Recomiendo:
0

En Jerusalén no se había visto un beso así desde que Judas Iscariote besó a Jesús

El beso de la muerte

Fuentes: Gush Shalom

Traducido para Rebelión por Anahí Seri

Después de haber sido boicoteado durante años por Ariel Sharon y Ehud Olmert, a Mahmoud Abbas (Abu Mazen) se le invitó oficialmente a la residencia del Primer Ministro de Israel hace quince días. Allí, ante las cámaras, Olmert lo abrazó y lo besó cálidamente en las dos mejillas. Abbas se quedó atónito, paralizado. 

En cierto sentido, la escena recordaba a otra instancia de contacto físico de inspiración política: la embarazosa situación que se produjo en la reunión de Camp David, cuando el Primer Ministro Ehud Barak le dio un empujón a Yasser Arafat para que entrara en la sala en la que Bill Clinton estaba de pie, esperando.

En ambos casos, se trataba de un gesto pensado para que pareciera una muestra de respeto hacia el líder palestino, pero de hecho eran actos de violencia que, aparentemente, daban fe del desconocimiento de las costumbres de otros pueblos y de su situación delicada. En realidad, el objetivo era muy distinto.

De acuerdo con el Nuevo Testamente, Judas Iscariote besó a Jesús con el fin de señalarlo a quienes habían venido a detenerlo.

En apariencia, un acto de amor y amistad. En realidad, una condena a muerte.

Según parece, Olmert tenía la intención de hacerle un favor a Abbas. Lo saludó respetuosamente, lo presentó a su esposa y lo honró con el título de «Sr. Presidente», algo que no debe subestimarse. En Oslo se libraron batallas titánicas por la cuestión de este título. Los palestinos insistían en que quien encabezara la futura Autoridad Palestina debería llamarse «Presidente». Los israelíes lo rechazaban de entrada, porque el título podría ser indicativo de algo así como un Estado. Por fin, se acordó que en la versión inglesa, que era vinculante, figuraría el título árabe Rais, puesto que dicha lengua usa la misma palabra para el presidente de una nación (en inglés, President) y el presidente en sentido más general (en inglés, Chairman). Abbas, quien firmó el documento en nombre de los palestinos, probablemente no preveía que él mismo iba a recibir de un Primer Ministro israelí el tratamiento de «Presidente».

Pero ya basta de cotilleos. Lo importante son las consecuencias de este suceso. Tras el beso impuesto, Abbas necesitaba un gran gesto israelí para justificar la reunión a los ojos de su pueblo. Y, de hecho, ¿por qué Olmert no habría de hacer algo que tuviera resonancia? Por ejemplo, liberar inmediatamente a mil prisioneros, eliminar los cientos de puestos de control diseminados por toda Cisjordania, abrir el paso entre Cisjordania y la Franja de Gaza?

Nada de eso ocurrió. Olmert no liberó ni a un solo prisionero, a ninguna mujer, a ningún niño, a ningún anciano, a ningún enfermo. Efectivamente, anunció (por enésima vez) que se «suavizarían» los controles de carretera, pero los palestinos informan de que no han percibido cambio alguno. Quizá aquí o allá se haya acortado un poco la interminable cola en algunos de los controles. Además, Olmert devolvió una quinta parte del dinero de impuestos palestinos que el Gobierno israelí retiene (o desfalca).

Para los palestinos, esto parecía otro vergonzoso fracaso de su Presidente: fue a Canossa y recibió promesas que no significaban nada y que no se cumplieron.

¿Por qué pasó Olmert por todas estas formalidades?

La explicación ingenua es política. El Presidente Bush quería algo de movimiento en el conflicto israelo-palestino, lo cual podría interpretarse como un éxito usamericano. Condoleezza Rice transmitió la orden a Olmert. Olmert accedió, finalmente, a encontrarse con Abbas. Hubo una reunión. Se dio un beso. Se hicieron promesas, que se olvidaron al instante. Los usamericanos, como es sabido, tienen mala memoria. Una memoria aún peor que la nuestra, si es que eso es posible.

Pero también hay una explicación más cínica. Humillando a Abbas, se fortalece a Hamas. El apoyo palestino a Abbas depende de un solo factor: su habilidad para sonsacarle a USA y a Israel lo que Hamas no puede. Los usamericanos y los israelíes lo adoran y, por lo tanto (eso es lo que se argumenta), le darán lo que necesita: liberación en masa de prisioneros, el fin de los asesinatos selectivos, la eliminación de los monstruosos controles de carretera, la apertura de un paso entre Cisjordania y la Franja de Gaza, el comienzo de unas negociaciones de paz serias. Pero si Abbas no puede cumplir con nada de esto, ¿qué queda, aparte de los métodos de Hamas?

El asunto de los prisioneros brinda un buen ejemplo. No hay ninguna otra cosa que preocupe tanto a los palestinos: prácticamente todos los clanes palestinos tienen a gente en la cárcel. Todas las familias se ven afectadas: un padre, un hermano, un hijo, a veces una hija. Todas las noches, el ejército israelí «detiene» a una docena o así. ¿Cómo liberarlos?

Hamas tiene una solución que funciona: capturar a israelíes (según los medios de comunicación israelíes e internacionales, a los israelíes se los «secuestra», mientras a los palestinos se los «detiene»). Para la devolución del soldado israelí Gilad Shalit, Olmert liberará a muchos prisioneros. De acuerdo con la experiencia palestina, los israelíes sólo entienden el lenguaje de la fuerza.

Alguno de los consejeros de Olmert tuvo una idea brillante: darle a Abbas cientos de prisioneros de regalo, a cambio de nada. Eso reforzaría la posición del Presidente palestino y demostraría a los palestinos que pueden obtener más cosas de nosotros de esta manera que usando la violencia. Le daría un duro golpe al Gobierno de Hamas, cuyo derrocamiento es un objetivo primordial para los gobiernos de Israel y de USA.

Ni pensarlo, exclamó otro grupo de asesores de Olmert. ¿Cómo reaccionarán los medios de comunicación israelíes si se libera a prisioneros antes de que Shalit vuelva a casa?

El problema es que a Shalit lo retienen Hamas y sus aliados, y no Abbas. Si está prohibido liberar a prisioneros antes de que regrese Shalit, entonces Hamas tiene todas las cartas. En ese caso, ¿tal vez tenga sentido hablar con Hamas? ¡Impensable!

El resultado: nada de fortalecimiento de Abbas, nada de diálogo con Hamas, nada de nada.

Se trata de una antigua tradición israelí: cuando hay dos alternativas, elegimos la tercera: no hacer nada.

Para mí, el ejemplo clásico es el asunto Jericó. A mediados de los 70, el Rey Hussein le hizo una oferta a Henry Kissinger: Israel se debía de retirar de Jericó y entregarle la ciudad al rey. El ejército jordano enarbolaría la bandera jordana allí, anunciando simbólicamente que Jordania es la presencia árabe decisiva en Cisjordania.

A Kissinger le gustó la idea y llamó a Yigal Allon, el Ministro de Asuntos Exteriores israelí. Allon informó al Primer Ministro,Yitzhak Rabin. Todo el estamento político superior -Rabin, Allon, el Ministro de Defensa Shimon Peres- estaba ya entusiasmado con la «opción jordana», al igual que sus predecesores, Golda Meir, Moshe Dayan y Abba Eban. Mis amigos y yo, por el contrario, quienes abogábamos por la «opción palestina», constituíamos una minoría muy escasa.

Pero Rabin rechazó la oferta categóricamente. Golda había prometido públicamente que celebraría un referéndum o unas elecciones antes de devolver ni un centímetro cuadrado de territorio ocupado. «No voy a convocar elecciones por Jericó», declaró Rabin.

Nada de opción jordana. Nada de opción palestina. Nada de nada.

Ahora está ocurriendo lo mismo con respecto a Siria.

De nuevo, hay dos alternativas. La primera: iniciar negociaciones con Bashar al-Assad, quien está haciendo acercamientos públicos. Esto significa estar dispuesto a devolver los Altos del Golán y permitir a 60.000 refugiados sirios que vuelvan a casa. A cambio, la Siria sunita bien podría cortar los lazos con Irán y Hezbolá y unirse el frente de los estados sunitas. Dado que Siria es un estado a la vez sunita y laico-nacionalista, esto podría tener también un efecto positivo sobre los palestinos.

Olmert ha exigido que Assad se despegue de Irán y deje de ayudar a Hezbolá para que puedan comenzar las negociaciones. Es una exigencia ridícula, que obviamente pretende servir de coartada para negarse a comenzar las conversaciones. Al fin y al cabo, Assad usa a Hezbolá para presionar a Israel para que devuelva el Golán. Su alianza con Irán también sirve al mismo propósito. ¿Cómo puede ceder de antemano las pocas cartas que están en sus manos y mantener la esperanza de conseguir algo en las negociaciones?

La opción alternativa, que sugieren algunos militares de alto rango, es invadir Siria y hacer lo mismo que los usamericanos han hecho en Iraq. Eso daría lugar a la anarquía en todo el mundo árabe, una situación que beneficiaría a Israel. También renovaría la imagen del ejército israelí, que salió dañada en el Líbano, y restauraría su «poder de disuasión».

Entonces, ¿qué hará Olmert? ¿Devolver el Golán? ¡Jamás! ¿Acaso va a ponerse a malas con los 16.000 colonos vociferantes? Entonces qué, ¿empezar una guerra con Siria? ¡No! ¿No ha sufrido ya suficientes derrotas militares? Por lo tanto, optará por la tercera alternativa: no hacer nada.

Bashar Assad tiene al menos un consuelo: no corre el riesgo de que lo bese Olmert.

Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1168013399/

Anahí Seri forma parte del colectivo de Rebelión. Este texto se puede reproducir libremente con fines no lucrativos, a condición de mencionar al autor, a la traductora y la fuente. URL de esta página: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=44383