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La petroquímica y su visión autoindulgente sobre el desastre planetario

Fuentes: Rebelión

Es curioso el mecanismo mental por el cual las más grandes canalladas suelen elaborar las más límpidas coartadas y devenir así sus autores en santos varones. La Fundación de la Industria Plástica Argentina «para la preservación del medio ambiente» es, desde su mismo nombre un buen ejemplo. En un folleto «Los plásticos y sus residuos» […]

Es curioso el mecanismo mental por el cual las más grandes canalladas suelen elaborar las más límpidas coartadas y devenir así sus autores en santos varones.

La Fundación de la Industria Plástica Argentina «para la preservación del medio ambiente» es, desde su mismo nombre un buen ejemplo.

En un folleto «Los plásticos y sus residuos» [1] se atreven a mencionar la soga en la casa del ahorcado. Y lo hacen con conceptos altisonantes como el de «ecobalance», para mostrarnos el grado de responsabilidad ambiental que los alienta.

Aunque el folleto tiene sus años, el comportamiento de sus titulares no ha cambiado un ápice, por eso mantiene una «frescura» digna de mejor causa.

En su numeral 7, se formulan la pregunta «¿Es conveniente sustituir los plásticos por otros materiales?»

Se trata de una pregunta ligeramente ahistórica, porque el decurso histórico fue precisamente el inverso: cuando surgen los plásticos se plantea la sustitución de los envases y embalajes entonces existentes, de madera, tela, vidrio, cartón, papel, cerámica, metal, por los materiales plásticos. Una vez hechas las conversiones a envases y embalajes plásticos, se creó una nueva situación en la circulación de materiales que a menudo hace completamente insensato o inviable su «retorno», la sustitución en sentido inverso que plantean los titulares de la industria plástica.

Veamos un ejemplo: las botellas plásticas sustituyen a las de leche o aceite desde las década de los 70 u 80. Para entonces, el consumo principal de agua potable era el de agua corriente y el consumo de agua embotellada, en vidrio, era un consumo más bien elitario o de ocasión.

Con la crisis de los servicios públicos y el auge privatizador, las aguas corrientes han ido arrastrando una crisis de calidad y se ha expandido masivamente el consumo de aguas embotelladas… en plástico. Procurar atender esta masividad con envases de vidrio, por ejemplo, tendría una significación económica, material, apreciable. Y tal vez insustentable. Pero hay una cuestión previa: ¿es sustentable el mismísmo consumo masivo de agua embotellada? Porque se sabe que es muchísimo más caro: en el Reino Unido han hecho investigaciones y estadísticas al respecto de resultados contundentes: durante una vida promedio un habitante inglés consume 12 mil libras esterlinas en agua si la toma siempre embotellada, 27 libras si lo hace de la canilla. Unas cuatrocientas veces menos. Y respecto a su calidad bromatológica, son relativamente parejas las aguas que circulan en Inglaterra embotelladas o de la canilla, en todo caso, ligeramente más seguras… las de la canilla. [2] Estos resultados nos permiten verificar que el fenómeno de la masificación del agua potable embotellada no responde a ninguna necesidad histórica ni a ninguna ley de progreso universal sino a la influencia ideológica del neoconservadurismo mal llamado neoliberalismo y a la crisis consiguiente del servicio público en cuanto tal. El nicho aquí ocupado por la petroquímica es exclusivamente por rentabilidad empresaria.

Si paramos entonces sobre sus pies, históricamente, la cuestión de la irrupción de los envases plásticos en lugar de los anteriores, la pregunta es saber qué criterios de costo operaron para que se impusieran los de plástico.

El folleto citado habla de menor uso de materia prima, menor peso y menor consumo de energía. Seguramente ciertos los tres. Omite empero un detalle no menor; la salubridad de los envases plásticos. Su cualidad de envases con migraciones, aunque no haya sido novedad en la historia de la humanidad, ha generado sí toda una problemática que el folletito de marrras en particular y toda la industria petroquímica en general, por cierto, pasan por alto. Pero en un verdadero cálculo de costos que vaya más allá del interés empresario, que ahorra materia prima pasando del vidrio al plástico o que ahorra combustible transportando envases más livianos, en un cálculo social de costos que incluya la patogenecidad, por ejemplo, las cuentas pueden diferir. Porque la novedad de los envases plásticos es que sus migraciones no son inocuas ni enaltecedoras del producto, como podría ser la migración de la vasija de roble para el vino tinto. Todo lo contrario: aquí estamos hablando de migraciones cancerígenas.

De elementos de los envases plásticos que nos matan. Y que no lo hacen teóricamente o en circunstancias extremas: las migraciones tóxicas y cancerígenas se verifican en envases que soporten apenas 40 grados centígrados (e incluso menos), es decir la temperatura de cualquier verano porteño.

Por eso, la industria petroquímica ha ido sustituyendo materiales plásticos para los envases. Y si bien tuvimos que soportar durante años y años envases para aceite de PVC, un termoplástico clorado altamente nocivo en contacto con grasas y alcoholes justamente (porque lo degradan), cuando ya estaba prohibido en casi todos los países enriquecidos, ha finalmente sido borrado de las estanterías, ahora góndolas, dando paso a una versión, PET, al menos no clorado. [3]

Es indudable que el paso a envases más livianos y más delgados ha facilitado el cambio de las modalidades de consumo: ha sido un acelerador extraordinario del consumo masivo, del consumismo y de cierto esnobismo, como en el ejemplo de las aguas embotelladas.

Resulta incomparable el momento en que se produce esa masificación facilitada por el tipo nuevo de envase con un momento de «marcha atrás», de desmontaje de lo ya instituido y culturalmente naturalizado.

Lo que queda en pie es preguntarse qué elementos pesaron para la plastificación de nuestra vida cotidiana, sobre todo en la primera década de la segunda mitad del siglo XX., cuando Monsanto [4] desató sobre el mercado la ola plastificadora.

Es indudable que lo que pesó fue el interés comercial, la rentabilidad de las empresas empeñadas en la conversión de los envases tradicionales a los plásticos. Los países con industria petroquímica gozaban de un precio congelado de petróleo, que iba a durar por los menos hasta 1973, gracias a lo cual la materia prima tenía un costo despreciable. [5]

Y el optimismo tecnológico se encargó de pasar por alto los costos ambientales y los de salud. Por más que más bien tempranamente se percibió la toxicidad de los nuevos envases en danza.

Pero para calmar pruritos, los técnicos y científicos del ramo descubrieron la fórmula salvadora: los límites de seguridad. Inmediatamente naturalizados, empezó a ser moneda corriente entre productores de envases el tener en cuenta los límites de migración a los cuales debían sujetarse. Se suelen medir mg. en dm3. Supongamos que de un determinado componente plástico el límite sea 5 mg por dm3. Si el envase desprende, digamos, 6 mg, entonces no se autoriza, de ninguna manera (habrá que rehacerlo, bajando el grado de migración); si lo que migra al alimento son 3 mg, ¡albricias!, todo está bien, no necesita estar mejor, se convierte en perfectamente autorizable, legal, por no decir saludable…

¿De dónde proviene la sacralidad de estos límites migratorios? ¿Es que realmente 6 mg. son cancerígenos y 3 mg inocuos? De ninguna manera. Lo más probable es que 3 mg. sea la mitad de cancerígeno o tarde el doble de tiempo en proveer un cáncer, lo cual es magro consuelo…

Los «límites de seguridad» se establecen siguiendo las limitaciones técnicas que tienen las empresas para el uso de tóxicos. Por eso la fórmula que se emplea en el mundo empresario es ALARA, sigla en inglés, por supuesto, que significa: As Low as Reasonably Achievable, Tan bajo como razonablemente pueda alcanzarse.

¿Y cuál es la razonabilidad alegada? La que otorga los dispostivos tecnocientíficos a mano, sin menoscabar los criterios de rentabildad, of course. El ALARA depende así de las disponibilidades y posibilidades empresarias. Del mundo del capital, no de las necesidades humanas o ambientales.

Así se introdujo, mejor dicho se produjo la invasión de plásticos en nuestras vidas. Los resultados ambientales saltan a la vista, son cada vez más inocultables hasta para sus mismos fautores y beneficiarios: tenemos plásticos en todos los pliegues del planeta y sus migraciones están depositadas en todos los tejidos de los seres vivos del planeta. Tal vez podamos empezar a entender la aparición de muchas enfermedades «modernas» o su recrudecimiento, como en el caso de los cánceres, por esta invisible, impalpable omnipresencia.

¿Qué es lo ambientalmente funesto o, como se dice ahora, insustentable? Lo que corta la circulación, lo que impide la renovación de los ciclos bióticos, pero también físicoquímicos del planeta. La humanidad es un gran interruptor de todos los ciclos ecológicos y esto se ha ido haciendo cada vez más pesante con las ciudades: la urbanización es un gran freno a los ciclos ambientales; es una productor formidable, temible, de entropía.

Los plásticos por su nula biodegradabilidad han constituido un mojón histórico en el avance de la entropía, en la senda del bloqueo de la circulación de elementos en los ciclos ecológicos. A diferencia de las ciudades que detienen la circulación, por ejemplo en forma de ladrillos, pavimento, etcétera, los plásticos se desparraman, literalmente, por todos los territorios y aguas del planeta poniéndole una manta de insalubridad, un freno a la recuperación ecológica, pero no concentrada sino extensa, dispersa, generalizada.

En un análisis de costos con recaudos ambientales, en un cálculo de costos que no externalice factores que el mundo empresario considera irrelevantes aunque resulten planetariamente decisivos, ese rasgo de los plásticos, su no biodegradabilidad y el bloqueo consiguiente a los ciclos ecológicos, tendría que haber figurado en primer lugar, antecediendo factores como el costo, el peso o la misma maleabilidad, rasgos estos últimos que los plásticos presentan con ventaja.

Pero la invasión de los plásticos no se hizo siguiendo criterios ecológicos de ambientalistas o cientistas atentos y preocupados por la suerte del planeta sino siguiendo criterios de rentabilidad de Monsanto y demás laboratorios que se engancharon en la ola plastificadora.

Gracias al hallazgo de tales elementos, el awol [6] pudo florecer sin avizorar siquiera que estábamos en plena construcción de un awod. [7]

Una de las manifestaciones más claras del desquicio en los ciclos planetarios ha sido el «desarrollo» de los desechos sólidos urbanos en general y domiciliarios en particular. Cada habitante de EE.UU. arroja alegremente al planeta, un par de quilos diarios de «basura». Que se barren bajo la alfombra planetaria, que se queman, forjando tóxicos de los más severos que se conocen, que se alojan en países tan pero tan empobrecidos que ceden por diez dolares toda un área para que los países enriquecidos trasladen allí sus excrecencias antes que procesarlas o depositarlas dentro de fronteras lo cual le saldría miles de dólares. Así tenemos ahoras los grandes sumideros de cepeúes, teclados y monitores, sin o con radiactividad, en África.

¡Tienen que tener coraje los de la industria plástica para atreverse a mencionar «los plásticos y sus residuos»!



[1] Que no presenta fecha pero sí como fuente inspiradora un folleto similar de sus símiles hispanos, de agosto de 1995.

[2] Informes de The Drinking Water Inspectorate y British Water Companies Association (WCA), cit.p. Guardian Weekly, 23 dic. 1997.

[3] El polietilenftalato, PET, tiene en su segundo elemento algo muy intranquilizante; los ftalatos también se degradan rápidamente y son absorbibles por los tejidos vivos, sobre todo en contacto con alimentos grasos; por eso se «autoriza» con agua.

[4] Se trata del mismo laboratorio que se hizo una vez más famoso en la década de los 90 con los alimentos transgénicos. En realidad, ya en los 60, con la Revolución Verde ocupó un papel preponderante, así como en los 70 con el Agente Naranja diezmando a todo Vietnam. En los 50 fue el principal productor de artículos plásticos de alcance masivo.

[5] En rigor, lo despreciado era la mano de obra semiesclava que proveía de petróleo a las grandes empresas llamadas transnacionales por no decir primermundianas dedicadas a la extracción de petróleo en el mundo empobrecido o neocolonial.

[6] American way of life.

[7] American way of death. Sistema american de muerte.