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Fastos, presidentes y rectores entre el marasmo social

Fuentes: El Mundo

Los 80 años del escritor no eran cualquier cosa. Los 40 de ‘Cien años de soledad’, tampoco. Así que los fastos en Cartagena de Indias, ciudad codiciada por piratas y cantada por poetas, estuvieron a la altura de las circunstancias. El diario ‘El Tiempo’ de Bogotá había recibido en su portada de ayer al Nobel […]

Los 80 años del escritor no eran cualquier cosa. Los 40 de ‘Cien años de soledad’, tampoco. Así que los fastos en Cartagena de Indias, ciudad codiciada por piratas y cantada por poetas, estuvieron a la altura de las circunstancias. El diario ‘El Tiempo’ de Bogotá había recibido en su portada de ayer al Nobel colombiano como ‘El Quijote de las letras americanas’, ni más ni menos. Claro que aquí y estos días todo es posible, porque a escasas cuadras del Centro de Convenciones, el dueño de una pizzería tiene colgado el cartelito con el nombre de su negocio, que no es otro que ‘El Quijote de la Masa’. Y porque, el domingo, unos ‘gamines’ de la calle se habían llevado como ‘souvenir’ la pluma que adornaba la estatua de Cervantes recién inaugurada frente a la Torre del Reloj, uno de los símbolos del ‘párpado de piedra’, como el poeta Hernando Domínguez llamó hace tres siglos a esta maravillosa ciudad.

Porque el homenaje a ‘Gabo’ fue resplandeciente, sí, y transcurrió ante poderosos reyes, presidentes y ex presidentes, sí, y en una ciudad que, además de ser la morada ocasional del escritor vivo más popular en lengua española, está considerada como la perla del Caribe, sí. Pero en Cartagena de Indias ocurre que, a tiro de piedra del muy aristócrata barrio de Castillo Grande, hay como medio millón de pobres, un inmenso barrio de desplazados llamado Nelson Mandela y un galopante turismo sexual que no excluye la variante de la pedofilia, y ante el que las autoridades colombianas prefieren mirar para donde Cristóbal Colón perdió el gorro. Un ejemplo del cruel contraste cartagenero: hasta hace bien poco, en los impresos de ‘check in’ del Hotel Hilton figuraba un casillero donde el viajero tenía que firmar al llegar y en el que podía leerse: «El huésped acepta el principio de que la prostitución infantil es un delito en este país». Un país y una ciudad donde los ‘traquetos’ (los caudillos narcos de gama media) siguen controlando el cotarro sexual.