Traducido del francés por Beatriz Morales Bastos
La recientes consecuencias de la situación en Gaza y Cisjordania vuelven a interpelar a todas las fuerzas que se reivindican solidarias con el pueblo palestino.
Tras denunciar un «intento de golpe de Estado» por parte de Hamas en Gaza, Mahmoud Abbas decretó la disolución del «gobierno de unidad nacional» constituido tras el acuerdo de la Meca, decretó el Estado de emergencia y designó a Salam Fayyad como nuevo primer ministro en sustitución de Ismail Haniyeh. Puesto que se había decretado el Estado de emergencia, el nuevo primer ministro no tendrá que someterse al proceso de investidura del Consejo Legislativo, con lo que escapa a la posible sanción de un Parlamento ya debilitado por la detención de más de la mitad de los miembros electos de Hamas de Cisjordania, mientras que los electos en Gaza no pueden acudir a las sesiones en Ramala.
En las últimas horas el gobierno estadounidense, la Comunidad Europea y el gobierno israelí han hecho pública su satisfacción y han anunciado que van a reforzar su apoyo a Abbas: un gobierno sin Hamas autoriza el levantamiento del bloqueo, el restablecimiento de las ayudas, la restitución de los fondos confiscados ilegalmente, etc.
La Liga Árabe ha seguido de cerca los hechos, tras algunas dudas que dan testimonio del temor que tiene algunos dirigentes árabes a comprometerse cada vez más alineándose demasiado explícitamente junto a sus amos imperialistas.
Hay que reestablecer la verdad sean cuales sean las apariencias y sean cuales sean las exacciones realmente cometidas en Gaza: los golpistas no son quienes los medios de comunicación han acusado de «haber entregado Gaza a los saqueadores», sino quienes tras la firma de los acuerdos de Oslo, han entregado toda Palestina a la colonización sionista.
Mahmoud Abbas, «gran arquitecto» de la traición de Oslo, era si lugar a dudas el más cualificado para ser el gran chambelán de esta revolución palaciega destinada a ofrecer a los gobiernos imperialistas y al Estado sionista un gobierno palestino que fuera de su gusto.
Salam Fayyad, cuyo pasado de alto funcionario del FMI y del Banco Mundial garantiza el sentido del respeto de las exigencias económicas y financieras del orden imperialista, no tiene peso político alguno en Palestina (un 2,4% de los votos durante las últimas elecciones al Consejo Legislativo), no goza del apoyo de ninguna organización y, por consiguiente, no representa peligro alguno para los pequeños barones de Fatah, complementarios del Estado colonial y dispuestos a contentarse con un puesto subalterno en el proyecto imperialista para Oriente Próximo.
Por lo que se refiere al nuevo ministro del Interior, Abdel Razaq Yehiyeh, ya se hizo célebre cuando ocupaba la misma función en el primer gobierno de Abbas al declarar en septiembre de 2002 que «son perjudiciales (…) todos los actos de resistencia caracterizados por la violencia, como el recurrir a las armas e incluso a las piedras».
El golpe, cuyo principio se decidió al día siguiente de la victoria electoral de Hamas en enero de 2006, había sido previsto y aplazado en varias ocasiones.
Al no poder pasar rápidamente a la acción dada la fragilidad de la situación regional, especialmente a consecuencia de la agresión israelí contra el pueblo libanés, Abbas y la dirección de Fatah negaron sistemáticamente a Hamas el derecho a ejercer el mandato que había recibido de los electores de Gaza y de Cisjordania.
El conflicto con Hamas resultante de ello se focalizó progresivamente en la cuestión del control de las fuerzas de seguridad, al denegar Abbas y Fatah a Hamas el ejercicio de sus prerrogativas de partido mayoritario en este terreno particularmente sensible teniendo en cuenta el papel protector de los intereses israelíes confiados a la Autoridad Palestina.
Esta decisión también estaba destinada a provocar una reacción violenta por parte de Hamas y a encontrar así la coartada de la que se encontraban privados Abbas y la dirección de Fatah debido a la tregua respetada por Hamas en relación a los ataques contra Israel.
Desde el gobierno fantasma instalado por Abbas hasta su amenaza a recurrir a un referéndum que instrumentalizara el documento de los prisioneros en mayo de 2006; desde la provocación a la huelga contra el nuevo gobierno, negándose a pagar los salarios de los funcionarios de la Autoridad Palestina cuando las arcas de la presidencia estaban llenas, hasta las interminables negociaciones relativas al gobierno de unidad – primero rechazado por Fatah y luego planteado como una condición de reparto de poder – los émulos palestinos de Pinochet trataron de ganar tiempo para aumentar sus posibilidades de éxito en una confrontación que se anunciaba difícil, especialmente en Gaza.
Desde hace más de un año se han filtrado las informaciones que confirman la decisión tomada de eliminar el obstáculo surgido de las elecciones democráticas de enero de 2006: ayuda financiera excepcional de 75 millones de dólares del gobierno estadounidense y suministros de armas con el beneplácito de los israelíes para reforzar la guardia presidencia de Abbas, adiestramiento de estas mismas fuerzas en Jericó y Egipto, etc.
Por supuesto, hay que denunciar la farsa democrática que consiste en presentar como legítimo a un primer ministro que obtuvo el 2,4% de los votos en las elecciones, ¡mientras que el elegido por el partido que obtuvo el 43% no era legítimo!
A quienes hablan de «abuso de poder por parte de Hamas» en Gaza hay que recordarles lo que sabe todo observador imparcial de la situación en Gaza y que los periodistas y comentaristas que no obtienen sus informaciones del Mossad o de la embajada de Estados Unidos en Israel han explicado muchas veces: la iniciativa del terrorismo interpalestino y de la violencia en Gaza corresponde al fascista mafioso Dahalan que ha hecho todo lo posible para crear una situación de caos susceptible de justificar una intervención represiva brutal.
Ahora bien, a pesar de su fracaso en Gaza, fue a Dahalan a quien Mahmoud Abbas eligió para acompañarle en su encuentro el pasado 16 junio con el cónsul general de Estados Unidos, para recoger ahí sus consignas y recibir las felicitaciones del gobierno de Estados Unidos, y es este mismo Dahalan quien el domingo 17 de junio declaró a unos responsables jordanos que un plan de reconquista de Gaza y de eliminación de las fuerzas de Hamas estaba al orden del día.
Al mismo tiempo, Barak, nuevo ministro de Defensa israelí y primer artesano antes de Sharon de la represión de la segunda Intifada, pasaba al Estado mayor del ejército israelí unos planes de ataque masivo contra Gaza.
Por consiguiente, hay que negar toda simetría entre, por un lado, el campo de quienes hace tiempo rompieron la unidad del pueblo palestino, en especial firmando la rendición de Oslo, quienes vendieron Palestina por unas cuantas ventajas financieras y de prestigio, quienes siempre están dispuestos a vender a precio de saldo lo que queda de una Palestina colonizada, despedazada y maritirizada mientras que ellos «negociaban» con sus comparsas sionistas y, por otro, aquellos que, sean cuales sean sus defectos, sus errores y sus contradicciones, en enero de 2006 recibieron el apoyo de la mayoría de la población porque encarnaban la continuación de la resistencia y el rechazo de la corrupción y de la colaboración con el ocupante israelí.
Las próximas semanas serán decisivas en el caso de Hamas.
O bien sus dirigentes toman conciencia del error que consiste en cree y en mantener la ilusión de que es posible gobernar en interés de la población palestina dentro del marco del dispositivo de Oslo, creado para romper la unidad de la causa palestina y liquidar la cuestión nacional, y para proteger las ventajas y privilegios de aquellos que renunciaron a encarnar esta lucha y sus objetivos.
O bien se obstinan en pensar que pueden utilizar este dispositivo y demostrar con ello sus aptitudes para gobernar y, al mismo tiempo, defender los objetivos de la liberación.
En el primer caso Hamas elegirá abandonar la Autoridad Palestina y volver a la acción política de resistencia, con el objetivo de contribuir a la reconstrucción de un movimiento de liberación que se ha vuelto necesaria debido al fracaso de la OLP dominada por el Fatah de Arafat y de Abbas.
En el segundo caso será víctima, a su vez, de las contradicciones de esta estrategia catastrófica para el movimiento nacional palestino y a imagen de lo que le ha ocurrido a Fatah y a la OLP, abandonará los objetivos de liberación nacional y se encontrará mendigando la autorización para sentarse a la mesa del amo, en contra de los verdaderos intereses del pueblo palestino.
Hoy la obra de teatro no se ha representado, pero hay que constatar la existencia de señales inquietantes.
En una reciente entrevista concedida al periódico [francés] Figaro (15 de junio de 2007) Haniyeh declaró: «…nuestro programa está claro. Deseamos la creación de un Estado en las fronteras del 67, es decir, en Gaza y Cisjordania con Jerusalén este como capital. La OLP sigue encargada de las negociaciones. Nos comprometemos a respetar todos los acuerdos pasados, firmados por la Autoridad Palestina…».
En la misma época Kahled Mechaal declaraba ante Damasco que Abbas era legítimo, como Fatah y como Hamas, que había que retomar el diálogo interpalestino bajo supervisión árabe, que no había una crisis real entre Fatah y Hamas, etc.
Rápidamente se sabrá si sólo se trata de palabras tácticas que tienen el objetivo de superar los peligros de aislamiento que hoy pesan sobre Hamas, o si en ellas se ve afirmarse la posible adaptación oportunista de una ideología que, en definitiva, se refiere en primer lugar a la ideología de los Hermanos Musulmanes y que elegiría dar prioridad a su supervivencia para proseguir un combate que para ella es más importante que la liberación de Palestina, el de su islamización, que sólo se podrá realizar a largo plazo y siguiendo unas modalidades muy diferentes de las de la lucha de liberación nacional.
Desde este punto de vista es bastante trágico constatar, una vez más, la total ausencia de una alternativa clara que permita a los militantes palestinos de izquierda disputar a las corrientes islámicas la expresión popular de la resistencia a la ofensiva imperialista y a los planes sionistas.
En un comunicado fechado el 14 de junio el FPLP hacia un llamamiento a poner fin a los combates interpalestinos, a «un diálogo nacional total» y señalaba la responsabilidad en los acontecimientos del acuerdo de la Meca, por el único motivo de que consolidaba «el dualismo» Fatah/ Hamas sin dejar lugar para las demás fuerzas políticas palestinas…
En él no se encuentra denuncia alguna de papel de agente del imperialismo desempeñado por Abbas, ni denuncia alguna de las responsabilidades particulares de la dirección de Fatah en «el desmoronamiento de los valores y de los principios», ni enunciado alguno del inevitable fracaso de toda búsqueda de una solución que no rompa el marco de los acuerdos de Oslo.
En vano se buscará ahí la afirmación de la imposibilidad de una «unidad nacional» entre ffuerzas que quieren resistir y fuerzas que quieren liquidar toda resistencia popular, etc.
Sin embargo, a las fuerzas que quieren apoyar al pueblo palestino les conviene no buscar la coartada para la inacción en la ausencia de una alternativa clara al catastrófico curso político seguido por las principales fuerzas de movimiento nacional palestino.
Si, por supuesto, hay que denunciar las responsabilidades principales del imperialismo y del Estado sionista en la actual situación del pueblo palestino, si no es falso decir que los enfrentamientos interpalestinos son una consecuencia directa de la ocupación colonial, no podemos quedarnos ahí y, menos aún, contentarnos con «condenar la violencia suicida interpalestina» (¡!) como hace un comunicado del AFPS publicado el 15 de junio.
La corriente política reagrupada en torno a Abbas y Dahalan, y dirigida por Fatah, no es una corriente con la que aquellos y aquellas que apoyan la resistencia palestina tienen únicamente «divergencias»: es una corriente con la que debemos romper toda relación y a la que debemos combatir sin concesiones.
No podemos movilizarnos al lado de un pueblo que lucha por sus derechos y, al mismo tiempo, ayudar a propagar las palabras de aquellos y aquellas que liquidan estos derechos.
Tanto ante el abuso de fuerza de ayer como ante los que vendrán próximamente habrá que elegir el propio campo.