1. Si atendemos a la actividad diplomática de Israel, el conflicto de Oriente Medio parece reducirse a una cuestión de terrorismo. Nada más lejos de la realidad. Si se acepta, como pretende la propaganda sionista, que Israel sólo se defiende del terrorismo (¿no hay una lucha de liberación palestina?, ¿no reconoció la ONU a la […]
1. Si atendemos a la actividad diplomática de Israel, el conflicto de Oriente Medio parece reducirse a una cuestión de terrorismo. Nada más lejos de la realidad. Si se acepta, como pretende la propaganda sionista, que Israel sólo se defiende del terrorismo (¿no hay una lucha de liberación palestina?, ¿no reconoció la ONU a la OLP como legítimo representante del pueblo palestino?), deja de existir la cuestión central: la ocupación militar ilegal de los territorios palestinos, cuya población tiene derecho, conforme a la legalidad internacional y a la Carta de las Naciones Unidas, a resistirse a la ocupación. Para Israel, la OLP, el FPLP, Hamás y otras organizaciones palestinas son terroristas (lo milagroso sería que, en las condiciones de ocupación y expolio, no hubieran surgido terroristas). A Hamás, vencedor de las últimas elecciones en Cisjordania y Gaza, se le exige que reconozca a Israel. Es decir, se exige a los ocupados que reconozcan a sus ocupantes, mientras la «comunidad internacional» no exige a Israel el reconocimiento de Palestina, el fin de la ocupación, el cese de los asesinatos selectivos, la represión, el robo de tierra palestina.
Israel recurre al terrorismo: no sólo al terrorismo de los ricos (bombardeos, aviones no tripulados, misiles, explosión de bombas a distancia), sino también al de los pobres: en Líbano, tanto Hezbolá como Israel colocaban bombas en las carreteras. Por otra parte, el terrorismo suicida (utilizado como pretexto para la construcción del muro israelí) no nació con Hamás. Apareció por primera vez en el Líbano, en la década de los ochenta del siglo pasado, y no fue exclusivo de los islamistas, ni tampoco realizado sólo por hombres, como con mucha frecuencia se afirma. En Líbano, algunas mujeres llevaron a cabo acciones suicidas y los movimientos nasseristas utilizaron también el terrorismo suicida, que aparece mucho más tarde en los territorios palestinos ocupados por Israel. El terrorismo de Hamás y de la Yihad es de pobres, con suicidas cargados de cinturones de explosivos, que buscan causar víctimas entre la población civil, en pugna con un terrorismo más eficaz de comandos militares, misiles y helicópteros.
Hamás, que ha cumplido la tregua declarada hace un año, sin realizar atentados, ha comprobado que ello no ha supuesto la paralización de los asesinatos realizados por Israel. Sin embargo, ese letal terrorismo israelí apenas es noticia, a diferencia de los atentados perpetrados por Hamás o por otros grupos palestinos. La violencia terrorista no tiene límites para el gobierno israelí: pese a ello, incluso Hamás diferencia entre loa asesinatos de sus militantes, que juzga comprensibles habida cuenta de la situación de enfrentamiento militar, y los bombardeos de poblaciones civiles, que, en clara violación de toda la legislación internacional, Israel sigue realizando para castigar y aterrorizar al pueblo palestino.
Los principales dirigentes de Hamás fueron asesinados por Israel: Sheik Yassin, en marzo de 2004, y el doctor Abdel Aziz Rantissi, en abril del mismo año. La lista de asesinatos selectivos ordenada por los gobiernos israelíes es interminable, y se ha ejecutado en muchos países. Solamente en enero y febrero de 2006, Israel ha lanzado más de diez operaciones terroristas en Gaza y Cisjordania, asesinado a varias decenas de palestinos. A principios de febrero, un tribunal militar israelí condenaba a treinta y cinco años de cárcel a Mustafá Kamel Badarneh, dirigente del FDLP, acusado de dirigir las Brigadas de Resistencia Nacional Palestina, los guerrilleros del FDLP que atacan al ejército ocupante israelí. La represión es igualmente dura con el FPLP: recuérdese que en agosto de 2002, misiles israelíes destruían su sede central en Ramala, asesinando a Abu Alí Mustafá, el secretario general del FPLP.
Es cierto que la caracterización de la resistencia y de las formas de lucha enfrenta a las organizaciones palestinas. A diferencia de la acción que practican los islamistas palestinos, el FPLP no ataca nunca a la población civil israelí: jamás mandaría a un militante a inmolarse en un autobús. Pese a esa firme decisión, más de la cuarta parte de las acciones de la resistencia ante la ocupación son protagonizadas por el FPLP, y no va a renunciar a la resistencia. Tras la victoria de Hamás, los dirigentes del FPLP abonan la democratización de la OLP y la unión de todas las organizaciones resistentes. Su programa puede resumirse en la liberación de Cisjordania y Gaza, el retorno de los refugiados y la creación de un Estado unitario, laico y democrático, en todo el territorio de la vieja Palestina, donde convivan todos los grupos religiosos que lo hacen actualmente.
«El muro es para defendernos de los terroristas suicidas», alega Israel, pero, en la práctica, su construcción está arrasando cultivos palestinos, rodeando poblaciones, aislando a miles de personas, encarcelando a otras, apoderándose de buena parte del territorio de Cisjordania. El muro no es una defensa contra el terrorismo; es, sobre todo, un intento de apoderarse de más territorios. Los soldados israelíes utilizan sus excavadoras para arrasar los campos palestinos, mientras continúa expropiándose tierra en Jerusalén y Cisjordania para entregarla a colonos judíos, en ocasiones llegados desde otros países. El racismo antiárabe que acompaña a esa política se ha visto en la retirada de Gaza, donde Israel ha dejado arrasados los asentamientos judíos, que eran ilegales según las resoluciones de la ONU. Pese a la retórica antiterrorista de la construcción de un muro defensivo, la sistemática violación de los derechos humanos en los territorios ocupados, la política de asesinatos selectivos, las incautaciones y la propia ocupación militar y la negativa a reconocer a Palestina, muestran la verdadera cara de Israel.
La nueva ocupación israelí de Cisjordania y Gaza, contrariando los acuerdos de Oslo, hizo que la ONU aprobara una nueva resolución, la 1402, que exige la retirada israelí de las ciudades palestinas ocupadas y la renuncia al terrorismo. Fue inútil: Israel siguió manteniendo el cerco sobre Ramala y sobre la presidencia de Arafat, encerrado en la Mukata, de donde saldría para morir. Israel no tiene intención de renunciar al terrorismo de Estado: Avi Dichter, un hombre que dirigió los servicios secretos israelíes del interior, el Shin Bet, y que asesora en asuntos de seguridad al primer ministro, Ehud Olmert, ha señalado públicamente a Ismail Haniya, encargado de formar el nuevo gobierno palestino, como «un objetivo legítimo» de los asesinatos selectivos de Israel.
2. Los refugiados palestinos constituyen uno de los grandes problemas contemporáneos de la humanidad. De hecho, de los más de nueve millones de palestinos, apenas 3.700.000 viven en los territorios ocupados. En Israel vive otro 1.200.000; a los que hay que añadir los 2.500.000 que viven en Jordania; los 400.000 del Líbano, otros 400.000 en Siria, y 500.000 más sumando los que viven en Arabia, los países del golfo Pérsico y Egipto.
El proyecto sionista soñaba con la tierra prometida. Y la campaña para asentarse en Palestina no tenía como objetivo único escapar de la persecución en Europa, puesto que podrían haberse dirigido a cualquier otro lugar, además de a la Palestina del mandato británico. De hecho, muchos lo hicieron: a Estados Unidos, a Argentina, Australia. Tampoco pretendían salir adelante, rehacer sus vidas, como tantos millones de emigrantes lo han hecho en el siglo XIX, en el XX, y en el que hemos iniciado. Los judíos que llegaron para establecerse en Palestina no querían compartir la tierra con quienes allí vivían desde hace siglos. Llegaron para apoderarse de un país que no era suyo y expulsar a sus habitantes. «Esta tierra es nuestra», siguen afirmando los sionistas. Así, la expulsión de centenares de miles de palestinos de sus pueblos y ciudades (en una feroz operación de limpieza étnica que el sionismo pretende justificar históricamente por el procedimiento de compararlo con el trasvase de población entre griegos y turcos en los años posteriores al hundimiento del Imperio otomano; en la partición de la India, en 1947; y en la evacuación alemana de Prusia oriental, tras la derrota del nazismo) sigue siendo una de las cuestiones centrales del conflicto de Oriente Medio. Sabra y Chatila ilustran el odio del sionismo hacia los refugiados palestinos, porque esos campos son una acusación permanente y la demostración del expolio y la persecución del pueblo palestino. Significativamente, un hombre honesto como Primo Levi, judío él mismo, superviviente de Auschwitz, condenó las matanzas de los campos de Sabra y Chatila, como se opuso a la invasión del Líbano.
El sionismo, desde su aparición, pretendió fundar un Estado judío, para los judíos, pero esa concepción implicaba la segregación, el apartheid, el racismo: para el proyecto sionista, o bien todos los habitantes del país son de religión judía, o bien hay que expulsar a los que no lo son. Así, sorprendentemente, Israel critica en su propaganda el rigorismo religioso saudí o iraní en la definición de sus Estados, pero asume con naturalidad las consecuencias de un Estado judío. ¿No resulta sorprendente que puedan ir los judíos de cualquier lugar del mundo a establecerse a Israel, pero no puedan hacerlo los palestinos que nacieron en esa tierra? No deja de ser revelador que judíos argentinos o rusos, norteamericanos o marroquíes tengan derecho al «retorno» a una tierra en la que jamás han estado, mientras los palestinos expulsados de sus tierras no puedan hacerlo. Muchos palestinos siguen guardando las llaves de sus casas, de Jaffa, de Jerusalén o de San Juan de Acre. Muchas de esas casas ya han sido destruidas: Israel sabe que hay que borrar las huellas del expolio.
Ni siquiera la izquierda moderada israelí acepta el retorno de los refugiados palestinos: en todo caso, aceptarían su vuelta al hipotético Estado palestino que se crease en Gaza y Cisjordania, pero no el retorno a sus localidades de origen, es decir, al Israel actual. La posición israelí es terminante en este asunto. Israel pretende enterrar la cuestión de los refugiados, aunque esté reconocida por la resolución 194 de la ONU; y quiere apoderarse para siempre de Jerusalén, arrebatar a los palestinos una parte de Cisjordania, y, al final del proceso, aceptar un simulacro de Estado palestino, dividido en bantustanes y sometido al control israelí. Porque Israel no quiere renococer las fronteras de 1967, y ese es el principal obstáculo para la paz: pese a su forzada retirada de Gaza, convertida en un hacinado polvorín, Tel-Aviv ha continuado con la ampliación de las colonias en Cisjordania y con la construcción del muro, que, de hecho, hace inviable la creación de un Estado palestino. Además, el intento de ahogar financieramente a la ANP, dejando de entregar los impuestos recogidos en su nombre, o exigiendo el recorte de la ayuda financiera internacional, siembra dudas sobre las intenciones sionistas. ¿Juega también Israel a alentar una guerra civil palestina?
3. La victoria de Hamás en las elecciones ha cambiado el escenario. La corrupción ha sido una de las causas por las que la Autoridad Nacional Palestina ha visto reducidos considerablemente sus apoyos entre la población de los territorios ocupados. La OLP, como coalición de diferentes organizaciones, de las que Al Fatah es la más importante, está ahora en una difícil situación. La izquierda palestina propone la democratización de sus estructuras y la inclusión de Hamás en ella, como una forma de impulsar la creación de un Estado palestino. Pero la corrupción no es asunto exclusivo de la ANP: recuérdese que, en Israel, Annex Research -la empresa que servía para que el dinero de la corrupción llegase hasta Sharon y su partido- es apenas un ejemplo del pantano en que se mueve la política israelí.
Hamás vio crecer su influencia tras la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza, cuando terminó la guerra de los seis días en 1967. La conjunción de intereses entre Israel y los países árabes que, aunque respaldaban formalmente a la OLP no veían con agrado su indiferencia religiosa y su laicismo, hizo que empezaran a financiarse grupos de palestinos islamistas insatisfechos con el movimiento dirigido por Arafat: la OLP siempre ha combatido el integrismo islámico. Los sangrientos enfrentamientos de los palestinos con la milicia chiíta de Amal, en Líbano, en los años ochenta, o, más recientemente, a finales de mayo de 2003, en el campo de refugiados de Ain El Helue, del sur del Líbano, donde los milicianos de Al Fatah se enfrentaron a organizaciones cercanas a Al Qaeda, a las que querían expulsar del campo de refugiados, son muestra de esas diferencias. Hombres de Usbat El Nur y de Usbat El Ansar atacaron a los milicianos de Al Fatah, asesinando a siete de ellos y causando heridas a una treintena de palestinos refugiados.
Tanto Israel como Arabia y otras monarquías petroleras financieron a los grupos islamistas que, ya en los años setenta, desarrollaban labores de asistencia social en los territorios ocupados. Hamás fue utilizada por los gobiernos israelíes (laboristas y del Likud) para limitar la influencia de la OLP en los territorios ocupados: frente a una organización como la OLP, que ponía énfasis en las reivindicaciones nacionales y políticas, se opuso otra, Hamás, que encontraba en las raíces religiosas su razón de ser. Tel-Aviv, jugando a aprendiz de brujo, creyó que podría concluir un tácito acuerdo con quienes también se oponían a Arafat y a su círculo de la vieja guardia tunecina. Es un recurso conocido. Si Estados Unidos financió y estimuló el islamismo como freno al panarabismo socialista (como, después, financió el terrorismo islamista de Ben Laden para combatir a la URSS en Afganistán), Israel protegió al islamismo de Hamás desde sus inicios: primero, para limitar la influencia de la OLP, y, en segundo lugar, para combatir después, más fácilmente, un movimiento de liberación nacional palestino que estuviera dirigido por el islamismo y no por la izquierda laica. La propia ONU reconoce que la resistencia no es terrorismo, pero, en los últimos años, la propaganda sionista ha conseguido, en parte, crear el espantajo de una resistencia palestina en manos del islamismo y del terrorismo.
El Frente Popular para la Liberación de Palestina, FPLP, de filiación comunista, denunciaba tras la victoria de Hamás en las últimas elecciones, que, en Gaza, los círculos religiosos islamistas fueron apoyados y financiados por Israel desde hace más de treinta años, para acabar con el enorme arraigo popular que tenían las organizaciones de izquierda. Consiguieron ese objetivo: en la oleada islamista de Hamás, el FPLP (que continúa siendo una de las organizaciones más relevantes de la resistencia palestina, gobierna en Belén y Ramala, las ciudades más importantes de Cisjordania, y su secretario general, Ahmed Saadat, ha sido elegido diputado, aunque permanece prisionero en la cárcel de Jericó, vigilado por militares norteamericanos y británicos) sólo ha obtenido tres diputados: además de Ahmed Saadat, Jaleda Jarrar, en Nablús, y Jamal Majdalawi en Gaza. Ahmed Saadat, declaraba a principios de 2004 que Arafat, Abu Alá y la dirección de la ANP le habían abandonado.
Pero la victoria de Hamás inaugura una nueva situación. Sin embargo, debe recordarse que, en las elecciones al Consejo Nacional Palestino, el parlamento, sólo ha podido votar la mitad de la población palestina: la otra mitad sigue viviendo en los campos de refugiados, en Líbano, Siria, Jordania; y que la izquierda palestina ha sido incapaz de configurar un frente unido: se han presentado, por un lado, el FPLP, y, por otro, una coalición formada por el Partido del Pueblo Palestino, el FDLP y una pequeña organización socialista. El impacto de la corrupción, reconocido por los propios dirigentes de Al Fatah, la práctica paralización de las negociaciones (Oslo y la hoja de ruta parecen un recuerdo lejano), y la difícil vida bajo la ocupación han sido claves en su derrota. Por si faltara algo, Hamás atribuye la retirada israelí de Gaza a su resistencia armada y a su firmeza para no negociar con Israel. También ha contribuido al resultado el injusto encarcelamiento de Maruan Barguti, que hubiera podido ofrecer una alternativa laica, opuesta a la dirección oficial de la OLP: él mismo denunciaba la corrupción de su organización. Barguti, tras las elecciones, ha llamado a la formación de un gobierno de coalición entre Al Fatah y Hamás. Pero Al Fatah no estaba dispuesta a entrar en un gobierno con los islamistas: solamente sobre la base de la continuidad de la política de acuerdos con Israel están dispuestos sus dirigentes a negociar su participación, aunque esa política haya mostrado ya sus limitaciones. Así, la salida del primer ministro Abu Ala hizo que el presidente Abu Mazen encargase la formación del nuevo gobierno al dirigente de Hamás, Ismail Haniya, que ha creado un gabinete de veinticuatro ministros que ha sido respaldado por el Parlamento. El FDLP se había mostrado dispuesto a entrar a formar parte de un hipotético gobierno de unidad nacional, sobre la base de un programa social y político, y asegurando los mecanismos democráticos de control.
A Hamás se le acusa de pretender crear un estado islámico, algo que sus dirigentes niegan, aunque su rigorismo religioso es equivalente a la definición del Estado judío. Jaled Meshal, dirigente de Hamás (a quien el Mossad intentó asesinar, en Ammán, inyectándole un veneno: el asunto suscitó un escándalo internacional, y los agentes israelíes, que cayeron detenidos, fueron intercambiados por el antídoto para el veneno inoculado a Meshal), declaraba tras la victoria de su partido que, si Israel aceptaba el derecho palestino a vivir en libertad en su tierra, la paz era posible. Para Hamás, los acuerdos de Madrid y de Oslo no han resuelto la ocupación, al tiempo que Israel, con la construcción del muro, se apropia de nuevas tierras palestinas. La hoja de ruta, que impone la desmilitarización de las milicias palestinas y, en la práctica, el fin de la resistencia, deja para el futuro las cuestiones más importantes para los palestinos: el estatuto definitivo de Jerusalén, el retorno de los refugiados y los propios límites del Estado palestino. Frente a la exigencia de los gobiernos occidentales de que Hamás renuncie a las armas y a la destrucción de Israel, los islamistas mantienen que, en sus textos fundacionales hablan de «acabar con la ocupación israelí de Palestina». Hamás se niega a aceptar los acuerdos de Oslo y no va a reconocer a Israel.
4. Los acuerdos de Oslo, de septiembre de 1993, por los que Israel y la OLP se reconocían mutuamente, implicaban que, en cinco años, Israel se retiraría de Gaza y Cisjordania. El estatuto definitivo de Jerusalén, el futuro de los refugiados, las colonias israelíes en tierras palestinas, así como la definición de las fronteras y las características del futuro Estado palestino se posponían para el futuro. Cuando expiró el plazo, en 1998, el gobierno israelí, alegando diferentes pretextos, había incumplido más del noventa por cierto de los acuerdos. Continuó con una dura política de represión, cuya ferocidad se mostró al mundo en el cerco a Arafat en Ramala.
Los acuerdos de Oslo fracasaron. La hoja de ruta impulsaba la creación de un Estado palestino provisional para finales de 2003, con el fin de la violencia de ambas partes, y pretendía que, dos años después, al término de 2005, se habrían definido unas fronteras seguras y reconocidas, de acuerdo con la resolución 1397 de la ONU de marzo de 2002. Se configuraba así un acuerdo global en la región, con el patrocinio del llamado cuarteto (Estados Unidos, Unión Europea, Rusia y Naciones Unidas) que incluiría la solución a la cuestión de los refugiados, de Jerusalén, de las colonias ilegales y de las fronteras definitivas. Sin embargo, la negativa de Israel a negociar, con diferentes excusas («Arafat es un terrorista», «Abu Mazen es muy débil», «el terrorismo continúa»), ha hecho inviable también ese plan. Ahora, Estados Unidos y la Unión Europea exigen a Hamás la renuncia al terrorismo, pero evitan pedirle lo mismo a Israel. Se exige a Hamás que reconozca a Israel (como hizo la OLP, sin resolver nada), olvidando la incongruencia de que tengan que ser quienes padecen una ocupación militar (¡hace ya 40 años!) los que tengan que reconocer a sus opresores. La Liga Árabe, a través de lo que se conoce como la declaración de Beirut, de 2002, recordaba que Israel debe cumplir las resoluciones internacionales, los acuerdos de la Conferencia de Madrid de 1991 y retirarse a las fronteras del 4 de junio de 1967, para conseguir una paz justa de acuerdo con las resoluciones 242, 338 y 425 del Consejo de Seguridad de la ONU. Estados Unidos y la Unión Europea deberían exigir a Israel el cumplimiento de sus obligaciones de potencia ocupante y el acatamiento de las resoluciones de la ONU.
El Movimiento Islámico de Resistencia, Hamás, a través de su vicepresidente Musa Abu Marzook, escribía en el diario Washington Post, el 31 de enero de 2006, que el Consejo Legislativo Palestino, creado hace una década, no había resuelto los problemas del pueblo palestino y que su vida había empeorado hasta extremos imposibles. Negaba que Hamás pretenda instaurar un Estado islámico: por el contrario, están decididos a preservar «Tierra Santa» para las tres religiones monoteístas. Abu Marzook reclamaba una nueva hoja de ruta, porque el proceso de paz anterior supuso, en la práctica, la expansión de las colonias israelíes y el expolio de tierras palestinas, y un diálogo justo: «¡Debe llegar el día en que vivamos juntos, como antes!», afirmaba. En algo tienen razón los dirigentes de Hamás: «¿Qué más puede hacernos Israel?», se preguntan, «¿rechazar unas negociaciones que no existen?» Uno de sus principales dirigentes recordaba que «la realidad de la ocupación son los humillantes puestos de control, el derribo de viviendas, las detenciones ilimitadas y sin juicio, los asesinatos extrajudiciales y los miles de civiles muertos».
El plan de desconexión de Gaza llevado a cabo por Ariel Sharon, fue el aceptamiento de una evidencia: era imposible mantener la ocupación. De manera que, ahora, el nuevo espejismo sionista ha encontrado forma en el intento de «separar a los palestinos» de la vida de Israel. Kadima, el nuevo partido creado por Sharon y Peres, que tiene a Ehud Olmert como principal candidato, ha prometido en la campaña electoral «separar a los palestinos de nuestras vidas», fijar las fronteras de manera unilateral, como una forma de terminar con uno de los conflictos más largos y envenenados del mundo contemporáneo. Kadima pretende, así, la incorporación de los territorios donde se encuentran los principales «asentamientos», es decir, las ilegales colonias judías creadas a la fuerza, y todo Jerusalén y sus alrededores, todas las tierras que el muro deja en el interior de Israel, más el valle del Jordán fronterizo con Jordania. Todo eso supondría, tras el forzado abandono de Gaza, la anexión de más de la mitad de Cisjordania, y dejaría para el futuro Estado palestino apenas el diez por ciento, en enclaves aislados, de lo que había sido la Palestina del mandato británico.
Hay que destacar que ni los palestinos más radicales, al margen de la retórica para consumo militante, reclaman las fronteras de la partición de la ONU en 1947: se conforman con las fronteras de 1967 que suponen, como se ha indicado, la renuncia a la cuarta parte del Estado palestino ideado por la ONU en 1947. Las cuestiones fundamentales que siguen suscitando unanimidad entre las organizaciones palestinas son apenas tres: el regreso de los refugiados, la continuación de la resistencia contra la ocupación israelí, la aspiración a un Estado independiente con capital en Jerusalén. Las tres son irrenunciables: ceder, supondría la dispersión definitiva, el éxodo, la desaparición. Hamás aceptaría una tregua si Israel se limitase a las fronteras de 1967, y si dejase de matar a sus militantes. Pero ¿acaso es posible que Israel acepte algo semejante? La victoria de Kadima en las elecciones israelíes, sujeta a acuerdos con partidos menores para formar nuevo gobierno, puede abrir una vía de negociación ficticia para forzar la aceptación resignada de ese nuevo plan de desconexión: será un nuevo fracaso para la paz.
Tal vez Rabin estaba de acuerdo en cumplir los acuerdos de Oslo en su totalidad: fue asesinado. Los gobiernos laboristas que gobernaron hasta 2001 eran contrarios a la retirada israelí a las fronteras anteriores a 1967, y el Likud ha continuado esa política. Kadima va a defender la misma estrategia. No debe olvidarse que, ya en 2003, Ehud Olmert propuso la retirada de Gaza y parte de Cisjordania, basándose en el riesgo demográfico que suponía la población palestina: fue acusado por la extrema derecha israelí de rendirse al terrorismo palestino. Para Olmert la única posibilidad para preservar el Estado judío, confesional, es asegurar para el futuro que la mayoría de población dentro de las fronteras de Israel siga siendo judía. Así, Kadima estaría dispuesto a ceder una parte de Cisjordania e, incluso, a negociar el estatuto jurídico de una mínima parte de Jerusalén Este, poblado por palestinos, aunque incorporando toda la ciudad al Estado judío, sin que, al mismo tiempo, eso sea obstáculo para declarar terrorista a la nueva Autoridad Nacional Palestina dirigida por Hamás, con objeto de presionar y tomar posiciones. Esa dureza no es un error de Israel, sino una deliberada política para seguir negándose a una negociación real, apostando por la imposición unilateral de las fronteras de un minúsculo e inviable Estado palestino.
El sionismo ha renunciado a Gaza, pero continúa aspirando a quedarse con la mayor parte de Cisjordania. Ben Gurión insistió en que Israel no podía dejar volver a los refugiados palestinos: «los viejos morirán, y los jóvenes olvidarán». En 1969, Golda Meir fue más lejos: dijo que los palestinos no existían. Los israelíes quisieron creer en esa ilusión. Pero los palestinos existen, y no han olvidado. Casi cuarenta años después, el nuevo sionismo pretende separar con un muro a millones de palestinos, encerrarlos en ghettos, olvidar para siempre a los refugiados y establecer una paz unilateral por separado que es otro espejismo más.