron al año 1000 algo notable pasó, la población de Europa se duplicó, y tal vez incluso se triplicó: «En la remota Edad Media los pobres no comían carne, a menos que consiguieran criar algunos pollos o se dedicaran a la caza furtiva (las presas de los bosques eran propiedad de los señores). La pobreza de la dieta engendraba una población desnutrida, flaca, débil, baja e incapaz de trabajar en los campos. Cuando el cultivo de legumbres comenzó a extenderse en el siglo X, tuvo un profundo impacto en Europa. La clase trabajadora pudo consumir más proteínas y, en consecuencia, ganó en corpulencia y en expectativas de vida, engendró mayor número de hijos y repobló un continente.

Nótese que Eco habla de los porotos como alimento humano, «y no sólo de los porotos, sino también de las arvejas y las lentejas», no de los actuales porotos de soja que los europeos utilizan para darle de comer a sus animales, que en aquella época no se conocían en ese continente. De no ser por esos porotos, la historia europea hubiera sido muy diferente y, en consecuencia, la historia americana también, que quizá no hubiera padecido la conquista.

Este continente tenía sus propios alimentos vegetales, como la papa y el maíz, y sus conocimientos para multiplicarlos, que fueron esenciales para la estabilización demográfica de la población europea, azotada periódicamente por crisis alimentarias -a pesar de los porotos-, que su agricultura no era capaz de resolver. Y viceversa, el fuerte impacto sobre la economía y la dieta americanas de plantas como la caña de azúcar, el plátano y el trigo, que introdujo el Viejo Mundo, fue decisivo para el afianzamiento de sectores y monopolios comerciales, como el del tabaco y el del azúcar.

Esta historia sirve de ejemplo para advertir la magnitud del actual conflicto que se manifiesta por el control de las semillas. «La Edad Media nos puede enseñar cosas», dice Eco. Aunque esta vez, el título del artículo debería llamarse «De como un poroto hundió a la civilización». Ya que al mejor estilo de las invasiones bárbaras, empresas multinacionales de «agronegocios» están destruyendo conocimientos fundamentales y, a causa del monocultivo forrajero de soja que imponen, se está dejando de lado las variedades que nos dan alimento, en lo que podemos llamar una nueva invasión a escala global de «bárbaros contemporáneos».

Ayer como hoy, esta invasión está destruyendo la vida campesina, como pudimos comprobarlo con nuestros propios ojos en la región. Las acciones que las multinacionales del «agronegocio» están desplegando pueden describirse como la recreación del feudalismo, expulsando a las personas de su tierra por medio de maniobras de encierro, despojándolos de la autonomía de producir sus propias semillas, obligándolos a convertirse en trabajadores a sueldo y en compradores de lo que antes se autoabastecían.

En esta guerra desigual, el MST libra batalla en el flanco latinoamericano. El coordinador nacional, João Pedro Stedile, arengó en la apertura de los festejos del vigésimo aniversario del movimiento, hace poco más de dos años atrás: «No alcanza derribar las cercas y conquistar la tierra. Es necesario derribar las de la ignorancia, las del del capital (…). Descubrimos que es necesario también derribar la de la las tecnología de las multinacionales, que nos impone las semillas transgénicas. Si perdemos el patrimonio de las semillas de nada servirá que conquistemos la tierra y el capital. Aquí en el Brasil, el campesino tiene que luchar contra los transgénicos, aunque tengamos que ir a la guerra».

Palabras dichas en este mismo lugar, en el Instituto Técnico de Educación e Investigación Agraria (ITEPA) del MST, en el Estado brasileño de Paraná, donde pudimos conversar con el ingeniero Agrónomo Roberto Cámara, que daría al equipo de APM que recorre la región sojera sudamericana un cuadro de situación pormenorizado.

«El Estado de Paraná nació con el 70 por ciento de su superficie cubierta de selva, hoy tenemos nada más que el cuatro por ciento. Antes, el 70 por ciento de la población vivía en el medio rural, hoy no llega a más del 20. Toda esa deforestación se produjo con tecnología importada de Europa y basada en el petróleo; la matriz tecnológica de la agricultura de hoy, funciona a partir del petróleo. Desde los años 70 a los 90 fueron expulsadas miles de familias del campo por ese modelo, pero ahora han vuelto a través de la organización del MST», dijo Cámara.

El MST aparece como consecuencia de esa tecnología utilizada. En los primeros asentamientos, las familias dependían de la agricultura del petróleo, de la agricultura química, de semillas compradas. Con toda esa dependencia, las familias sólo permanecían un tiempo, continuaban pobres y tendían a salir de la tierra.

«El movimiento entonces comenzó a definir un nuevo modelo de producción, de matriz agroecológica que, en vez de energía del petróleo, utilizaría energía solar y recursos locales. En la agricultura química tiene que venir fósforo, potasio, de Estados Unidos, de Rusia, con un gran costo energético», añadió el ingeniero agrónomo del MST.

«Para producir agroecológicamente tenemos que tener semillas apropiadas, pero en estos 30 o 40 años de agricultura química todas las semillas que tenemos fueron operadas genéticamente por procesos de hibridación y transgenia, que sólo sirve para el modelo químico. Entonces, tenemos que tener nuestras propias semillas y tener dominio sobre ellas. Saber cómo hacerlas, cómo almacenarlas y cómo mejorarlas en forma apropiada para nuestra agricultura. Y no sólo las semillas, sino los animales también», agregó.

Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), ya se perdió tres cuartas partes de la diversidad de semillas, de plantas alimenticias, que están extintas hoy, que no se pueden recuperar. Pero ese 25 por ciento de semillas están ahí. Ese 25 por ciento es un patrimonio incalculable en términos de valor, son dominio de los campesinos y comunidades indígenas. Todo ese gran recurso genético está en manos del MST, de segmentos de agricultura familiar y de comunidades indígenas.

«A partir del momento en que se destruyen la agricultura familiar y las comunidades indígenas, el recurso genético también se pierde. Entonces, la política del movimiento es recuperar ese poco de semillas que existen y aprender a utilizarlas. En estos 22 años, el movimiento viene recuperando la tradición del mejoramiento de semillas y animales. Haciendo selecciones, adaptando, recuperando todo lo que se perdió por dar paso a las grandes empresas que controlan la producción de semillas», explicó Cámara.

El movimiento enseña a los asentados sobre la necesidad de mantener y tener sus propias semillas. Por eso le da mucha importancia al intercambio de semillas. El MST también tiene un banco de semillas, pero lo que se llama un banco en vivo. Se trata de semillas para ser multiplicadas y distribuidas. La preocupación mayor es tener esas semillas y llevarlas al campo. Luego, si cada uno mantiene algunas, entonces esas semillas serán de dominio de los agricultores.

En ese sentido, agregó Cámara, «estamos construyendo una industria de semillas para agilizar y producir más, y para dejar de comprarlas. Porque hoy, como no se tiene dominio sobre las semillas, estamos obligados a comprarlas a corporaciones como Monsanto y Syngenta. ¿Por qué estamos dando todo ese dinero al «agronegocio»?. Entonces estamos pensando en hacer una producción en escala mayor de los principales cultivos, para que la gente cuente con ellos».

Para ello, el MST tendrá que construir un banco de semillas con condiciones controladas de temperatura y humedad, porque las semillas que poseen en el banco «en vivo», en el campo, tienen un alto grado de contaminación genética, como sucede en Argentina y en México, debido a la introducción de plantas transgénicas. Entonces, de aquí a 20 años el movimiento contará con semillas que no fueron contaminadas genéticamente.

La contaminación genética en el campo es inevitable, el maíz transporta el polen por el viento y contamina. Los campesinos del MST están trabajando para concientizar, para preparar a los militantes en el dominio del tema, para que sepan cómo manipular semillas y cómo combatir a las semillas transgénicas que ocasionan tanto perjuicio. Las semillas sobre las que están trabajando podrán ser utilizadas en un futuro como base genética para una nueva agricultura.

«Sabemos que la agricultura química con transgénicos se acabará por si sola, porque genéticamente es muy uniforme, sufrirá problemas ambientales, dolencias, plagas. Pero, para hacer una nueva agricultura, hay que tener la tecnología lista ya. No es una tecnología de sólo máquinas y siembra, hay que entender el funcionamiento del medio ambiente, de los árboles, de las frutas, del ganado», consideró Cámara.

«Hoy aquí, en el ITEPA y en todo el movimiento, se está trabajando en investigación con tecnología diferente, y la semilla es un tema fundamental. Nosotros imaginamos una agricultura distinta, que no dependa de las semillas de las multinacionales», agregó.

En el desarrollo de esas tareas, se ha observado que las semillas criollas, como se las llaman, semillas producidas en sistemas orgánicos, no químicos, tienen una cualidad de alimentar muy superior a las que actualmente se encuentran en el mercado. El MST encontró más del 50 por ciento de proteínas en el maíz y dos o tres veces más de fósforo y calcio. Esas semillas tienen una capacidad mayor de adaptación a condiciones de sequía y resistencia a enfermedades porque tienen una variedad genética mayor. En cambio, las semillas transgénicas tienen todas los mismos genes, parten de un grupo muy pequeño de plantas madres.

«Lo que esperamos es conseguir semillas apropiadas y animales también, como vacas y caballos para trabajar. Tenemos semillas de maíz y soja con una raíz mayor, que tolera más la sequía. Estamos trabajando porque las condiciones ambientales cambian rápidamente, a causa del perjuicio que provoca la agricultura química. Esos problemas ya empezaron a aflorar, como las temperaturas altas que, aquí, ya causaron tres años consecutivos de sequía», apuntó el ingeniero agrónomo.

Todo ese impacto tiene que ver con la agricultura basada en el consumo de petróleo, la quema de carbono a través del petróleo, la destrucción de la selva, el monocultivo. La cuestión de las semillas ya es una cuestión mundial, y existen en el mundo entero organizaciones que están corriendo detrás de lo poco que queda de ese recurso genético. Porque se conoce el valor que tendrá para la producción de alimentos en el futuro. El futuro es ahora. Y el MST tiene el mayor banco de germoplasma del planeta, en sus campamentos y asentamientos, junto con las comunidades indígenas.

«Los norteamericanos no lo tienen porque en los trópicos tenemos más variedad genética, y mucho más que en los países europeos. Aquí tenemos la mayor variedad de piñas, de papas, de picantes. Y ellos no tienen un banco de germoplasma vivo, tienen un banco en cámara fría. El mejor banco es el vivo, ellos pueden mantener un maíz durante diez años guardado, pero luego presentará degeneración. La manutención de semillas tiene que estar en el campo, tienen que estar vivas. Por eso nos interesa mucho intercambiar semillas. Cuanto más semillas conseguimos mejor, porque eso promueve la evolución del agrocampo», destacó Cámara.

Para junio próximo, en esta región, se realizarán unas jornadas de agroecología. La propuesta del MST es reunir a más de 10.000 campesinos de todo el Estado de Paraná, de Brasil y de América Latina para hacer un gran acto en defensa de la semilla criolla».

La gran lucha del movimiento sin tierra es en defensa de las semillas, porque nunca fue interés de la burguesía acabar con el hambre del mundo. La mayoría de los cereales que hoy se producen son para alimentar las mascotas de Europa, las vacas en Estados Unidos y no para la población que necesita comer. La propaganda de que la producción de transgénicos va a acabar con hambre del mundo es «papo furado», es decir sólo «bla, bla, bla». Para el gran capital financiero, el único interés es uniformizar todas nuestras semillas y hacer que los pueblos queden prisioneros de las multinacionales que las venden. De paso se impone así un modelo de uniformidad almenticia, en el que todo el mundo comenzó a comer sólo aquello que producen las transnacionales, pese a la diversidad de posibilidades materiales, de tradiciones culinarias y de gustos que encierran los pueblos.

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(*) El autor de este texto, viajó acompañado por el fotógrafo Marcelo Sosa Aubone