Traducido por Gonzalo Hernández Baptista para Rebelión y Tlaxcala
Mahmud Darwish nos habla de la trágica situación de su gente, a la que un mundo «aburrido», que sólo produce «odio», ha dado la espalda dejándola sola.
«Nosotros, los palestinos, hemos entrado en una fase absurda: lo absurdo de los soldados que en una batalla se matan entre ellos. Un absurdo fatal. Perdemos la noción de los significados, de la calle, de nuestra misma imagen». De este modo el gran poeta Mahmud Darwish vuelve a hablar de su pueblo con Il Manifesto.
El marco es el posmoderno y desconcertante Hotel Santo Stefano en Turín, herencia de las últimas Olimpiadas de invierno, donde encontramos a Darwish, acompañado de Chirine Haidar, su traductora libanesa. Darwish, invitado por la asociación Circolo dei lettori, ha venido a presentar su libro «Oltre l’ultimo cielo. La Palestina come metafora» [Tras el último cielo. Palestina como metáfora], traducido por Gaia Amaducci, Elisabetta Bartuli y Maria Nadotti y publicado por la editorial Epoché. Un volumen de reflexiones (de 1996 a 2004), en forma de encuentros y diálogos con diferentes intelectuales árabes, que recapitulan el itinerario cultural y político del poeta.
En un capítulo del libro, datado en Ramala en 1996, nos dice: «Nuestro presente no se resuelve ni empezando de cero ni acabando con él». ¿Dónde se encuentra hoy el presente de los palestinos?
Tras una fase intermedia, a medio camino entre el Movimiento de Liberación Nacional y la promesa de un Estado que no se ha concretado, nos hemos quedado detenidos en el terreno del casi: tenemos una casi autoridad, un casi ministerio, una casi ocupación… y al mismo tiempo no tenemos nada. Las razones de fondo de lo que está ocurriendo hoy son políticas, sin duda alguna: un pueblo entero se encuentra en una cárcel y los carceleros, cuando hay mucha tensión, ven que los prisioneros empiezan a luchar entre ellos y juegan con sus diferencias, con sus limitaciones. En Gaza se pasa hambre, y el hombre armado, cuando tiene hambre, se convierte en un mercenario, volcando sobre el pueblo también los problemas morales. Pero además queda algo profundo y sin resolver, que va más allá de las diferencias entre las líneas políticas internas, que empuja a los hermanos a combatir entre ellos en vez de combatir contra la ocupación. Nos hemos dado cuenta de que los acuerdos de Oslo han horadado un abismo en el que hemos caído, pero todavía no nos hemos dado cuenta por completo de cuál es nuestra posición actual, hasta qué punto ha calado la frustración provocada por Israel, sordo a todos nuestros intentos: Israel firma los acuerdos, y luego no los respeta. Quiere el muro de separación, y construye el muro, sin embargo la paz continúa en letra muerta, incluso cuando todos los países árabes se movilizan para formalizar las relaciones. Mientras tanto en el mundo ha cambiado la imagen del palestino: antes era un luchador por la libertad, hoy los grandes medios de comunicación norteamericanos e israelíes le han puesto el sambenito de terrorista, una máscara que le echan en cara y en la que debe reconocerse. Por otro lado, todo el mundo ha olvidado cuál es el problema fundamental: hay un pueblo que vive bajo la ocupación desde hace 40 años y que no pide nada especial, sólo el 22% de su territorio histórico. Pero el mundo está aburrido y no le importa nuestra extenuación en cuanto seres cercados y asediados, no le importa que puedan reventar de mala manera las energías frustradas y latentes durante 12 años.
El mundo entero produce odio, pero no quiere acusar a Israel por temor de ser acusado de antisemitismo. De manera que Israel, en vez de un Estado opresor se convierte en un valor ético, más allá de las leyes: ya no es un fenómeno histórico, sino divino. Y Peres, que pasa por ser un hombre de paz, puede decir tranquilamente que las colonias sólo son grupos residenciales israelíes. El lenguaje político ha cambiado categóricamente de acuerdo con la voluntad israelí. La ocupación se ha vuelto una palabra impronunciable e incomprensible…
En el curso de los años, sus versos han sido los de un «poeta visionario», capaces de anticipar las llamas de Beirut y el calvario de los prófugos sin derecho a regresar. ¿Cree que Beirut está a punto de explotar de nuevo?
He estado en Beirut hace un mes, he participado en el Salón del Libro con mis poesías, pero no he podido reconocer la ciudad. Sí, el mar seguía ahí, y la montaña, incluso la gente, pero he tenido la impresión de leer en sus miradas una especie de escisión entre el miedo a que se cumplan las previsiones más negras y la voluntad de no querer asemejarse a nadie. Desgraciadamente, en nuestra tierra, las cuestiones internas son puntos de una agenda externa, ni siquiera tenemos derecho a escribir un orden del día. La situación regional depende de la situación internacional. Nadie es libre. Nadie es independiente. Y mucho menos los palestinos. El derecho a regresar se ha convertido en una palabra prohibida en el vocabulario israelí, incluso en el de algunos regímenes árabes e internacionales, porque -según se dice- representaría un peligro para el Estado de Israel. Mientras tanto, el número de prófugos es cada día mayor y su situación empeora. Por el contrario, el derecho a regresar parece un derecho exclusivo de la diáspora israelita, que lo espera desde hace 2000 años. A los que han sido expulsados sólo hace 50 o 60 años, les queda el derecho a… emigrar.
Y mientras tanto, si voy a los campos o enciendo el televisor, veo siempre la misma imagen: una mujer palestina cargada con sus enseres y sus hijos, que está escapando de un campo de Rafah, Gaza o Líbano. Veo que grita, que alza las manos al cielo, pero el cielo no responde. Esta mujer hace tiempo era mi madre, luego se ha convertido en mi hermana y ahora quizá es mi hija.
A usted le ha tocado explorar el límite, frecuentando la muerte, el éxodo o la cárcel. ¿Qué le aporta al poeta una experiencia tal?
La verdadera poesía es una mezcla química muy especial que filtra la experiencia colectiva a través de la experiencia íntima. La poesía requiere y ofrece metáforas para dar cuenta de una realidad más llevadera. Cuando estuve en la cárcel, desde un punto de vista poético veía a mi torturador como a un prisionero y me sentía más libre que él, porque a mí sólo me habían privado de la libertad, pero no de la capacidad de reconocer al otro dentro de mí. No he cambiado de opinión. El enemigo tiene numerosas máscaras. Tenemos rasgos en común y, en estas complejas condiciones humanas, puede suceder que se puedan cambiar los papeles. Pero yo no quiero habitar en la imagen que el enemigo ha elegido para mí. He elegido el terreno de los perdedores. Me siento un poeta troyano. Uno de esos a los que han despajado incluso del derecho a transmitir su propia derrota.
Fuente: http://www.ilmanifesto.it/ricerca/ric_view.php3?page=/Quotidiano-archivio/29-Maggio-2007/art56.html&word=colotti
Gonzalo Hernández Baptista es miembro de Rebelión (www.rebelion.org) y Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft para uso no comercial: se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.