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La matanza de Beit Hanun como trágico síntoma de la enfermedad moral que corroe a la sociedad israelí

Nadie es culpable en Israel

Fuentes: Haaretz

Traducido para Rebelión por LB.

La matanza de Beit Hanun como trágico síntoma de la enfermedad

Diecinueve habitantes de Beit Hanun fueron ultimados con premeditación y alevosía. No hay otra forma de describir las circunstancias de su muerte. Quien arroja cerillas encendidas a un bosque no puede alegar que no pretendía prenderle fuego, y quien bombardea barrios residenciales con tiros de artillería no puede alegar que no pretendía matar a civiles.

Por consiguiente, se requiere de una considerable dosis de desfachatez y cinismo para atreverse a declarar que el ejército israelí no pretendía asesinar a los habitantes de Beit Hanun. Incluso si hubiera habido un fallo técnico en el ajuste del mecanismo de puntería de algún componente del radar, un error en el procesamiento de los datos o un error humano, el hecho demoledor, crucial y terrible es que el ejército israelí se dedica a bombardear a civiles indefensos. Incluso proyectiles que se supone deben dispararse contra «áreas abiertas» a una distancia mínima de 200 metros de los hogares [palestinos] tienen el propósito de matar, y matan. En ese sentido, nada nuevo ocurrió el miércoles por la mañana en Gaza: el ejército israelí lleva ya meses actuando así.

Sin embargo, no se trata de que la responsabilidad recaiga sobre «el ejército israelí», «el gobierno» o «Israel». Hay que decirlo sin tapujos: los culpables directos son personas que ocupan cargos oficiales, seres humanos de carne y hueso, y deben pagar el precio de su responsabilidad criminal por una matanza inútil. El abogado Avigdor Klagsbald (1) causó la muerte de una mujer y de su niño sin que nadie pensara que pretendía matarlos, a pesar de lo cual ahora está en la cárcel. ¿Y qué decir de los asesinos de las mujeres y los niños de Beit Hanun? ¿Serán absueltos? ¿Nadie habrá de ser juzgado? ¿Nadie recibirá siquiera una reprimenda y será objeto de rechazo? El GOC del Comando Sur Yoav Galant dirá con exasperante frialdad que aparentemente se produjo «un problema con el aparato de detección de objetivos de la batería«, y lo dirá sin mover un músculo de la cara, ¿y será eso suficiente? El viceministro de Defensa Ephraim Sneh dirá: «El ejército israelí es militarmente responsable pero no moralmente responsable«, ¿y le bastará con pronunciar esas palabras para quedar exonerado?

¿Y quién cargará con la responsabilidad de la reanudación de los ataques terroristas? ¿Sólo Hamas? A quién acusarán de la caída en picado del status de Israel y de su caracterización como un Estado violento y apestado, y quién será juzgado por el peligro que acecha sobre la judería mundial a causa de las acciones del ejército israelí? ¿El componente electrónico del radar que se averió?

Nadie es culpable en Israel. En Israel nunca nadie es culpable. El primer ministro, que es responsable de la brutal política contra los palestinos, el ministro de Defensa, que tenía sabía de los bombardeos y los aprobó, el jefe de Estado Mayor, el jefe del comando y el comandante de la división que dieron las órdenes de bombardear… ninguno de ellos es culpable. Todos proseguirán con su trabajo de matar como si no hubiera pasado nada: brilló el sol, floreció el sistema y el matarife ritual ejecutó el sacrificio. Continuarán con su rutina de todos los días, aceptados por la sociedad como cualquier persona normal, y permanecerán en sus puestos a pesar de la sangre que chorrea por sus manos.

Pocas horas después de la tragedia, mientras la Franja de Gaza aún permanecía sumida en la congoja y traumatizada por el horror, la aviación israelí se apresuraba a perpetrar otro asesinato selectivo -una arrogante demostración de hasta qué punto esta tragedia no nos concierne.

Tras la tragedia Israel quedó dividida: estaban aquellos que cumplieron con su deber y «expresaron pesar», como el primer ministro y el ministro de Defensa, y estaban aquellos que se apresuraron con estremecedora insensibilidad a echar la culpa de lo sucedido a los palestinos, por ejemplo la «moderada» ministra de Asuntos Exteriores Tzipi Livni, y el viceministro de Defensa del Partido Laborista, Sneh. La mayoría silenciosa ni siquiera se molestó en salir de su somnolienta indiferencia. La gente siguió riéndose mientras miraba los programas de variedades que seguía emitiendo la televisión israelí, y en un alarde de mal gusto, una de las estaciones de radio llegó incluso a emitir la canción de Sarit Hadad «Eres un Gran Cañón». El duelo, por supuesto, no recubrió a Israel, y no se produjo ni una sola expresión de genuina empatía con el dolor palestino. A Israel no se le ocurrió prometer compensación a las familias y no proporcionó ninguna ayuda aparte de transferir algunos heridos a hospitales israelíes. De hecho, proporcionamos más ayuda a las víctimas del terremoto de México, aunque en aquella ocasión no hubiéramos tenido nada que ver con el desastre. La mayoría de los medios de comunicación no se mostraron muy afectados por la matanza y le dedicaron menos atención que al desfile del orgullo gay.

Uno o dos días después la tragedia ya estaba completamente olvidada y otros asuntos ocupan nuestras vidas. Sin embargo, es simplemente imposible pasar sin más al siguiente punto de la agenda. Esta tragedia no es un acto de Dios. Hay personas directamente responsables y deben ser llevadas ante la justicia. El hecho de que el Tribunal de Justicia de La Haya todavía parezca estar muy lejos de Israel y de que los diversos «Halutzes» y «Galants» puedan seguir moviéndose libremente por el mundo, porque en Israel se perdona prácticamente todo, no significa que aquí no se estén cometiendo crímenes de guerra.

Puede que, efectivamente, el ejército israelí sea un gran cañón, pero un ejército culpable de matanzas innecesarias a una escala como la que hemos visto durante los últimos meses en el Líbano y en Gaza es un ejército fallido y peligroso que debe ser reparado urgentemente. El ejército israelí no solo mata a palestinos sin motivo alguno, sino que está poniendo en peligro directamente la propia seguridad de Israel, mancillando su nombre ante el mundo y embarullando cada vez más su situación.

La irresponsable y arrogante reacción ante tales hechos encierra un peligroso mensaje moral. Si es posible desechar una matanza general recurriendo a un puñado de excusas técnicas sin tomar ninguna medida drástica contra aquellas personas que son verdaderamente culpables, entonces Israel está diciendo que por lo que a ella respecta no pasó nada excepto un fallo en el funcionamiento de un componente del sistema de radar o un error de ajuste del punto de mira. Sin embargo, lo que ocurrió en Beit Hanun, lo que sucedió en Israel al día siguiente y lo que continúa sucediendo en Gaza día tras día constituye una distorsión mucho más aterradora que el mero calibraje del visor de un cañón.

Nota del traductor:

(1) Avigdor Klagsbald es un abogado israelí que actualmente cumple una condena de 15 meses de cárcel por haber causado la muerte a una mujer de 23 años y a su hijo de 5 en un accidente de tráfico en el que se dio a la fuga.

Texto original: http://www.haaretz.com/hasen/objects/pages/PrintArticleEn.jhtml?itemNo=786549