Había dejado Zababdeh, mi aldea de Palestina que fue mi hogar dos años antes, con la mente rebosante de sueños. Era el 25 de junio de 1965. En el pequeño aeropuerto de Kalandia, a dos pasos de Jerusalén, mis hermanos Elías, Basilio y Naïm contenían a duras penas el llanto. Yo era el benjamín de […]
Había dejado Zababdeh, mi aldea de Palestina que fue mi hogar dos años antes, con la mente rebosante de sueños. Era el 25 de junio de 1965. En el pequeño aeropuerto de Kalandia, a dos pasos de Jerusalén, mis hermanos Elías, Basilio y Naïm contenían a duras penas el llanto. Yo era el benjamín de una prole de siete hijos. Y en tales circunstancias me largaba hacia horizontes ignorados… La ciudad de Lovaina, en Bélgica, poseía todas las cualidades para seducirme. Sin embargo, notaba que me faltaba algo: los jazmines de mi pueblo, los almendros en flor, la recogida de la aceituna y la vida sencilla de los agricultores palestinos. Al atardecer, en la soledad de mi habitación, me daba ánimos a mí mismo: «Dentro de tres años estaré de vuelta en Palestina». Un año después, en 1966. se reunió conmigo en Lovaina mi hermano Naïm. Gracias a su compañía se mitigó el exilio. Yo cursaba la licenciatura de Ciencias Políticas y Naïm derecho. Nuestra vida se distribuía entre el estudio, deporte y amigos: éramos estudiosos pero felices y despreocupados como los lirios del campo.
Luego estalló en junio de 1967 la guerra de los Seis Días. En plena época de exámenes. Todos los estudiantes árabes de la Universidad Católica de Lovaina (UCL) se reunieron en el Círculo de los Estudiantes Extranjeros (CIEE), apiñados ante la vieja tele. Sus ilusiones se vinieron abajo: estaba perdida la batalla. La televisión mostraba el alcance de la derrota: soldados egipcios alelados, carros de combate sirios calcinados y fuerzas armadas jordanas en desbandada. El pequeño David ganó al árabe Goliat: su guerra fue preventiva ;su victoria, milagrosa .Occidente aplaudió la proeza. El Estado hebreo había hecho morder el polvo a los árabes. Se había lavado la afrenta de Suez. Naser estaba en la picota: se le había pagado con la misma moneda.
Israel acaba de ocupar el Sinaí, el Golán y Gaza, pero también Cisjordania. Es decir, el 22% de lo que quedaba de Palestina. Zababdeh, mi aldea, se encontró en adelante en territorio ocupado. En una palabra, el desastre y la ruina. La edad de la inocencia, en un abrir y cerrar de ojos, había tocado a su fin.
Ahora bien, 1967 significó también para mí un auténtico sobresalto. Descubrí que era otra persona. Antes de 1967 yo era un joven palestino y nada más. Después Palestina se convirtió en la causa que defender de joven adulto: una idea, un símbolo, una obsesión que me acompañaría toda mi existencia. Y no me ha dejado desde entonces. De modo simple y natural, me convertí – como muchos estudiantes palestinos y árabes- en un militante. Antes de 1967, no me consideraba persona especialmente politizada. Mi infancia había transcurrido en una aldea sin periódicos ni televisión. Pasé mi adolescencia vistiendo hábito, entre las paredes de un seminario donde los padres franceses de Bétharram nos inculcaron con mayor tiempo y dedicación la lengua de Molière y la historia de Francia que la tragedia de Palestina.
En conclusión, pude comprobar que en Bélgica me había convertido en militante palestino. Mi hermano lo era aún más: carismático y buen orador, pronto eligió su camino: la acción política. Fue elegido para el cargo de presidente de la asociación de estudiantes palestinos, posteriormente árabes y a continuación extranjeros antes de lanzarse a la carrera política en el seno del movimiento laico Al Fatah, de forma que accedió al cargo de primer representante de la OLP en Bélgica. Fue asesinado a la puerta de su casa el 1 de junio de 1981.
Por mi parte, no hice caso cuando me tiraron los tejos para que entrara en política. A diferencia de mi hermano, yo era un hombre de aula y pluma. Emprendí pues estudios universitarios en la Universidad Católica de Lovaina. A partir de entonces, Palestina se convirtió en el núcleo y centro de mi combate intelectual y articuló mi relación con el mundo; de hecho, es el prisma a través del cual leo las relaciones internacionales ,más marcadas e influidas por una correlación cínica de fuerzas que por el respeto del derecho.
Desde 1967, todo Oriente Medio se halla sumido en el mismo corazón de las tinieblas. Dos generaciones de palestinos – es decir, el 70% de mis compatriotas- sólo han conocido la bota del ocupante. Durante todo este tiempo, Europa no ha dejado de perorar sobre «la urgencia de resolver la cuestión palestina, llave de la paz mundial», mientras Estados Unidos construye a golpe de misil su Gran Oriente Medio, del que Iraq ha podido proporcionarnos ya una primera impresión. En tanto que los regímenes árabes, faltos de espina dorsal, se revuelcan en el servilismo.
Cuarenta años después del desastre de 1967 se ha evaporado la esperanza de paz. La situación se descompone, los ánimos y actitudes se radicalizan, los corazones se endurecen. Y mientras los palestinos se desgarran entre ellos disputándose los jirones de un poder inexistente y de una Autoridad Palestina fantasma, Israel sigue violando imperturbablemente la tierra palestina, multiplicando sus colonias, construyendo el muro de la vergüenza que despanzurra literalmente ciudades y aldeas, repitiendo hasta la náusea que actúa en legítima defensa ,en respuesta a los ataques terroristas ,que quiere la paz pero que carece de socio e interlocutor .
Entre la tristeza y la cólera, millones de palestinos como yo siguen viviendo lejos de los horizontes perfumados y llenos de fragancias de Palestina. Sin embargo, sé que un día, tal vez cuando ya no esté en este mundo, volverán para replantar los olivos arrancados en compañía de todos los justos que han compartido su sufrimiento y su condición humana.
* Bichara Khader , profesor de la facultad de Ciencias Políticas, Económicas y Sociales de la Universidad Católica de Lovaina.