Recomiendo:
0

Errores artilleros

Fuentes: Estrella Digital

Entrados los años cincuenta del pasado siglo, los alféreces cadetes de la segoviana Academia de Artillería solíamos efectuar nuestras prácticas de tiro -con viejos cañones que habían conocido la Primera Guerra Mundial- en lo que llamábamos «Polígono de Baterías», una extensión de terreno despoblado, situado en las afueras de la capital. Los objetivos sobre los […]

Entrados los años cincuenta del pasado siglo, los alféreces cadetes de la segoviana Academia de Artillería solíamos efectuar nuestras prácticas de tiro -con viejos cañones que habían conocido la Primera Guerra Mundial- en lo que llamábamos «Polígono de Baterías», una extensión de terreno despoblado, situado en las afueras de la capital.

Los objetivos sobre los que se tiraba eran unas rocas pintadas de blanco. Allí practicábamos las técnicas artilleras para corregir el tiro del modo más ajustado posible y dejar en mal lugar a aquellos maliciosos veteranos que, socarronamente, nos recordaban que «la misión de la Artillería es destruir a la Infantería, y mejor a la enemiga que a la propia». No muy lejos de uno de los objetivos había un corral cercado donde se encerraba ganado. Puestos en batería los obuses, efectuadas las observaciones y los necesarios cálculos previos, se iniciaban los tiros de corrección.

Ocurrió una tarde que el primer disparo levantó una columna de humo y polvo dentro del recinto cercado de la citada paridera. De la chabola de piedra, según observamos con nuestros anteojos, a la vez que el ganado se alborotaba salía corriendo y gritando el pastor, quizá pensando que volvía la guerra civil que no habían conocido aquellas tierras castellanas. El comandante profesor ordenó el alto el fuego y se iniciaron las comprobaciones de rigor. Enseguida se halló la causa. Daba la coincidencia de que el corral estaba, visto desde la línea de piezas, a un ángulo de unas doscientas milésimas respecto al blanco a batir. Teniendo en cuenta que los artilleros, en vez de grados, usamos milésimas (de las que hay 1.600 en un ángulo recto), el apuntador de la pieza responsable de la peripecia había bailado dos cifras al introducir en su goniómetro el ángulo de deriva. Algo así como si en vez de 4465ºº se pone 4645ºº. Parece un detalle nimio, pero puede llegar a causar una tragedia.

Nada le ocurrió al pastor, según luego supimos. Como muchos otros individuos que, jugándose el pellejo, solían merodear en torno a nuestras explosiones, es probable que recogiera con avidez los trozos de acero producidos por la fragmentación del proyectil para venderlos como chatarra, lo que en aquellos tiempos suponía una ayudita para sobrevivir.

Esta anécdota viene a cuento de la excusa oficial con la que el Gobierno de Israel ha querido justificar el cañoneo de unas viviendas en el norte de Gaza, que produjo el miércoles pasado la muerte de 19 palestinos que en ellas se alojaban, incluidas mujeres y niños. Mucho han cambiado las técnicas artilleras en medio siglo, y ahora se puede culpar a un radar o a una dirección de tiro electrónica por el error cometido, como está haciendo el Ejército israelí.

Sin embargo, el problema no es nuevo. Se leía el pasado jueves, en el diario israelí Haaretz, que la excusa habitual que se ofrece a los medios de comunicación cuando se producen errores de ese tipo suele ser afirmar que «el radar de la batería registró un disparo bien ajustado». Como los datos aportados por los palestinos que sufren los efectos de los proyectiles casi nunca coinciden con la hora oficial de la catástrofe registrada por el Ejército (¿podría usted, amigo lector, mirar con atención el reloj cuando su casa se derrumba en torno suyo y las explosiones le ensordecen?), se da por zanjado el incidente y se corre un tupido velo sobre las responsabilidades. Esto viene ocurriendo cuando las víctimas son una o dos, todo lo más, en cada ocasión.

Pero el pasado miércoles murió casi una veintena de víctimas civiles y la opinión pública mundial se estremeció. El Consejo de Seguridad de la ONU no pudo seguir al margen y EEUU tuvo que usar el provocativo y ya habitual veto de apoyo a Israel. Si es el Ejército israelí el que ha de investigarse a sí mismo para saber lo ocurrido, las probabilidades de llegar a la verdad no son muchas. Y menores aún las de hacer público el origen de este grave incidente que ya ha contribuido a aumentar la inestabilidad en todo el Oriente Próximo, y no sólo en Gaza.

La respuesta oficial es previsible: se tratará de un error humano o de un fallo en los instrumentos de dirección del tiro y se tomarán medidas para evitar su repetición. No hay que ser malicioso para sospechar que la finalidad de esos ataques es mostrar con claridad a los palestinos las graves consecuencias que trae consigo la ocupación militar, forzada -según Israel- por las agresiones sufridas. Pero los palestinos parecen no aprender la lección y claman: «Vengaremos la sangre de nuestros niños, aunque tengamos que morir. Si nuestros hijos no nos vengan, lo harán nuestros nietos». Se realimenta así la terrible espiral de sangre y odio cuyo fin no se ve próximo.

El Ejército israelí no le importa mucho saber cuál fue el origen del error artillero. Lo que políticos y militares israelíes temen de verdad es la opinión negativa en EEUU ante las pavorosas imágenes difundidas. Pero este país está ahora preocupado con asuntos más perentorios, recién concluido el proceso electoral, y la nueva matanza pronto será olvidada por todos, salvo por el pueblo que la ha padecido.