La emigración española: El éxodo de los 600.000 Hace 46 años, España y Alemania firmaron el convenio que permitió emigrar a más de medio millón de españoles hasta 1973. Manuela Ferrero ganaba 500 pesetas al mes sirviendo en casa de unos señores alemanes en Madrid. Era 1960, tenía 21 años y las 500 pesetas no […]
La emigración española: El éxodo de los 600.000
Hace 46 años, España y Alemania firmaron el convenio que permitió emigrar a más de medio millón de españoles hasta 1973.
Manuela Ferrero ganaba 500 pesetas al mes sirviendo en casa de unos señores alemanes en Madrid. Era 1960, tenía 21 años y las 500 pesetas no le daban para nada. «Unos amigos de Ledesma se fueron a trabajar a Alemania y allí me consiguieron un contrato para irme unos meses más tarde», recuerda hoy Manuela, natural de Ledesma (Salamanca) y residente en Remscheid (Alemania) desde hace 45 años.
Manuela fue de las primeras. Igual que ella, otros 600.000 trabajadores españoles emigraron a Alemania entre 1960 y 1973. La mayoría hombres, pero también muchas mujeres. Este año se cumplen 46 años del primer convenio de emigración firmado entre España y Alemania. Pero ocho días antes de la firma del convenio ya había llegado a Remscheid para trabajar en la industria textil el primer grupo de 42 chicas. Eran de Béjar (Salamanca).
El milagro económico alemán había puesto de manifiesto en los años cincuenta la escasez de mano de obra para alimentar una industria pujante. Alemania firmó convenios similares con Italia, Grecia, Portugal y Turquía.
José Moral, albañil de Córdoba, quiso apuntarse en el Instituto Español de Emigración, a pesar de que sólo había plazas de minero. «¿Sabes lo que significa trabajar en la mina?», le preguntó el funcionario. «Los mineros son hombres, ¿no? Pues yo soy un hombre. Apúntame en la lista», respondió. Moral no tenía ni idea de dónde se había metido, pero aguantó cuatro años en el tajo. Hoy vive en la región de Nordhessen con su esposa.
La decisión de hacer las maletas y marcharse a Alemania no era fácil. Muchos se fueron encandilados por expectativas de hacer fortuna que no se cumplieron. El viaje era incómodo y largo. Los trenes, con asientos de madera, carecían de calefacción. Algunos iban con varias maletas, pertrechados hasta con botijo, pero los había pobres de necesidad, con apenas una caja o una bolsa.
«Te vas con mucha pena. Lo dejas todo. No sabes adónde vas», recuerda la soriana Marina Mittländer, de 64 años. Pero Alemania le gustó mucho. «Yo en seguida dije que me quedaba. Vine a un pueblo de la frontera holandesa llamado Goch y como yo era de pueblo me gustó. Me gustaban mucho las casas y esos jardines… Aquello me encantaba». Era el 19 de marzo de 1962. Marina quería ayudar a sus padres a pagar las deudas. En Alemania la trataron muy bien. «A mí me fueron a esperar a la estación, y nos hablaron en castellano porque el jefe de la fábrica había vivido en Argentina. Nos dieron un ramo de claveles», añade.
Pero no todos los 2,3 millones de españoles que emigraron a Europa en esos años lo hicieron de manera regular. El régimen franquista quería dirigir la emigración en «función de la economía española»-Al igual que Comisiones Obreras en estos momentos.
Quiso evitar que se marchara la mano de obra cualificada porque la necesitaba para la industria patria, y en cambio propició el éxodo en las regiones más pobres.
Tres cuartos de los emigrantes tramitados por el régimen procedían de Andalucía y de las provincias colindantes con Portugal. El 70% trabajó en la metalurgia. Las mujeres iban al sector textil o a la industria alimentaria en las zonas pesqueras de la costa del Mar del Norte, donde trabajaron muchas gallegas.
«El Gobierno estaba interesado en que los emigrantes quedaran ligados a España para que enviaran dinero», explica el historiador Antonio Muñoz, especialista en emigración. 7.000 millones de dólares recibió España en concepto de remesas de los emigrantes hasta el año 1975. Con la emigración se consiguió, además, aliviar la tensión social que provocaban en España el desempleo y la pobreza. Alrededor de un 30% de los que marcharon lo hicieron al margen del Instituto Español de Emigración, saltándose las largas esperas de la burocracia.
El régimen tampoco quería que salieran del país los disidentes políticos por miedo a que dieran mala imagen de España y se organizaran en el exterior. Por ello, Alemania, un país profundamente anticomunista, era una buena opción. Pero llegó la revolución cultural del 68 y muchos lograron organizarse con el apoyo de sindicatos alemanes y medios de comunicación como Radio Baviera, cuya emisión en español daba cabida a voces que en España estaban silenciadas. Por las ondas de esta radio se emitió una de las primeras entrevistas que concedió Felipe González como secretario general del PSOE en 1974.
En 1973, año en que Alemania dejó de solicitar mano de obra a España, vivían en el país 185.000 trabajadores españoles. La colonia española ascendía entonces a 300.000 personas. Luego se redujo de forma continua hasta 1986, año en que quedaban unos 130.000. Desde entonces se mantiene estable.
«El 80% de los españoles que vinieron en esos años regresaron poco después», cuenta Antonio Muñoz, que es autor de una web (www.angekommen.com, en alemán) dedicada a la emigración ibérica -de España y Portugal- en Alemania. Muñoz se queja de que los retornados apenas han recibido apoyo al llegar a España. «El franquismo siempre reconoció a los emigrantes la importancia que tuvieron para la economía española, pero los gobiernos democráticos se olvidaron de ellos», lamenta.
Lejos de integrarse en la sociedad alemana, los españoles vivieron en guetos muy bien organizados gracias a las asociaciones de padres que formaron para velar por la educación de los hijos. Pero muchos no hablaban alemán. Manuela Ferrero reconoce que aún hoy no lo habla bien y no sabe leer ni escribir en alemán. Manuela se casó con un italiano y en casa inventaron «un idioma nuestro, mezcla de español, alemán e italiano».
El caso de Marina Mittländer fue distinto. «No me dediqué completamente a trabajar pensando en el regreso, como hacían muchos», asegura. Marina se integró, se casó con un alemán, cuyo apellido adoptó, y se esforzó por aprender el idioma correctamente. Pero no siempre fue así. «Al principio íbamos a la carnicería y como no sabíamos decir cerdo señalábamos con el dedo mientras tratábamos de imitar el gruñido del cerdo», recuerda. «Una de mis compañeras compró una vez carne enlatada que resultó ser comida para gatos, pero como no entendía alemán ni se dio cuenta».
Marina vive hoy en Francfort y se siente bien integrada. No siente añoranza. «Francfort ha llegado a ser mi segunda patria. Yo soy un árbol con dos raíces muy profundas: una es España y otra Alemania». No quiere volver, aunque cree que se integraría si lo hiciera. «Tengo mis hijos aquí, y mi sitio está donde está mi familia», dice.
A Manuela sí le gustaría volver, sobre todo para cuidar de sus padres, que viven aún en Ledesma. «Al principio sentí nostalgia. Pero no me puedo quejar: aquí me han acogido muy bien y no me han hecho echar en falta mi tierra».
LA SEGUNDA GENERACIÓN
El periodista alemán Juan Moreno es en realidad español. Escribe en el Süddeutsche Zeitung una columna semanal de gran éxito por su estilo desenfadado, que contrasta con el sesudo tono de la prensa alemana, y las hilarantes anécdotas que cuenta sobre su familia: la idiosincrasia y cultura andaluzas vistas por una mentalidad ya totalmente alemana.
Juan Moreno nació en Huércal-Overa (Almería) en 1972 y llegó a Alemania en 1973. Creció en Hanau (Hesse) y, aunque es bilingüe, su español no es tan bueno como su alemán, idioma en el que escribe y piensa. Acaba de publicar su primera novela en Alemania.
La segunda generación de emigrantes españoles que permanecieron en Alemania se ha integrado totalmente en la cultura alemana, muchos se han casado con alemanes y sus hijos pierden la lengua española.
Otros volvieron con sus padres y no siempre hallaron el país soñado. Un equipo de la Universidad de Granada investigó entre 1986 y 1991 los problemas del retorno a España de la segunda generación de emigrantes en la adolescencia.
En el estudio, publicado en 2003, se muestra que el 44% de los adolescentes que regresaron encontraron que España era peor de lo que habían imaginado, mientras que sólo un 16% dijo que era mejor. Alrededor de un 40% tuvo problemas con la lengua española en el instituto. Y es que, si bien la mayoría habló siempre en español con sus padres, el idioma utilizado con los hermanos era, en más de la mitad de los casos, el del país de acogida.
Los rumanos quieren residencia… y trabajo
Inmigrantes que serán comunitarios el 1 de enero se sienten decepcionados ante el rechazo sindical a su incorporación al mercado laboral.
«Los teléfonos no han dejado de sonar en toda la mañana. Se ha producido una alarma social entre los búlgaros, que no saben cuál será su situación cuando llegue el 1 de enero». Katya Doseva, responsable social de la Asociación de Inmigrantes Búlgaros en España Balcan, (AIBE Balcan), explicaba así ayer, cuál ha sido la reacción de sus compatriotas después de que se publicase la noticia de que los dos sindicatos mayoritarios españoles, UGT y Comisiones Obreras, y la patronal hayan pedido al Gobierno que los ciudadanos búlgaros y rumanos no consigan directamente el permiso de trabajo cuando entren en la Unión Europea el 1 de enero de 2007.
La misma preocupación compartían los ciudadanos rumanos. Gelu Vlasin, portavoz de la Federación de asociaciones de rumanos en España (FEDROM), aseguraba que «el temor por una posible avalancha de inmigrantes es infundado. Lo cierto es que los rumanos tienen trabajo aquí, aunque sea de forma irregular, y lo que quieren es normalizarse y pagar sus impuestos».
Esta es la primera ampliación de la UE en la que entrarán países para los que el destino preferente de emigración es España. El número de búlgaros con tarjeta de residencia asciende a 55.000, y el de rumanos en situación regular se eleva hasta los 189.000. Mientras, los inscritos en el padrón, que podrían ser irregulares, ascienden a 110.000 y 193.000, respectivamente.
La propuesta de sindicatos y patronal se acerca a la de algunos países comunitarios como Australia, Alemania, Bélgica, Francia y Luxemburgo, que apuestan por un período transitorio que permita absorber el flujo migratorio desde estos países de nueva entrada. Aunque el Gobierno no ha tomado una decisión, según Ana María Corral, responsable de inmigración de UGT, lo mejor sería «la construcción de una política común europea», aunque se apostará porque el período sea corto y flexible. «Esto no supondrá el cierre al mercado laboral durante ese tiempo, sino que durante un tiempo tendrán que venir con un contrato de trabajo, aunque beneficiándose de la preferencia que supone ser ciudadanos europeos».
Para estos colectivos, sin embargo, la noticia ha caído como un jarro de agua fría y la impresión general es que «intentan protegerse de algo que todavía no ha sucedido», según Katya. «El 1 de enero todos nos levantaremos de la cama siendo comunitarios pero ¿qué sucederá entonces? Yo no sé si el anuncio ha sido prematuro pero sí que ha tenido un efecto negativo. Estamos luchando día a día por la integración y no hay que dar esa imagen. La migración es algo natural. Todos los países son lugares de paso, de inmigración o de emigración en algún momento, por lo que no se debe dar esa impresión negativa sino entender».
La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, afirmó ayer tras el Consejo de Ministros que la postura que adoptará España no será «tan dura como la que ha adoptado el Reino Unido», en alusión a las limitaciones que ha impuesto ese país a los trabajadores rumanos y búlgaros, especialmente los no cualificados, que sólo podrán trabajar en la agricultura y en la industria alimentaria. Fernández de la Vega señaló que el Gobierno está valorando la opinión de la patronal y los sindicatos.
Gelu Vlasin explica que sus compatriotas «estaban muy ilusionados con la entrada en la UE». Y muchos le han llamado para transmitirle su descontento. «Esto supone para nosotros una decepción, porque España siempre se ha caracterizado por una política sobre inmigración más abierta que otros países europeos. Esta vez los sindicatos se equivocan. Si Francia o Alemania dicen que tomarán medidas, lo entendemos, pero que lo diga España…», concluye el portavoz de FEDROM, que aglutina a 26 asociaciones de rumanos de todas España.
«La principal preocupación de los usuarios es el marco legal. ¿Qué les va a pasar cuando sean comunitarios? ¿Seguirán siendo irregulares? ¿Podrán normalizar su situación? El Gobierno no ha tomado una decisión y la opinión pública se está cargando. No se debe engordar el asunto», explica Katya.
Tihomir Nikolov, secretario de AIBE Balcan, comparte con su compañera Katya el rechazo a la moratoria propuesta por los sindicatos. «Me parece frívolo lo que se está planteando. La gran mayoría de los que están aquí están regresando a Bulgaria porque ahora la situación allí ha mejorado notablemente. El país está creciendo y se dan posibilidades de trabajar y montar negocios allí». Pero además, Tihomir considera que la moratoria va a tener un reflejo negativo en las próximas elecciones municipales, en las que los búlgaros, al igual que los rumanos en situación regular que así lo soliciten en la Oficina del Censo Electoral, podrán ejercer su derecho a voto como ciudadanos comunitarios.
Para el representante de FEDROM, Gelu Vlasin, la situación de los rumanos es parecida: «En Rumanía falta mucha mano de obra. En una fábrica textil hay trabajando 300 chinos y están llegando trabajadores de Ucrania para compensar el déficit. Con la situación actual, el 99% de los que están aquí están trabajando, pero sin contrato». Si se retrasa el acceso al mercado de trabajo lo único que se conseguirá según Vlasin, «es prolongar una situación en la que los trabajadores sigan sin pagar los impuestos que estarían encantados de pagar».
La ATIBE Balcan trabaja para la integración de sus ciudadanos, organiza cursos de búlgaro y actividades en las ciudades donde su colectivo es numeroso, por lo que se siente «decepcionada por la propuesta». Ya sabemos que somos europeos, que tendremos libre tránsito y por otro lado se habla de restricciones: si se aplica, será muy negativo. Irá en contra de todo por lo que estamos luchando, la integración, el conocimiento mutuo…