Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Un respetado periódico estadounidense publicó una información exclusiva esta semana: El vicepresidente Dick Cheney, el rey de los halcones, ha trazado un maquiavélico plan para atacar a Irán. Su punto principal: Israel empezará bombardeando una instalación nuclear iraní, Irán responderá lanzando misiles sobre Israel y esto servirá de pretexto para un ataque estadounidense a Irán.
¿Ilógico? No, realmente. Es más bien como lo que pasó en 1956. Entonces Francia, Israel y Gran Bretaña planearon en secreto atacar a Egipto para derribar a Gamal Abd-al-Nasser («cambio de régimen» en la jerga de hoy). Se acordó que Israel lanzara paracaidistas cerca del Canal de Suez y el conflicto resultante serviría de pretexto para que los franceses y británicos ocuparan el área del canal para «asegurar» el viaducto. Este plan se llevó a cabo (y fue un fracaso rotundo).
¿Qué nos pasarían si aceptáramos el plan de Cheney? Nuestros pilotos arriesgarían sus vidas para bombardear las instalaciones iraníes bien defendidas. Después los misiles iraníes lloverían sobre nuestras ciudades. Cientos, quizás miles de muertos. Todo esto para proporcionar a los estadounidenses un pretexto para ir a la guerra.
¿Se mantendrá el pretexto en pie? En otras palabras, ¿está EEUU obligado a entrar en guerra a nuestro lado, incluso cuándo esa guerra la provocamos nosotros? En teoría la respuesta es sí. Los acuerdos actuales entre EEUU e Israel dicen que el primero tiene que acudir en ayuda de Israel en cualquier guerra, quienquiera que la empiece. ¿Hay alguna esencia en esta filtración? Es difícil saberlo, pero refuerza la sospecha de que un ataque a Irán es más inminente de lo que la gente imagina.
Bush, Cheney y compañía, ¿piensan de veras atacar Irán?
No lo sé, pero mi sospecha es que su pujanza se vuelve más fuerte.
¿Por qué? Porque George Bush está acercándose al final de su mandato. Si acaba con las cosas de la manera en que están ahora se le recordará como un muy malo -si no el peor- presidente en los anales de la república. Su mandato empezó con la catástrofe de las torres gemelas, que no reflejó ninguna gran credibilidad de las agencias inteligencia, y acabará con un doloroso fiasco en Iraq.
Queda sólo un año para hacer algo impresionante y salvar su nombre en los libros de historia. En tales situaciones los líderes tienden a buscar aventuras militares. Teniendo en cuenta los rasgos de carácter demostrados por este hombre, la opción de la guerra, de repente, parece totalmente aterradora.
Bien es verdad que el ejército de EEUU está clavado en Iraq y Afganistán. Incluso gente como Bush y Cheney no pueden soñar, en este momento, con invadir un país cuatro veces más grande que Iraq y con tres veces su población.
Pero también es bastante posible que los traficantes de la guerra le estén susurrando en la oreja a Bush: ¿Qué le preocupa? No hay necesidad de una invasión. Basta con bombardear Irán como bombardeamos Serbia y Afganistán. Usaremos las bombas más inteligentes y los misiles más sofisticados contra los aproximadamente dos mil objetivos para destruir no sólo las instalaciones nucleares iraníes sino también sus instalaciones militares y dependencias gubernamentales. «Los bombardearemos hasta hacerlos retroceder a la edad de piedra», como dijo una vez un general estadounidense sobre Vietnam, o «atrasar su reloj 20 años», como el general de la fuerza aérea israelí, Dan Halutz, dijo a propósito de Líbano.
Esa es una idea tentadora. EEUU sólo tendría que usar su poderosa fuerza aérea, misiles de todo tipo y los portentosos portaviones que ya están desplegados en el Golfo Pérsico/árabigo. Todos ellos pueden entrar en acción en cualquier momento con un corto aviso. Para un presidente fracasado que se acerca al final de su mandato, la idea de una guerra fácil y corta debe de tener una inmensa atracción. Y este presidente ya ha mostrado lo duro que es para él resistirse a tentaciones de este tipo.
¿Semejante operación sería, de hecho, un «pedazo de pastel» en lenguaje estadounidense?
Lo dudo.
Incluso las bombas «inteligentes» matan personas. Los iraníes son orgullosos, resueltos y un pueblo altamente motivado. Señalan que durante dos mil años nunca han atacado a otro país, pero durante los ocho años de guerra Irán-Iraq han demostrado ampliamente su determinación defendiendo lo suyo cuando los atacan.
Su primera reacción a un ataque estadounidense sería cerrar el estrecho de Ormuz, la entrada al Golfo. Eso estrangularía una gran parte del suministro de crudo del mundo y causaría una crisis económica global sin precedentes. Para abrir el estrecho (si es que fuera posible de algún modo), el ejército de EEUU tendría que tomar y mantener grandes áreas del territorio iraní.
La guerra corta y fácil se convertiría en una guerra larga y dura. ¿Qué significa eso para nosotros en Israel?
Puede haber pocas dudas de que si atacamos, Irán responderá como ha prometido: bombardeándonos con los misiles que está preparando para este preciso propósito. Eso no pondrá en peligro la existencia de Israel, pero no será agradable.
Si el ataque estadounidense se convierte en una larga guerra de desgaste y el público de EEUU llega a verla como un desastre (como está pasando ahora mismo con la aventura iraquí), algunos echarán la culpa ciertamente a Israel. No es ningún secreto que el lobby pro Israel y sus aliados -los neoconservadores (principalmente judíos) y los cristianos sionistas- están empujando a los estadounidenses a esta guerra como los empujaron a la de Iraq. Para la política israelí los esperados beneficios de esta guerra pueden convertirse en pérdidas gigantes; no sólo para Israel, sino también para la comunidad judía estadounidense.
Si el presidente Mahmoud Ahmadinejad no existiera, el gobierno israelí habría tenido que inventarlo.
Él tiene casi todo lo que uno podría desear para un enemigo. Tiene la boca muy grande. Es un fanfarrón. Disfruta provocando escándalos. Es un negador del Holocausto. Profetiza que Israel «desaparecerá del mapa» (aunque no dijo, como falsamente se informó, que él borraría del mapa a Israel.)
Esta semana, el lobby pro Israel organizó grandes manifestaciones contra su visita a Nueva York. Fueron un gran éxito para Ahmadinejad. Ha visto cumplido su sueño de convertirse en el centro de la atención mundial. Se le ha dado la oportunidad de expresar sus argumentos contra Israel -alguno ultrajante, alguno válido- ante el público de todo el globo.
Pero Ahmadinejad no es Irán. Es cierto que ha ganado unas elecciones populares, pero Irán es como los partidos ortodoxos de Israel: no son sus políticos los que cuentan, sino sus rabinos. La dirección religiosa chií toma las decisiones y manda en el ejército, y este cuerpo no es ni fanfarrón ni vendedor de escándalos. Actúa con mucha cautela.
Si Irán estuviera tan ávido por obtener una bomba atómica habría actuado en total silencio y mantenido el secreto tanto como le fuera posible (como hizo Israel). El fanfarroneo de Ahmadinejad dañaría este intento más de lo que cualquier enemigo de Irán pudiera hacerlo.
Es muy desagradable pensar en una bomba atómica en manos de los iraníes (de hecho, en cualquier mano). Espero que se pueda evitar ofreciendo incentivos y/o sanciones imponentes. Pero aun cuando esto no tuviera éxito, no sería el fin del mundo ni el fin de Israel. En esta área, más que en cualquier otra, el poder disuasivo de Israel es inmenso. Ni siquiera Ahmadinejad se arriesgará a un intercambio de reinas: la destrucción de Irán por la destrucción de Israel.
Napoleón dijo que para entender la política de un país uno sólo tiene que mirar el mapa.
Si lo hacemos, veremos que no hay ninguna razón objetiva para la guerra entre Israel e Irán. Al contrario, durante mucho tiempo Jerusalén creyó que los dos países eran aliados naturales.
David Ben-Gurion defendió «la alianza de la periferia». Le convencieron de que todo el mundo árabe es enemigo natural de Israel y que, por consiguiente, deben buscarse aliados en los márgenes del mundo árabe -Turquía, Irán, Etiopía, Chad etc.- (Él también buscaba aliados dentro del mundo árabe; comunidades que no fueran árabes suníes, como los maronitas, coptos, kurdos, chiíes y otros).
En tiempos del Sah existieron vínculos muy estrechos entre Irán e Israel, algunos positivos, algunos negativos y otros completamente siniestros. El Sah ayudó a construir un oleoducto de Eilat a Askelon para transportar crudo iraní al Mediterráneo circunvalando el Canal de Suez. El servicio secreto del interior israelí (Shabak) entrenó a su contraparte iraní de mala fama (Savak). Israelíes e iraníes actuaron juntos en el Kurdistán iraquí y ayudaron a los kurdos contra sus opresores árabes suníes.
La revolución de Jomeini, al principio, no acabó con esta alianza, sólo la llevo a la clandestinidad. Durante la guerra Irán-Iraq, Israel proporcionó armas a Irán porque tenía asumido que cualquiera que combate contra los árabes es nuestro amigo. Al mismo tiempo los estadounidenses se las proporcionaban a Sadam Husein; uno de los casos raros de una clara divergencia entre Washington y Jerusalén. Esto estaba conectado con el asunto Irán-contra, cuando los estadounidenses ayudaron a que Israel vendiera armas a los Ayatolás.
Hoy una lucha ideológica se encarniza entre los dos países, pero es principalmente una lucha en ámbitos retóricos y demagógicos. Me atrevo a decir que a Ahmadinejad le importa un comino el conflicto israelo-palestino, sólo lo emplea para hacer amigos en el mundo árabe. Si yo fuera palestino no confiaría en él. Antes o después la geografía nos lo dirá y las relaciones entre Israel e Irán volverán a lo que eran; esperemos que sobre una base más positiva.
Me hallo en condiciones de predecir una cosa en confianza: quienquiera que empuje a la guerra contra Irán va a lamentarlo.
En algunas aventuras es fácil entrar pero muy difícil conseguir salir.
El último en descubrirlo fue Sadam Husein. Pensó que sería un paseo militar; después de todo, Jomeini había matado a la mayoría de los oficiales, sobre todo a los pilotos, del ejército del Sah. Creyó que un golpe rápido iraquí sería suficiente para provocar el derrumbamiento de Irán. Tuvo ocho largos años de guerra para lamentarlo.
Tanto los estadounidenses como nosotros podemos notar dentro de poco que el barro iraquí es como crema batida en comparación con el cenagal Iraní.
Original en inglés: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1191034415/
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.