Traducido para Rebelión por LB
El mundo aplaude al flamante premio Nobel Muhammad Yunus por haber aplicado la sabiduría popular que enseña que al pobre no hay que darle pescado sino una caña. Es decir, que para combatir la pobreza lo eficaz no es alimentar a los pobres sino enseñarles a ganarse su sustento. Simultáneamente, al mundo se le pide que continúe dando pescado a los palestinos, pues sabe perfectamente que Israel bloqueará la entrada a Palestina de cualquier cargamento de cañas que se intente enviar allí.
Más de 1,3 millones de palestinos, de una población de 3,7 millones (incluidos los habitantes de Jerusalén Este) fueron definidos como pobres en el 2005. Más de la mitad de ellos, 820.000, fueron catalogados como hundidos en «profunda pobreza». La Comisión Nacional Palestina para el Alivio de la Pobreza ha definido dos líneas de pobreza en función de las cifras medias de gasto de consumo: la línea oficial de pobreza se fija a partir de nueve categorías de bienes y servicios cuando el gasto medio en ellos es inferior a 2,40 dólares por cabeza. La «línea de profunda pobreza» se establece a partir de solo tres categorías -alimentos, vestimenta y vivienda (excluyendo gastos de atención médica, educación o transporte)-, cuando el gasto en ellos es inferior a 2 dólares por día y persona.
En la primera mitad del 2006 el número de palestinos sumidos en un estado de «profunda pobreza» alcanzó la cifra de 1.069.200, según un informe de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNRWA) titulado «Crisis prolongada en los territorios ocupados palestinos: recientes impactos socioeconómicos sobre refugiados y no-refugiados». Su número descendió hasta la mitad hacia finales del 2006 gracias a la ayuda que recibieron y al pago parcial de los salarios del sector público. Un tercio del público palestino declaró haber recibido ayuda durante la segunda mitad del 2006: el 15,3% de los habitantes de Cisjordania y el 56,9% de los habitantes de la Franja de Gaza. Cerca del 78% declaró que la ayuda recibida consistió en comida. Estamos hablando de cifras que rondan entre los 36 y 88 euros de ayuda por familia.
Con el telón de fondo de esa acumulación de informes estremecedores, la semana pasada las agencias de la ONU, en colaboración con 14 ONGs, iniciaron una campaña para recolectar 453,6 millones de dólares para ayuda humanitaria de emergencia destinada a los palestinos. Ello sitúa a los territorios palestinos en el tercer puesto de un conjunto de 13 puntos focales de ayuda, de los cuales todos los demás están situados en África. En dicho ranking Palestina figuraría detrás de Sudán y el Congo, y antes de Somalia y Zimbabwe. Aunque las cifras no se han cubierto íntegramente, lo elevado del techo de ayuda previsto indica que la perspectiva es que la crisis continuará en los próximos años y demuestra que el boicot internacional contra el gobierno de Hamas no puede funcionar, pues la pobreza «africana» que ha generado en Palestina es un peligro mucho mayor, tanto desde el punto de vista sanitario, político, securitario como moral.
Y, sobre todo, el elevado techo de ayuda refleja los abismos de indulgencia que exhiben [los gobiernos boicoteadores occidentales] con respecto a Israel, o su falta de capacidad política para obligar a Israel a que haga una de estas dos cosas: o bien reconocer las obligaciones que como potencia ocupante le corresponden según los tratados internacionales, atendiendo convenientemente a la población civil, o bien poner término inmediatamente a su política de estrangulación económica deliberada. Durante años Israel ha venido utilizando el arma de la estrangulación económica como un instrumento de presión política, y la tormenta que dicha política ha desatado no ha conseguido otra cosa que hacer que los palestinos se acerquen cada vez más a Irán.
Israel sigue robando cientos de miles de dólares en dinero de aduanas e impuestos que sigue reteniendo sin transferirlos a su legítimo dueño, la Hacienda palestina. Esta es la causa inmediata del agravamiento de la crisis. La causa continua, permanente e histórica son las limitaciones a la libertad de movimiento que Israel impone en violación de sus reiteradas promesas (especialmente al Banco Mundial y al Departamento de Estado usamericano) de «aligerarlas». El cierre de los pasos fronterizos de la Franja de Gaza y la instalación de centenares de retenes y barreras en Cisjordania son los factores que convierten la actividad económica palestina en un juego de azar condenado de antemano a la bancarrota y al desistimiento. Para los países occidentales es mucho más fácil pagar centenares de miles de dólares al año para subsidiar los alimentos que Israel prohíbe a los palestinos producir y adquirir por sí mismos, que obligar a Israel a dejar de comportarse como si estuviera por encima de la legislación internacional.