Recomiendo:
0

Entrevista con el ensayista Enrique Ubieta Gómez

«El futuro de Cuba depende de qué tendencia triunfe: yo vivo, lucho, trabajo por la socialista»

Fuentes: Sudestada

En su discurso del 17 de noviembre de 2005, Fidel Castro señala que fue un error creer que alguien sabía como se construía el socialismo. ¿Le parece que el camino elegido por la Revolución cubana carece de referencias dentro de la historia del socialismo y se transforma, en ese caso, en un proceso inédito diferenciado […]

En su discurso del 17 de noviembre de 2005, Fidel Castro señala que fue un error creer que alguien sabía como se construía el socialismo. ¿Le parece que el camino elegido por la Revolución cubana carece de referencias dentro de la historia del socialismo y se transforma, en ese caso, en un proceso inédito diferenciado de las experiencias anteriores?

Nada en la vida carece de referencias, ni es absolutamente inédito. Recuerdo que un profesor de filosofía que tuve repetía que el pintor más audaz, más creativo, no podía trazar ni siquiera una línea en el espacio que previamente no conociera. El profesor iba más lejos: el objeto que la Humanidad todavía no conoce, que aún no ha nombrado, no existe para el individuo, y éste ni siquiera puede verlo, aunque físicamente lo tenga frente a sus narices. Los dioses y los ET que la imaginación humana ha construido tienen aspecto humano, están hechos de referencias humanas. La verdadera creatividad nada tiene que ver con la supuesta ausencia de referencias, de antecedentes, de conocimientos. Por otra parte, aspirar a la novedad pura, incontaminada de pasado, es un contrasentido: algo es ‘nuevo’ porque existe un referente ‘viejo’. Si pretende hacer una revolución, debe aprender de las demás, de las suyas –las que hubo antes en su país–, y de las otras, las que son referentes mundiales. Desde luego, que uno no toma todas las referencias del pasado como punto de partida. Siempre se produce una elección, conciente o no, que responde por igual a factores de índole histórica y biográfica. ¿Por qué Fidel declaró en el juicio del Moncada que Martí era el autor intelectual de aquel acto de rebeldía? ¿Por qué nuestros revolucionarios eligieron las montañas del Oriente del país para establecer los frentes guerrilleros? ¿Por qué la guerra de guerrillas? ¿Por qué concibieron una invasión de Oriente a Occidente? ¿Por qué se procuró la unidad nacional de todas las fuerzas revolucionarias? Todas esas preguntas tienen respuesta en la historia de Cuba. Otro referente insoslayable para una revolución social del siglo XX era la Revolución de Octubre: cuando triunfa la Revolución cubana nadie pensaba en ‘modelos’, pero existía un ‘campo socialista’, un mundo bipolar, y una ‘guerra fría’ que se calentaba a ratos. Y en el traspatio de Estados Unidos, todos los intentos reformistas del siglo fueron clasificados de inmediato como ‘comunistas’: Cárdenas, y Árbenz, antes del 59, Bosh, Velasco Alvarado, Allende, Bishop, después. Por otra parte, el comunismo no era como quieren hacer ver ‘una doctrina importada’: en Cuba (y en América Latina) existía una tradición que se comunicaba con el independentismo más radical del XIX, y pensadores de la envergadura de Julio Antonio Mella (de Mariátegui, de Ponce, y después de Fidel y del Che). La guerra por la sobreviviencia frente a las agresiones imperialistas (bloqueo económico, aislamiento internacional, sabotajes, etc.) -una de las tareas y los compromisos internacionales básicos de toda revolución es conservar el poder y sólo quienes nunca lo han conquistado, carecen de un pensamiento de construcción estatal–, nos condujo por caminos que no siempre fueron elegidos por ser ideales o por creer que lo eran. ¿Alguien quiere saber si, a pesar de todo, repetimos errores ajenos y copiamos importantes aspectos del ‘modelo’ soviético, aún pendientes de extirpar? Sí, por supuesto, y no debemos avergonzarnos de ello: igual o más importante es saber que la nuestra fue una de las revoluciones que más ha innovado, que más influencia ha ejercido en el mundo contemporáneo (siendo un país tan pequeño desde el punto de vista geográfico); una revolución que en sus momentos de momentánea pérdida del sentido de la orientación, conservó la pequeña llama que evitó el congelamiento. En ello jugó un papel decisivo el genio de Fidel. En ninguno de los estados socialistas de Europa perduró como en Cuba la relación directa, el entendimiento, la conexión emocional y racional del pueblo con sus dirigentes, y la comprensión quijotesca, ajena a intereses geopolíticos, del internacionalismo, del que recibíamos y del que dábamos. Quizás en muchos de esos estados no existía tampoco una relación sólida entre aquel presente socialista y el pasado nacional. En el llamado bloque socialista, éramos un estado insubordinado, rebelde, original, que sabía ser leal a los amigos, a los aliados, y conservar los principios. Era natural que se pensara que los estados socialistas ‘mayores’, aquellos que habían hecho su revolución antes que nosotros, habían abierto caminos por los que podíamos transitar. Hoy sabemos que muchos ‘caminos’ eran callejones cerrados, que los sabios padres no sabían realmente cómo construir el socialismo, y que -ya acomodados, cuando no corruptos–, ni siquiera querían saberlo. Si no hubiesen existido otros referentes nacionales, es decir, si la revolución cubana no hubiese tenido raíces profundas en su historia nacional y regional, si no hubiésemos contado con un liderazgo excepcionalmente creativo, conectado al pueblo, no habríamos sobrevivido a esa certeza.

¿En qué aspectos generales sintetiza las fortalezas de la Revolución hoy?

Las fortalezas están implícitas en lo anteriormente dicho. Puedo señalar, entre otras: 1. La revolución cubana tiene hondas raíces en la historia nacional; 2. La coherencia histórica del discurso revolucionario cubano, especialmente el de su máxima dirigencia, aún cuando pueda admitirse la existencia de diferentes etapas, y la transparencia de ese discurso; 3. La consecuencia en los principios, y la certeza popular de que existe una conciencia ética vigilante en la máxima dirección del país; 4. El capital humano creado por la revolución: médicos, ingenieros, científicos, creadores de las ciencias y las artes, especialistas en deportes; 5. La cultura política de las masas, que se sustenta en una comprensión clara de sus derechos sociales.

¿En dónde marcaría los principales defectos del presente político en Cuba? ¿Cuáles son los aspectos de mayor conflictividad hoy en la isla a nivel económico?

La tensión social entre los intereses individuales y los colectivos, que es en mi criterio el punto neurálgico, no resuelto, del socialismo, alcanzó su mayor dramatismo en la Cuba de los noventa: la graduación de miles de nuevos profesionales -las generaciones más numerosas de la historia del país, los nacidos en los primeros sesenta–, coincidió con el desplome del referente socialista este europeo, y la contracción económica del país, consecuencia de la abrupta desaparición de todos los acuerdos económicos solidarios con el antiguo mundo socialista, y el endurecimiento del bloqueo estadounidense. Se aplicaron políticas económicas de sobrevivencia: la prioridad ya no era la construcción del socialismo (que por demás, había que rediseñar, aunque se proclamaba y se conservaba en sus principios rectores), sino la defensa de las conquistas alcanzadas. El socialismo no es, según pienso, el triunfo de los intereses colectivos sobre los individuales, sino el triunfo del humanismo revolucionario: la nuevas generaciones de cubanos poseen una individualidad más rica, más diversa, menos homogénea y nuevas necesidades, pero éstas no pueden ni deben ser satisfechas en el sentido burgués tradicional; hasta el momento, ninguno de los estados socialistas pudo construir una alternativa al concepto burgués de calidad de vida. Una Revolución es el proceso mediante el cual las masas empiezan a conformar colectividades de individuos. En la medida en que ese proceso se complete o deshaga, triunfa o fracasa una Revolución. Pero pensar que es posible una sociedad universal de clase media capitalista es una anti-utopía reaccionaria (anti-utopía, digo en este caso, porque funciona como freno, como distracción y desvío de la utopía revolucionaria): ni la naturaleza resiste el nivel de explotación que presupone esa meta, ni la sociedad de consumo puede prescindir de la explotación de las mayorías por las minorías. Sobre los cubanos se cierne un peligro que atañe a esa dinámica esencial, así sea porque el acorralamiento al que es sometido el país no permite momentáneamente otra alternativa: las décadas de limitaciones materiales, por una parte, y las vidrieras ahora llenas de productos en moneda libremente convertible, así sea nacional, para la que no existe un acceso económicamente natural, por la otra, intensifican el ansia contenida de consumo. No olvidemos que todo el sentido de la llamada cultura moderna nos induce hacia el consumismo. El capitalismo tiene su expresión cultural en el consumismo, es decir, en la máxima fetichización de la mercancía (el individuo no como sujeto, sino como objeto del consumo) y consecuentemente, en la enajenación humana.

«La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado -había escrito el Che–. Esto se hace sentir no sólo en la conciencia individual, en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también en el carácter mismo de este período de transición con persistencia de las relaciones mercantiles» (21). Pero el combate ahora no es sólo contra el pasado: hay un presente de injusticias no estructurales en el interior de Cuba y de injusticias estructurales en el exterior, que se cierne tentador y desestabilizador sobre la conciencia individual. El Poder Global -y su sistema capitalista de valores– penetra y corrompe el poder local que intenta una vía alternativa. Porque para el socialismo, como decía el Che, «no se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuantas veces por año pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad» (22). El freno que impone la sociedad para que el nuevo rico -no se trata de grandes fortunas, sino de repentinas acumulaciones de dinero que marcan una diferencia social que no se funda en el consabido ‘a cada quien según su trabajo’–, no se convierta en nuevo propietario, es decir, para que ese grupo social no se constituya en una nueva clase social, exacerba sus ansias de consumo y de igualación a los parámetros miamenses (de reafirmación personal mediante el consumo exhibicionista), y alimenta el espejismo de que sólo la existencia del estado revolucionario impide su tránsito definitivo al Paraíso del Capital. En realidad, los caminos filo marginales de acumulación en las condiciones de Cuba existen únicamente en virtud de la excepcionalidad del contexto: los llamados cuentapropistas (variante privada legal pero no céntrica de trabajo y en este sentido sólo parcialmente moral, contradicción que tiende a desdibujar los límites de lo moral y lo inmoral) o los que actúan de forma francamente no legal en negocios minúsculos pero lucrativos, existen porque no enfrentan la competencia de un mercado regido por las trasnacionales, obtienen por lo general la materia prima a costa del sector estatal y reciben sin distinción los beneficios sociales de la Revolución y el pequeño pero importante apoyo de la cuota alimenticia subsidiada por el estado. En otro contexto latinoamericano serían barridos, u obtendrían apenas lo suficiente para la sobrevida.

La pertenencia al sistema incluye la aceptación de sus reglas de juego: lo que es legal y lo que no lo es, por ejemplo, pero también o sobre todo, lo que es moral y lo que no lo es. Este es precisamente el plano decisivo. Si la marginalidad como forma de vida se convierte en una posibilidad moralmente válida, su recurrencia a la ilegalidad es insignificante. Si el sector no céntrico deja de percibirse y de ser percibido como marginal -y como inmoral–, acabará conformando un centro alternativo capaz de aniquilar los valores socialistas. La solidaridad internacionalista y la solidaridad nacional son el antídoto moral que el Estado cubano –dueño de los medios de producción–, establece para la conservación y la reproducción de los valores socialistas. La marginalidad -la corrupción es una de sus manifestaciones–, es un producto natural del capitalismo que, debidamente controlada, fortalece sus bases: es un resultado del individualismo salvaje que se reproduce en nuevas formas de individualismo salvaje. En el socialismo es siempre un resultado no deseado y disolvente. Si en los últimos años del siglo XIX -después de las advertencias martianas– ya era tardía la admiración incondicional hacia el modelo norteamericano, esa actitud es definitivamente reaccionaria y antinacional en los primeros años del siglo XXI. No por casualidad esa admiración al modo de vida yanqui se ha transformado en admiración al modo de vida miamense. Miami es la ciudad más reaccionaria de Estados Unidos en un sentido literal: sus coordenadas ideológicas se definen en la recuperación del pasado perdido -cubano, nicaragüense, venezolano, etc.–, en la glorificación abierta, descarada, de los valores más conservadores, antinacionales y en el enriquecimiento parásito que propicia la politiquería (la corrupción política). Es la ciudad de los derrotados por la Historia, y su adoración al sistema -carente ya de la fe primigenia en el ideal burgués– es esencialmente cínica. En Cuba existen dos corrientes, dos tendencias sociales, la central, que conserva y defiende los valores socialistas, y sobrepone formas de realización personal ajenas al ‘sálvese quien pueda’ dominantes en el mundo contemporáneo, y la marginal, que sin mucha teorización ni una clara conciencia, pero basada en el escepticismo cínico del individualismo burgués, prefiere ‘resolver’ su bienestar material. Muchos, la mayoría, enfrenta retos cotidianos en el plano material, y en su solución invierte un tiempo precioso, pero la distinción que hago no se refiere a las condiciones de vida, sino a las condiciones de mente, de espíritu, de cada individuo. El futuro de Cuba depende de qué tendencia triunfe; yo vivo, lucho, trabajo por la socialista. La absorción de Cuba por Miami, la miamización de Cuba, sería la mayor derrota histórica del proyecto martiano de nación. Y hay conciencia de la magnitud del peligro. La llamada batalla de ideas impulsada por Fidel en los últimos años se concentra en esas coordenadas: rescate de sectores juveniles que no habían continuado los estudios universitarios, combate frontal a los focos de corrupción, asistencia a las capas más humildes y frágiles del país, abastecimiento a precios asequibles de productos de uso casero que eleven el nivel de vida y en relación con esto, revolución energética, etc. Una de las más audaces y revolucionarias acciones fue la revitalización de un concepto que parecía destinado a desaparecer con el siglo: el del internacionalismo. Sobre esto hablaré más adelante.

¿Le preocupa la certeza de imaginar un futuro sin Fidel Castro?

De cierta forma, esa es una preocupación implantada en Cuba desde el exterior. Existe fuera de Cuba una expectativa morbosa sobre el qué pasará cuando Fidel no esté, y no dudo que algunos hasta tengan sus apuestas. Es más fácil vivir sin la mala conciencia, sin el desafío intelectual, de saber que otro mundo mejor es posible: ya que Cuba sobrevivió al desplome del llamado socialismo, y persiste, quizás todo se deba a la incansable actividad de un ‘genio malvado’. Es un reconocimiento implícito a la genialidad política de Fidel, el inderrotable. Pero los cubanos, ¿qué creemos? En primer lugar, sabemos que Fidel es insustituible. No en el sentido que quisieran los enemigos de la Revolución, no como jefe de estado. Los grandes hombres son insustituibles. Siempre que se quiso prolongar la estela creativa de un genio político se le disecó en fórmulas muertas: eso fue, de cierta forma, el leninismo, el maoísmo y los mausoleos de mármol que erigieron sobre sus cuerpos embalsamados. Quizás Martí y el Che tuvieron ‘la suerte’ de haber muerto antes de iniciarse el período de construcción estatal, o muy al principio. En un artículo que escribí hace unos años decía a propósito de Martí, e indirectamente de Fidel:

«Los políticos geniales como él son creadores. Trabajan siempre sobre las más impredecibles y en ocasiones efímeras coyunturas, sin dejarse atrapar en sus redes, sin repetir soluciones, porque diferentes son cada vez los problemas. ¿Quién ha pedido el manual salvador?, ¿el libro imposible donde el Apóstol describiera las soluciones futuras de su República? La muerte de los grandes políticos deja siempre un vacío irreparable: no hubo ni habrá manuales de comportamiento que sustituyan el instante de creación. En política no hay recetas. Entonces, ¿qué nos deja? Principios, horizontes, ejemplos de conducta, caminos andados y por andar, metas y análisis históricos que deben estudiarse como se abordan las partidas ajedrecísticas de los maestros, sabedores de que sobre el tablero nunca volverán a repetirse exactamente las mismas fichas y posiciones. ¿Es poco? De ninguna manera. Cuba tiene el privilegio de contar con el apostolado fundador de un hombre que supo trazar sobre las coordenadas de la naciente modernidad, un camino alternativo que integrara la justicia, la belleza y la verdad. La primera enseñanza de nuestro fundador es su propia condición de revolucionario. De radical, es decir, de hombre que va a las raíces. De creador, de político que no acepta el dictamen de las apariencias. No podía señalar soluciones posibles precisamente porque no aceptaba el imperio de lo posible, que suele ser lo aparente, lo irreal, lo verdaderamente imposible».

Quiero decir que Fidel es insustituible, y que su desaparición física provocará un vacío en nuestra vida política -qué digo, en la vida política del mundo contemporáneo–, que no podrá ser llenado por otro Fidel. A veces, lo confieso, la idea de su posible desaparición, me parece un desafío enorme que los cubanos y los terrícolas, deberemos enfrentar. Eso sí, podrá morir en combate como Martí, si fuese necesario, pero nunca lo hará en Santa Marta, abandonado a su suerte. Por otra parte, estoy convencido de que no será el fin de la historia. La famosa frase de Fukuyama sirvió sobre todo para entender que la historia no termina, me refiero (y Fukuyama también) a la historia de los anhelos humanos por un mundo mejor. Pienso que hay líderes jóvenes capaces. De hecho, hoy por hoy, de la generación del centenario -la que hizo la Revolución–, sólo quedan en el gobierno cubano dos o tres personalidades, contando al propio Fidel y a Raúl. La sociedad cubana no es perfecta, no es homogénea, presenta las contradicciones propias que el subdesarrollo genera entre el nivel de instrucción y el nivel cultural, entre las aspiraciones individuales de sus hijos más preparados y las posibilidades reales, materiales, de satisfacción de esas nuevas necesidades; un subdesarrollo, que el bloqueo ahonda, sostiene, prolonga. Pero es una sociedad políticamente culta, que posee reservas suficientes para enfrentar cualquier reto político. Después de Fidel, y más allá de Raúl, apenas cinco años menor, no hay nombres, no porque no haya hombres y mujeres, sino porque, en mi opinión, importará más la estructura partidista y las instituciones del Estado revolucionario que el liderazgo personal. Esto puede parecer un contrasentido: en un mundo en el que los partidos políticos viven una crisis terminal de descrédito, yo abogo por el fortalecimiento del Partido de la Revolución cubana como alternativa de triunfo. Un Partido fuerte, es también un partido que promueve, que alienta la discusión interna y pública. Un Partido que no se concentre en la burocrática vida interna, sino en la construcción ideológica revolucionaria. Fidel lo planteó públicamente ahora, porque ahora toca hablar de ello: las revoluciones no son irreversibles (tampoco la nuestra), per se; son los hombres y las mujeres los que pueden o no hacerla irreversible. Todo depende de nosotros.

¿En qué aspectos podría detectar la vigencia del pensamiento del Che Guevara en la realidad cubana actual?

Quizás en Cuba los jóvenes usen menos camisetas, gorros o afiches del Che, que en otros países de nuestra América y del mundo. O quizás se use igual, sólo que tratándose de Cuba, alguien pudiera pensar que su uso debiera ser mayoritario. Eso sería no entender el significado social de su imagen. En el mundo, portar al Che es una señal de rebeldía, de esperanza, de compromiso individual. El mercado no pudo desvirtuar su sentido; incluso aquellos que un día lo portaron como moda -o que ahora mismo lo portan sin saber con claridad quién es el hombre–, intuyen que es un desafío, un Quijote moderno, catalogado como aquel de loco, y seguramente cuerdo, como aquel. Los cubanos no necesitan exhibir su pertenencia al bando de los que creen, de los que luchan. Los revolucionarios cubanos jugamos en la novena del Che (uso el lenguaje del béisbol). Pero los médicos cubanos que cumplen misiones internacionalistas, como él, suelen situar en sus consultorios, o en sus habitaciones, una bandera cubana y una foto del Che. El Che es para nosotros, antes que todo, la Revolución cubana, y después, la Revolución latinoamericana y mundial. Es un héroe incorrupto y ya definitivamente incorruptible. Fabelo, un gran pintor cubano, dibujó su rostro con una corona de espinas: es un Cristo contemporáneo. Sé que esa es una imagen que repugna a ciertos teóricos, preocupados porque los héroes no se conviertan en mitos. Pero los pueblos, que son sabios, asignan funciones insospechadas a sus mártires. Y los enemigos históricos de la Revolución, que son por supuesto, los enemigos del Che, quieren destruir los símbolos revolucionarios, quieren que desaparezcan los héroes, que desaparezca el heroísmo, y tratan, infructuosamente, de señalarle defectos, errores, e incluso, perversidades. El Che no es Dios hijo, podría ser en todo caso un Dios griego, o un semi-dios, de los que triunfan después de caer, de los que terminan la batalla enfangados, heridos, maltrechos, un semi dios asmático, que tiene que vencerse primero a sí mismo, que se equivoca, que rectifica, que exige y se exige mucho. El Che es el corazón ético de la Revolución cubana. Pero no es su única tarea. Nos legó también una obra de pensamiento que adquiere con el tiempo más actualidad. Sus reflexiones sobre lo individual y lo colectivo en el socialismo son imprescindibles. Hay un punto en el que la vida y la obra escrita, el pensamiento del Che se funden; si bien es cierto que no existe un camino hacia el socialismo, pienso en cambio que sólo existe un punto mágico, una puerta pequeñísima abierta, por la que podemos entrar a ese otro mundo posible, y ese punto físico, espiritual, es la fusión de la vida y la obra del Che.

¿Cuáles creé que deben ser las tareas ineludibles a abordar en el corto plazo y cuál es el papel que les corresponde a los más jóvenes en este proceso?

El papel de los jóvenes como siempre es decisivo. El futuro se gana o se pierde en la juventud. Y no creo en ninguno de los estereotipos clásicos: los jóvenes de hoy no son peores que los de ayer -esta juventud, ‘no está perdida’, como suelen decir los que ya empiezan a sentirse viejos, creo que fue en los Diálogos de Platón donde leí por primera vez la frase–; si acaso me veo obligado a hacer comparaciones, siempre falsas, diría que son mejores en algunas cosas y quizás peores en otras. O mejor, diría que los años sesenta fueron diferentes a los noventa, o a la primera década del nuevo siglo. Pero, ¿qué hay del hombre nuevo? Según mi interpretación, la concepción guevariana del hombre nuevo nada tiene que ver con la anulación definitiva de todos los sentimientos humanos catalogados como negativos: el hombre nuevo no siente celos, envidia, odio, ira, etc. No, por favor. No creo que el Che pensara en un robot nuevo, y no concibo un ser humano que no albergue los más variados y contradictorios sentimientos. Tampoco creo que el Che imaginaba al hombre nuevo como el hombre o la mujer ‘perfectos’: amante de la música de concierto, quinto dan de karate do, conocedor de tres o cuatro lenguas extranjeras, y científico eminente. Pienso que se refería sobre todo a relaciones sociales nuevas, de las que derivan comportamientos inusuales en el viejo régimen, que ya es el capitalista. Si un individuo rechaza la oferta de hacerse millonario por no traicionar la confianza de sus compañeros, por representar los colores de su patria o por contribuir con su grano de arena a la edificación de una nueva sociedad, ¿acaso no es un hombre nuevo?; si es capaz de compartir las precarias condiciones de vida de otros seres humanos, de arriesgar incluso la suya, en misiones internacionalistas cuyos beneficios en términos materiales son comparativamente insignificantes, ¿no se trata de un hombre, de una mujer nuevos? Bueno, usted siempre puede encontrar ejemplos de altruismo en cualquier sociedad, pero se trata de precisar cuál es la orientación, el sentido, de las dos alternativas sociales que tiene ante sí la humanidad: el capitalismo y el socialismo. Volviendo a mi tema preferido: se trata de construir una relación diferente entre lo individual y lo colectivo, mecanismos de enriquecimiento y realización individuales no burgueses, que incluyan la plena libertad individual. No digo que hemos hallado la fórmula, al contrario: es una meta todavía por alcanzar. Por eso me parece tan errado, tan peligroso, además de inviable, proponer -como han hecho algunos teóricos supuestamente desde la izquierda–, que Cuba intente ofrecerle a sus jóvenes el estándar de vida clase media de los países del Primer Mundo. El problema es otro, diametralmente opuesto, no porque debamos intentar perpetuar la pobreza (espero que mis lectores no saquen deducciones tan simplificadoras, el confort no es per se burgués, pero su centralidad en el proyecto de vida sí): el problema es atenuar la influencia corrosiva del mercado, y abrir las compuertas de la libertad individual sobre la base del compromiso, de la responsabilidad social. En la Cuba de hoy se interrelacionan todas las generaciones. El debate es colectivo. El futuro también.

Resulta profundamente conmovedor leer las crónicas del trabajo de la misión médica cubana en Pakistán por la prensa. ¿En qué otros gestos cotidianos o avances solidarios observa rasgos destacables del internacionalismo cubano?

El internacionalismo médico cubano -que en Venezuela y Bolivia ha incluido a maestros alfabetizadores, asesores de programas de seguimiento educacional–, es uno de los actos sociales y políticos más revolucionarios, más innovadores de la contemporaneidad, que debemos a la genialidad política de Fidel. Primero, porque es una acción inobjetable, profundamente humanista, que no se sustenta en el dinero; segundo, porque es una enseñanza de las capacidades del socialismo, de la diferencia que marca la voluntad política, que llega directamente a la conciencia de las masas, por encima de cualquier campaña mediática; tercero, porque es una escuela de recapacitación científica, política y humana para los médicos internacionalistas. Cuba está reciclando a sus revolucionarios. No mediante becas de estudio en escuelas del primer mundo, sino situando a sus especialistas en los barrios más pobres, y en las zonas más intrincadas del tercer mundo. Revitalizar el internacionalismo es una clave importante de nuestra sobrevivencia. Las revoluciones de Cuba, Venezuela, Bolivia y de cualquier otro país, con sus propias características, solo tienen una alternativa: tejer una red de apoyos internacionalistas que combata la red de apoyos trasnacionales del poder imperialista. Introducir a los pueblos dentro de los pueblos: porque esta nueva forma de colaboración es entre pueblos, aunque los acuerdos se firmen entre gobiernos. Revitalizar el internacionalismo es revitalizar la solidaridad, el humanismo revolucionario, base indiscutible del socialismo. Mientras el mundo parece moverse hacia la puja individualista entre personas y naciones, surgen unas paradójicas guerrillas del siglo XXI integradas por médicos y maestros que se mueven por aquí y por allá, que aparecen en las comunidades guaraníes del Paraguay y reaparecen entre los musulmanes paquistaníes. Los médicos cubanos jamás se piensan a sí mismos como parte de una clase superior o inferior. Tocan a los pacientes con las manos, no están apurados para irse, y conversan con ellos como simples vecinos o amigos. En realidad lo son, porque cargan el agua juntos, ayudan en tareas colectivas y están dispuestos a pasar la noche en vela junto al enfermo. En otras palabras: no reciben o visitan pacientes, sino seres humanos, a los que tratan de igual a igual. Agreguemos que son buenos especialistas, y que no cobran. Esos médicos han derribado las naturales aprehensiones culturales de sociedades históricamente marginadas. Son bien recibidos en las más intrincadas aldeas de Benin, Argelia, Guatemala, o Paraguay; en países y pueblos musulmanes o cristianos; mayas o guaraníes. Demuestran con su presencia que no existe un irremediable conflicto cultural o de civilizaciones entre los seres humanos. El conflicto que sí existe, y que se agudiza cada día, es el de clase. De alguna manera, manifiestan con su actitud virtudes del sistema social que los formó. Muchos de ellos sirvieron primero en las montañas de Cuba, en zonas apartadas del país. La sociedad cubana alberga grandes reservas de solidaridad. Lo demostró durante el llamado Período Especial, y nuestra tarea política es estimular el crecimiento de esa solidaridad. Desde aquellos años noventa se instauró la costumbre en La Habana de pedir y dar ‘botella’, es decir, aventones, o colas, según se dice en otros países latinoamericanos, porque la situación del transporte público se tornó crítica; hay choferes que se resisten, alegan que la gasolina está cara, o prefieren llevar a muchachas bonitas, pero yo creo firmemente -y a veces cuando digo esto la gente sonríe, pero yo lo digo muy seriamente–, que cada vez que alguien pide una ‘botella’ y el conductor accede, se produce un pequeño triunfo del socialismo, y cada vez que surge una negativa aparece el rostro peludo del capitalismo. Por eso, cuando manejo trato de llevar gratuitamente la mayor cantidad de pasajeros; y cuando no manejo, pido ‘botella’, para salvar a todos los choferes, porque los que son trasladados -contrario a lo que puede suponerse–, le hacen un gran favor al chofer: le dan la oportunidad de ser solidarios.

(*) Enrique Ubieta Gómez (La Habana, 1958) es ensayista e investigador. Autor de los libros Ensayos de identidad (1992), De la historia, los mitos y los hombres (1999) y La utopía rearmada (2002). Compiló y prologó el libro Vivir y pensar en Cuba. 16 ensayistas cubanos nacidos con la Revolución reflexionan sobre el futuro de su país (2004). Fundador y director de la revista de pensamiento Contracorriente (1995 -2004). En 2002 recibió la Distinción por la Cultura Nacional.

www.revistasudestada.comar