Enviado por Nadia Hasan y revisado por Caty R.
El martes 22 de agosto emprendí un viaje soñado durante largos años: visitar Palestina. La noche anterior no podía dormir de tantas ilusiones agolpadas en mi corazón y me levante muy temprano. Preparé la valija pequeña y a las 8 tomé un taxi en Ammán, la capital jordana, hacia el histórico Puente Allenby, que conduce a Cisjordania (Palestina).
Primero pasamos por oficina jordana, en la que a los extranjeros se nos dio la visa inmediatamente. Luego, en otro autobús llegaría a mi tierra soñada.
Si las cosas fueran normales y todos nos manejáramos con la legalidad internacional, debería ser la frontera palestina. Pero no, era el primer puesto de control israelí en los Territorios Ocupados. El micro hizo un tramo muy corto e ingresamos a las oficinas israelíes.
Eran las nueve y media de una mañana soleada y llena de emociones. Delante de mí estaba Palestina…
Me pidieron que dejara mi equipaje y lo hice. Luego nos ordenaron ponernos en fila para hacernos una revisión. Primero un detector de metales, después un cacheo por aire caliente que, luego lo supe, sirve para ver lo que se lleva debajo de la ropa.
Allí comenzó un camino sin destino. Entregué mi formulario junto a mi pasaporte argentino en una de tantas ventanillas atendidas la mayoría por mujeres del ejército. Eran muy jóvenes.
En las ventanillas especiales para los palestinos el maltrato estaba a la orden del día. Las empleadas -las soldados-, se dirigían a ellos con gritos y en un árabe muy precario, casi incomprensible. En la ventanilla de los extranjeros, el trato era diferente. Digamos con un poco mas de formalidad.
En unos pocos minutos a un grupo de españoles que estaba delante mí, les entregaron el visado e ingresaron por un pasillo. Pero cuando me llega mi turno, toman el pasaporte y ven el visado de Siria y Líbano. Me preguntan acerca de las razones de mi estadía allí, y les contesté con la verdad: estuve desarrollando una tarea periodística y ahora me proponía conocer algunas ciudades palestinas.
Fue grave mencionar la palabra Palestina
Sin chistar tomaron mi pasaporte y el formulario y se lo llevaron a una oficina de puertas cerradas. Fueron 2 horas de espera sin saber qué estaba ocurriendo. Al preguntar, sólo me decían: «wait».
Tuve tiempo suficiente para palpar el sufrimiento que padecen los palestinos en esos puestos de control. Muchas mujeres con sus niños, colas interminables, insultos y los empujones casi como costumbre instalada.
A las 12, un soldado vino a buscarme. Me condujo con amabilidad a una oficina pequeña y me obligó a sentarme. Después, entraron otros tres hombres y un cuarto con una ametralladora. Me apuntó con ella a la cara durante el tiempo del interrogatorio.
Uno de ellos, frente a una computadora, comenzó con las preguntas básicas: nombre, lugar de nacimiento, profesión, nombre de los padres…
Pero a los 15 minutos de haber empezado me preguntan, en español, si tengo algún tipo de relación con radios y medios en la Argentina. Las preguntas se fueron agudizando y tornándose aún mas personales. La ametralladora seguía apuntándome.
Todos los datos eran ingresados a la computadora y transmitidos por teléfono y celular (en hebreo) a alguien más.
Fueron pasando las horas. A las cuatro de la tarde, una soldado me llevó a un cuarto pequeño, me pidió las zapatillas y la ropa y se retiró. Me quedé casi desnuda. Entró otro hombre armado y se mantuvo a mi lado. Quince minutos de horror hasta que me devuelven mi ropa y me ordenan dirigirme otra vez a la oficina de los interrogadores.
Allí me dijeron que habían hablado con familiares míos en la Argentina, lo que me generó un fuerte malestar. Les pregunté por qué hacían esto y un hispanoparlante me respondió: este es el servicio de inteligencia de Israel, no el de Paraguay o de otro país de Sudamérica«.
A las 18, después de 6 horas de tortura psicológica, el hispano me dijo que por órdenes del comando del servicio de Inteligencia no iba a entrar a Israel, ni ahora ni nunca. Pretendí decirle que mi intención no era entrar a Israel, sino en Cisjordania, pero no me animé a más.
Me llevaron hacia otra oficina, siempre con una custodia detrás y me llevaron a un autobús sin devolverme ni mi equipaje ni mi pasaporte para deportarme a Ammán, donde finalmente me entregaron mi documento argentino con un doble sello y tachado en rojo: denegado el ingreso».
¿Rabia e impotencia? Toda y junta. Pero yo fui apenas un ave de paso, una argentina con ansias de testimoniar realidades siempre conocidas a través de otros ojos y otras sensibilidades. Y al cabo, pronto estaría entre los míos.
Pero ellos siguen allí. Con su dolor y sus humillaciones cotidianas. Con su terror a cuestas frente al ocupante en cada puesto de control.
Los palestinos siguen allí aunque que yo ya nunca -me dicen- podré pisar esa tierra de mis sueños. Mi sueño no es muy importante. Lo que sí importa es que ellos sigan allí.
*Tamara Lalli es corresponsal en Líbano de la «Radio de las Madres» AM 530.
Nadia Hasan y Caty R. son miembros de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Este artículo es copyleft y se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora y la fuente.