La cuestión del reconocimiento (o no) del Estado de Israel por parte de los palestinos es un tema que ronda permanentemente cualquier discusión que se entable respecto del futuro de la Palestina histórica. Sin embargo, la constante presión internacional sobre la Autoridad Palestina para que reconozca explícitamente a Israel siempre encubre cuestiones menos públicas (algo […]
La cuestión del reconocimiento (o no) del Estado de Israel por parte de los palestinos es un tema que ronda permanentemente cualquier discusión que se entable respecto del futuro de la Palestina histórica. Sin embargo, la constante presión internacional sobre la Autoridad Palestina para que reconozca explícitamente a Israel siempre encubre cuestiones menos públicas (algo así como la «letra pequeña» de un contrato) que ningún gobierno sujeto a ocupación militar podría definir.
Quizás la pregunta correcta sea: ¿A qué Israel se supone que se debiera reconocer? Porque los reconocimientos a los Estados suponen reconocer sus fronteras y nadie sabe acerca de las fronteras de Israel. Entonces, ¿de qué se habla? ¿Del Israel actual, con una frontera de facto en formato de Muro? ¿Del Israel de 1967? ¿Al de la Partición? ¿Al territorio bajo Mandato británico? ¿Cuál?
¿Reconocer el despojo? En definitiva, la cuestión traslada a los palestinos una situación política irresuelta -ex profeso- por Israel. Porque el foco no es el reconocimiento o no al Estado de Israel por parte de los palestinos, sino la legitimidad de la condición estatal de Israel.
Palestina fue parte cabal de la política colonial inglesa, sólo que su descolonización se tradujo en tres pasos innovadores respecto de otros casos: recolonización europea, transferencia y convalidación jurídica. Palestina -en sentido contrario al proceso de descolonización abierto tras la Primera Guerra Mundial- fue recolonizada con población transferida desde Europa. Su territorio fue arrancado de su entorno sirio y árabe, al que pertenece por cultura, historia y geografía, y un acto jurídico internacional (la Res.181 de las N.U) convalidó el despojo.
El propio Mandato inglés sobre Palestina, (preludio de la usurpación) violaba la voluntad de la población, al considerarlo inmaduro para su autogobierno. ¿Alguien consultó a los palestinos sobre sus deseos de ceder la mitad de su territorio para que inmigrantes europeos establecieran allí un Estado confesional? Simplemente, se dispuso sobre su destino. Gran Bretaña al ser responsable de la cesión de Palestina a habitantes extranjeros, vulneró la misma finalidad del Mandato de la SDN que debía velar por la cultura y tradiciones de los habitantes, así como resguardar la integridad territorial y los intereses de la comunidad. En otras palabras, se entregó en propiedad dicho país y con ello, se conculcaron los derechos de sus habitantes a decidir sobre el mismo.
Veamos sólo dos elementos para sustanciar una posición política a partir del derecho internacional: La Declaración Balfour y la Resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas. La Declaración Balfour (1) es -en concreto- una promesa hecha por un funcionario inglés a otro ciudadano también inglés, de confesión judía, sobre un territorio ajeno a ambos. Esa propuesta, no tiene ningún fundamento legal, puesto que Gran Bretaña no sólo no tenía derecho de propiedad sobre el territorio palestino, sino que ni siquiera estaba bajo su mandato al momento de enunciarse dicha declaración (1917).
El otro elemento jurídico convalidante de la total sustracción de Palestina de las manos de su pueblo originario fue la Resolución de Partición en dos Estados, uno judío y otro árabe, y un estatus especial para Jerusalén. Lo concreto es que en 1947, se debatió el destino de Palestina en un foro internacional, pero sin contar con la voz de los palestinos. ¿Dónde y por quién estuvo representada Palestina en las votaciones? ¿Quién o quiénes se pudieron dedicar a persuadir a las representaciones nacionales acerca del despojo que impulsaba la Organización Sionista?
La Resolución, tal como fue enunciada, contradice la Carta de las Naciones Unidas, el principio de autodeterminación de los pueblos y el de integridad territorial de los Estados. Pero resulta aún más flagrante que, tras la incorporación de Israel al seno de la ONU (1949), se le exigiera el cumplimiento de las resoluciones 194 (sobre Refugiados) y la 303 (sobre el estatus de Jerusalén) y jamás cumpliera con sus obligaciones internacionales.
De nada de todo esto se habla cuando se exige a la Autoridad Palestina su reconocimiento hacia el Estado de Israel.
Reconocer y desconocer. Israel se convirtió en lo que siempre se pensó que fuera: un Estado confesional, exclusivista y, por ende, racista, para sostener un proyecto neocolonizador en gran escala. En sus tiempos preestatales, lo hizo sobre la base de grupos terroristas llegados de Europa (Hagana, Stern, y el Irgun) con el que efectivizaron el plan sionista de 1882. Y luego, con su estatalización, lo hicieron sobre la base de tres metodologías aplicadas en forma alternativa o simultánea, a lo largo de 60 años: expulsión, transferencia y exterminio. El resultado fue la desaparición de alrededor de 450 pueblos y comunidades y el genocidio del pueblo palestino. Pero además, significó duplicar la superficie cedida por las Naciones Unidas y la ocupación del resto de Palestina; es decir, la tierra donde, según la Res.181, debió fundarse el Estado árabe. En otras palabras, la Resolución «fundadora» de Israel nunca se cumplió. Y ese incumplimiento encubre una complicidad internacional en el despojo de la soberanía de un pueblo.
Lo paradójico es que, después de seis décadas, la comunidad internacional siga insistiendo en el reconocimiento a Israel, y no le cuestione a éste su negativa de cumplir con las resoluciones de las Naciones Unidas y los Acuerdos de Ginebra. Al cabo, es Israel quien sostuvo actos terroristas sobre poblados civiles, asedios económicos, asesinatos selectivos, campos de detención clandestinos, expulsiones masivas, erigió un muro de segregación y legalizó la tortura.
Israel ha mantenido un exitoso doble discurso. Por un lado, habla de paz y presiona para que se lo reconozca. Pero, en paralelo, fortalece su expansión colonial. ¿Cómo se explica, entonces que cuando los palestinos ofrecieron garantías a Israel durante los Acuerdos de Oslo, el ímpetu expansionista continuó y, aún más, se aceleró, duplicando la cantidad de colonias en los Territorios Ocupados?
Hay una falacia de base sobre la cuestión del reconocimiento. Y es que hay actores internacionales que deben pronunciarse políticamente. El planteo es inverso. Es Palestina quien debe recibir reconocimientos (y explicaciones) sobre la base de su descolonización total. ¿Por parte de quiénes? De Gran Bretaña en primer lugar; de las Naciones Unidas; de todos aquellos países que votaron su desmembramiento, … y de Israel. Más aún, el debate sobre el reconocimiento debería trasladarse hacia el interior de la sociedad israelí actual. Porque las bases del reconocimiento a su Estado están atadas a prácticas denostadas -al menos de palabra- por el conjunto de la comunidad internacional: ocupación, appartheid o terrorismo de Estado. Es Israel quien tiene en sus manos la enorme tarea de desconfesionalizar y descolonizar a su propio Estado.
El debate debe platearse sobre la base del reconocimiento a Palestina. Y en el reconocimiento a Palestina están -más tarde o más temprano- incluidos los propios ciudadanos israelíes. ¿Desjudaizar el actual Estado de Israel? ¿Habilitar el retorno de la diáspora palestina? ¿Indemnizar a aquellos forzados al exilio? ¿Replantear la legislación de tierras? En suma, ¿aceptar a los palestinos originarios como sus propios pares?
¿No es eso acaso el principio de cualquier democracia?
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¹ Declaración Balfour. Es una carta dirigida por el secretario del Foreign Office A.J.Balfour a L.W.Rothschild, en Noviembre1917. En ella se enunciaba la predisposición de la potencia británica a un Hogar Judío en Palestina.