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Pensamientos alrededor de la tentativa de asesinato de Palestina

El Canto de Sirenas de Elliot Abrams

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés por Sinfo Fernández

«Golpe» fue la palabra más utilizada para describir lo sucedido en Gaza en el mes de junio cuando las milicias de Hamas derrotaron a las fuerzas armadas de seguridad de Fatah y las expulsaron de la Franja. Pero, al igual que ocurre tantas veces con el manipulador lenguaje utilizado en el conflicto entre los palestinos e Israel, lo que pretendía ese término era presentar los hechos al revés. Hamas fue el gobierno democráticamente elegido y legalmente constituido por los palestinos, por eso, en primer lugar, hay que destacar que Hamas no organizó golpe alguno sino que más bien fue el blanco de un golpe planeado en su contra. Además, el golpe -que fracasó en Gaza pero que triunfó a nivel general cuando el Presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas, actuando en violación de la ley palestina, dejó Gaza a la deriva, derribó al gobierno de unidad nacional encabezado por Hamas y nombró un nuevo primer ministro y gabinete- fue obra de Estados Unidos y de Israel.

Los ataques de Fatah contra Hamas en Gaza se iniciaron al dictado de EEUU e Israel, con las armas y el entrenamiento por ellos proporcionado. Nadie pareció tener interés en hacer de tal hecho un secreto. Inmediatamente después de que Hamas ganara las elecciones legislativas en enero de 2006, Elliot Abrams, que dirige la política estadounidense en todo lo relativo a Israel desde que ocupó su antiguo puesto en el equipo del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), celebró un encuentro con un grupo de hombres de negocios palestinos y les habló abiertamente de la necesidad de un «golpe duro» contra Hamas. Según los palestinos que estaban presentes, Abrams se mostró «inquebrantable» en su determinación de derrocar a Hamas. Cuando los palestinos le urgieron a un compromiso con Hamas en lugar de una confrontación, señalándole que su esquema de actuación no haría sino llevar más sufrimiento e incluso el hambre a la ya empobrecida población de Gaza, Abrams rechazó sus preocupaciones afirmando que, si eso acaecía, no sería culpa de EEUU.

Desde entonces, Abrams ha estado trabajando con sus amigos israelíes en su plan de golpe. Como una parte de ese esquema, los EEUU urgieron también a Abbas -y de nuevo sin hacer un secreto de ello- a que disolviera el gobierno de unidad nacional entre Fatah-Hamas formado en marzo de este año, estableciera un nuevo gobierno y convocara nuevas elecciones. Una vez que Hamas tomó Gaza, Abbas accedió con bochornosa celeridad a las demandas de EEUU. En un giro de tuerca aún más gratuito, Israel le conminó para que encendiera aún más la mecha contra Hamas impidiendo la entrega de fuel a la planta de energía de Gaza y manteniendo cerrado el cruce de Rafah, en la frontera con Egipto, para que ninguno de los miles de palestinos que allí esperaban pudiera regresar a casa.

El enviado saliente de Naciones Unidas para Oriente Medio, Alvaro de Soto, cuyo informe final sobre sus dos años en Palestina-Israel fue filtrado recientemente a la prensa, describe cómo Abrams y un colega del Departamento del Estado, el Secretario Adjunto David Welch, amenazaron inmediatamente después de la victoria de Hamas en las elecciones con cortar las contribuciones de EEUU a Naciones Unidas si no se acordaba una reducción en la ayuda del Cuarteto (del que NNUU es miembro, junto con EEUU, la UE y Rusia) a la Autoridad Palestina. De Soto describe también una descarada respuesta de EEUU al anterior enfrentamiento que se produjo ese año entre Hamas-Fatah. Los EEUU, dice, presionaron claramente para favorecer esa confrontación y, en un encuentro de los enviados del Cuarteto, el delegado estadounidense alardeó de ello diciendo: «Me gusta esa violencia» porque «significa que otros palestinos están resistiendo a Hamas».

La estrategia israelí-estadounidense hacia Palestina apareció ya clara como el cristal: dar un vuelco a la voluntad del pueblo (en este caso expresada mediante elecciones democráticas), acabar con cualquier resistencia (en este caso, la de Hamas, junto con la de cualquier civil que pudieran encontrar en el camino), cooptar liderazgo colaboracionista (Fatah y Mahmoud Abbas), expulsar y, si fuera necesario, matar a tanta gente como la opinión internacional lo permitiera y, en última instancia, eliminar al mayor número posible de palestinos en Palestina. El reparto de papeles y las organizaciones han cambiado desde los primeros tiempos, pero esta ha sido esencialmente desde el principio la estrategia israelí.

Tras la toma del poder por Hamas en Gaza, la administración Bush está poniendo buena cara ante esta estrategia, tratando de engatusar a los palestinos con favores vacíos hacia Abbas y Fatah -amnistía de tres meses para 178 supuestos militantes en Cisjordania, liberación de 250 prisioneros (de entre 11.000), 190 millones de dólares en ayuda (la mayor parte de la misma reciclada de anteriores asignaciones que no se habían llegado a desembolsar y que, en cualquier caso, no supone más que un mero 7% de los subsidios anuales de EEUU a Israel), liberación de los impuestos de aduanas retenidos durante el pasado año por Israel (dinero robado en primera instancia por Israel)-. EEUU está también prometiéndole a Abbas que, si se porta bien, se le va a permitir actuar junto a los grandes muchachos de Oriente Medio, incluyéndosele entre los favorecidos «moderados». En un discurso del 16 de julio, Bush ofreció una oportunidad al pueblo palestino. Podían seguir a Hamas, dijo, y así «garantizarse el caos», cediendo su futuro a los «patrocinadores extranjeros de Hamas en Siria e Irán», perdiendo la posibilidad de tener un estado palestino. O podían seguir la «visión» de Abbas y su Primer Ministro Salam Fayyad, «reclamando su dignidad y su futuro» y construyendo un «estado pacífico llamado Palestina como hogar del pueblo palestino». Los requisitos previos impuestos sobre Abbas son, al igual que siempre, reconocer el derecho de Israel a existir, rechazar la violencia y adherirse a todos los anteriores acuerdos entre las partes.

Las promesas de Bush y sus chamarileros neocon, dirigidos por Elliot Abrams, no son más que un canto de sirenas que mantiene la falsa esperanza de que el sometimiento de Abbas a los espejismos israelíes y estadounidenses traerá consigo una paz justa y una resolución justa de las cuestiones más importantes para los palestinos. La visión que mantiene EEUU de un «estado pacífico llamado Palestina» es una farsa que quizá constituya el 50% de Cisjordania (pero tan sólo el 10% de la Palestina original) en segmentos desconectados, sin soberanía ni independencia reales, sin capital y sin justicia para los refugiados palestinos. En esas circunstancias, la visión de Bush de una «recuperada dignidad» y de un futuro decente para los palestinos es asimismo otra farsa. Aunque Abbas y sus colegas de Fatah sigan adelante con todo eso, la mayor parte de los palestinos no se han doblegado ante unas zalamerías que no hacen sino ofrecer nada a cambio de un abyecto sometimiento a Israel.

En el primer momento, la elección de Hamas envió un mensaje político -de resistencia ante la ocupación israelí y de insatisfacción profunda por el fracaso de Fatah para acabar con ella, incapaces siquiera de protestar adecuadamente, y por el fracaso de la ayuda internacional-, y nada en los desarrollos recientes supone esperanza alguna para los palestinos de que su mensaje ha sido escuchado. En realidad, muy al contrario. Pero es prematura cualquier expectativa en que este hecho les lleve ahora a rendirse. Como el activista y comentarista israelí Jeff Harper escribió rápidamente tras la elección de Hamas, los palestinos avisaron de que ni se someterían ni cooperarían, resucitando una táctica de los setenta y los ochenta, de mantenerse sumud, firmes: sin comprometerse en una lucha armada pero sin ceder al deseo de Israel de que desaparezcan. La carrera ahora es por ver qué estrategia prevalece y si los palestinos pueden mantener su firmeza contra la estrategia a largo plazo de Israel de apartheid, limpieza étnica, e incluso, como comentaristas honestos han empezado a definir cada vez más, genocidio.

* * *

El último otoño, tras los bombardeos diarios israelíes sobre Gaza, el historiador israelí Ilan Pappe, caracterizó de genocidio deliberado lo que entonces era una media diaria de víctimas mortales de ocho palestinos como consecuencia de los ataques aéreos y de artillería israelíes. Tras el desenganche israelí de Gaza en 2005, los dirigentes militares y políticos israelíes, reconociendo que los casi 1,5 millones de palestinos de Gaza estaban herméticamente sellados en lo que constituía una prisión geográfica, empezaron a considerarlos como una comunidad de reclusos extremadamente peligrosa, a la que, en palabras de Pappe, había que «eliminar de una forma u otra». Sin vía de escape, los palestinos de Gaza no podían ser sometidos a la gradual limpieza étnica que se lleva a cabo en Cisjordania, y así, sin saber cómo manejar ese problema masivo, Israel fue poniendo en marcha sencillamente la diaria empresa de asesinar a una cifra de palestinos, fundamentalmente niños, utilizando siempre a la resistencia palestina como excusa en el tema de la seguridad para ir, inexorablemente, aumentando sus ataques.

La resistencia palestina, señaló Pappe, ha proporcionado siempre a Israel la racionalidad en temas de seguridad para sus ataques contra los palestinos: en 1948, en los últimos años de la década de 1980, cuando los palestinos empezaron tardíamente a resistir la ocupación, durante la segunda intifada y tras el desenganche de 2005 de Gaza. Cuando Israel escapó finalmente a la responsabilidad internacional por la limpieza étnica contra la población nativa palestina de 1948, se le dio licencia para incorporar esa política como una parte legítima de su agenda nacional de seguridad. Pappe predijo en 2006 que, si Israel continuaba logrando evitar cualquier censura de la comunidad internacional por su política genocida en Gaza, esa política se iba a extender inevitablemente. Sólo la censura internacional, y él creía que sólo la presión externa mediante campañas de boicot económico contra los productos israelíes y sanciones, podrían detener «el asesinato de civiles inocentes en la Franja de Gaza».

Tan sólo hace unas pocas semanas, al escribir de nuevo sobre Gaza tras la derrota de Fatah allí por las fuerzas de Hamas, Pappe señaló que le habían llegado muchas reacciones preocupadas por su anterior uso del emotivo término de «genocidio» y él mismo había vuelto en principio a considerar el término, pero al final «concluyó, con convicción más fuerte aún» que genocidio es la única forma apropiada de describir lo que Israel está haciendo en Gaza. De nuevo hay que señalar las realidades diferentes en Cisjordania, donde lo que se lleva a cabo es una limpieza étnica, y en Gaza, donde esa opción no es posible y donde la ghettoización tampoco funciona porque los palestinos rechazan aceptar dócilmente su encarcelamiento. Pappe dice que los judíos, todos ellos, conocen por su propia historia que cuando fracasa la limpieza étnica y la ghettoización, la etapa siguiente es «aún mucho más bárbara». Él dice que Israel ha estado experimentando a través de operaciones graduales de matanzas contra los gazanos. En cada fase, Israel utiliza armas más mortíferas, y como la distinción entre objetivos civiles y no civiles se ha ido borrando gradualmente, las víctimas y los daños colaterales han aumentado. En respuesta, los palestinos disparan cada vez más cohetes, proporcionando así a Israel la racionalidad para una mayor escalada de violencia. Las supuestas acciones «punitivas», emprendidas sobre la base de reforzar la seguridad de Israel, se han convertido ahora en una estrategia, observa Pappe.

El aspecto experimental ha recaído en la observación de la reacción internacional. Los dirigentes militares israelíes querían saber «cómo serían recibidas esas operaciones en casa, en la región y en el mundo. Y parece que la respuesta ha sido que ‘muy bien’; a nadie le interesaron las decenas de muertos y los cientos de heridos palestinos». Cada respuesta palestina, y cada operación de matanza israelí fue ignorada en gran medida por el mundo, autorizando por tanto a Israel «para iniciar mayores operaciones genocidas en el futuro», dice Pappe. Por ahora, los enfrentamientos internos palestinos, fomentados por Israel y los EEUU, han dado un respiro a los israelíes, ya que se han puesto a hacer esencialmente el trabajo de Israel. Pero Israel está listo para causar más estragos y muerte cuando se le antoje. De nuevo, Pappe afirma que la única vía de parar a Israel es a través de una campaña de boicot económico y sanciones: la única vía de acabar con las «vías de oxígeno de la civilización y opinión pública ‘occidentales» de las que Israel depende. Sólo mediante esas presiones externas, él cree, se podría, posiblemente, desbaratar la puesta en marcha por Israel de su «estrategia futura de eliminación del pueblo palestino».

Otros observadores críticos han empezado a ver un intento asesino similar en cómo maneja Israel la cuestión palestina. Richard Falk, profesor emérito de derecho internacional en Princeton, en un reciente artículo aparecido en ZNet titulado «Avanzando Resignados hacia un Holocausto Palestino» hablaba también contundentemente de un posible y próximo genocidio:

«Es especialmente penoso para mí, como judío estadounidense, sentirme obligado a reflejar el continuo e intensificado abuso del pueblo palestino llevado a cabo por Israel a través de la relación con una metáfora tan inflamatoria como ‘holocausto’…

¿Es una exageración irresponsable asociar el trato dado a los palestinos con este recuerdo nazi criminalizado de atrocidad colectiva? Pienso que no. Los recientes desarrollos en Gaza son especialmente inquietantes porque expresan muy vívidamente una intención deliberada por parte de Israel y sus aliados de someter a toda una comunidad humana a una serie de condiciones de espantosa crueldad que ponen en peligro la vida. La sugerencia de que este modelo de conducta es un holocausto en la realidad representa un llamamiento bastante desesperado a los gobiernos del mundo y a la opinión pública internacional para que actúen con urgencia a fin de impedir que las actuales tendencias genocidas culminen en una tragedia colectiva…

Gaza está moralmente mucho peor aún [que Darfur], aunque todavía no se hayan producido muertes masivas. Es mucho peor porque la comunidad internacional está observando impasible el horrible espectáculo desplegado ante sus ojos mientras algunos de sus miembros más influyentes animan activamente y ayudan a Israel en ese trato a Gaza».

La estrategia de Israel de «eliminar al pueblo palestino» no es nueva, como Ilan Pappe dejó claro hace mucho en sus diversas historias del conflicto, más notablemente en la más reciente: The Ethnic Cleansing of Palestine, sobre la deliberada expulsión y desposesión de los palestinos en 1948. Pero los métodos y las tácticas cambian de vez cuando y está claro que Israel está disfrutando ahora, en esa conducta, del abierto, total y consciente apoyo de EEUU gracias al secuestro de la política hacia Oriente Medio llevada a cabo por los neocon en la administración Bush, siguiendo adelante de forma realmente descarada, sin hacer ningún secreto de su esencial hostilidad hacia todos los palestinos ni de su objetivo final de eliminar, por todos los medios posibles, toda la presencia palestina de Palestina.

Al mismo tiempo, hay un reconocimiento creciente en muchas partes de lo que supone exactamente la agenda de Israel, junto a una voluntad creciente de hablar de ello públicamente y de etiquetarlo de genocidio y apartheid porque esas son las realidades sobre el terreno. El reconocimiento está creciendo no sólo entre humanistas como Pappe y Falk, sino también entre realistas como John Mearsheimer y Stephen Walt, quienes sorprendieron al mundo en 2006 con una franca crítica del amplio poder del lobby israelí en el diseño de las políticas estadounidenses; entre antiguos políticos sinceros como JImmy Carter, quien tuvo el pasado año la temeridad de escribir un libro sobre la política israelí con la palabra «apartheid» en el título; entre algunos activistas que están preparados para poner en marcha y mantener una campaña de boicot económico y sanciones contra Israel; e incluso entre muchos atentos comentaristas judíos y sionistas que han empezado a enfrentarse a sus presunciones sobre la inocencia de Israel y la naturaleza benigna del Sionismo.

En efecto, de forma que todavía no se había entendido o juzgado completamente, los años 2006 y 2007 representan un período seminal en el conflicto. Los desarrollos sobre el terreno, donde se están ejecutando las políticas genocidas descritas con atrevimiento creciente, junto a las nuevas tendencias en el discurso público que se arremolinan (o no) deliberadamente alrededor del conflicto en el mundo en el mundo exterior, han forzado nuevas formas de pensamiento, nuevas presiones, nuevas vías de abordar esa tragedia de larga duración que es Palestina. Han aparecido dos tendencias claramente opuestas: una es el nuevo y revolucionario empuje para examinar abiertamente y sin artificios las políticas israelí y estadounidense hacia el conflicto; la otra, en gran parte reacción a la primera, es una continuación y magnificación del impulso de siempre de negar las realidades de la situación, suprimir el conocimiento, suprimir el debate, clausurar el discurso. El futuro vendrá determinado por cuál de las dos tendencias domine a la otra. Por el momento, la ascendente es la segunda, como siempre, pero las contracorrientes creadas por la primera tendencia están cociéndose a fuego lento cada vez con más fuerza.

La cuestión fundamental es si los palestinos podrán sobrevivir a un ataque intensificado contra su misma existencia por la nación más poderosa de la región, apoyada y ayudada activamente por la nación más poderosa del mundo, hasta que las nuevas voces que se oponen a ese ataque se hagan lo suficientemente fuertes como para ser escuchadas en todo el mundo. Palestina no se salvará sin un cambio total en el discurso público que rodea cada aspecto del conflicto, sin un cada vez más amplio despertar, del tipo del que Richard Falk ha señalado, ante la horrenda opresión que Israel está llevando a cabo con los palestinos y, probablemente, sin una serie de firmes presiones desde el exterior sobre Israel, que Ilan Pappe recomienda.

* * *

La propia voluntad y firmeza de los palestinos son, obviamente, de gran importancia. La cuestión clave es si ellos pueden, a pesar de todas las fuerzas que están trabajando en su contra, permanecer sumud, y recuperar la unidad básica perdida que les había mantenido hasta ahora más o menos unidos como pueblo a través de sesenta años de estar siendo dispersados. ¿O serán sencillamente abandonados por la comunidad mundial, dejando que les cubra el moho y se desintegren en sus pequeños y confinados enclaves no sólo en Gaza sino en diversas reservas inconexas en Cisjordania, en pequeñas bolsas en el interior de Israel, en paupérrimos campos de refugiados en los estados árabes vecinos y en aisladas comunidades en el exilio por todo el mundo? ¿Tendrán la fuerza de voluntad de continuar luchando por la justicia y la independencia, o aceptarán su destino asignado, sucumbiendo a la clásica estrategia colonial que Israel está ejerciendo, de castrar cualquier resistencia cooptando a sus dirigentes, doblegando a un segmento de la población nativa mediante la policía y suprimiendo al resto?

En los sesenta años transcurridos desde la naqba, o catástrofe palestina, que vio cómo los palestinos eran desposeídos y étnicamente exterminados para dejar espacio para el establecimiento de Israel como estado judío, la historia palestina ha evolucionado en etapas de más o menos veinte años. La primera, desde 1948 hasta los últimos años de la década de 1960, fue un período de casi indefensa inactividad durante la cual los palestinos fueron casi extinguidos como pueblo, primero desposeídos y dispersados, después totalmente olvidados por sus hermanos árabes y por el resto del mundo. Israel y los propagandistas israelíes querían eliminar cualquier memoria de los palestinos de la conciencia pública y por ello borraron la mayoría de los vestigios físicos que quedaban de la presencia palestina sobre la tierra. Los mismos palestinos existían en estado de shock, tratando de reagruparse, pero incapaces de concebir una estrategia para resistir y llevar su situación ante la atención pública internacional.

La segunda fase representó una era de resistencia palestina. Transcurrida a partir de los últimos años de la década de 1960, y en gran parte estimulada por la captura por Israel de Cisjordania y Gaza, las partes que restaban de Palestina, esta etapa contempló cómo la OLP unificaba geográfica y políticamente a palestinos dispares alrededor del objetivo de liberar a Palestina y vio cómo las facciones palestinas empleaban el terrorismo y la lucha armada en respuesta al terrorismo y opresión israelíes. Ese fue el período en el que los palestinos de los ocupados territorios, imposibilitados para utilizar la lucha armada contra la fuerza abrumadora de Israel, utilizaron la estrategia de sumud, permaneciendo firmes en la tierra para así desbaratar los intentos de Israel para echarles fuera. En 1988, el año en el que surgió la primera intifada, un levantamiento popular y en gran medida no violento que logró llevar considerable simpatía internacional hacia los palestinos y darles confianza en el éxito político, la OLP aceptó la fórmula de los dos estados, renunciando así al derecho a las tres cuartas partes de la Palestina original al reconocer la existencia de Israel dentro de sus fronteras anteriores a 1967, estando de acuerdo en aceptar un pequeño estado palestino en el cuarto restante. Durante esta fase, el mundo fue finalmente consciente, aunque no siempre necesariamente en términos favorables, de la existencia de los palestinos y de su desesperada situación.

El tercer período de dos décadas, hasta llegar al momento actual, empezó como un período de acomodación pero, como esta acomodación no recíproca ha sido expuesta cada vez más como bancarrota, está terminando con una reanudación de la resistencia. Yasir Arafat formalizó la inmensa concesión de la OLP en 1988 firmando el acuerdo de Oslo en 1993 y acordando las diversas etapas que siguieron para su puesta en marcha, etapas que, lejos de avanzar hacia la retirada de Israel de Cisjordania y Gaza y hacia el establecimiento de la soberanía, con un estado contiguo palestino allí, han consolidado actualmente el control de Israel, han facilitado una masiva afluencia de colonos israelíes hacia los mismos territorios señalados para la retirada israelí, obligando a los dirigentes palestinos al papel colaboracionista de mamporreros de la seguridad israelí, aislando a la población palestina y a la Autoridad Palestina en los territorios en, literalmente, cientos de segmentos de tierra desconectados.

Cuando en la cumbre de paz de Camp David en 2000 quedó claro que, en lo que a Israel y EEUU concernía, una independencia limitada palestina se podría conseguir sólo a través de nuevas concesiones a Israel, y en temas tan importantes como la disposición de la Jerusalén Este Árabe y el destino de aproximadamente cuatro millones de refugiados palestinos dispersos por todo el mundo árabe, los ojos palestinos se abrieron y vieron el juego final israelí y la resistencia comenzó de nuevo. El liderazgo palestino apoya formalmente todavía la solución de los dos estados, e incluso Hamas ha indicado consistentemente una disposición a dar una tregua a largo plazo a Israel y aceptar una estatalidad palestina en Cisjordania y Gaza si Israel se retira completamente de esos territorios. Pero, como ha quedado, obviamente, cada vez más claro que Israel no tiene intención siquiera de hacer concesiones significativas a los palestinos, más y más palestinos, incluidos los 1,3 millones que viven dentro de Israel como ciudadanos (de segunda clase) han abandonado su comodidad y están volviendo a las reivindicaciones máximas, tales como la implementación completa del derecho al retorno de los refugiados de 1948 e igualdad de ciudadanía para palestinos y judíos en un único estado en toda Palestina.

Tras un período de resistencia armada y terrorismo durante la segunda intifada tras el colapso del proceso de paz en 2000, la resistencia ha vuelto fundamentalmente a los medios políticos. Hamas rechaza, a pesar de las graves privaciones económicas resultado de las sanciones políticas y políticas internacionales, capitular ante las demandas de reconocer el derecho de Israel a existir a menos que Israel reconozca el derecho a existir de Palestina y defina hasta donde llegan sus fronteras y los límites de su expansión. En el interior de Israel, los ciudadanos palestinos han empezado a pedir una constitución israelí (nunca ha habido una) que establezca igualdad de derechos para palestinos y judíos, haciendo de Israel un estado para todos sus ciudadanos en vez de un estado sólo para los judíos de todo el mundo. Ha habido también crecientes llamamientos, por parte de unos cuantos israelíes y gran número de palestinos, para establecer un único estado para palestinos y judíos en toda Palestina, en el cual todos los ciudadanos tendrían igualdad de derechos, igual dignidad e iguales demandas de realización nacional. Finalmente, han aparecido nuevos llamamientos a un boicot internacional, boicot económico y sanciones contra Israel hasta que demuestre que está preparado para poner fin a su racista opresión sobre los palestinos.

Cada una de estas fases ha estado marcada por dos rasgos principales: los consistentes esfuerzos de Israel durante sesenta años para eliminar la presencia palestina de Palestina, y la determinación palestina, hasta cierto punto exitosa, de derrotar ese intento de borrarles del paisaje. Israel ha variado sus tácticas pero no ha cedido nunca en sus objetivos de establecer un «Gran Israel» como estado exclusivamente judío. Sus métodos han implicado una limpieza étnica tan descarada como la de 1948; una campaña continua de propaganda para demostrar que los palestinos no existen y, si existen, no tienen ningún derecho; una veloz expansión hacia más y más territorio palestino; y un esfuerzo gradualmente intensificado para hacer que la vida sea tan insoportable para esos persistentes palestinos que quedan dentro de Israel y de los territorios ocupados que tengan que marcharse voluntariamente. Y ya más recientemente, Israel y los EEUU han estado haciendo esfuerzos concertados para minar a Hamas, por la misma razón que representa la voluntad política, si no religiosa, del pueblo palestino, y forzar la división entre Hamas y Fatah, que culminó en las luchas del mes de junio en Gaza.

Israel encontró un ansioso colaborador en la Autoridad Palestina dirigida por Fatah, cuyos dirigentes han buscado desde el comienzo del proceso de paz cooperar con el ocupante israelí y con EEUU, a pesar de todas las bofetadas que sin cesar han recibido. El patético deseo de sus dirigentes de ser considerados «moderados» y «razonables» ha significado que la Autoridad Palestina, bien sea encabezada por Yasir Arafat o Mahmoud Abbas, no llevara nunca a cabo una protesta firme contra la continuada consolidación de la ocupación israelí, ni siquiera apoyando de boquilla el derecho al retorno para los refugiados palestinos. Este intento para ganarse el favor es la razón actual de que los dirigentes cooperen abiertamente con Israel y los EEUU en contra de Hamas, a pesar de la clara evidencia de que Israel nunca hará concesiones territoriales significativas a los palestinos ni siquiera alguna concesión política real a Fatah, tal como la liberación de un número importante de prisioneros palestinos, y a pesar de la clara evidencia de que EEUU nunca presionará para que así lo haga. Las discusiones durante años con palestinos normales, incluyendo a algunos que trabajan en el interior de la AP, revelan un disgusto casi universal por la postura acomodaticia de la AP. Tanto antes de las elecciones que llevaron al poder a Hamas como a partir de ellas, los palestinos han expresado consternación ante el ciego deseo de Abbas de complacer a EEUU con la expectativa de que su conducta reportaría algún beneficio político a los palestinos, a pesar de las repetidas evidencias en sentido contrario. Hay un extendido disgusto no sólo por la corrupción de la AP sino, más importante aún, por su total fracaso para defender los derechos palestinos. Abbas sigue aún corriendo claramente tras EEUU para llegar, con igual claridad, a ningún sitio.

¿Es esta abismal situación palestina un anuncio de las cosas por llegar? Los palestinos están suicidamente divididos; un segmento del liderazgo está desesperadamente pagando diezmos a sus opresores, mientras que el otro se mantiene firme en su resistencia pero está gravemente aislado; Gaza está empobrecida y atrapada; Cisjordania yace indefensa a su espalda, abierta para que la picoteen los buitres territoriales; y nadie, absolutamente nadie, en la comunidad internacional parece seriamente desear intervenir o presionar para contener a Israel u oponerse al incuestionable apoyo estadounidense a Israel, ni a reconocer al legalmente constituido gobierno palestino, ni siquiera a ofrecer una ayuda significativa a los palestinos. ¿Es esta la visión de los palestinos para los próximos veinte años? La mayor parte de los políticos estadounidenses e israelíes esperan que lo sea. Esta es una Palestina moldeada en los laboratorios neocon de la administración Bush, parte de los «dolores del parto» de un nuevo Oriente Medio, un Oriente Medio concebido en los pasillos de la Casa Blanca y del Departamento de Estado como zona totalmente dominada por Israel, llena de gobiernos árabes serviles (apodados «moderados» en la jerga de los nuevos tiempos) o, donde los «moderados» no prevalezcan, embarrados en las continuas guerras instigadas por EEUU.

* * *

Adelante ahora con Elliot Abrams, el Dr. Frankestein de los neocon y creador de rango superior de la mayor parte del torbellino actual en Oriente Medio. Aunque no fue el fundamental arquitecto de la guerra de Iraq, Abrams, que ha sido el consejero principal para Oriente Medio en el equipo del Consejo de Seguridad Nacional durante la mayor parte de la administración Bush, era parte del cabildo neocon pro-israelí que ideó y presionó por la guerra. Fue quien defendió, triunfando totalmente, la idea de preparar un «golpe duro» contra Hamas. Trabajando con el asesor para Oriente Medio del Vicepresidente Cheney, David Wurmser, otro partidario rabioso de Israel, y con el mismo Cheney, Abrams apoyó completamente y pudo haber dado luz verde a Israel para su guerra contra HIzbullah en el Líbano el pasado verano. Este año, según Seymour Hersh y otros del New Yorker, Abrams ha sido una figura clave tras los combates que se produjeron en el campo de refugiados de Nahr al-Bared en el norte del Líbano; el demente esquema, emprendido en cooperación con algunos elementos saudíes, algunos cristianos derechistas poderosos en Líbano y, al menos indirectamente, con Israel, implicó armar y animar a las milicias extremistas sunníes del Líbano para debilitar al Hizbullah chíi, así como a Irán y Siria. Finalmente, casi se nos escapa decir que Abrams se ha convertido en el principal defensor, de nuevo según Hersh, de un ataque contra Irán, y ha estado presionando a Israel para que lanzara un ataque contra Siria.

El comentarista palestino Rami Juri llama a este caos inducido el principio de un gran «desenmarañamiento» del actual orden estatal árabe establecido hace décadas tras la I Guerra Mundial. En el mismo momento en que los estados árabes -incluidos no sólo los gobiernos sino los diversos grupos dentro de ellos, islamistas y otros grupos sectarios, étnicos y tribales- están luchando por definirse ellos mismos, dice Juri, frente a las inmensas presiones externas dirigidas por EEUU, Israel y algunos gobiernos europeos, e incitados por algunos gobiernos árabes (esos que tratan de ganarse el favor de EEUU), se está agobiando a elementos locales para desbaratar su empeño y hacer que se dirijan contra ellos mismos, cumpliendo así los intereses occidentales. Juri llama a esto una fórmula para una explosión. Alguna forma de torbellino total, cuando no una explosión general, parecería ser precisamente el deseo de Abrams y sus compañeros neocon, así como el de Israel.

Nadie debería sorprenderse de que Abrams sea partícipe de la creación del desorden en el Oriente Medio y de que esté activamente trabajando para la desmembración y castración del mundo árabe. Hizo eso en América Central antes de ser pillado mintiendo al Congreso durante la investigación Irán-Contra, hecho por el que fue momentáneamente soslayado. Pero yendo más al grano y en lo que respecta a los intereses de Israel y a una agenda de extrema derecha, las acciones de Abrams tienen un largo recorrido.

Es yerno de dos de los neocon originales y de los más estridentes seguidores derechistas de Israel, Norman Podhoretz y Midge Decter. Si el asunto de sus parientes no fuera suficiente para incriminarle, Abrams ha sido muy franco, tanto en el poder como fuera de él, en su oposición a cualquier proceso de paz y a cualquier concesión territorial israelí. A principios de la década de 1990, según un perfil aparecido en el 2003 en el New Yorker, fue cofundador del Comité de los Intereses estadounidenses en Oriente Medio, que se manifestó contra las concesiones territoriales israelíes y más tarde, durante la década de los noventa, fue un crítico feroz del proceso de Oslo. Acerca de la primera intifada, que apenas implicó violencia más allá del lanzamiento de piedras, escribió que no se trataba de un mero «levantamiento» sino que implicaba «violencia terrorista» contra los israelíes. Desde que llegó al equipo del CSN, es muy conocido que no ha hecho otra cosa más que presionar a la administración para que se alinee en apoyo de Israel. Tampoco ha hecho ningún secreto de sus puntos de vista totalmente anti-palestinos. Mucho peor que poner al zorro a cuidar del gallinero, el movimiento que puso a Abrams en el equipo del CSN colocó al miembro del lobby pro-Israel por excelencia, y defensor emocional de Israel, a cargo de la elaboración de las políticas sobre un conflicto de excepcional importancia para los intereses nacionales de EEUU en un mundo que no se reduce a Israel.

Mucho más que la mayoría de los consejeros políticos del pasado o del presente, Abrams habla con el corazón en la mano cuando se trata de Israel. En un libro de 1997 sobre el lugar que ocupan los judíos en la sociedad estadounidense, Faith or Fear: How Jews Can Survive in a Christian America, asumió la postura de que los judíos deberían «permanecer aparte en la nación en la que viven. Es muy propio de la naturaleza judía quedarse aparte -excepto en Israel- del resto de la población». Aunque manteniendo que esa postura no implicaba deslealtad hacia cualquiera que fuera la nación donde los judíos estuvieran viviendo, afirmaba descaradamente la importancia del «vínculo» judío con Israel. Decía que la comunidad judía en EEUU debía concebirse a sí misma como una comunidad religiosa porque la «fe es el único vínculo fidedigno, en última instancia, entre los judíos estadounidenses e Israel». Diseñó un programa para el cambio en la comunidad judía que no podía haber dejado más claro su compromiso con Israel. Describiendo a Israel como una fuente de identidad judía para millones de judíos estadounidenses y «la esencia de sus vidas como judíos», dijo que su programa implicaría hacer del «vínculo hacia Israel… el vínculo de contacto y compromiso personal» más que el de simple apoyo financiero.

Por todo su apego hacia Israel, Abrams se mostró a sí mismo como un pragmático -en el sentido de manipulador taimado que describe a su héroe Ariel Sharon- y ese pragmatismo le ha permitido, en última instancia, conseguir más para Israel de lo que sus colegas de línea más dura habrían podido lograr. Un antiguo amigo dice de él, según el perfil presentado por el New Yorker, que es «increíblemente efectivo combinando diferentes tendencias políticas. Es una impronta de sus realizaciones en esos trabajos: mostrando una aguda sensibilidad ante lo que preocupa a sus oponentes políticos y sabiendo como derrotarles o neutralizar su animosidad hacia él». Esta conciencia de sangre fría de lo que la política demanda, capacitó a Abrams para maniobrar a través de todo el bombo que se le dio a la propuesta de paz de la Hoja de Ruta en un momento en que la política pedía que Israel pareciera que se alineaba junto a ese plan de paz propuesto por EEUU.

Mientras que muchos israelíes y la mayoría de los colegas neocon de Abrams temían que el plan supusiera hacer concesiones territoriales reales por parte de Israel, Abrams trabajó estrechamente con el jefe de gabinete de Sharon, Dov Weisglass, para diseñar un esquema que hiciera parecer que Israel estaba de acuerdo con el plan, aunque colocaba la responsabilidad en los palestinos para que dieran el primer paso cortando todos los incidentes terroristas y desmantelando las organizaciones militares. Una vez que Israel hubo destruido toda la capacidad de la seguridad palestina, quedó claro que esa tarea era ya una labor imposible para cualquier dirigente palestino, pero Abrams y Weisglass sabían que eso daría a Israel espacio para respirar y proseguir con la expansión de asentamientos, consolidando la ocupación. Fue una intricada maniobra que ofreció todas las seguridades al ala derechista en Israel y en EEUU de que Israel no estaba haciendo concesiones pero que, sin embargo, le haría aparecer ante la mayor parte del mundo exterior como preparado para hacer «penosas concesiones» si los palestinos «mostraban su buena voluntad».

Weisglass reveló más tarde el pensamiento que había oculto tras ese esquema cuando empezó a convertirse, un año después, en el plan de Sharon para el supuesto desenganche de Gaza. Esos planes de paz, dijo, hablando específicamente del plan de desenganche, suministran «la cantidad de formaldehído necesaria para que no haya proceso político con los palestinos». Ellos «congelaron» el proceso político. «Y cuando congelas ese proceso, impides el establecimiento de un estado palestino e impides que se discuta sobre refugiados, fronteras y Jerusalén. Efectivamente, todo el paquete llamado estado palestino, con todo lo que supone, ha sido eliminado indefinidamente de nuestra agenda». Weisglass se jactó de que eso había ocurrido con «la bendición presidencial [EEUU] y la ratificación de ambas cámaras del Congreso». No se le atribuyó abiertamente a Abrams, pero, como funcionario del Departamento de Estado le comentó en una ocasión a un entrevistador: Abrams es «muy cuidadoso para no dejar huellas».

Abrams ha repetido ese acto múltiples veces -no sólo respecto a la Hoja de Ruta y al desenganche, sino en cuanto al tema de la expansión de asentamientos israelíes y de la construcción por Israel del muro del apartheid (que ha ayudado a planificar de forma tan minuciosa como hasta la colocación de puertas y algunas de las rutas que sigue el muro)-, y todas ellas dejando claro que Israel está haciendo concesiones, o que lo haría así si tuviera un socio palestino decente para la paz, pero manipulando discretamente la situación para que al final Israel pueda seguir con sus planes más o menos sin impedimentos. Cooperando así con Israel para refinar sus prácticas de ocupación, Abrams ha actuado como un socio de Israel más que como un político estadounidense y ha dado virtualmente legitimidad a cada aspecto de la continuada ocupación de Israel.

Esa misma pauta está al parecer repitiéndose con la maquinada escisión Hamas-Fatah. Aunque Israel no tiene ahora más intención que antes de hacer concesiones reales a Abbas (y, en efecto, anunció inmediatamente después del discurso de Bush que ni siquiera se discutirán los temas centrales de fronteras, refugiados y Jerusalén), EEUU, y presumiblemente Abrams, han persuadido a los israelíes de hacer algunos gestos con Abbas de bajo coste, mientras actúan como si estuvieran ansiosos por que progresen las negociaciones cuando los palestinos «moderados» estén preparados para ello, todo con la esperanza de socavar y derrotar finalmente a Hamas.

Hay informes frecuentes de desavenencias entre Abrams y Condoleeza Rice, pero es probable que Rice haya decidido sencillamente seguir la dirección de Abrams en la mayoría de las cosas que se refieren a Oriente medio. Probablemente, ella es menos halcón que Abrams, y parece haber hecho un serio esfuerzo, aunque equivocado y breve, a principios de año para restaurar algún tipo de proceso de negociación entre Israel y los palestinos con su intento de poner un «horizonte político» de negociaciones ante ellos, pero ella no es ni tan inteligente ni está tan emocionalmente implicada en la cuestión como Abrams, y parece contentarse con seguir sus pasos, incluso al precio de pasar apuros cuando socavan sus iniciativas.

Habría que preguntarse si en realidad Rice está realmente en desacuerdo con Abrams. Después de todo, ella aprendió todo lo que sabe sobre la situación israelí-palestina de manos de Abrams, que fue la persona clave en el equipo del CSN para Oriente Medio durante la mayor parte de su mandato como consejera de seguridad nacional. El hecho de que su principal secretario adjunto del Departamento de Estado para la región, David Welch, parezca estar cooperando activamente con Abrams en los esfuerzos para provocar el avispero en Líbano y que viaje con Abrams a Israel indica o bien la total sumisión de Rice a los dictados de Abrams o interés en asumir cualquier tipo de iniciativa política en Oriente Medio. En cualquier caso, si en algún momento hubo un desacuerdo serio sobre el asunto, parece estar por ahora bastante acallado.

Así, casi con toda certeza, Abrams tiene bastante libre el terreno para machacar, manipular y mutilar las políticas sobre Palestina-Israel. Obviamente, se encuentra en su elemento, moviendo los hilos por detrás de forma hiperactiva en todas partes, con tejes y manejes con sus cohortes en Israel -donde viaja cada mes o cada dos meses y algunas veces más a menudo-, así como con elementos obedientes de gobiernos árabes «moderados». Poco después del 11-S y del comienzo de la «guerra contra el terror», según el perfil del New Yorker, estaba tan entusiasmado ante la perspectiva de manipular el mundo árabe que se sentía exultante «¡Me siento joven de nuevo! ¡Me encantan todas estas batallas, me resultan tan familiares…!». Estaba de nuevo en la palestra, como durante la era de las guerras en América Central. Hay pocas evidencias de que tenga que enfrentar limitación alguna dentro de EEUU. Obviamente, ha triunfado en cualquier competición que hubiera tenido con Rice, trabaja estrechamente con Cheney y con la mano derecha de Cheney, David Wurmser y tiene toda una pandilla de admiradores y seguidores entre los neocon de los think tank situados en Washington. Aparece no sólo como la persona que le facilita las cosas a Israel y conspirador en los temas de Oriente Medio, sino también como el cerebro de Bush para Oriente Medio.

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Este cuadro de poder y de extremo apoyo partisano ilimitado en el centro de la política israelí-palestina en Washington es el telón de fondo contra el que debe luchar cualquier intensificado sentimiento anti-sionista y cualquier esfuerzo para cambiar y ampliar el discurso público. El poder que Abrams y sus cohortes neocon ejercen está más que fortalecido por el lobby israelí, bien financiado además y con un enfoque único. Reunidos, esos factores presentan un obstáculo casi insuperable para conseguir cualquier progreso hacia una discusión abierta de la realidad palestino-israelí y, en última instancia, hacia una justicia real para los palestinos y una paz genuina en la región. No va a ser un obstáculo que pueda ser eliminado una vez que Abrams se vaya, aunque se elija un presidente demócrata y los neocon sean desterrados; el lobby, en el que Abrams sólo es un miembro, aunque sea un miembro fundamental, ejerce tal poder y tal control sobre el discurso sobre las cuestiones palestino-israelíes que la política no cambiará de forma significativa cualquiera que sea el partido que esté en la Casa Blanca y cualquiera que sea quien controle el Congreso.

Sin embargo, hay algún cambio en marcha en el discurso público, al menos a un nivel suficiente como para preocupar a alguno de los peces gordos y mandamases que constantemente se retuercen las manos angustiados ante el supuesto «antisemitismo» de las cifras crecientes de críticos hacia Israel. En esta etapa es imposible predecir el resultado de lo que es, sin exagerar, una lucha épica entre quienes luchan por la pura justicia para un pueblo desposeído y oprimido y los que están en el otro lado, quienes, en el curso de la lucha para preservar la superioridad religiosa y étnica de los judíos en un estado exclusivista, están provocando un choque de civilizaciones y una desastrosa guerra global con el mundo musulmán. Por una parte, está claro que las voces de los críticos como John Mearsheimer, Stephen Walt, Jimmy Carter y un pequeño grupo que tienen el coraje de manifestarse y organizar campañas tales como las sanciones y boicot económico no son más que un pequeño coro contra la inmensa orquesta sinfónica del lobby. Además, la canción del coro se produce en un momento en que la orquesta lobby/EEUU/Israel está creando el máximo caos en Oriente Medio, generando más confusión, creando más temor y ayudando a ahogar las voces de la oposición.

Por otra parte, el sionismo está estos días incuestionablemente bajo asalto. Aumentando las cifras de comentaristas e individuos políticamente conscientes que están empezando a reconocer que la opresión, las atrocidades que Israel ha estado cometiendo en los ocupados territorios durante los últimos cuarenta años, no son ningún tipo de aberración sino simplemente una continuación de una campaña de eliminación étnica empezada en 1948. El mismo Ariel Sharon describió el conflicto con los palestinos que empezó con la segunda intifada en 2000 como «la segunda mitad de 1948». La difunta historiadora israelí Tanya Reinhart reconoció esta realidad y señaló en su libro aparecido en 2002 Israel/Palestine: How to End the War of 1948: en lo que concierne a los dirigentes militares y políticos de Israel, «el trabajo de limpieza étnica fue completado en 1948 sólo hasta la mitad, dejando demasiada tierra a los palestinos». Este liderazgo, decía ella, «tiene todavía gran ansia de tierra, recursos acuíferos y poder» y ven la guerra de 1948 «sólo como el primer paso de una estrategia más ambiciosa y de mayor alcance».

Cada vez más, otros israelíes que piensan están llegando a reconocer esa conexión con 1948 y a rechazarla: reconocer que la ocupación no puede terminarse y que no puede fraguarse una paz real sin mirar atrás, a los comienzos de 1948, y rectificar la inmensa injusticia hecha entonces con los palestinos. Para los mismos palestinos, el derecho al retorno -el derecho a volver a sus hogares en Palestina o a recibir una compensación por la pérdida de esos hogares- se ha convertido en un genio, despertado por las propias fuertes objeciones israelíes a reconocer a los refugiados y por la constante atención de Israel a su «problema demográfico», que no puede ser devuelto ya a la botella.

La próxima fase de 20 años en la historia de Palestina es un capítulo que aún no puede predecirse. La gama de posibilidades es amplia. Por un lado, tenemos la continuada acomodación palestina y rendición ante el canto de sirenas de las vacías promesas de EEUU e Israel, tal y como están siendo fomentadas hoy. Es muy probable que se de una resistencia continuada, fundamentalmente política pero también con algún carácter militar, algo así como la estrategia de Hamas. A largo plazo, es posible que se vea algún éxito, alguna forma de vindicación y justicia real. La justicia en último término -para ambos pueblos- sería el establecimiento de una igualdad de derechos garantizados para los palestinos en Palestina, el establecimiento formal de un único estado para palestinos y judíos y la aceptación de una fórmula por la cual Israel reconozca su responsabilidad en la desposesión de los refugiados, garantizándoseles el derecho al retorno si ellos así lo decidieran.

De aquí a veinte años, ¿continuará Israel existiendo como estado judío, intentando mantener la supremacía judía a cualquier coste? ¿Habrán sido los palestinos más desposeídos y más dispersados aún? A pesar de su sombría situación actual -y a pesar de los años en que vienen siendo repetidamente desposeídos, exiliados, ignorados, oprimidos por sucesivos conquistadores y masacrados en ocasiones-, los palestinos han seguido siendo notablemente persistentes y firmes, y es difícil imaginar su derrota total. En su novela de los años setenta «The Secret Life of Faieed, the Pessoptimist», sobre la difícil vida de los palestinos en Israel, el novelista palestino Emile Habiby escribió una escena que probablemente, de algún modo, describe el futuro de Palestina. Su héroe, el Pessoptimist, observa cómo un gobernador militar israelí saca a una mujer palestina y a su niño del campo en el que ella está trabajando. «Cuanto más se alejaban la mujer y el niño de donde estábamos… más altos se hacían. Cuando se fundían con sus propias sombras en el ocaso, se hacían más grandes que la propia llanura de Acre. Y el gobernador seguía aún allí, esperando su desaparición final… Finalmente, preguntó con asombro, ‘¿es que no van a desaparecer nunca?'».

Jeff Harper observó, en un reciente relato personal sobre su propio viaje de alejamiento del Sionismo, que «la verdad es que, a pesar de los desesperados intentos [de Israel] de borrar su presencia y reemplazarla con un espacio puramente judío, los palestinos definen nuestra existencia». Particularmente los refugiados, aunque ni siquiera estén presentes, suponen el mayor desafío a la comodidad judía; ellos «no nos dan descanso, impidiéndonos tomar verdaderamente posesión de la tierra». Los refugiados y todo lo demás en el país que hasta 1948 era Palestina «son ahora un poltergeist bajo nuestros pies, ocultos bajo capas de ‘judaización'».

Probablemente se nos pueda asegurar que esa incómoda y en alto grado desigual coexistencia permanecerá en su sitio en el futuro inmediato. Pero, al final, alguna combinación de esas narrativas -los palestinos como omnipresentes, los palestinos como fuente de eterna incomodidad israelí, finalmente los palestinos como retornados, desenterrados de las capas de judaización y viviendo junto a los judíos como ciudadanos en igualdad- puede describir un futuro mejor. Harper confío en que llegue ese día, cuando los israelíes logren exorcizar sus demonios haciendo justicia a los palestinos, «lo que significa devolver la Tierra de Israel a Israel/Palestina o a (Palestina/Israel).» Muchos otros están hablando cada vez más de una visión de Palestina como una tierra en la que palestinos y judíos son iguales. No va ser un progreso fácil pero, al final de la próxima etapa de veinte años, no está totalmente fuera del reino de las posibilidades que los palestinos estén viviendo en libertad, justicia y prosperidad. Para que sea significativo, todos esos tres requisitos para una vida decente deben estar allí, para ambos pueblos, en igual medida.

Kathleen Christison fue anteriormente analista política de la CIA y ha lleva trabajando treinta años en las cuestiones de Oriente Medio. Es autora de «Perceptions of Palestina» y «The Wound of Dispossession». Se puede contactar con ella en: [email protected]

Enlace texto original en inglés:

http://www.counterpunch.org/christison07262007.html

Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate.