Un país bombardea dos países (Palestina y Líbano). La impunidad podría resultar asombrosa si no fuera costumbre. Algunas tímidas protestas dicen que hubo errores. ¿Hasta cuándo los horrores se seguirán llamando errores? Esta carnicería de civiles se desató a partir del secuestro de un soldado. ¿Hasta cuándo el secuestro de un soldado israelí podrá justificar […]
Un país bombardea dos países (Palestina y Líbano). La impunidad podría resultar asombrosa si no fuera costumbre. Algunas tímidas protestas dicen que hubo errores. ¿Hasta cuándo los horrores se seguirán llamando errores? Esta carnicería de civiles se desató a partir del secuestro de un soldado. ¿Hasta cuándo el secuestro de un soldado israelí podrá justificar el secuestro de la soberanía palestina? ¿Hasta cuándo el secuestro de dos soldados israelíes podrá justificar el secuestro del Líbano entero?
Eduardo Galeano, «¿Hasta cuándo?»
Cuando se escriben estas líneas, tras más de un mes de bombardeos del ejército israelí sobre Gaza y Líbano, y recién aprobada la resolución 1701 de NNUU de «alto el fuego», se está produciendo un cambio verdaderamente cualitativo en el escenario de Oriente Próximo: la implicación militar de países de la Unión en la región, con apoyo de la UE. Eso sí, con el aval de las ONU. Este hecho va a tener profundas repercusiones en el futuro de Europa, y en el camino hacia las tinieblas, o hacia la locura colectiva, al que nos quieren conducir las estructuras de poder occidental, y en especial EEUU (y Gran Bretaña).
La dinámica desquiciada de Israel (de mil ojos por ojo, y mil dientes por diente), apoyada por sus socios occidentales, no hace sino potenciar aún más el Islam político, en especial a sus sectores más fanáticos, y en definitiva el «Choque de Civilizaciones». Estamos a un paso del abismo, si es que no estamos entrando ya en él. Analicemos brevemente estos hechos, y el porqué de esta aseveración.
La respuesta brutal, inhumana e inmoral, absolutamente desproporcionada (por decirlo suavemente) de Israel a dos agresiones, una de sectores de Hamás y otra, posteriormente, de Hezbolá, ha provocado una gravísima crisis regional, de alcance mundial, con consecuencias imprevisibles. Sobre todo la guerra contra el Líbano, pues la agresión contra Gaza y Cisjordania, muy lamentablemente, es cosa casi de todos los días, y parece que está ya más interiorizada por una adormecida «opinión pública» mundial (por supuesto, no por el mundo árabe-musulmán).
La principal afectada por toda esta locura es la población civil, en especial palestina y libanesa, pero también israelí. La acción incontrolada del Ejército de Israel (que marca el paso al gobierno Olmert) se vio no sólo apoyada, sino jaleada, por EEUU desde el principio (¿estaba previamente planificado algo así?). Era una ocasión perfecta (eso les parecía a Washington y a Tel Aviv) para acabar con Hezbolá, en Líbano, y de paso lanzar un mensaje fuerte a Siria, y en concreto a Irán.
Todo esto se inicia poco antes de la cumbre del G-8, bajo la presidencia de Rusia. En dicha cumbre EEUU, a pesar del apoyo de Gran Bretaña, se queda solo, y los ocho dirigentes mundiales suscriben un comunicado en el que finalmente piden el cese de las «hostilidades», tanto de Israel como de Hezbolá. EEUU ya no controla el G-8, y Occidente pierde peso en él ante el auge de Rusia, y la presión externa de China e India (invitados como observadores a la cumbre). Eso sí, EEUU logró eliminar el calificativo «desproporcionada» con el que se calificaba la respuesta de Israel en el borrador de declaración ruso. Francia, la antigua potencia colonial en Líbano y con fuertes intereses en la zona, estaba a favor de incluirlo. Y Gran Bretaña lanza en ese foro la idea de una fuerza de interposición, que garantizase la «paz» futura. Fuera de la cumbre, hasta se llega a hablar de la OTAN como posible fuerza de «paz» (la opción de EEUU y Gran Bretaña, con el apoyo de Israel). Una fuerza de «paz» robusta, según Condoleeza Rice (es decir, que pudiera desarmar y desarticular a Hezbolá).
Posteriormente, tanto EEUU como Gran Bretaña descartaron participar (directamente) en esa fuerza de «paz», y la OTAN quedó desechada por la oposición sobre todo de Francia, pero también de otros socios europeos; pues la OTAN se percibe en el mundo árabe-musulmán como el brazo armado de Occidente, y en concreto como la prolongación del poder militar de EEUU, aparte de la oposición y desconfianza que suscita también en Rusia, China e India.
Pero el Consejo de Seguridad de NNUU ha tardado casi un mes en llegar a un acuerdo de resolución de «alto el fuego», que aceptasen en principio todos los implicados (que son muchos, no sólo los directamente afectados). La responsabilidad principal del retraso ha sido una vez más de EEUU, pues hasta la UE (los veinticinco) se pronunció «rápidamente» por la necesidad de un «alto el fuego», a pesar del bloqueo que caracteriza su posición respecto de la actitud agresiva cotidiana de Israel, y a pesar de no disponer todavía de un mecanismo fluido para tomar decisiones en política exterior (le falta la Constitución). Y eso hace que NNUU haya quedado absolutamente ninguneada, como denunció Kofi Annan; y no sólo eso, ha quedado también masacrada, pues el ejército israelí bombardeó consciente e impunemente a los «cascos azules», como asimismo denunció su secretario general.
La ONU no ha podido hacer frente a sus responsabilidades (teóricas) de mantener la paz global y el orden internacional. Es más, se ha llegado a instalar la posibilidad de escenarios de Guerra Total, cuya renuncia ha dejado de ser ya un principio jurídico y moral. La población civil, y las ciudades e infraestructuras, han pasado a ser el principal objetivo de la guerra. El marco jurídico-político internacional de la posguerra mundial está saltando por los aires.
Parece que todo es válido ya en el nuevo marco post-11-S, en el nuevo mundo de la «guerra permanente contra el terror», y de la «globalización armada». El EEUU de Bush ha dejado hacer a Israel como ninguna presidencia previa lo había hecho. Como se ha llegado a afirmar, esto no lo hubiera permitido ni Bush padre, artífice de la Conferencia de Madrid y de los acuerdos de Oslo, de Paz por Territorios, ni Clinton, que presionaba denodadamente por la negociación (trucada) de Israel con Arafat. Se está produciendo una confluencia cada día mayor entre el sector «neocon» y el fundamentalista evangélico (este último hasta hace poco antisemita encarnizado) con el poderoso lobby proisraelí y sionista de EEUU. Alianza previamente inexistente , que se está convirtiendo en un verdadero «poder absoluto», como ha sido denunciado por los profesores Mearsheimer y Walt (Birnbaum, 2006). ¿Para defender quizás la hegemonía estadounidense en el mundo, el control del grifo estratégico global del petróleo (en Oriente Medio y Asia Central) y el dólar manu militari? Israel es la cabeza de puente perfecta para esos propósitos en la región. De hecho, unos días antes de esta «crisis» se inauguraba el mayor oleoducto del mundo Baku-Tiblisi-Ceyhan (en Turquía), que permite transportar petróleo del Caspio a Occidente, a través del Mediterráneo, sin pasar por la Federación Rusa, y que atraviesa sólo países en la órbita occidental. En él participan empresas como BP, Chevron, Total-Fina-Elf y Eni (de nacionalidad británica, estadounidense, franco-belga e italiana, respectivamente). Israel recibirá también petróleo de este oleoducto, y a través suyo se quiere exportar, desde el Mar Rojo, al Lejano Oriente (Japón, Corea del Sur, etc)(es decir, garantizar el acceso al crudo de los «amigos», llegado el caso). ¿Quizás el control del Líbano sea una pieza importante asimismo para garantizar la seguridad de estos flujos de petróleo? (Chossudovsky, 2006).
De cualquier forma, EEUU se ha visto obligado también a recular, y a aceptar un acuerdo en el marco de NNUU, mucho antes de lo que hubiese deseado, obligando a Israel a dejar su «misión» inacabada. Las presiones internas (disensiones en el partido republicano y en el propio ejército de EEUU ) y sobre todo internacionales han sido fortísimas (incluidas las de la Liga Árabe, azuzada por las propias teocracias y regímenes autoritarios prooccidentales existentes en su seno, que temen el estallido de sus poblaciones), aparte de las movilizaciones ciudadanas de rechazo en todo el mundo, a pesar del mundial de fútbol y del verano. Se puede decir que ha habido un clamor general contra la guerra. Y no han sido sólo las discrepancias políticas las que han obligado a echar el freno, sino que la situación fuera de control estaba afectando seriamente a la economía internacional (precio del petróleo, caída de las bolsas, etc). A los sacrosantos mercados. Además, se está empezando a fraguar una amalgama cada vez más sólida entre la «crisis árabe-israelí» y la «crisis del Golfo», incluida la candente cuestión nuclear de Irán, lo cual es un desafío de enorme trascendencia, pues si no se desactivan de alguna forma estos conflictos, no se podrán evitar enfrentamientos militares futuros que afectarían a toda la región y al mundo entero, y por supuesto a Occidente, y sobre todo al propio EEUU (aunque éste pueda creer lo contrario). Además, EEUU ha dejado caer a Líbano en esta crisis , la última «democracia» en pie del mundo árabe (si excluimos por supuesto la farsa de Irak), sobre todo después de que se está torpeando a todos los niveles al gobierno democrático de Hamás, en Palestina. No sólo literalmente por parte Israel, sino económica y políticamente por EEUU y la propia UE, haciendo inviable su funcionamiento.
Todo lo cual está generando un arco chiíta desde Irán al Líbano, pasando por Irak, y una interconexión además entre Hezbolá (chií) y Hamás (suní), que está suscitando el pánico en las prooccidentales teocracias y regímenes autoritarios laicos suníes. Hezbolá, que surgió como consecuencia de la invasión israelí del Líbano en 1982, ha salido claramente reforzado de esta última guerra israelí-árabe, al haberle podido plantar cara durante más de un mes a un enemigo enormemente superior, y además apoyado sin condiciones por EEUU. Los regímenes árabes no sobrevivieron seis días en 1967 al ataque de Israel. Por otro lado, Líbano no se ha dividido a causa de Hezbolá, es más, ha reaccionado en gran medida en bloque contra el ataque y la ocupación de Israel, sobre todo la población civil, y en especial las mujeres. Las grandes olvidadas y afectadas de todas las guerras (aparte de los niños y los ancianos). Y el millón de refugiados (un cuarto de su población) ha vuelto a sus ciudades en ruina esbozando sonrientes la V de la victoria, y enarbolando la imagen del líder de Hezbolá, Nasralá, a pesar de los más de mil muertos que ha tenido el Líbano, la mayoría civiles.
La estatura de Hezbolá en todo el mundo árabe-musulmán, tanto chií como suní, ha adquirido ya carácter de leyenda.
Se puede pues afirmar que EEUU e Israel han sido los grandes derrotados de esta guerra tremenda y absurda (como todas, pero en este caso mucho más). El poder de Tel Aviv es la primera vez en sus casi sesenta años de existencia que tiene que enfrentar una derrota; además, ni siquiera ha logrado conseguir la liberación de los tres soldados secuestrados, a pesar de toda la destrucción y el dolor causados, ajeno y propio, debiendo contabilizar más de ciento cincuenta muertos, la mayoría militares, luchando en tierra contra Hezbolá. Por otro lado, la influencia e imagen de Siria y sobre todo Irán en la zona han salido reforzadas, lo contrario de lo que se pretendía. Y han logrado convertir a Hezbolá, y a Nasralá, en verdaderos iconos del mundo árabe-musulmán. Un desastre total. Israel, y EEUU, son una muestra palpable de la tremenda debilidad del fuerte (chulo y despótico). Su soledad mundial es patética. El rechazo planetario que suscita su actuación es palmario. Su imagen internacional ha salido aún más hecha trizas. Y la victoria política ha caído, pues, claramente del lado de Hezbolá, y de la resistencia árabe en general. Y el odio y el sentimiento antioccidental están creciendo como la espuma en todo el mundo árabe-musulmán. Eso va a provocar, sin duda alguna, un ascenso aún mayor del Islam político en toda la región (su auge en las consultas electorales habidas -muchas de ellas controladas- así lo demuestra), y en especial de sus sectores más radicales. Lo cual va a ocasionar que la «democratización» de este espacio del mundo deje de ser una prioridad para Washington, si es que alguna vez lo fue. Los regímenes prooccidentales pueden venirse abajo, ante el ecumenismo en ciernes chií y suní contra el enemigo sionista, y contra su mentor el Gran Satán estadounidense (y su mamporrero británico). La situación en Irak puede deteriorarse aún mucho más (si es que ello es posible), auspiciada por la resistencia suní, y por esa carnicería y caos diarios provocados por una guerra civil interconfesional en marcha, vinculada también con la ocupación. Ali Sistani, el líder moderado de la comunidad mayoritaria chií en Irak, ha criticado abiertamente la posición de EEUU en Líbano. Y el levantamiento de los chiíes iraquíes puede suponer la peor pesadilla para EEUU (y Gran Bretaña), y para la gobernabilidad de una ocupación hace tiempo ya inviable. Y por si todo esto fuera poco el odio alcanzará (lo está haciendo ya) a las poblaciones arabo-musulmanas que habitan en las metrópolis de Occidente (principalmente en Europa), en especial a sus cachorros.
Las últimas encuestas muestran un claro sentimiento de no pertenencia al Reino Unido de los jóvenes musulmanes británicos, aún más que sus congéneres en Francia, que manifiestan abiertamente que la «guerra global contra el terror» no es sino una «guerra global contra el Islam», y culpabilizan directamente a Blair como uno de sus máximos responsables. El modelo de integración multicultural británico está implosionando, incitado por el «Choque de Civilizaciones» que impulsa Occidente, en especial EEUU y Gran Bretaña, y muy en concreto Israel, el ángel exterminador, y que se ve incentivado también, cómo no, por los sectores más fanáticos del Islam político. El reciente episodio promovido por el gobierno británico en sus aeropuertos ante una pretendida amenaza terrorista islámica, con medidas desproporcionadas de control que han provocado un caos generalizado de repercusión mundial, justo cuando se negociaba la resolución 1701 en NNUU, parece un más que probable montaje policial para inculcar el miedo masivamente en la población autóctona, y poder proyectar internacionalmente lo malos que son los terroristas islámicos, y entre ellos (se deduce) Hezbolá. Estas medidas fueron inmediatamente saludadas desde el otro lado del Atlántico por Bush (el eje funcionó al unísono), que necesitaba como agua de mayo apoyo a sus posturas en el seno del Consejo de Seguridad (¿están pensando los dos también en la futura gestión del conflicto con Irán?).
Blair y Bush se saben perdedores en la batalla por la imagen internacional (y doméstica), e intentan como sea recuperarla, en base al miedo. Pero los representantes de las comunidades musulmanas de Gran Bretaña han denunciado públicamente el acoso y la criminalización generalizada de la que vienen siendo objeto, y cómo se utilizan también las medidas y prácticas «antiterroristas» (que suspenden todo tipo de derechos y garantías) con fines de política interna, para recabar el apoyo de la población de «centro» a un gobierno cada día más antipopular y contestado. La rebelión de las distintas comunidades étnicas foráneas en Occidente no ha hecho sino comenzar, sobre todo si se utilizan métodos como los impulsados en relación con las comunidades arabo-musulmanas, con fuerte sentimiento propio de identidad. Por cierto, al calor de estos acontecimientos, la UE quiere imponer un endurecimiento de los controles aeroportuarios, y de los datos personales, como funcionan ya en Gran Bretaña y EEUU, en donde el perfil étnico se vuelve determinante.
LA RESOLUCIÖN 1701.
Pero volvamos a analizar sintéticamente el escenario que promueve la resolución de «alto el fuego» 1701, y cuál va a ser el complejísimo papel que le depara a Europa, y que ejecutarán militarmente determinados Estados de la Unión, bajo el mandato de NNUU, en territorio libanés. Por cierto, ¿por qué no desplegar la fuerza de interposición también en territorio israelí? La resolución en cuestión es enormemente desequilibrada en beneficio de Israel, aunque conmina a éste a abandonar Líbano. Pero eso sí, sin establecer una fecha precisa, es decir, cuando se haya desplegado el ejército libanés y la fuerza multinacional de apoyo, y se den las condiciones para la retirada israelí. El gobierno de Tel Aviv ya ha hablado de meses para retirarse totalmente. Al contrario que la reciente resolución de NNUU sobre Irán que sí establece una fecha concreta, el 31 de agosto, para que se pliegue a las exigencias fundamentalmente de Occidente.
Además, no se especifica nada en cuanto a las posibles incursiones aéreas de Israel en territorio libanés. Israel ya ha afirmado que los jefes de Hezbolá están en su punto de mira, y que irá a por ellos allí donde se encuentren. Por otro lado, la resolución 1701 establece un embargo de armas al Líbano, para que éstas no lleguen a Hezbolá, pero por supuesto no hace lo propio con Israel, armado hasta las cejas con tecnología de última generación por EEUU, y que además posee más de doscientas armas nucleares. Asimismo, condena las «ofensivas militares» israelíes, pero ello permite deducir la posibilidad de llevar a cabo «acciones defensivas», si Israel se sintiese atacado o amenazado. Por último, la resolución es deliberadamente ambigua en relación con el papel de la fuerza multinacional de «cascos azules». No está claro si ésta tiene capacidad para desarmar a Hezbolá, aunque ése sea el deseo de algunas potencias occidentales, y por supuesto de Israel, ya que sólo se contempla que dicha fuerza apoye al ejército libanés en esa labor potencial, que deberá decidir el ejecutivo del país de los cedros, en el que participa Hezbolá. La ambigüedad del mandato, y las enormes dificultades de la misión, está dificultando el reclutamiento y el despliegue de las fuerzas necesarias. Lo que a su vez está poniendo en cuestión toda la operación, pues las fuerzas internacionales de «cascos azules» actuarán como puente entre el abandono israelí y el despliegue del ejército libanés.
Por otro parte, con la anuencia de EEUU y Europa, en la resolución no se menciona para nada la situación desesperada de Gaza y Cisjordania, en donde Israel, después de destruir las infraestructuras civiles (por cierto, pagadas con dinero de la UE), masacrar diariamente a su población, y construir un muro de separación que implica nuevas anexiones de territorios y recursos palestinos, mantiene prisioneros a ocho ministros del gobierno democráticamente elegido de Hamas, al presidente del Parlamento de la Autoridad Nacional Palestina, y a más de dos decenas de sus diputados. Y este es el nudo gordiano del conflicto árabe-israelí. El cumplimiento de la ya antiquísima resolución 242, de devolución de los territorios ocupados por Israel en 1967 (Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán) sigue brillando por su ausencia. Es decir, en ningún sitio del planeta quedan más meridianamente clara la existencia de dos pesos y dos medidas, en cuanto al derecho internacional. De cualquier forma, lo que queda nítido en la resolución 1701 es que habrá una nueva conferencia internacional para financiar la reconstrucción, para regocijo de bancos y empresas occidentales, que volverá a endeudar al Líbano.
En definitiva, es en este complejo panorama que va a tener que operar la fuerza multinacional, que va a estar comandada, no lo olvidemos, por Francia, y en la que van a participar (por lo que se sabe hasta el momento) Italia, España, Grecia, países nórdicos y algunos países del Este de la Unión (todavía por concretar, según Solana), así como fuerzas militares de países islámicos como Turquía, Indonesia y Malasia, aparte de las de otros países del mundo. Israel ya ha dicho que no aceptará tropas de Indonesia y Malasia. Primer problema.
De cualquier forma, la fuerza multinacional va a estar estructurada fundamentalmente en torno a los ejércitos europeos (un deseo explícito de Israel, que hubiese preferido que éstos no operaran condicionados bajo el paraguas de la ONU, y junto con otras fuerzas de países islámicos que pudieran, llegado el caso, dividirlas y «debilitarlas»). Pero esto plantea una serie de graves problemas, sobre todo porque los que tienen la llave fundamental para solucionar los conflictos de la zona, EEUU, y en menor medida Gran Bretaña, no están presentes en la fuerza multinacional, y con su actuación y decisiones condicionan todo el marco en que ésta operará. Así pues, unos se implican militarmente y otros son los que definen las reglas de un juego, en el que Israel actúa también por libre. Los ejércitos de la Unión, y en definitiva Europa, aparecerá como aliada de Israel si tiene que imponer el desarme, lo cual regocijará a los islamistas radicales de todo el mundo, y puede verse implicada militarmente en un conflicto de duración y consecuencias imprevisibles. No es de descartar, llegado el momento, una guerra abierta entre la milicia armada chií y los ejércitos europeos. Las fuerzas internacionales (de EEUU y Francia) tuvieron que abandonar Líbano en 1983 después de graves atentados suicidas (¡los primeros!). Pero también podremos ver, probablemente, soldados del «Tercer Mundo» muriendo en guerras promovidas por Occidente, y bajo el mando de tropas europeas, como en el siglo XIX. Oriente Próximo es un terreno minado, nunca mejor dicho, y Europa puede arruinar definitivamente (ya lo ha hecho en gran medida) sus relaciones con el mundo árabe y musulmán. Aunque por ahora, mantiene un cierto contacto con Hezbolá, pues la UE, al contrario que EEUU, no ha incluido a esta organización en el listado de grupos terroristas internacionales, y hasta con Siria e Irán, al contrario también que la hiperpotencia.
Pero la asimetría de la resolución 1701 respecto de Israel, la no exigencia de contrapartidas a Tel Aviv respecto a Palestina (cumplimiento de la resolución 242 y posteriores), y el hecho de que la propia actuación de Israel, o de EEUU y Gran Bretaña, puedan empeorar aún más la situación en toda la región, va a hacer que Europa lo quiera o no lo quiera, vaya a aparecer como cómplice de toda esta sinrazón (lo está siendo ya en gran medida). La causa de ello es que la Unión es incapaz de distanciarse mínima y claramente de la política de EEUU (y Gran Bretaña) en la región, por sus intereses económicos, sus tensiones y divisiones internas, y sus distintos vínculos con Washington, así como por su debilidad institucional, y es absolutamente contraria a utilizar los poderosos instrumentos comerciales de los que dispone, y que utiliza en numerosas ocasiones en otras partes del mundo, para hacer entrar en razón a un Israel que viola los derechos humanos fundamentales sistemáticamente. Además, los países europeos se encuentran ya al límite de sus capacidades militares permanentes y, con toda seguridad, se van a producir problemas con la cadena de mando en una misión tan ambigua y tan compleja, y con tropas de tan distintos lugares del mundo (sobre todo, probablemente, con aquellas del mundo islámico). Y hasta se pueden producir fuertes tensiones entre las cadenas de mando de las distintas fuerzas de los ejércitos de la Unión ante situaciones de crisis, al no haber un mando europeo unificado. Las distintas tropas europeas responden ante sus Estados, y están condicionadas, se quiera o no se quiera, por el sentimiento también de sus «opiniones públicas».
Todo ello podría tener una fuerte repercusión en la propia integridad del proyecto europeo, si es que la dinámica de crisis deriva en una situación de guerra generalizada en Oriente Próximo y Medio. No olvidemos que el 31 de agosto acaba el plazo dado por el Consejo de Seguridad para que Irán cumpla con unas exigencias, que Teherán ya ha dicho que no va a acatar. Se habla de imponerle medidas de embargo económico y comercial, pero EEUU ha llegado también a amenazar a Irán con una posible respuesta «contundente» (hasta se ha llegado a mencionar la eventualidad de un ataque nuclear), lo que tendría repercusiones regionales y globales. Irán, a su vez, ha retado a Occidente con el posible cierre del Estrecho de Ormuz, por donde discurre una parte muy importante del petróleo que consume el mundo. Lo cual generaría una crisis planetaria. En ese caso extremo (pero no irreal), se podría entrar en un escenario de guerra ampliada a gran parte de la región, al que tendrían que hacer frente las tropas desplegadas, lo que cambiaría absoluta y bruscamente el mandato del Consejo de Seguridad. En este supuesto, al carecer la UE de instrumentos propios para ejercer el mando unificado de dichas tropas (falta la Constitución), habría que recurrir probablemente a hacer uso de los acuerdos «Berlín Plus» (OTAN-UE), con lo que la operación pasaría a ser dirigida desde el Cuartel General de la Alianza Atlántica, y Europa perdería cualquier tipo de autonomía propia, si es que la quisiera tener, convirtiéndose en un rehén aún mayor de la política militar de EEUU. Esta situación dinamitaría también, por supuesto, la propia fuerza multinacional bajo el mandato de la NNUU. Por supuesto, son sólo hipótesis sobre futuros posibles, pero dignos de ser tenidos en cuenta.
De lo comentado hasta ahora, se podría llegar a pensar que si Europa tuviese una Constitución, ésta le permitiría actuar con mayor equidad en este escenario tan conflictivo. Pensamos que para nada es así. Como hemos reflejado a lo largo del libro, caminamos hacia un nuevo capitalismo multipolar, crecientemente militarizado, y con rivalidades intercapitalistas en ascenso , que en absoluto va a ser más seguro que un mundo unipolar. Y la UE es uno de los polos económicos principales globales, que intenta construirse como superpotencia mundial, a fin de reforzar su poderío y permitir una mayor expansión y defensa a escala global de los intereses del capital (continental) europeo. El nuevo capitalismo global genera un mundo de crecientes desigualdades e injusticias a todos los niveles, que hace que el planeta y la humanidad entera sean y se sientan cada día más inseguros. Los países de la Unión han tenido durante décadas la posibilidad de intervenir en Oriente Próximo para desactivar los conflictos en ascenso, y no lo han hecho, pues tan sólo han adoptado medidas como mucho cosméticas. Y no lo van a hacer porque tengan una Constitución, de fuerte contenido militarista y securitario, que les permitiera un mayor poder y proyección mundial.
Además, Europa también quiere participar en el acceso y control de las reservas estratégicas de crudo y gas de Oriente Medio y Asia Central, de ahí tal vez su seguidismo respecto de EEUU y Gran Bretaña, ante la incapacidad (por ahora) de desarrollar una potente estructura militar propia. Es preciso recordar que Francia junto con EEUU han sido los principales impulsores de la resolución 1701, con el apoyo de Gran Bretaña. Los tres, miembros permanentes del Consejo de Seguridad, y con capacidad de veto. Es más el borrador de resolución fue «dulcificado» por la negativa de Líbano a suscribirlo en los términos que estaba, y por la presión de la Liga Árabe. En la resolución para nada se critica la actuación de Israel, no hay ninguna condena a pesar de los «crímenes contra la humanidad» que ha cometido, y está cometiendo, y que quedarán impunes. Es más, dichos miembros de la Unión han reconocido el derecho de Israel a defenderse. Y esta postura la ha apoyado también la «Europa defensora de los derechos humanos». Por otro lado, en la resolución para nada se habla de reparaciones de guerra al Líbano, y por supuesto, como ya hemos apuntado, a la Autoridad Nacional Palestina, a pesar de que entre la amplia destrucción ocasionada, hay infraestructuras ejecutadas con dinero comunitario. Lo que sí es verdad es que la Unión ha promovido activamente un acuerdo de «alto el fuego», pues sus miembros pueden ser los principales perjudicados en Occidente por la desestabilización de la región, porque también piensan que hay que darle una oportunidad a la diplomacia, eso sí con la amenaza de la fuerza, y porque sus «opiniones públicas» son fuertemente contrarias a esta guerra, pero en cualquier caso van a aportar tropas que seguramente se comportarán como fuerzas de ocupación (lo que son). En los últimos días se ha mencionado que la UE promovería (Solana dixit) una segunda conferencia de Madrid para buscar una salida negociada a los conflictos de la zona, pero no parece que Israel, ni EEUU, ni probablemente la propia Gran Bretaña estén por la labor, con lo que si se llegase a celebrar, cosa muy dudosa, estaría condenada al fracaso. Y la UE, además, no tiene capacidad para imponerla.
De cualquier forma, la aventura imperial de EEUU puede quizás acabar abruptamente, más bien pronto que tarde, a pesar de todo su poderío militar. Una serie de elementos ya señalados en este libro así lo sugieren (desequilibrios económicos y financieros crecientemente inmanejables, crisis en marcha del dólar como moneda mundial, erosión en ascenso de la hegemonía estadounidense, etc). La voluntad irrestricta de dominar el mundo, y en concreto Oriente Próximo y Medio, le puede estallar en las manos. Ya le ha estallado ese invento de construir un Gran Oriente Próximo y Medio «democrático», y ahora queda la cruda realidad, su voluntad de dominar esta región manu militari. Pero lo único que EEUU ha conseguido es que la situación en la región sea cada día más insegura, más inestable, y más radicalizadamente antioccidental. Ahora bien, el desmoronamiento imperial estadounidense, cuando se dé, se convertirá en un tremendo problema para Israel. Estaría en peligro su propia existencia. Israel no puede sobrevivir sin el apoyo económico, político y militar diario de EEUU. La dinámica militarista de Occidente en esta zona tan caliente del mundo, puede ser verdadero boomerang para EEUU, Israel y hasta para la propia Europa, que se puede ver arrastrada e involucrada en toda esta vorágine. Y todo va apuntando a que el boomerang le impactará también a ella.
Así pues, esta «crisis», por grave que nos pueda parecer, puede ser sólo un anticipo de escenarios aún mucho más siniestros, si las dinámicas en curso continúan su devenir enloquecido. Los incendios hay que apagarlos al principio, antes de que puedan producir desastres inimaginables, especialmente en zonas muy inflamables. El fuego no se apaga con más fuego, al contrario se aviva. No puede haber una paz real y duradera sin abordar el reconocimiento, por los países y los pueblos enfrentados, de todos los errores y brutalidades del pasado, al tiempo que se entiende y se acepta al «otro». Pasos previos para la resolución pacífica (aunque dolorosa y compleja) de los conflictos. Y Europa tiene un tremendo poso de culpa histórica que también habrá que sacar a la luz, algún día. Después de siglos de persecución, marginación, pero también utilización de los judíos, el nacionalismo europeo del siglo XIX generó el sionismo, al no aceptarse a los judíos dentro de los Estados nación europeos.
Y, a principios del siglo XX, desde Gran Bretaña se propició (a través de la declaración Balfour) que los judíos pudieran disponer de una nueva patria, y se les prometió Palestina: «Una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra» (se decía falsamente). Esa promesa se convirtió en realidad después de la segunda guerra mundial, a través de la partición de Palestina, bendecida por la ONU en 1947, que dio paso al Estado de Israel en 1948 (y a la primera guerra árabe-israelí). Dicha resolución fue promovida principalmente por EEUU, una vez que desaparece el dominio colonial británico en la zona, utilizando también el remordimiento europeo (y mundial) ocasionado por el Holocausto, generando un conflicto histórico, que ha ido en ascenso, con amplias repercusiones en todo el mundo árabe-musulmán. Y de esos polvos vienen estos lodos. Más tarde, y tras varias guerras árabe-israelíes (la última ha sido la sexta), y especialmente tras la guerra de expansión de 1967, se ha creado una situación cada día más injusta y brutal, que amenaza con desestabilizar no sólo la región, sino el mundo entero, pues no hace sino echar cada día más leña al fuego del «Choque de Civilizaciones». La ocupación de Gaza y Cisjordania es un cáncer que corroe Oriente Próximo, y el conjunto del mundo musulmán desde hace décadas. Es hora ya de que entre todos paremos esta dinámica demencial. No lo harán los Estados, ni los ejércitos, tendrán que ser las sociedades civiles (organizadas) de los distintos bandos las que se impliquen y presionen a todos los sectores armados, para frenar la caída en el abismo, y poder caminar poco a poco hacia otros mundos posibles, justos y sin opresión, y en equilibrio con el entorno, que permitan un paulatino desarme generalizado. La única garantía para una convivencia y paz duradera. Ese es uno de los retos principales de cara al futuro mundial, y de Europa en particular, como ya se ha apuntado en este libro.
Ramón Fernández Durán,
miembro de Ecologistas en Acción.
NOTAS:
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1 Hasta hace poco los apoyos principales a Israel se vehiculaban en EEUU a través del Partido Demócrata.
2 Denunciando como se estaba viniendo abajo la imagen de EEUU en el mundo árabe-musulmán, y las consecuencias estratégicas que se podrían derivar de ello, aparte de su posible repercusión en Europa.
3 Después de presionar, junto con Francia, para que salieran las tropas sirias que lo «protegían» de Israel.
4 Pues se requiere un importante número de efectivos, y los países de la Unión ya participan en otras operaciones bajo el paraguas de la OTAN o bajo cobertura europea (Afganistán, Bosnia, Kosovo, Congo), aparte de otros despliegues conjuntos (en el Mediterráneo) o propios.
5 El reciente fracaso de la Ronda de Doha así lo atestigua, con cruces de acusaciones mutuas de EEUU y UE por la ruina de las negociaciones. Los distintos bloques se aprestan para defender sus intereses y mercados como sea, seguramente a través de acuerdos bilaterales regionales, acompañados de acuerdos geoestratégicos y securitarios, y si es preciso, llegado el caso, manu militari.
Bibliografía:
BIRNBAUM, Norman: «¿Es bueno Israel para los judíos?». En EL PAÍS, 14-8-06.
CHOSSUDOVSKY, Michel: «The War on Lebanon and the Battle for Oil». July, 2006. www.globalresearch.ca
Ramón Fernández Durán es miembro de Ecologistas en Acción.
Nota del Autor : Cuando se cierra este texto, los informativos están resaltando que Israel ha llevado a cabo dos acciones. Una incursión aérea en Líbano contra Hezbolá, cerca de la frontera de Siria. Y un nuevo secuestro de un representante del gobierno de Hamás, su vicepresidente. La situación es enormemente tensa y fluida, y la «paz» (armada) pende de un hilo.
El texto cerrará la edición en inglés del libro de Ramón Fernández Durán «La compleja construcción de la ‘Europa’ superpotencia» (Virus), que publicará próximamente Pluto Press junto con el Transnational Institute de Ámsterdam. Agradezco los comentarios al texto de Chusa Lamarca.