La segunda guerra desatada por el Estado de Israel contra el Líbano nos ha demostrado que su agenda política internacional continúa marcada por el unilateralismo, la militarización de cualquier posible negociación con sus vecinos, la falta de respeto más absoluta por las normas internacionales, el apoyo incondicional de los Estados Unidos y la incapacidad y […]
La segunda guerra desatada por el Estado de Israel contra el Líbano nos ha demostrado que su agenda política internacional continúa marcada por el unilateralismo, la militarización de cualquier posible negociación con sus vecinos, la falta de respeto más absoluta por las normas internacionales, el apoyo incondicional de los Estados Unidos y la incapacidad y falta de voluntad política de la Unión Europea para jugar un papel en la región.
Nada nuevo bajo el sol en una tendencia que Israel acentúa desde su misma creación como estado en 1948 y que agita peligrosamente la explosiva coctelera en la que Oriente Medio se encuentra atrapado. No se trata sólo de que todos sepamos ya que nadie puede pararles en su continua y agresiva huida hacia la radicalización de los conflictos que mantiene abiertos sino que lamentablemente estamos siendo testigos de cómo el militarismo que su comportamiento transmite alimenta ideas peregrinas y peligrosas sobre la viabilidad de Israel como Estado en la región -defendidas hasta hace poco tan sólo por el Presidente iraní- y que serán compartidas por sectores cada vez más amplios de la población de los países árabes bajo la lógica del «enemigo de mi enemigo es mi amigo». El comportamiento del Estado hebreo, desde Palestina hasta el Líbano proyecta visiones de destrucción hacia el lugar común, agresivo y tendente al enfrentamiento armado, que alimenta un imaginario colectivo con argumentos cada vez más consistentes contra Israel, los Estados Unidos, la Unión Europea y los regímenes dictatoriales árabe-musulmanes que abiertamente les apoyan o cuando menos callan ante sus desmanes como Egipto, Arabia Saudí o Jordania.
Desde los primeros días de la guerra no declarada del ejército israelí contra el Líbano, justificada según el gobierno de Ehud Olmert por el ataque que la milicia chiíta de Hezbollah realizó el 12 de julio contra un puesto militar israelí en el que fallecieron 8 militares y fueron capturados otros dos, hemos observado impotentes como dicho país es reducido a escombros y se le obligaba por la fuerza a retroceder varias décadas en su triste historia. En el lapso de unos pocos días Israel ha buscado con su comportamiento que las iniciativas para conseguir un alto el fuego que emergían de la comunidad internacional y de las propias fuerzas políticas libanesas fuesen respondidas con nuevas ofensivas de Hezbollah, que no ha parecido dispuesto a tirar la toalla ni a dejarse derrotar militarmente a menos que se debatiese sobre las causas reales del conflicto, que no pasan por el secuestro de dos soldados de los que ya nadie se acuerda.
Por poner un par de ejemplos, el día 29 de julio el gobierno libanés y Hezbollah habían alcanzado, tras 18 días de agresión israelí, un acuerdo para el alto fuego al que Israel respondió con la masacre, posteriormente lamentada con gran y falsa afectación por gran parte de la comunidad internacional y reunión del Consejo de Seguridad de UN de por medio, de más de 60 civiles en la localidad de Qana. Hizbollah se comprometía en dicho acuerdo -nunca plasmado- a respetar un alto el fuego, devolver a los dos soldados judíos capturados y permitir el despliegue del ejército libanés en el sur del país a cambio de la liberación de los prisioneros libaneses en manos de Israel -el más veterano detenido desde hace 36 años- una negociación sobre la retirada de las fuerzas de ocupación israelíes de las granjas de Shabaa, el retorno seguro de los civiles desplazados a sus localidades de origen y la entrega de los mapas de localización de los miles de minas antipersonales con las que Israel ha sembrado el sur de Líbano.
La contundente reacción del pueblo libanés contra la masacre, expresada a través del asalto a la sede de Naciones Unidas en Beirut y la negativa del Primer Ministro Sinoura a recibir a la Secretaria de Estado Norteamericana mientras ésta no trajese un alto fuego en su cartera, explicitó que la idea de la rendición ante Israel no pertenece al imaginario del país del Cedro y que el apoyo a la resistencia de Hizbollah aumenta a medida que el conflicto se prolonga. Las últimas encuestas realizadas por el diario libanés Daily Star recogían un nivel de apoyo que se acercaba al 85% pese a que desde el exterior algunos pretendan sembrar la semilla de la discordia entre los libaneses culpando a Hizbollah de la agresión israelí. Los libaneses, curtidos bajo una ocupación israelí de su país que se prolongó durante 18 años reconocen y respetan la labor política, social y militar de Hizbollah y difícilmente se revolverán contra el «Partido de Dios» que ha demostrado la coherencia de su comportamiento a lo largo de los últimos años.
Tan solo unos días antes, el día 25 de julio, mientras comenzaba a extenderse la idea de que un alto el fuego podría alcanzarse a través del despliegue de una fuerza multinacional a lo largo de la frontera entre los dos países, Israel asesinaba a cuatro observadores internacionales después de que el Tsahal fuese advertido en más de diez ocasiones de que estaba bombardeando una posición de observación de las Naciones Unidas. Paralelamente Ehud Olmert le pedía a Koffi Annan que la organización de la que es Secretario General, procediese a la evacuación de civiles de todos aquellos pueblos que consideraba bases de actuación de la milicia de Hizbollah. Naciones Unidas, que no es capaz de convencer a Israel para que permita la existencia de corredores humanitarios o garantías de protección de los civiles, decidió no asumir tal misión ante el riesgo que corre, a medida que pasa el tiempo, de ser señalada como brazo ejecutor involuntario de la política israelí.
Israel ha asesinado a más de un millar de civiles libaneses, ha utilizado bombas de fragmentación y de fósforo blanco, ilegales según todas las convenciones internacionales, ha destruido casi en su totalidad las infraestructuras del país (aeropuerto, puertos, carreteras, puentes, centrales eléctricas, potabilizadoras de agua) ha provocado uno de los mayores éxodos de refugiados de los últimos años, ha asesinado a casi 200 civiles en la Franja de Gaza tan sólo durante el mes de julio y ha dejado claro, por si a alguien le quedaban dudas, que la más mínima reacción palestina o libanesa contra la ocupación de territorios o la detención de miles de prisioneros árabes en la cárceles israelíes, sería respondida con toda la fuerza militar que Israel puede utilizar y sin el ejercicio de la más mínima contención humanitaria, siempre con el apoyo incondicional de los Estados Unidos y la silenciosa connivencia de la Unión Europea.
Los titulares de la prensa de ayer y hoy, 6 y 7 de julio, recogen, en este contexto, lo que en castellano se denomina «hacer el papelón»; la patética impostura de las potencias implicadas, principalmente Estados Unidos y Francia. Pretenden convencernos de que se ha abierto la ventana de la paz y la oportunidad para lo que ellos llaman el «cese de hostilidades» nueva denominación en la neolingua orwelliana de lo políticamente correcto utilizada para igualar a los contendientes de una salvaje guerra de agresión decidida unilateralmente por Israel. Creen que el hecho de que dos países con intereses en la región, Estados Unidos y Francia, se hayan puesto de acuerdo entre ellos sobre una fórmula para el alto el fuego que no tiene el apoyo ni de Hezbollah ni del gobierno libanés significa algo diferente a la culminación de la complicidad vergonzante de la comunidad internacional con Israel. Pretenden imponerle al Líbano, desde las Naciones Unidas, una solución que legitima la ocupación israelí del sur del país, el desarme de quienes sus compatriotas consideran unos héroes en la lucha contra Israel y además, la presencia de una fuerza internacional que garantice la seguridad de Israel sin mencionar la más mínima concesión al pueblo que está sufriendo la agresión israelí en una proporción de nueve muertos libaneses por cada muerto israelí.
Esta guerra se alarga ya casi un mes. Desde el primer día se habló de que duraría unas semanas, probablemente el tiempo que los generales israelíes calcularon que duraría una operación que borrase a Hezbollah del mapa. Ahora ya han comprobado que se equivocaban. Hezbollah no se va a rendir y tampoco la van a derrotar a menos que ocupen el país por tierra con miles de soldados, durante un período de tiempo consistente y con un alto número de víctimas entre los hombres del Tshal. Tienen la experiencia de lo sucedido durante la década de los 90 en ese mismo territorio y con los mismos contendientes. Y tuvieron que irse debido a la feroz resistencia de los habitantes del sur del Río Litani y las cada vez más intensas manifestaciones contra la guerra que ocupaban las plazas de Tel Aviv.
Quien quiera que se arregle la situación debe remangarse la camisa, armarse de valor y sentarse en la mesa con Hezbollah, escuchar sus legítimas peticiones, que son las del Líbano en su práctica totalidad, y hacerle entender a Israel que le esperan días de sufrimiento si decide no cejar en su autodestructivo y militarista empeño.