Traducido por Caty R.
El Líbano moderno nació en dos tiempos
El primero, la creación del «Pequeño Líbano», Al Moutasarrifiat (Nombre del reglamento otomano por el que se creó, N. de T.) duró sesenta años, de 1861 a 1920, y se caracterizó por dos tutelas, violentas o camufladas con simulacros de autonomía, ejercidas por el Sultanato Otomano y, a través de éste, por las grandes potencias occidentales del momento, con Francia a la cabeza.
La segunda empezó en 1920 tras la Primera Guerra Mundial que marcó el traspaso de las antiguas colonias otomanas, desde la parte oriental del Mediterráneo hasta la Yazira arabia (la Península Árabe), al Occidente triunfante. Fue la época de la creación del «Gran Líbano» con las fronteras actuales que estuvo, durante 23 años, bajo el mandato de Francia antes de recuperar su independencia política el 22 de noviembre de 1943.
Pero el nacimiento del país no fue fácil; ni mucho menos. La historia libanesa, sobre todo la del siglo XIX, está marcada por acontecimientos sangrientos, los más importantes los de 1840-1842 y 1850-1860, que vamos a repasar rápidamente porque constituyen las sólidas bases de lo que ocurre actualmente y aclaran, por lo tanto, el porqué de las cosas.
Los acontecimientos de 1840-1842 y la creación de los dos caimacanatos*
Aunque la crisis social que prevalecía entonces en el país tenía como impulsores a los campesinos (de todas las confesiones religiosas mezcladas), en la rebelión contra el emirato chehabista, la revolución campesina no fue la más importante. En efecto, ésta se insertó en lo que se llamó «la cuestión oriental», la de las minorías religiosas presentes en el Imperio Otomano y que las grandes potencias europeas, según decían, querían proteger. En otras palabras, las fuerzas políticas extranjeras desempeñaron un papel muy negativo en la rebelión. Así, mientras el emir chehabista estaba respaldado por los ejércitos egipcios de Mohammad Ali y parcialmente por Francia, los campesinos recibían armas y dinero del Imperio Otomano y su aliado británico. Al mismo tiempo, las armadas británica y austriaca se concentraron frente a la ciudad de Beirut y la bombardearon antes de bloquear la costa de Jounieh.
Después vino la división: cristianos y drusos se masacraron alegremente permitiendo el éxito de la intervención austro-británica que generó el régimen de los dos caimacamats, es decir, la división de Líbano en dos regiones: una, con mayoría cristiana, situada al norte de la ruta Beirut-Damasco y la otra, al sur de dicha ruta, integrada por una mayoría drusa. Sin embargo la situación no se decantó debido a las fuerzas que la promovieron. Citaremos, a este respecto, lo que decía uno de los líderes maronitas del momento, Yussef Karam, en una carta al patriarca maronita: «Nuestros asuntos están tan vinculados a la voluntad de Inglaterra y Francia que si un libanés toca a uno de sus compañeros, el asunto se convierte rápidamente en un conflicto franco-británico. Es posible que Francia o Inglaterra intervengan si se derrama una taza de café».
¿No se podría decir que los acontecimientos citados, con algunas diferencias mínimas, son los que se revivieron en Líbano en 1958, durante «la Alianza Turquía-Pakistán», dirigida por Estados Unidos y lo que siguió, especialmente el bombardeo de Líbano y el desembarco de la armada estadounidense en las playas de Beirut?, ¿o la llegada de las «Fuerzas multinacionales» con sus buques de guerra en 1982 y los bombardeos del monte Líbano por el portaaviones «New Jersey»?, ¿o, por fin, la situación actual, tras la última agresión israelí durante el verano de 2006?
Los acontecimientos de 1858-1860
Estos acontecimientos comenzaron por una nueva rebelión campesina que se propagó enseguida, en primer lugar, por una amplia región de mayoría cristiana. Esta rebelión, representada por dos comunidades muy conocidas, Antelias y Lehfed, en los distritos de Metn y Kesrouan, se extendió rápidamente hacia el sur del «Pequeño Líbano», hacia las regiones drusas y se convirtió en una guerra civil de cariz religioso en la que los caciques de los dos grupos empujaron a sus «vasallos» a cometer crímenes atroces unos contra otros. Las masacres se multiplicaron y las muertes se contaron por decenas de miles. Se arrasaron pueblos enteros y la destrucción campaba por todas partes. El ejemplo libanés traspasó rápidamente la frontera de Damasco, donde más de 5.000 cristianos fueron masacrados, y en Palestina las aldeas cristianas se convirtieron en musulmanas para escapar de la muerte.
Para resolver este nuevo conflicto y poner término a las masacres que ellos habían consentido, los representantes de las grandes potencias occidentales en Beirut (Gran Bretaña, Francia, Rusia, Austria y Prusia) decidieron constituir un «Comité internacional» que decidiera la reorganización política y demográfica de Líbano. Las negociaciones duraron ocho meses, mientras seguían las masacres y la violencia, y desembocaron en lo que se llamó el «Reglamento orgánico» (An-nizam al-assassi) según el cual Líbano tenía cierta autonomía y al mismo tiempo seguía siendo un sandjaq (provincia) del Imperio Otomano.
El «Reglamento orgánico» preveía que el «Pequeño Líbano» sería gobernado por un Moutasarrif (gobernador) católico procedente de una de las provincias otomanas.
Este desarrollo de los hechos nos recuerda la guerra civil que empezó en 1975 y todo lo que se relaciona con ella. Igual que nos recuerda también las idas y venidas, durante las últimas semanas, de los delegados de las distintas potencias árabes y, sobre todo, internacionales, con el fin de imponer a los libaneses sus puntos de vista sobre las elecciones presidenciales.
¿Tragedia o comedia?
La historia se repite, como decía Karl Marx. Pero en Líbano siempre se presenta en forma de tragedia, nunca como una comedia. O si queremos retomar (casi) las mismas palabras de Marx, podemos decir: se repite en forma de tragicomedia.
Luchas internas y fratricidas, guerras civiles religiosas, alianzas que van de Estados Unidos a Francia y Gran Bretaña, y también con Egipto o Siria. Esta es, resumiendo, la historia de Líbano. Pero también es una historia hecha de luchas de clases que casi siempre degeneran en divisiones confesionales, desde las comunidades campesinas de Antelias y Lehfed entre 1857 y 1860, hasta nuestros días. Y es, sobre todo, una guerra en la que las grandes potencias, las de hoy como las de ayer, han desempeñado el papel de detonantes a partir del «apoyo» aportado por cada una de ellas a una confesión religiosa determinada, a través del jefe de dicha confesión, a quien ponen bajo su protección.
Tutela directa o indirecta: así van los vaivenes que, en cada giro importante, pueden llevar al borde del abismo a este pequeño país de 10.453 kilómetros cuadrados que apenas bastan para contener a sus 4.500.000 habitantes, sin olvidar a los 350.000 palestinos y a los cientos de miles de sirios y otros árabes que residen o están refugiados en él.
El régimen político instaurado por Francia en 1943
La tutela y el sometimiento al extranjero, a veces occidental y a veces árabe, fueron reforzados por el régimen político instaurado por los franceses antes de reconocer la independencia de Líbano, en 1943, y retirarse del país dos años después.
Una «fórmula» no escrita estipulaba la división del poder en un triunvirato:
Un presidente de la República maronita, que tenía amplias prerrogativas sin ser «responsable» ante el parlamento que lo elige (aunque la Constitución escrita decía claramente que «Líbano era una República parlamentaria»).
Un presidente del consejo suní que tenía pocos poderes.
Un presidente de la parte chií cuyos poderes estaban muy limitados.
Esta «fórmula» (as-sighat) oral estaba reforzada por un contenido marcadamente confesional de los artículos de la Constitución escrita, incluido el famoso «artículo 6 bis» que preveía «por un período transitorio» la distribución de las funciones de la administración pública en igualdad entre cristianos y musulmanes, teniendo en cuenta también las confesiones de cada religión. Sin olvidar que esta misma Constitución también preveía que la parte de los cristianos en el parlamento fuera de 54 escaños sobre 99, es decir, 45 representantes para los musulmanes.
En cuanto a los estatutos de las personas, fueron establecidos por los distintos tribunales «religiosos», negando así cualquiera posibilidad de igualdad entre un ciudadano y otro y, sobre todo, entre unos libaneses y otros.
El contenido de la Constitución, añadido al sometimiento, convertía Líbano en un mosaico de grupos heteróclitos que tenían cada uno sus tribunales, sus leyes y sus jefes. Estos grupos tenían, sobre todo, un derecho de veto que podían utilizar si veían que lo que se decía o hacía era contrario a sus intereses, representados por los de sus jefes (tanto religiosos como civiles).
Así pues, el colonialismo saliente dejó una grieta por la que podía colarse: bastaba con fomentar desórdenes religiosos o señalar un desequilibrio en las relaciones de las fuerzas confesionales del poder para ver cómo aparecían los ejércitos o los diplomáticos de tal o cual potencia, empezando por Francia -a la que los maronitas llamaron durante mucho tiempo «nuestra madre compasiva»-, Egipto o Arabia Saudí (según el momento) de la que los suníes de Líbano eran una prolongación.
La nación libanesa, por lo tanto, nació sobre una base inestable. Por otra parte, en la declaración común islámico-cristiana de la independencia, se dijo que los cristianos olvidarían su sueño de formar parte de Occidente mientras que los musulmanes olvidarían su sueño de unirse a la nación árabe. Lo que hizo que el célebre periodista Georges Naccache dijera: «dos negaciones no hacen una nación». Y tenía toda la razón. Porque todos los movimientos del mundo circundante tuvieron repercusiones directas sobre Líbano y los libaneses, tanto en la primera guerra civil después de la independencia en 1958, como en la que comenzó en 1975.
La primera tuvo como causa menor la pretensión de un segundo mandato de 6 años por parte del presidente Camille Chamoun, en contra de lo que prevé la Constitución; pero la causa principal fue la voluntad de Gran Bretaña y Estados Unidos de hacer que Líbano se adhiriera al «Pacto de Bagdad» y después al «Pacto Turquía-Pakistán» mientras que en otro frente la unidad de Egipto -dirigido por Nasser- y Siria empujaba a los libaneses, «arabizándolos», a buscar ayuda y apoyo en sus vecinos para frustrar los proyectos de pactos.
En cuanto a la segunda, empezó como consecuencia de la división en el problema palestino y la presencia de la OLP en Líbano, presencia aceptada por el Acuerdo de El Cairo a finales de los años sesenta, mientras empezaba a soplar el huracán de los proyectos estadounidenses «para pacificar» la región y normalizar las relaciones árabes con Israel; Dicho huracán empezó con el «Proyecto Rogers» seguido por el preconizado por Henry Kissinger, en el cual ya estaba, más o menos, el «Proyecto del Gran Oriente Medio» que la administración estadounidense de George W. Bush quiere aplicar en nuestra región y que fue la causa, después de la guerra contra Iraq, de la agresión israelí contra Líbano durante el verano de 2006, promovida por el vicepresidente de Estados Unidos con la ayuda de algunos responsables civiles y militares israelíes y supervisada por Condoleeza Rice, ministra de Asuntos Exteriores de Estados Unidos, que ante los periodistas que le pedían, en su paso por Italia, que se pusiera fin a las masacres de civiles y, sobre todo, de niños libaneses exclamó: «Son los dolores que anuncian el próximo nacimiento de un nuevo Oriente Medio»
«El Nuevo Oriente Medio»
¿Qué es el Nuevo Oriente Medio? ¿Y qué papel asigna a Líbano?
Si tenemos en cuenta el proyecto ideado por Kissinger a principios de los años setenta y las reuniones celebradas en Turquía, Egipto e incluso en Estados Unidos, tras la caída del muro de Berlín como símbolo de la victoria del capitalismo sobre el campo soviético, podemos definirlo del siguiente modo:
El «gran Oriente Medio» se define por la implosión del mundo árabe en una miríada de mini Estados sobre bases confesionales y, por lo tanto, étnicas (sobre todo por la presencia de los kurdos y turcomanos en Iraq, los berberiscos en el Magreb…). Estos mini Estados, antagónicos debido a las contradicciones que los crearon, se harán una guerra sin piedad. Y para ello tienen que recurrir a la única gran potencia actual, Estados Unidos, cuyas grandes sociedades militares les proporcionarán armas y municiones mientras las sociedades petroleras estadounidenses se apoderarían de las importantes fuentes de energía que guardan las tierras árabes, de la Península árabe a Darfur, y los países árabes del Mediterráneo, entre ellos Líbano.
Si no, ¿por qué Iraq fue dividido por la administración republicana y por qué el Congreso estadounidense, de tendencia demócrata, votó un proyecto de división de este país en tres Estados confesionales y étnicos?
Es cierto que la administración estadounidense fracasó en Afganistán. Es verdad también que no consiguió «pacificar» Iraq, a pesar de los aproximadamente 250.000 soldados que tiene allí. Sin embargo despertó voluntariamente los demonios que los pueblos de la región habían encerrado desde hacía tiempo, a saber: los terrorismos de todas las clases y la guerra civil.
Esta última ha sido el arma mejor utilizada en la huída hacia delante de George W. Bush y su equipo; y esta forma de guerra es la más terrible y destructiva, porque sus secuelas permanecen grabadas para siempre en las memorias de los supervivientes.
Por lo tanto, aunque Estados Unidos pronto se verá obligado a dejar los territorios iraquíes, las luchas fratricidas continuarán; como continuarán las luchas tribales en Afganistán y las luchas confesionales, secuelas del colonialismo británico, en la India y Pakistán.
Líbano en este «nuevo Oriente Medio»
En cuanto a Líbano, antigua vía de paso o de tránsito de los productos estadounidenses y occidentales en general durante el período de ruptura entre los nuevos regímenes árabes y el Occidente colonialista y pro israelí (1952-1970: entre la revolución de julio en Egipto y todo lo que siguió como los cambios en Iraq, Siria y otros, y la muerte de Nasser que puso a continuación a Anuar el Sadat, es decir, el comienzo de la era estadounidense), había adquirido un nuevo aspecto diferente del que querían las grandes potencias, ya que una serie de bruscas evoluciones lo había transformado:
Por una parte, el refuerzo del movimiento palestino armado (OLP), que permitió a una izquierda floreciente desarrollar su propio movimiento frente a las violaciones israelíes del territorio libanés.
Por otra parte surgió un gran movimiento de pretensiones de carácter laico que hervía en las escuelas, universidades y sobre todo entre la clase obrera y los campesinos, e incluso entre los religiosos, sin distinción de confesiones.
Era necesario, por lo tanto, terminar con ese movimiento poniendo, de nuevo, la guerra civil en primer plano. Una guerra aún más terrible que las anteriores y más apoyada por las agresiones israelíes en el sur del país y en la misma capital.
¿Qué quieren de Líbano, se preguntarán algunos, si no tiene petróleo ni fuentes energía y es un país muy pequeño?
Para empezar, Líbano tiene el agua que Israel, y con él los nuevos amos del mundo cristianos-sionistas y otros fanáticos apoyados por los capitalistas del nuevo mundo, necesitan para dominar el desierto y poder agrupar a los nuevos colonos en una «Tierra prometida» vaciada de sus habitantes.
Líbano, por lo tanto, tiene también la mayor concentración de palestinos que «debe acoger» en detrimento de sus intereses y los del pueblo palestino. ¿No compró, en 1993, millones de metros cuadrados en Qoraiaa (en la ruta de Saida) con el fin de agrupar todos los campos palestinos de Líbano en uno solo?
Líbano también tiene petróleo, se dice. Una enorme bolsa de petróleo en sus aguas territoriales.
Finalmente Líbano no sólo es vecino de Israel, sino también del país que constituyó durante mucho tiempo su punto flaco, Siria.
A todo eso se añade la presencia de una fuerte resistencia (popular y armada) contra cualquier normalización de las relaciones con Israel, mientras éste expulsa a los palestinos, roba el agua y viola todas las leyes internacionales. Resistencia que fue creada por la izquierda libanesa, especialmente los comunistas, a partir de 1969, y que continúa actualmente a través de Hezbolá, gran amigo de Irán.
Y Líbano es fácilmente inflamable, como hemos comprobado.
El proyecto del «nuevo Oriente Medio» contempla, por lo tanto, el fraccionamiento de Líbano, a ejemplo de Iraq, en tres minúsculas cantones confesionales. Y, a partir de este fraccionamiento, también la división de Siria. Lo que transformaría completamente la región árabe medio-oriental y permitiría formar el «Gran Israel» con el fin de seguir, los próximos cien años, con el objetivo de servir a Washington y al gran capital internacional y ayudar a las grandes compañías petroleras estadounidenses a controlar las fuentes y las vías de transporte de la energía hacia el mundo entero, puesto que con el control de Iraq, la Península Arábiga y el petróleo de los distintos países del Magreb árabe y África, Estados Unidos se apoderaría del 80% de la energía mundial.
¿Una nueva guerra civil?
Sobre la base de esos datos se prepara una nueva guerra civil a la sombra de las elecciones presidenciales y la necesidad de redistribuir las partes de la tarta libanesa entre las confesiones religiosas. Una guerra que esta vez no será entre cristianos y musulmanes, sino de los musulmanes entre sí, como en Iraq.
Por eso entendemos la clasificación de Condoleeza Rice de los «grupos de países árabes moderados» que engloba a Arabia Saudí, Egipto, los Emiratos árabes unidos y Jordania. Así, también comprendemos las intervenciones estadounidenses y jordanas relativas al proyecto iraní de formar un «arco» chií que pasaría por el sur de Iraq para llegar a Líbano a través de las regiones alauitas de Siria.
Líbano está preparado, una vez más, para ser el sangriento campo de batalla donde se jugaría el futuro de la región entre el proyecto estadounidense antes citado y otro proyecto iraní-sirio que le corta, en parte, el camino.
Puede ser el campo de batalla porque todos los factores están allí: Israel y Siria, los europeos (la FINUL reforzada), los palestinos (armados) en los campos de refugiados, Hezbolá, e incluso todos los grupúsculos terroristas suníes (los yihadistas creados por la CIA) que constituyeron la coartada de de George W. Bush en Afganistán.
¿Se podrá conseguir que ese proyecto fracase?
Dificilmente, es verdad. Pero todavía hay algunos atisbos de esperanza.
Esos atisbos son la presencia, incluso debilitada, de la izquierda libanesa, los intelectuales, el movimiento sindical, los jóvenes y las mujeres; de todos los que siguen diciendo NO.
Pensamos que es necesario avanzar en una vía de agrupación de todos los que rechazan la guerra civil, sobre las bases de un programa de envergadura nacional y también regional.
El primer punto de este programa sería crear inmediatamente todas oportunidades posibles para un consenso nacional en Líbano seguido, rápidamente, de reformas políticas estables, como una nueva ley electoral y la aplicación de los artículos de la Constitución (renovada tras el Acuerdo de Taef) relativos a la supresión de la confesionalidad no sólo del parlamento y el gobierno, sino también de todas las leyes.
El segundo punto sería oponerse a que los países árabes invitados a la conferencia de Annapolis sobre el conflicto israelopalestino puedan ceder sobre puntos esenciales como el de no retorno de los palestinos a su país.
¿Es un reto? Quizá.
Pero, ¿tiene posibilidades de salir bien? Sí, aunque las posibilidades sean mínimas.
*Caimacán, del árabe «qäyim maqäm«, sustituto o lugarteniente de sultán. El régimen del doble caimacanato es la escisión del monte Líbano en dos sectores, el druso y el maronita, propuesta por el príncipe Clemens de Mettercnich de Austria, que apareció ante los negociadores como un compromiso entre el deseo de Francia de proteger los derechos de la comunidad maronita con un príncipe cristiano y la voluntad del Sultanato de Omán de ejercer su soberanía en el monte Líbano.
Original en francés: http://www.rougemidi.fr/spip.php?article2841
Marie Nassif-Debs nació en Trípoli (Líbano). Es periodista, escritora, feminista y sindicalista. Milita en la «Rencontre nationale pour l’élimination de toute forme de discrimination contre la femme» y forma parte del buró político del Partido Comunista Libanés (PCL).
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y la fuente.