Traducido del inglés por Sinfo Fernández
Ciertos árabes encontraron aliento en las declaraciones de Olmert alegando que, si se modificara ligeramente la iniciativa árabe de paz, podría servir de base para las negociaciones. Con esa mención a la iniciativa se estaba refiriendo, específicamente, a la Resolución 194 de la Asamblea General, considerándola como algo imperfecto que había que rectificar, además de una línea roja que ningún gobierno israelí podría atravesar. El motivo subyacente en esas declaraciones de Olmert no supone secreto alguno. Es más, Olmert ni siquiera se molesta en ocultarlo. A modo de introducción, dijo que Israel no podía ignorar los desarrollos positivos que se habían producido en los estados árabes moderados, y como señal de tal reconocimiento, Israel, repentinamente, aunque no sorprendentemente, se dignaba echar una mirada a la iniciativa árabe de paz, que había estado rechazando durante cinco años enteros.
Según la perspectiva israelí, lo que hay de positivo en los estados árabes moderados es su postura en relación con la guerra contra el Líbano y sus consiguientes contribuciones a la hora de reforzar las condiciones israelo-estadounidenses sobre Hamas. Esos esfuerzos, aún en vigor, están siendo llevados a cabo con grados diversos de secretismo, aunque al parecer hay muchos funcionarios árabes que le han confiado a Israel lo que hay en sus corazones. Por una parte, la influencia de los amigos neo-con árabes en EEUU ha empezado a desvanecerse en ese remolino negro de la nada donde reside ahora el cerebro muerto de Sharon, haciendo que los gobiernos árabes moderados hayan empezado a recuperar algún elemento de maniobralidad regional. Por otra parte, tras la abortada invasión israelí del Líbano, estos estados consiguieron un margen más amplio de libertad, en el curso del cual descubrieron que sus propias actitudes han cambiado, inclinándose ante la creciente influencia de sus neo-con locales, «cuyo amor por la democracia ya sea como producto local o importado es sólo equiparable con su repugnancia hacia el dinero y poder».
Los estados árabes moderados respiran ya con menor dificultad. Los años de las vacas gordas han llegado. Pasaron ya esos largos años de vacas flacas, 2001-2006, en que su única posibilidad de acción era la de evitar la rabia desatada de EEUU tras el 11-S, y durante los cuales sus principios rectores fueron: camina cerca de la pared, besa la mano que te alimenta (aunque estés rezando para que se parta) y, como señala el proverbio árabe: «Mantén al diablo a distancia y cántale una canción». Y cuán aspecto miserable ofrecían mientras se lamentaban de puertas afuera con ese lastimero estribillo: «Mis ojos ríen, pero mi corazón llora», tras cada visita de un funcionario estadounidense, como amantes de corazón roto, desconcertados por los inexplicables cambios de humor del presidente del imperio y perplejos ante el malicioso consejo de sus asesores de que abrieran sus almas a su siempre tan magnánimo vicepresidente.
Es difícil decir si los árabes recuperaron un margen de libertad a causa del absoluto desastre de EEUU en Iraq y porque se daban cuenta de que era un disparate prestar atención a las órdenes de Washington una vez que el ejército israelí empezó a tropezar tan frenéticamente con los cordones de sus zapatos en Líbano, o porque, y especialmente durante la guerra en Líbano, se mostraron a sí mismos que no eran menos hostiles a los «extremistas» de la región que los neo-con, pero que, al mismo tiempo, eran más realistas y ciertamente no estaban tan cegados por los sueños de propagación de la democracia y otros facetas del romanticismo ideológico que gobernaba la visión que de Israel, y de su papel regional, tenían los neo-con estadounidenses. En todos los sucesos, el resultado es el mismo: Washington ha aflojado la correa y el Israel de Olmert está tomando a los denominados árabes moderados más seriamente que de lo que se hizo bajo Sharon.
Volvamos, por tanto, a Olmert, ¿por qué se volvió hacia la Resolución 194 en particular, a pesar del hecho de que la iniciativa árabe de paz -por desgracia- no menciona de forma explícita el derecho palestino al retorno sino que más bien se limita a sí misma a la fórmula de «una paz justa de acuerdo con» esa resolución? ¿Por qué, asimismo, no nos recordó que rechaza retirarse a las fronteras anteriores a junio de 1967, incluida Jerusalén? Ciertamente, había dejado ya muy clara su posición en ocasiones anteriores, llegando hasta el punto de acusar a Ehud Barak de traicionar a Jerusalén durante Camp David II, aunque Barak no hizo mención alguna de ese tenor.
En primer lugar, a Olmert le gusta airear sus objeciones en cuanto a los plazos, para poder sonsacar, de forma gradual, más concesiones de los árabes. En segundo lugar, no quería plantear el tema de la retirada para no socavar los esfuerzos del «eje árabe moderado» antes de la cumbre de Riad, sobre todo porque conoce ya que Arabia Saudí no cederá un palmo en la cuestión de las fronteras y de Jerusalén en particular. Por eso, para ahorrarle una vergüenza a los «moderados», limitó sus comentarios a la Res. 194, porque rechaza por principio el derecho palestino al retorno. Pero, suponiendo, pongamos por caso, que los árabes le sigan la corriente y abierta, o tácitamente, renuncien al derecho al retorno, ¿aceptaría entonces Israel la iniciativa árabe? Por supuesto que no. Y deberíamos ser muy cautos y no engañarnos a nosotros mismos pensando que la aceptaría. Tan sólo estaría preparado para aceptarla como base de negociación, que es como decir que aceptaría el principio de retirada y entonces se pondría a regatear sobre la dimensión y etapas de la retirada y sobre las fronteras finales. En pocas palabras, Israel no estaría de acuerdo en absoluto con ningún punto de la iniciativa árabe de paz.
Al aceptar entrar a considerar esta iniciativa, Israel confía en transformarla en un proceso prolongado para ir obteniendo compromisos de los árabes, con el mismo procedimiento que siguió en el acuerdo que firmó para negociar con la OLP a través de un largo proceso que puso a los palestinos contra la pared. En el pasado pudimos identificar los momentos decisivos fundamentales en la pendiente descendente de la posición árabe/palestina con respecto a Israel. Ahora es difícil hasta discernir los recovecos, por lo fluido y enrevesado que este proceso de extracción ha llegado a ser, con todo el juego dado a las «dos partes» y a los «moderados y extremistas de ambas partes», y con la perspectivas inacabables de tiempo hasta que se celebren las elecciones israelíes, las próximas elecciones estadounidenses, una nueva avalancha de enviados yendo y viniendo a la región, las elecciones palestinas provocando un bloqueo, otro período de espera para ver cómo un pueblo bajo ocupación se manejaba con un estrangulamiento económico, y después ver si podían o no formar un gobierno de unidad nacional y, si lo conseguían, entonces se podría llegar al fin del bloqueo o se pasaba a otro período de espera.
Además de intentar fijar nuevos cimientos para el «proceso de paz», después de que la Hoja de Ruta fracasara en el intento de neutralizar la iniciativa árabe de paz (a propósito, ¿qué fue de la Hoja de Ruta? ¿Alguien llevó la cuenta de cuantos años, conferencias y dinero se gastaron en ella?), Israel está adulando de forma enérgica al «campo moderado». Con el fin de la era neo-con, se quieren encontrar respuestas para ese campo; al menos hasta que se celebre otra cumbre árabe. Después de todo, sabe que ahora tiene que aceptar a esos regímenes árabes tal y como son, al igual que EEUU había retomado un enfoque de hipotética guerra fría a través del cual los regímenes se situaban en categorías sobre la base de «aquéllos que están con nosotros son moderados y, los que están en contra, extremistas». Israel ha reconocido también el patente y «positivo» cambio en las actitudes de esos regímenes hacia él. Sin embargo, y de forma simultánea, teme que la recién encontrada libertad que esos regímenes están sintiendo pueda llegar hasta sus dirigentes e inspirarles para abandonar los márgenes e ir de cabeza al corazón de la cuestión, en cuyo caso podrían, por ejemplo, decidir coordinarse con los «extremistas» para solucionar sus dilemas regionales. El Acuerdo de la Meca es un ejemplo muy, muy modesto de las posibilidades. Aunque este acuerdo no resolvió ni un solo problema regional, proporcionó una inyección de sangre fresca.
Aunque los dilemas del Oriente Medio no son, probablemente, consecuencia directa de la estrategia de crear ejes contrapuestos de alineación regional, esta estrategia ha ayudado a que esos dilemas sean más inabordables. Tomemos, por ejemplo, Iraq. EEUU es quien incendió Iraq, pero esas llamas han estado alimentadas por las diversas intervenciones de los ejes regionales contrapuestos. Iraq se ha convertido en un lugar para los juegos de poderes regionales en lugar de una arena de cooperación regional en la cual los gobiernos podrían trabajar juntos para apagar el infierno en lugar de avivarlo. Desde luego, las fuerzas estadounidenses hubieran tenido que retirarse antes y después habrían debido abstenerse de incendiar otros elementos problemáticos, de la misma forma que se hizo, con bastante perfección, durante la Guerra Fría.
Líbano ofrece un ejemplo más deslumbrante que Iraq. El problema en Líbano podría haberse resuelto con mayor facilidad. ¿Qué lo hizo tan complejo? Ahí había un país con miles de personas listas a pagar con sus vidas para obligar a una potencia extranjera ocupante a retirarse, ya que, efectivamente, la presencia de esa potencia constituye una ocupación extranjera. Así pues, ¿por qué no es ésta una causa más que suficiente ya? Quizá tiene algo que ver con el hecho de que ciertos partidos que se habían aliado con el anterior gobierno ahora, retroactivamente, afirman que han estado «bajo ocupación» y están demandando la caída de un gobierno que EEUU tolera por las mismas razones «anti-extremistas» que hacen que EEUU no tolere esos partidos en cuestión.
O quizá el anterior gobierno libanés, que había incluido a algunos de esos elementos que están clamando contra él en capitales extranjeras, no era una potencia ocupante extranjera por cuya retirada merecía sacrificar la vida de uno (como fue el caso, desde el punto de vista de los opositores actuales al gobierno anterior, de Michel Aoun, quien ahora pide sencillamente la retirada de Siria y se ha aliado con la resistencia), o quizá Líbano se ha convertido en el patio de recreo de ejes regionales rivales. La introspección sincera y la coherencia lógica no tienen nada que ver con el cambio de ciertos partidos desde un alineamiento con Siria, Irán y la resistencia al compromiso con otro alineamiento. Esto no tiene nada que ver con los pueblos retractándose del extremismo y abrazando la moderación y mucho que ver con su convicción de que ese giro hacia el campo contrario sirve a sus propios intereses, al igual que su anterior alianza con el régimen que ahora quieren echar abajo, porque en aquel momento les convenía que fuera así. Esta búsqueda de estrechos intereses es la esencia del juego actual de los ejes regionales y es la única explicación de cómo el problema libanés se ha quedado estancado en un cenagal de complicaciones cuando podría haberse resuelto fácilmente. Consideren, por ejemplo, que el partido que se había opuesto a la presencia siria en Líbano, y que actualmente, junto con la resistencia, se opone al eje orientado por EEUU, está participando en el gobierno actual sólo para asegurar que el gobierno no se vuelva contra él. Ahora bien, si tan sólo el otro partido mayoritario pudiera situarse a bordo, podría alcanzarse una solución. La condición fundamental para llegar al éxito es que se determinen a inmunizar al Líbano contra las estratagemas de la política de ejes regionales, de los cuales la forma menos democrática y más perniciosa es la estadounidense, que busca simplemente utilizar al Líbano como una plataforma contra Irán.
La peor pesadilla para Israel, por el momento, es que los «moderados» abran los ojos al hecho de que el juego de la política de ejes no le interesa a nadie. Cuando los países empiecen a considerar en serio ese juego y se pregunten si ellos mismos son realmente capaces de exigir el derrocamiento de otro régimen árabe y si están dispuestos a empezar ahora con eso, o qué precio tendrían que pagar si no quieren eso y se resisten de forma activa, y cuando empiecen a preguntarse a ellos mismos si sus acciones en una determinada dirección valdrán la pena a largo plazo, se encontrarán inevitablemente con conclusiones que difieren radicalmente de los arquitectos de ese juego. Lo mismo se aplica a la cuestión de una guerra contra Irán. Incluso el ciudadano árabe medio es capaz de comprender las consecuencias desastrosas de tal guerra. Lo último que Israel quiere, claramente, es que los árabes moderados utilicen su margen de libertad para empezar a pensar por sí mismos.
Mientras tanto, EEUU está atrapado entre la espada y la pared, entre la conflagración que prendieron en Iraq y que está ahora siendo avivada por otros y las consecuencias de interrumpir ese llamamiento a prender fuegos en otros países, para que ellos, a su vez, paren las llamas avivadas en Iraq y, en vez de seguir haciendo eso, se pongan a ayudar a sofocar el fuego allí. EEUU está jugando ahora la misma partida que Israel está jugando con los árabes. Está tratando de forzar a Irán y Siria para que rectifiquen las imágenes que los medios estadounidenses han creado de ellos, y la forma en que se supone que tienen que hacerlo es ayudando a EEUU a salir de Iraq. «Ayúdanos a cambio de que te permitamos ayudarnos», parece ser, como mucho, la magnánima oferta estadounidense, «a cambio de permitirte sentarte en la misma mesa con nosotros en Bagdad.» Quizá EEUU se imagina que Siria e Irán saltarían a la menor ocasión porque podrían representarlo como una «victoria». Sin embargo, las victorias reales son la relajación de Washington en su asedio contra Siria y su voluntad de hablar con Irán, y esto se debe a ellos mismos y no a las estratagemas estadounidenses, a su fracaso y a la acérrima resistencia contra los designios estadounidenses en Líbano, Iraq y Palestina.
En cualquier caso, el juego estadounidense en sí aparece ahora muy reñido consigo mismo, fluctuando entre probar su fortaleza, que se pone de manifiesto en el intento de «exponer» a Siria e Irán durante las reuniones con los líderes iraquíes, y la sumisión rencorosa al realismo encarnado por el informe Baker-Hamilton.
Enlace texto original en inglés:
www.weekly.ahram.org.eg/2007/837/op2.htm
Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate.