Recomiendo:
0

“Me atrevo a sugerir que, para un judío, luchar contra el sionismo es darle la espalda a la judeidad y firmar la paz con la humanidad”

La dialéctica de la negación

Fuentes: PeacePalestine

Traducido por Manuel Talens

Los pensadores ideológicos y políticos a menudo inician su tarea definiendo los sujetos de su estudio. Se supone que alcanzan conclusiones mediante procesos intelectuales deductivos y de investigación categórica. He aquí algunas citas (devastadoras) que muestran lo que opinaron los ideólogos sionistas iniciales sobre aquellos de sus hermanos que estaban desarrollando un proyecto nacionalista sobre la base de una filosofía de la identidad étnica racial:

«El judío es una caricatura de un ser humano normal y natural, tanto física como espiritualmente. Como individuo en sociedad se rebela y rechaza las obligaciones sociales, no sabe de orden ni de disciplina.» (Hashomer Hatzair: Our Shomer «Weltanschauung», diciembre de 1936, pág. 26. Citado por Lenni Brenner [1].

«Es un hecho innegable que los judíos son colectivamente enfermizos y neuróticos. Esos judíos profesionales que, heridos en lo más vivo, niegan con indignación esta verdad son los mayores enemigos de su raza, ya que buscan soluciones falsas o, a lo sumo, paliativas.» (Ben Frommer: The Significance of a Jewish State, Jewish Call, Shangai, mayo de 1935, pág. 10. Citado por Lenni Brenner [2]).

«El espíritu emprendedor del judío es incontenible. Se niega a seguir siendo un proletario. Se aferrará a la primera oportunidad para subir un peldaño en la escala social.» (The Economic Development of the Jewish People, Ber Borochov, 1916 [3]).

«El judío emancipado es inseguro en sus relaciones con los judíos, tímido con los desconocidos, desconfía incluso de lo que piensan sus amigos. Malgasta sus mejores cualidades en anular o, al menos, en ocultar con dificultad su propio carácter, porque teme que éste muestre que es judío y él nunca desea mostrarse como tal en sus ideas y en sus sentimientos. Está lisiado por dentro y es falso por fuera y, por eso, resulta siempre ridículo y odioso a los hombres de mejores sentimientos, ya que todo en él es mentira. Los mejores judíos de Europa Occidental se lamentan de ello o tratan de remediarlo. Carecen ya de aquella fe que confería paciencia para soportar los sufrimientos, porque ésta ve en ellos la voluntad de un Dios que los castiga sin amarlos» (Address at the First Zionist Congress, Max Nordau, 1897 [4]).

Los primeros ideólogos sionistas eran muy francos cuando hablaban de sus hermanos de la diáspora. Ber Borochov diagnosticó con elocuencia las tendencias nada proletarias inherentes a los judíos. Max Nordau no ahorró palabras contra la incompetencia social que observaba en el judío tras su emancipación. Para Hashomer Hatzair, el judío de la diáspora no es más que una caricatura y para Ben Frommer se trata de una neurosis. Parece ser que los primeros sionistas no tenían pelos en la lengua cuando hablaban de las condiciones sociales de sus hermanos. Pero eran optimistas, creían que un «nuevo principio» curaría al judío emancipado de lo que a algunos les parecía un destino tan inevitable como «vergonzoso». Creían en un «retorno» judío global, estaban convencidos de que tal esfuerzo curaría a los judíos de sus síntomas.

En un artículo publicado justo después del primer Congreso Sionista (1897), Ahad Ha’Am, que fue probablemente el polemista más ilustre de su tiempo, escribió: «…El congreso significó esto: que para escapar de todos esos trastornos (los síntomas antisociales judíos descritos por Nordau) es necesario fundar un Estado judío» [5].

Los sionistas iniciales, inspirándose en ideologías del siglo XIX como el nacionalismo, el marxismo el primer romanticismo, el darwinismo y la filosofía de la vida (Leben Philosophie), preconizaban la aparición de un vínculo entre el judío y su tierra. Ingenuamente creían que el amor por la labranza, la agricultura y la naturaleza convertiría al judío emancipado en un ser humano como los demás. Los sionistas iniciales predijeron que el sionismo crearía una nueva forma auténtica de judeidad, en la que judíos podrían amarse a sí mismos por lo que son, en vez de por lo que dicen ser. Mientras que los judíos socialistas se referían a un nuevo compromiso con la ideología de la clase obrera (Berl Kazanelson, Borochov, A. D. Gordon), los de la derecha (Jabotinsky, Frommer) soñaban con una raza superior que aparecería y gobernaría el territorio.

Tanto la derecha como la izquierda creían realmente que, tras el retorno, los judíos podrían reemplazar sus rasgos tradicionales centrados en su carácter de pueblo elegido por aspiraciones a la semejanza con los demás. Creían realmente que el sionismo convertiría a los judíos en un «pueblo como todos los pueblos».

Dado que los sionistas iniciales nunca habían tratado de ocultar el alcance de su sueño profético, tampoco hicieron ningún esfuerzo por ocultar su desprecio hacia sus hermanos. En su ascendente fantasía de un despertar nacional, los judíos dejarían atrás la codicia y el afán de dinero, así como de sus tendencias cosmopolitas. Desde su punto de vista, Sión estaba ahí para transformar al judío en un ser humano orgánico ordinario. El traslado a Sión colmaría el abismo creado por la emancipación. El asentamiento en Sión daría a luz un hombre nuevo, un judío orgulloso de serlo, capaz de llenar la judeidad de significado, un judío que se define por cualidades positivas, no por la simple negación.

La dialéctica de la negación

Las cosas pueden definirse tanto por lo que son como por lo que no son. De la misma manera que algo se define por sus cualidades positivas como X, Y y Z, también puede definirse por no ser V, R y N. Igual que mi «primo» puede definirse como el hijo de mis tíos, también puede hacerlo por una lista interminable de cosas que no es. Por ejemplo, no es mi hermano ni mi abuela ni una patata ni un avión, etc. De manera similar, un alemán puede definirse por ser un ciudadano alemán que puede hablar la lengua alemana y que come Wurst en el almuerzo, pero también es posible definirlo por una lista interminable de cualidades y características que no posee o no puede poseer. No es francés o inglés, no habla español o farsi, no come humus en el almuerzo, no es una patata y está lejos de ser una casa de ladrillo rojo.

Pero cuando se trata de los judíos las cosas se complican. Mientras que los judíos religiosos pueden fácilmente enumerar bastantes cualidades positivas con las que se identifican, por ejemplo, practican el judaísmo, respetan las leyes judías, siguen el Talmud, observan las restricciones alimenticias correctas, etc., los judíos laicos emancipados tienen muy pocas características positivas con las que se identifican. Si se le pregunta a un judío laico qué lo hace judío, uno escucha lo siguiente: «No soy cristiano ni musulmán». Está bien, pero ¿qué lo hace judío en particular? Entonces puede responder: «No soy del todo usamericano, francés o británico, soy algo diferente». De hecho, los judíos emancipados tienen dificultades para enumerar cualidades positivas con las que se los puede identificar como judíos. Según parece, los judíos emancipados se identifican mediante la negación. Están hechos de las muchas cosas que no son.

Aquí es exactamente donde el sionismo interfirió. Estaba ahí para situar a los judíos en un proyecto que buscaba una auténtica identificación, para hacer que el judío reflexionase sobre sí mismo con cualidades positivas. Dentro de la realidad fantasmática sionista, las generaciones que retornasen declararían: «Somos los nuevos judíos, somos israelíes, somos seres humanos como los demás, vivimos en nuestra tierra, la tierra de nuestros padres. Hablamos el hebreo, la lengua de nuestros antepasados, comemos la fruta y las legumbres que cultivamos en nuestra tierra.»

Es evidente que el sionismo ha fracasado por completo debido a diversas razones. Aunque los israelíes hablan el hebreo y viven en una tierra que asocian con su pasado colectivo, el «nuevo judío» no logró transformarse en un verdadero humanista. Israel es una sociedad capitalista urbana que mantiene su existencia a expensas de otros. El vínculo con la tierra y la naturaleza no duró mucho. Por si esto no fuera bastante, los israelíes no lograron desprenderse de la dialéctica de la negación. Israel nunca se ha convertido en un estado de sus ciudadanos. Sigue siendo un estado racista que hace uso de leyes de inmigración racialmente orientadas.

De hecho, el sionismo no podía prevalecer. Desde el primer momento se enmarañó en pecados coloniales. Sin embargo, incluso si el sionismo se ha asentado rápidamente como una praxis criminal, vale la pena estudiar parte de su crítica de la identidad judía emancipada de la diáspora. A fin de cuentas, el judío emancipado de la diáspora todavía se define por la negación y este solo hecho tiene ya de por sí muchas graves implicaciones.

La política de la negación

La «dialéctica de la negación» está ahí para arrojar luz sobre la sanguinaria realidad establecida por los Wolfowitz, los Perle y otros belicistas emancipados, como los del AJC (American Jewish Committee, Comité Judío Usamericano) que cabildean en estos momentos para una guerra contra Irán. No es nada extraño que tanto en USA como en Gran Bretaña fuesen principalmente grupos sionistas de presión los que insistiesen con entusiasmo en una guerra contra Iraq. En nombre de la «democracia», de Coca-Cola y de los «derechos humanos», los cabilderos israelíes promovieron y todavía promueven ataques contra diferentes países, uno tras otro.

En lo que respecta a la floreciente ideología de los neoconservadores (neocons), parece que estamos pasando de un discurso de «tierra prometida» a una política de «planeta prometido».

Pero ¿acaso es esto una novedad? Al fin y al cabo, los neoconservadores no están muy lejos de sus padres bundistas [6].

Sugiero que nos detengamos un poco para preguntarnos qué significa la identidad de la diáspora judía en el siglo XXI. Es mejor que tratemos de elucidar si la noción de identidad judía emancipada ha cambiado desde que los sionistas iniciales expusieron su carácter problemático hace más de un siglo. Vale la pena preguntarse, por ejemplo, de qué manera un «marxista judío» se refiere a su judeidad. Desde que vivo en Europa me he topado con grupos de personas que se llaman «Judíos por la paz», «Judíos por la justicia en Palestina», «Judíos por esto» y «Judíos por aquello». Recientemente he oído hablar de los «Judíos por el boicot de productos israelíes». A veces termino por preguntarme a mí mismo qué se esconde tras esta orientación separatista racialmente orientada que busca la paz. Debo también admitir que, aunque he conocido a muchos pacifistas alemanes, nunca supe de ningún grupo ario de solidaridad con Palestina ni tampoco de activistas blancos contra la guerra. Quienes participan en actividades políticas pacifistas con una denominación racial son judíos y sólo judíos.

Por espeluznante que pueda parecer, Borochov y Nordau nos dieron ya la respuesta. En su búsqueda de una «identidad política», el judío emancipado termina sucumbiendo a la dialéctica de la negación. Su identidad política se define por lo que no es, en vez de por lo que es. Unidos como grupo, no son alemanes ni británicos ni arios ni musulmanes ni proletarios ni tampoco simples personas de la clase obrera. Son judíos porque no son otra cosa. A primera vista, parece como si no fuese nada malo definirse por la negación, pero una mirada crítica más profunda sobre el concepto de negación podría mostrar algunos de los aspectos devastadores de esta forma de dialéctica emancipadora.

Puede que el pensamiento ético sea la primera víctima de la dialéctica de la negación. Para pensar éticamente es esencial que el pensamiento sea genuino, auténtico y orgánico. De acuerdo con el imperativo categórico de Kant, un ser ético actúa «sólo de acuerdo con esa máxima, mediante la cual puede al mismo tiempo desear que se convierta en una ley universal». En otras palabras, Kant asocia el pensamiento ético con una orientación positiva, auténtica y genuina que lleva a una búsqueda personal de universalidad. Es evidente que dicho proceso exige el análisis de uno mismo. La negación, por otro lado, requiere lo contrario, supone ir a la búsqueda de la praxis en los demás. Así, más que comprender quién es uno mismo, lo que uno hace es diferenciarse de los demás. Más que lanzar una mirada introspectiva, el sujeto negacionista establece sus relaciones con su entorno sobre la base de decisiones pragmáticas y prácticas. A lo más que puede llegar es a fingir un pensamiento ético, sólo a eso.

Los sionistas iniciales fueron lo bastante críticos como para sacar a la luz la ausencia de ética de sus hermanos. El sionismo estaba ahí para crear un nuevo judío ético, un ser moral genuino. Pero aquella premisa era errónea desde el principio. Los sionistas querían que los judíos fuesen «personas como las demás». Hasta cierto punto, lo que querían es que los judíos fingiesen ser personas como las demás. El fracaso del sueño sionista dejó claro que incluso el nuevo judío, el sionista, no puede participar en un auténtico pensamiento ético. A lo más, parece ético pero no lo es.

La política que tanto la Hasbará israelí [7] como los neoconservadores sionistas ponen llevan a cabo en el mundo y, especialmente, en USA y en el Reino Unido pone de manifiesto esta amarga verdad. Ambos ofrecen siempre un argumento de carácter «ético». Utilizan lo que parece una excusa moral para provocar destrucción y mortandad. Como ya sabemos, la «única democracia de Oriente Próximo» es también la única que ha estado matando de hambre durante décadas a millones de palestinos en campos de concentración. De manera similar, los Wolfowitz y los Perle arrastraron a USA y Gran Bretaña a una fútil guerra criminal en Iraq en nombre de la «democracia», los «derechos humanos» y el «neoliberalismo». Está claro que los palestinos y los iraquíes son víctimas de la política de la negación. Pero no son las únicas víctimas. El homo occidental, que está manchado con el crimen de genocidio, es también una víctima del giro de Occidente hacia la política de la negación. En vez de definirnos por quiénes somos, nos hemos acostumbrado a que nuestros políticos nos definan por a quién odiamos (o a quién se supone que odiamos: a los rojos, al «eje del mal», a los islamofascistas, etc.).

Lo más terrible es que quienes sucumben a la dialéctica de la negación no son capaces de involucrarse en la paz ni en la reconciliación. La razón es simple: la noción de paz podría implicar el colapso del mecanismo de la negación. Desde el punto de vista de la negación, reconciliación representa eliminación. Amar a su vecino puede conducir a una pérdida de identidad. Tal como señalaron los sionistas iniciales, la emancipación situó al judío occidental en una complicada crisis de identidad. Hacer las paces con la humanidad significaría la pérdida de la identidad judía. Huelga decir que en los últimos siglos millones de judíos europeos y usamericanos han escogido la paz y la asimilación. Se han divorciado de su identidad judía y han desaparecido entre la multitud. Pero aquellos que mantienen la negación como medio identificatorio son quienes se oponen intrínseca y categóricamente a la noción de paz. Y lo peor es que a menudo lo hacen en nombre de la paz.

El hecho de que la identidad judía emancipada se defina mediante la negación puede ayudarnos a entender por qué los judíos emancipados actúan con tanta desenvoltura en campañas políticas y movimientos revolucionarios: siempre están en contra de algo, ya sea la burguesía, el capital, el colonialismo, el Islam, las violaciones de los derechos humanos, el revisionismo histórico, el sionismo, etc. Parece ser que la distancia entre la «dialéctica de la negación» y la «política del odio» es bastante corta.

La negación y el discurso de la solidaridad con Palestina

Ser un judío emancipado se define por la negación. Y basta con este hecho para explicar por qué el discurso intelectual de solidaridad con Palestina está saturado de participantes judíos emancipados. Hay bastantes judíos que se oponen al crimen sionista. Y debido a su entusiasmo laicista emancipado, a veces parece como si el discurso palestino se hubiese transformado en un debate interno judío.

La razón es simple, la negación del sionismo es una excelente razón para establecer una fuerte identidad política judía. Incluso si esto puede explicar por qué los judíos están tan implicados en la solidaridad palestina, también puede explicar por qué el movimiento de solidaridad palestino no ha logrado nunca convertirse en un movimiento de masas global. Según parece, no hay mucha gente dispuesta a formar parte de una sinagoga neoliberal y aunque la lucha contra el sionismo sea útil para las necesidades personales y políticas de algunos judíos honrados, el pueblo palestino es el último en beneficiarse del despertar moral judío.

Dicho lo cual, lejos de mí el afirmar que los judíos no deban implicarse en el movimiento de solidaridad con Palestina. Tal como están las cosas, los judíos honrados del mundo se sienten muy motivados para ayudar a Palestina. Teniendo en cuenta la enormidad de los crímenes cometidos por el Estado judío, esta implicación puede tener sentido. Pero los judíos emancipados han de ser conscientes de cuál es su función en el movimiento. Han de aprender a diferenciar entre sus propios intereses políticos y la causa palestina, que se está convirtiendo en una noción muy dinámica y compleja. Creo sinceramente que los judíos contribuirían mucho con sólo abandonar el gueto y dejar que el movimiento de solidaridad levante el vuelo. Lo cual me trae a la mente un viejo chiste judío: «¿Cuál es la diferencia entre un perro y una madre judía? Pues que un perro suelta el hueso tarde o temprano…».

Ya va siendo hora de que los judíos emancipados que desean la paz hagan como el perro, no como sus madres: sólo deben liberarse. Me atrevo a sugerir que, para un judío, luchar contra el sionismo es darle la espalda a la judeidad y firmar la paz con la humanidad. Luchar contra el sionismo es probar que Nordau, Frommer y Borochov estaban totalmente equivocados. El judío no es tímido, es lo bastante intrépido como para enfrentarse al mal que lleva en su interior.

Para un judío, luchar contra el sionismo es mudarse de Jerusalén a Atenas, incorporarse a la humanidad y abandonar la política de la negación.

Notas del autor
[1] http://www.marxists.de/middleast/brenner/ch02.htm#n10
[2] http://www.marxists.de/middleast/brenner/ch02.htm#n10

[3] http://www.angelfire.com/il2/borochov/eco.html

[4] http://www.geocities.com/Vienna/6640/zion/nordau.html

[5] http://www.geocities.com/Vienna/6640/zion/jewishproblem.html

Notas del traductor
[6] Bundista, miembro del Bund, sindicato judío internacionalista fundado en 1897, que buscaba la unión de todos los trabajadores judíos del Imperio Ruso en un partido socialista. Se opuso al sionismo y acogió calurosamente la Revolución de Febrero, que supuso la abdicación del zar Nicolás II, pero no apoyó la Revolución de Octubre. Incluso si el Bund era oficialmente una organización internacionalista, los judíos afiliados seguían funcionando en ella en calidad de judíos, lo cual reforzaba la noción de grupo aparte. De manera similar, el discurso de los neoconservadores (neocons) es global, pero su política proisraelí a ultranza tiene tintes tribales. Para más información, en inglés, véase http://en.wikipedia.org/wiki/Bundist.
[7] Véase http://es.wikipedia.org/wiki/Hasbara.

Fuente: http://peacepalestine.blogspot.com/2007/05/gilad-atzmon-dialectic-of-negation.html

El jazzman, escritor y activista ex judío Gilad Atzmon nació en Israel, pero eligió el exilio en Gran Bretaña para defender la causa del pueblo palestino desde una posición humanista universal.

El escritor y traductor español Manuel Talens es miembro de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala. URL de esta página: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=51219