Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
¿Cuál de los dos hombres es el líder de la mayor potencia del mundo y quién el jefe de un pequeño estado cliente?
A un visitante de otro planeta que asistiera a la conferencia de prensa de Jerusalén le sería difícil no contestar: Olmert es el presidente de la gran potencia y Bush es su vasallo.
Olmert es más alto. Habló sin parar mientras Bush escuchaba pacientemente. Conforme Olmert ungía a Bush con lisonjas que habrían sonrojado a un emperador bizantino, quedaba bastante claro que es Olmert quien decide la política, mientras que Bush acepta humildemente el dicktat israelí. Y la adulación de Bush a Olmert incluso excedió la de Olmert a Bush.
Los dos, aprendimos, son «valerosos», ambos están «resueltos», uno y otro tienen una «visión». La palabra «visión», en otra época reservada a los profetas, protagonizó todas las frases. (Bush no podía saber que en Israel, «visión» hace tiempo que se ha convertido en una denominación jocosa para los discursos pomposos, normalmente en combinación con la palabra «sionismo»).
El presidente y el Primer Ministro tienen otra cosa en común: ni una palabra de las que dijeron en la conferencia de prensa tenía conexión alguna con la verdad.
Uno de los dramas más emotivos de la Biblia nos habla de nuestro antepasado ciego y anciano, Isaac, que quiso bendecir a su hijo mayor Esaú, un cazador melenudo y rubicundo. Pero el segundo hijo, muy casero (o más bien amante de la tienda de campaña) Jacob, se aprovechó de la ausencia de su hermano y fue a su padre para robarle la bendición. Se puso la ropa de Esaú y se cubrió los brazos con velludas pieles de cabra. La artimaña casi falló cuando el padre tocaba los brazos de Jacob y despertó su sospecha.
Fue cuando profirió sus famosas palabras: «La voz es la voz de Jacob, pero las manos son las manos de Esaú», (Génesis 27: 22).
A pesar de todo Jacob, el impostor, recibió la bendición y se convirtió en el padre de la nación a la que después pondrían su nombre (también se llamaba Israel). Parece que Ehud Olmert es un verdadero sucesor: no hay ninguna conexión entre su voz y sus manos.
Cualquiera que lo escuche -no sólo en la conferencia de prensa, sino también en cualquier otra ocasión- oye palabras de paz y razón: Los palestinos deben tener un estado propio. La «visión» debe realizarse mientras Bush sea presidente porque Israel nunca ha tenido ni tendrá un amigo más auténtico. Los puestos avanzados de los asentamientos deben desmantelarse, como ha prometido una y otra vez. Las colonias deben congelarse, etcétera, etcétera.
Esa es la voz de Jacob. Pero las manos, bien, las manos son las de Esaú.
Antes de Annapolis, durante Annapolis y después de Annapolis, no se ha hecho nada en absoluto para promover la solución de los Dos Estados. Las negociaciones estaban a punto de empezar hace un año en estas mismas fechas y ahora están a punto de empezar otra vez -en cualquier momento-. Sí, los «problemas centrales» -las fronteras, Jerusalén, los refugiados- se tratarán. Efectivamente. En cualquier momento.
Pero entre tanto las manos de Esaú están trabajando febrilmente. Los asentamientos se están extendiendo en los territorios ocupados, los puestos avanzados existentes permanecen intactos y continuamente surgen otros nuevos. Alrededor de ellos se ha ido ejecutando una danza bien coreografiada, una especie de ballet formal realizado por los colonos y el ejército. Los colonos preparan un nuevo fortín, el ejército lo quita, los colonos vuelven y lo levantan otra vez, el ejército lo desmantela, y así sucesivamente.
Mientras, el puesto avanzado se vuelve cada vez más grande. El gobierno lo conecta a la red de electricidad y agua y construye una carretera. Y el ejército, por supuesto, lo protege día y noche. No podemos dejar a los judíos buenos a merced de los terroristas palestinos malos, ¿no es así?
Bush sabe todo esto y todavía continúa balbuceando que «los puestos avanzados deben desmantelarse». Y así sigue: la voz es la voz de Jacob, las manos son las manos de Esaú.
Pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo, por citar a otro presidente estadounidense que era ligeramente más inteligente que el titular actual.
Así, después de que Olmert y Bush repitieran el mantra de desmantelar los puestos avanzados y congelar los asentamientos, uno de los periodistas saltó con una pregunta inocente: ¿Cómo encaja esto con el anuncio de construir un nuevo y enorme proyecto de viviendas en Har Homa?
Si alguien pensaba que esto avergonzaría a Olmert, lamentablemente se equivocaba. Olmert simplemente no se avergonzó. Sencillamente contestó que esa promesa no se aplica a Jerusalén ni «a los centros de población judía» más allá de la Línea Verde.
«Jerusalén» -desde los tiempos de Levy Eshkol- no sólo es la Ciudad Vieja y la Cuenca Santa. Es la gran extensión de terreno anexionado a Israel después de la Guerra de los Seis Días desde las proximidades de Belén a las afueras de Ramala. Esta área incluye la colina, boscosa en algún tiempo, que se llamó Jebel Abu-Ghneim, ahora el sitio del enorme y antiestético asentamiento de Har Homa. Y «los centros de población» son los grandes bloques de asentamientos en los territorios palestinos ocupados que el presidente Bush regaló tan generosamente a Ariel Sharon.
Esto significa que a casi ninguna de las amplias actividades de construcción que están en curso actualmente, más allá de la Línea Verde, les afecta el plan israelí de congelar los asentamientos. Y mientras Olmert anunciaba esto públicamente, el presidente Bush estaba de pie a su lado, sonriendo bobaliconamente y dando otra mano de cumplidos.
Al día siguiente Bush visitó a Mahmoud Abbas en Ramala y les dijo a los horrorizados palestinos que los innumerables bloqueos israelíes de las carreteras en Cisjordania que convierten la vida de la población en un infierno, son necesarios para la protección de Israel y deben permanecer donde están hasta después del establecimiento del esperado Estado Palestino democrático.
Condoleezza Rice fue rápida en recordarle en privado que esto no era muy sabio, puesto que estaba a punto de visitar media docena de países árabes. Así que Bush se apresuró a convocar otra conferencia de prensa en Jerusalén para hablar de los «problemas centrales»: habrá «inmediatamente» un Estado Palestino, pero la frontera de 1949 (la Línea Verde) no se restaurará. No hablaría sobre Jerusalén. El problema de los refugiados será convenido por un acuerdo internacional; lo que significa que no se permitirá volver a nadie en absoluto.
En total mucho menos que los «parámetros» del año 2000 de Bill Clinton y menos de lo que la mayoría de los israelíes están dispuestos a aceptar. Esto asciende al 110% de apoyo a la línea oficial del gobierno israelí.
Después de eso, Bush cenó con los ministros del gabinete israelí. Estrechó la mano del ministro Rafael Eitan, anterior jefe de inteligencia que controló a los espías israelíes en Washington, Jonathan Pollard a quien Bush se niega a perdonar -cordialmente- (Eitan sería arrestado en el momento en que pusiera el pie en tierra estadounidense). Habló cordialmente con el ministro Avigdor Liberman, de la extrema derecha, y le instó a apoyar a Olmert. A lo largo de la cena habló y habló, hasta que Condi le envió una nota discreta que sugería que se callara. Bush, con la alegría que da el vino, leyó la nota en voz alta.
He mencionado más de una vez el cartel británico de la Segunda Guerra Mundial que se pegó en las paredes en Palestina: «¿Este viaje realmente es necesario?»
Esa es de nuevo ahora la pregunta: ¿Este viaje de Bush era realmente necesario?
La respuesta es: por supuesto. Necesario para Bush. Necesario para Olmert. Y también necesario para Abbas.
Para Bush porque ya es un lame duck en el último año de su mandato y, por consiguiente, casi paralizado. En Estados Unidos se está volviendo irrelevante rápidamente. Su publicitada gira por Oriente Próximo se ha ahogado en las caóticas elecciones primarias que producen un drama nuevo casi todos los días. Mientras Hillary y el locuaz Bill compiten con Obama, el gran icono negro, ¿a quién le importa por dónde anda el peor presidente de la historia de Estados Unidos?
Olmert es perfectamente consciente de la situación. Cuando declara que hay que utilizar el último año de mandato de su noble amigo lo que realmente quiere decir es: él no puede ejercer presión sobre nosotros, ni siquiera nos dará un «ligero codazo», tal como promete. No hay ninguna necesidad de quitar ni un solo puesto avanzado por él. Así podremos exprimir hasta la última gota de jugo bajo su presidencia antes de que lo arrojen al vertedero de basura de la historia.
Pero Olmert necesita la presencia de Bush a su lado porque su posición no es mucho más segura que la del presidente estadounidense. Bush está en bancarrota a lo grande, después de empezar una de las guerras más vanas e infructuosas de la historia de Estados Unidos. Al igual que el propio Olmert, que también está en quiebra y también comenzó una guerra vana y fracasada.
Dentro de dos semanas la Comisión Winograd publicará el informe final sobre la II Guerra de Líbano y todos lo esperan para lanzarse sobre Olmert como una pesa de 16 toneladas. Puede sobrevivir, sí, pero sólo porque actualmente no hay ningún suplente creíble. Sin embargo necesita toda la ayuda que pueda conseguir, y ¿qué ayuda mejor que la del «Líder del Mundo Libre» mirándole fijamente con los ojos húmedos?
Es la vieja historia del cojo y el ciego.
Esta no ha sido la última visita presidencial de Bush a Israel. Ya ha prometido volver en el 60 aniversario de la fundación del Estado que, de acuerdo con el calendario hebreo, será el 8 de mayo de este año. ¿Qué más puede hacer un presidente en sus últimos meses en el cargo, excepto de estrella en ceremonias con reyes, presidentes y primeros ministros?
Quizá se propuso terminar con gran un golpe, un clímax histórico que incluso ensombreciera las invasiones de Afganistán e Iraq, como un espectacular ataque a Irán. Pero parece que los servicios de inteligencia estadounidenses, en un acto patriótico que compensa algunos de sus pecados anteriores, lo han impedido al publicar su sensacional informe.
Ciertamente, esta semana sucedió algo que encendió una luz de advertencia. Se informó de que algunas pequeñas embarcaciones iraníes hicieron un gesto provocativo contra los poderosos buques de guerra estadounidenses en el Golfo de Ormuz.
Eso nos llevó enseguida a 1964 y a lo que vino a conocerse como el incidente del «Golfo de Tonkin». El presidente Lyndon Johnson anunció que algunos barcos vietnamitas habían atacado a buques de guerra de Estados Unidos. Era mentira, pero fue suficiente para que el Congreso autorizara al presidente para extender la guerra que mató a millones de personas (y que enterró la carrera de Johnson).
Pero esta vez la luz roja saltó rápidamente. El Congreso de Estados Unidos no es lo que era, parece que los estadounidenses no tienen el estómago para otra guerra y el paralelismo histórico era demasiado obvio. Bush se ha quedado sin una opción para la guerra. Se ha quedado sin nada.
Aparte de los halagos de Olmert, por supuesto.
Texto original en inglés:
http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1200227323/
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.