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Ceuta y Melilla, con el archipiélago al fondo

Canarias en el hinterland del expansionismo marroquí

Fuentes: Canarias-semanal.com

Portavoces del gobierno marroquí reaccionaron con vehementes protestas, ante el anuncio de la visita del monarca español a las dos últimas ciudades-colonias españolas en el norte del continente africano. El portavoz oficial marroquí, Jalid Naciri, manifestó a los medios de comunicación «su fuerte rechazo y total desaprobación de esta lamentable iniciativa, sean cuales sean las […]

Portavoces del gobierno marroquí reaccionaron con vehementes protestas, ante el anuncio de la visita del monarca español a las dos últimas ciudades-colonias españolas en el norte del continente africano. El portavoz oficial marroquí, Jalid Naciri, manifestó a los medios de comunicación «su fuerte rechazo y total desaprobación de esta lamentable iniciativa, sean cuales sean las motivaciones o las intenciones de esa visita a ciudades marroquíes expoliadas». No es la primera vez que el gobierno de la monarquía alauita manifiesta este rechazo por la presencia de representantes de la Administración española en territorios que Marruecos considera suyos. Ya el pasado año el presidente del Gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero, incomodó al monarca Mohamed VI al realizar la primera visita oficial que un jefe del gobierno español efectuaba a Ceuta y Melilla desde 1981. No obstante, en ámbitos especializados sobre el tema se considera que las visitas realizadas a esas dos plazas coloniales por parte de representantes oficiales de la metrópoli no pasan de ser meros «tanteos» tácticos, que tienen mucho que ver con las soterradas reyertas entre España y Francia, en su disputa por la influencia y el dominio de la economía de los países del Magreb.

Para disipar las posibles inquietudes que tales tensiones pudieran suscitar en los círculos inversionistas españoles, fuentes próximas a la Moncloa se apresuraron a aclarar que «las relaciones con Marruecos no van a verse modificadas ni un ápice. Son fuertes y fluidas», manifestaron.

Las plazas de Ceuta y Melilla formaron parte del antiguo «protectorado» de España en Marruecos, que pervivió hasta sobrepasado el segundo lustro de la década de los años cincuenta del pasado siglo. España había compartido el «protectorado» del Norte de África con Francia desde 1912. En virtud del Tratado de Fez, firmado ese mismo año, los territorios situados más al norte, en los alrededores de las ciudades de Ceuta y Melilla, y los localizados en el sur más próximos al Sahara occidental, se convirtieron en el Protectorado español de Marruecos. Los defensores de la «españolidad» de Ceuta y Melilla tratan de reforzar sus tesis con el argumento de que las dos ciudades ya estaban ocupadas por los españoles antes de que se firmara este tratado. Sin embargo, ambas plazas no pasaron de ser más que fortines militares, cuyos territorios habían sido arrebatados por los españoles a las tribus locales. Posteriormente estos enclaves servirían de trampolín a la expansión hispana en el norte de África. Pese a los reiterados alegatos por parte del gobierno de Madrid acerca de la pretendida «españolidad» de esas dos ciudades norteafricanas, el carácter colonial de ambas es tan evidente como en los casos de la presencia inglesa en Gibraltar o la marroquí en el Sahara Occidental. La ocupación por la fuerza de los territorios fue el denominador común de los tres hechos colonizadores.

La izquierda española -particularmente el PCE– reivindicó durante la dictadura la devolución de estas ciudades a Marruecos. Tal planteamiento figuró incluso en el programa del Partido comunista. Fue a partir de la denominada Transición cuando esa reivindicación quedó en un segundo plano hasta llegar a desaparecer completamente. Este cambio de postura estuvo motivado tanto por razones de carácter electoral como por la progresiva derechización ideológica que se produjo en la dirección de esa organización. En la actualidad las posiciones de la izquierda institucional en torno al tema no se diferencian en nada de las que sobre la cuestión mantiene el Partido Popular. En estos días, sin ir mas lejos, con motivo del polémico viaje del monarca español, el representante de IU en Ceuta, Mohamed Alí, en un rocambolesco gesto de fervor monárquico, manifestó que «esta visita dejará sin argumentos a muchos que aseguraban que las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla estaban abandonadas por parte de la Casa Real».

En cualquier caso, el carácter feudal y fuertemente represivo de la monarquía de Mohamed VI no ha contribuido a que la reivindicación territorial de Marruecos sobre esas dos ciudades sea comprendida. La conducta que la monarquía alauita mantiene en relación con los territorios del Sahara ocupados por sus ejércitos, y su reiterada negativa a que el pueblo saharaui pueda ejercer el derecho a la autodeterminación, la aleja mucho de ser un referente ético que le permita respaldar moralmente sus reivindicaciones territoriales sobre Ceuta y Melilla.

Sin desconsiderar la justeza de su aspiración de recuperar esas dos plazas coloniales ocupadas por España, muchas de las reivindicaciones territoriales marroquíes responden más a una concepción de expansionismo imperial que a una actitud auténticamente anticolonial. Mohamed VI no parece haber abandonado el viejo proyecto del «Gran Magreb» largamente acariciado por su padre Hassan II. Tal proyecto comprendería la anexión del Sahara Occidental, la totalidad de Mauritania, el occidente argelino (con las provincias de Béchar y Tinduf, así como las zonas habitadas por los tuat), Ceuta, Melilla y el Archipiélago Canario. La monarquía marroquí fundamenta sus aspiraciones expansionistas sobre todo el norte de África en una pretendida continuidad entre las distintas dinastías tribales que reinaron en el territorio marroquí y en el Marruecos actual. Dado el origen norteafricano de la primitiva población aborigen de las Islas Canarias, cabe suponer que las ambiciones marroquíes en relación con el Archipiélago tengan idéntico fundamento. Canarias esta comprendida, pues, dentro del peculiar hinterland de la monarquía alauita. Es este un factor que convendría no olvidar en las Islas, a la hora de enfatizar la defensa del derecho de los saharauis a su libre autodeterminación. De la suerte que corra ese pueblo dependerá, posiblemente, el futuro del Archipiélago canario.