El grave retroceso electoral sufrido por Izquierda Unida el pasado 9 de marzo ha desencadenado una profunda sensación de frustración y fracaso en el conjunto de afiliados y afiliadas de esta formación y de su todavía cerca de un millón de votantes. Las interpretaciones que han ido sucediéndose en los días y semanas siguientes han […]
El grave retroceso electoral sufrido por Izquierda Unida el pasado 9 de marzo ha desencadenado una profunda sensación de frustración y fracaso en el conjunto de afiliados y afiliadas de esta formación y de su todavía cerca de un millón de votantes. Las interpretaciones que han ido sucediéndose en los días y semanas siguientes han pasado de la mera referencia al «tsumani bipartidista» y a la Ley Electoral por parte de su candidato número 1 y afines, a la adición de factores diversos por parte de unos y de otros: entre ellos, destacan la referencia a los cambios objetivos producidos en la sociedad durante los últimos decenios, la crítica a la subalternidad respecto al PSOE y a las coaliciones de gobierno en Catalunya y Euskadi, la que considera que se ha mantenido una línea de adaptación a los nacionalismos «periféricos», la posible influencia final de la alianza con ANV en Mondragón, las divisiones internas o la burocratización y reducción creciente de la pluralidad en las direcciones, hasta llegar en más de un caso a remitirse a los orígenes de la transición política y a la contribución que a la «gobernabilidad» (incluida la ley electoral) del sistema ya hiciera entonces la dirección del PCE encabezada por Santiago Carrillo.
No es cuestión ahora de entrar a discutir el papel que cada uno de esos factores ha podido jugar en los resultados electorales alcanzados, ya que las motivaciones del electorado son muy diversas y no podemos garantizar que otra orientación política hubiera dado frutos sustancialmente diferentes. Pero lo que no se puede negar es que en la combinación de factores estructurales, coyunturales y de estrategia política, ésta última ha tenido una parte importante de responsabilidad no sólo en los votos alcanzados sino, sobre todo, en la culminación del proceso de mutación de IU de una formación que aspiró a ser «movimiento político-social» para luego acabar convirtiéndose en otra «electoral-mediática», en la que el papel del grueso de la militancia ha ido viéndose limitado a ser mera espectadora del comportamiento cada vez más autónomo de su ya reducido grupo parlamentario. Por eso lo más grave de lo ocurrido ahora no ha estado tanto en la menor cantidad de votos y escaños obtenidos (podrían haber sido cuatro y muchos y muchas dirigentes se habrían sentido relativamente satisfechos) sino, sobre todo, en que se dan en un momento en el que IU ha dejado de ser un «partido de lucha» justamente como consecuencia de haber sufrido el mismo proceso de «gubernamentalización» que caracteriza a los grandes partidos en el Estado español y en la mayoría de los países capitalistas occidentales /1.
En sucesivas declaraciones y contribuciones que Espacio Alternativo ha ido haciendo desde su constitución en septiembre de 1996 han sido recurrentes las preocupaciones que hemos ido expresando a propósito del «transformismo» que iba conociendo IU a lo largo de todos estos años. Baste como recordatorio el comunicado que difundimos tras las elecciones europeas de junio de 2004 cuando mencionábamos como «factores estructurales» de ese proceso los «relacionados con los cambios económicos y socioculturales producidos en el mundo del trabajo y con los efectos de la onda larga neoliberal a escala global, así como con variables asociadas a los sucesivos giros de IU en los diferentes ciclos políticos (con el PSOE en el gobierno o en la oposición) y los distintos contextos de movilización que se han ido configurando a lo largo de toda su historia» /2.
Pero, efectivamente, como sugieren algunas aportaciones recientes, podríamos empezar por los orígenes de IU. Estos tienen que ver con los efectos que tuvo el papel del PCE durante la transición política, el cual no sólo contribuyó decisivamente a la estabilización del régimen de la Reforma Política sino también a la progresiva reducción de su propio espacio político en beneficio del PSOE, que culminaría en su victoria electoral de octubre de 1982 aprovechando a su vez la descomposición en la que entró UCD tras el golpe de estado del 23-F de 1981. Desde entonces, el PCE -que todavía entonces mantenía una componente de «partido de lucha»se esforzó por recuperar espacio político y por confluir con el movimiento antiOTAN -no sin competir con las redes protagonistas del mismo que se reconocían en la Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistasen torno al referéndum de marzo de 1986, cuyo desenlace negativo acabó por cerrar el largo ciclo de la transición política.
Convocatoria por Andalucía, ya desde 1984, e Izquierda Unida, desde abril de 1986, surgieron como coaliciones del PCE con pequeños partidos que apenas lograron atraer en un primer momento a sectores activistas independientes. Pese a ello, sí mostraron voluntad de recoger las «nuevas» demandas ecopacifistas y feministas que se habían ido expresando en los años anteriores. El contexto de intensa movilización sindical unitaria contra el gobierno del PSOE de 1988-1993 (recordemos las Huelgas Generales de ese período) favoreció tanto un ascenso electoral de IU como su crecimiento afiliativo, ayudados por la afirmación de la voluntad de esta formación de convertirse en «movimiento político-social»(con el consiguiente «traspaso de soberanía del PCE a IU») a partir de su Primera Asamblea General en febrero de 1989, la cual coincide con el nombramiento de Julio Anguita como Coordinador General.
Desde entonces, la misma dinámica ascendente de IU la sitúa en una tensión creciente entre la herencia «eurocomunista» que representa principalmente Nueva Izquierda, constituida en 1992 en torno a su apoyo al Tratado de Maastricht, y la voluntad de reconstruir un proyecto autónomo frente al PSOE que se personifica en el liderazgo carismático de Anguita y sus seguidores del PCE que, pese al hundimiento del bloque soviético, se muestran dispuesto a resistir sus efectos inmediatos. El drama de los años 93-97 es que el desgaste del gobierno de Felipe González (lastrado por el caso GAL y por la larga lista de corrupciones que sale a la luz) coincide con un reflujo de las movilizaciones sindicales (favorecido por el descabezamiento de la UGT promovido desde la dirección del PSOE y aprovechando el escándalo de la PSV) y con un gradual ascenso de la «nueva derecha» del PP de Aznar. En esas condiciones la apuesta de Anguita por el «sorpasso» al PSOE así como su indiferencia ante los beneficios indirectos para el PP que tiene su táctica en determinados ayuntamientos y Comunidades Autonómas (especialmente en Andalucía) se mostraron pronto como una orientación táctica errónea que generó confusión en su electorado y su militancia y facilitó el trabajo de zapa de Nueva Izquierda y las direcciones de Iniciativa per Catalunya y Esquerda Unida de Galicia, apoyadas a su vez por el grupo PRISA. La resolución burocrática y centralista de los conflictos con estos sectores por parte de la dirección de IU poco antes de la V Asamblea de 1997 no fue, desde luego, la mejor y así lo criticamos desde Espacio Alternativo, pese a que nos encontrábamos en las antípodas de las posiciones de esos sectores.
De esta forma, si en 1994 se llegó al momento más álgido de convergencia entre el crecimiento afiliativo (no sólo por el número sino también por la integración de nuevos sectores y corrientes, como los procedentes del ecologismo y de la propia izquierda radical, como fue el caso de Izquierda Alternativa /3, principal promotora luego de Espacio Alternativo) y el ascenso electoral de IU (en las elecciones europeas de ese año obtiene el mayor porcentaje de votos -13,4 %y en las generales del 96 alcanza su cenit parlamentario con 10,54 % y 21 escaños), desde entonces se inicia un ciclo descendente que se irá reflejando en las sucesivas crisis internas y en la quiebra electoral sufrida en las elecciones municipales, europeas (con un 5,7 %) y regionales de 1999.
A partir de entonces, la constatación del fracaso de la estrategia del «sorpasso» iría conduciendo a una reorientación en sentido contrario que tiene su primera expresión en el pacto Almunia-Frutos ante las elecciones de marzo de 2000. Su fracaso común frente a la mayoría absoluta obtenida por el PP produce una crisis de liderazgo en ambos partidos que en el caso de IU se refleja en la elección de Llamazares como nuevo Coordinador General en la VI Asamblea Federal a finales de ese año. Éste se muestra capaz de hacer coincidir en torno a su lista tanto a un sector partidario de un proyecto autónomo, ligado a los movimientos sociales (en un clima de ascenso del movimiento «antiglobalización»), como a otro favorable a reincidir en una línea de alianzas con el PSOE, experimentada primero en Baleares, y con el PNV en Euskadi. Muy pronto se confirma el peso creciente de este último sector (cuyo más nefasto representante ha sido y es José Francisco Mendi, antiguo representante de la «Tercera Vía» y gran monopolizador de una función clave como es la relación con los medios de comunicación y especialmente con el grupo PRISA), favorecido además por la elección de Zapatero como nuevo secretario general del PSOE en su Congreso de julio de 2000. Hay que reconocer que el sector que se autodenominaría luego Corriente Roja llegó en esa Asamblea a promover un polo diferenciado frente al de Llamazares y al de Frutos (que en esos momentos representaba la voluntad de la dirección del PCE de forzar un giro neo-centralista en lo político y lo organizativo, especialmente contra Ezker Batua tras el apoyo de ésta al pacto de Lizarra-Garatzi) pero su sectarismo y las diferencias mantenidas con la mayoría de ese sector respecto a conflictos como el de Kosova impidieron que Espacio Alternativo llegara a un acuerdo con el mismo.
Durante el ciclo que llega hasta marzo de 2004, y gracias a la intensa ola de movilizaciones que se desarrolla (PHN, Prestige, guerra de Irak…), la tensión entre la creciente prioridad dada a la colaboración con el «renovado» PSOE y la implicación en las protestas es visible pero todavía no se expresa en unos elevados costes para IU dado que se genera una dinámica unitaria frente a un PP que, estimulado por la ola neoconservadora y belicista global posterior al 11-S de 2001, pone al desnudo su verdadera cara de derecha «sin complejos». No obstante, los buenos resultados de ICV-EUiA en Catalunya en las elecciones autonómicas de noviembre de 2003 y su posterior participación en el gobierno tripartito marcan ya cuál es el modelo a seguir por el equipo dirigente encabezado por Llamazares: se trata de buscar un perfil de izquierda complementaria del PSOE, reforzando el color «verde» pero subordinado a la transformación en «partido de gobierno». Sin embargo, la estrategia de Zapatero no parece ser tanto la de llegar a contar con IU como «partenaire» de gobierno sino la de tenerlo como «muleta» parlamentaria, teniendo en cuenta además las características de la ley electoral vigente a escala estatal. Por eso mismo, ya en la campaña electoral de marzo de 2004, ZP da un paso adelante y anuncia que sólo gobernará si obtiene más votos que el PP, reforzando así el carácter presidencialista de las elecciones y la presión por el «voto útil» sobre el electorado de izquierdas que tradicionalmente vota a IU. Esa táctica, como vimos, dio buenos resultados a ZP, sobre todo cuando las jornadas del 11 al 13-M reforzaron el sentimiento creciente en un mayoría social a favor de la necesidad de acabar con la «era Aznar».
Cabía pensar que tras el 14-M de 2004 la dirección de IU optara por una estrategia de recuperación de una parte del electorado perdido y, sobre todo, por la búsqueda de un mayor anclaje social en los sectores más activos de la izquierda social para configurarse como una oposición de izquierdas en confrontación con la derecha pero también con las políticas de derechas que desarrollara el nuevo gobierno /4. Pero, en lugar de eso, lo que ocurrió fue que se reforzó de forma prácticamente irreversible la opción por ser «partido de gobierno», aunque fuera en la sombra y de forma cada vez más vergonzosa, como pudimos comprobar en muchas de las votaciones de IU-ICV en el Parlamento, ya se tratara de los Presupuestos (¡con superávit!), de la Ley de Defensa, de la LOE, de la Ley de Memoria Histórica o del canon digital. Siempre que el PSOE ha dicho que necesitaba los votos de IU, los ha obtenido a cambio prácticamente de nada (salvo el buen tratamiento en los medios de comunicación públicos y del grupo PRISA para sacar, eso sí, sus permanentes críticas contra el PP). Eso no quiere decir que los parlamentarios de IU no hayan influido algo en aplicar el «reformismo civil» que el gobierno de ZP ha desarrollado a través de distintas leyes y medidas; pero es que ése era el único margen de maniobra que en realidad podía aprovechar ZP para «fidelizar» a su electorado y llegar incluso a ampliarlo, ocultando así o, al menos, compensando el posible desgaste por la izquierda (limitado también, como hemos visto, por la «paz social» que le han brindado las direcciones sindicales durante todo este período y por la falta de interés de la dirección de IU en impulsar campañas o intervenir en los conflictos que, aunque escasos, han ido desarrollándose durante esos años), derivado de las «contrarreformas» que en el terreno económico, fiscal y social ha ido adoptando, por no hablar de su progresiva reconciliación con Estados Unidos y su beligerante papel en defensa de las multinacionales españolas en América Latina.
Ante la inminencia de las elecciones generales y los riesgos de culminación de un «fracaso anunciado» distintos sectores críticos con la dirección de IU apoyamos una candidatura alternativa a la de Llamazares a través de un proceso efectivo de «primarias» en el conjunto de la organización. Finalmente, se produjo una mera «consulta postal» sin previo debate entre las dos candidaturas y sus programas respectivos ante el conjunto de la afiliación, con el resultado final de la victoria de Llamazares. Tras ese desenlace, y aun teniendo en cuenta que los censos estaban inflados por unos y por otros, esa consulta se convirtió en un «boomerang» contra la oposición interna, confirmándose así la tesis bien conocida de que «un modo en que los partidos pueden conseguir un equilibrio entre la autonomía de los líderes y una democracia procedimental consiste en aplicar modelos de democracia interna que diluyen la influencia de los afiliados más radicales de manera efectiva, primando el impacto de los menos activos y, supuestamente más moderados» (Scarrow, Webb y Farrell, 2004: 117). La sensación de fuerza adquirida por el sector más llamazarista tras ese plebiscito fue tan grande que le llevó, junto con ICV, a precipitar una ruptura en el País Valencià -y, aunque finalmente frustrada, en Andalucía-, aun a sabiendas de que eliminaría toda posibilidad de obtener un escaño en esa comunidad, como finalmente ocurrió.
Llegábamos así a las últimas elecciones generales con una IU reducida a un aparato electoral-mediático, sin la mínima tensión militante y con las únicas expectativas de poder llegar a formar grupo parlamentario. Pero, eso sí, con garantías de que si al menos esto último se producía, podría llegarse a plasmar definitivamente el proyecto de «partido de gobierno» (de ahí la insistencia en la petición de ministerios, incluso una vicepresidencia, a ZP durante la campaña), «verde» (en el sentido «light» del término) y federalista (en el sentido elitista del término, tanto a nivel externo -alianzas con el PNV…como interno -respetuoso de las direcciones de las federaciones con mayor peso). Incluso se soñaba en que se podía poner como condición para llegar a un pacto con el PSOE la reforma de la ley electoral, pese a que Zapatero había negado tajantemente esa posibilidad, ratificándose en ello en vísperas incluso del 9-M /5.
Con los resultados electorales obtenidos -cuyos efectos en la agravación de la crisis financiera interna, pese a haber finalmente formado grupo parlamentario con ERC, están aún por verese proyecto se ha demostrado inviable y de ahí la frustración y las diferenciaciones que empiezan a atisbarse en lo que ha sido definido como el «bloque llamazarista». Pero el problema está en que, falta de una base militante suficiente y del anclaje social que se llegó a tener en los mejores tiempos, no parece que haya condiciones suficientes para la recuperación de IU como fuerza política autónoma y anticapitalista desde dentro de esta formación. La constitución reciente de una Comisión Unitaria y Plural bajo la hegemonía de «barones» de determinadas federaciones (priorizando así la «pluralidad territorial» -o sea, el consenso en torno a incentivos selectivos comunesfrente a la pluralidad política transversal) va más bien en el sentido de limitarse a buscar una sustitución del «llamazarismo» mediante un pacto entre «notables». Su intención parece ser adoptar un proyecto que busque cierto grado de autonomía respecto al PSOE mediante un discurso que ni siquiera podría ser calificado de socialdemócrata, más ligado a las direcciones sindicales y, probablemente, más «españolista». Sirvan de ejemplo algunos párrafos del discurso que el coordinador general de IU-CM, Ängel Pérez, hizo en el Club Siglo XXI de Madrid el 7 de febrero de este año, difícilmente superable por portavoces de viejas y nuevas «terceras vías»:
«Hoy se encuentra fuera de discusión el papel crucial del Mercado como mecanismo de asignación, dinamización e innovación económica. Como mecanismo promotor de crecimiento y riqueza. Como pieza decisiva, imprescindible, de una economía moderna y dinámica. Sin embargo, al tiempo que sabemos qué cosas puede hace bien el Mercado, también conocemos qué cosas no puede hacer, o hace inadecuadamente (…). El funcionamiento eficiente de la economía y el logro de una sociedad equitativa y progresista reclama, en suma, la existencia de un Estado Social suficiente» /6.
En resumen, el horizonte ya no es siquiera un Estado social «avanzado» que poco a poco nos acercara a un horizonte socialista sino tan sólo un «Estado social suficiente» capaz de contrarrestar lo que no hace bien «el Mercado», considerado como «mecanismo promotor de crecimiento y riqueza» . A esto se suma su propuesta conscientemente coja y confusa de «federalismo unitario y solidario» , en el que no sólo se excluye cualquier opción autodeterminista, sino también el mero respeto de la realidad plurinacional en condiciones de igualdad.
Vemos así cómo también sectores dirigentes de IU se adaptan a ese «proceso enmarcador» de la agenda política que desde hace tiempo ha ido imponiendo la derecha neoconservadora y neoliberal estadounidense y, cada vez más, europea, tan pedagógicamente criticada (y muy poco aprendida por la izquierda) por el activista cognitivo Georges Lakoff. Porque es evidente que la mayoría del electorado vota a dos variantes políticas subordinadas a los designios del «Mercado» (léase capitalismo); pero precisamente por eso, si se acaba asumiendo ese mismo paradigma, difícilmente se podrá luchar con coherencia contra las privatizaciones y en defensa de derechos sociales fundamentales y a favor de volver a dar credibilidad a un proyecto anticapitalista. Lo mismo cabría sostener sobre el tema nacional: es verdad que en los votos al PP (o a la UDP en el caso de Madrid) ha influido un nacionalismo español anticatalán y antivasco; pero si renunciamos a defender la plurinacionalidad del Estado (tarea compatible con la necesidad de romper con las políticas social-liberales del gobierno tripartito catalán y del PNV y su común federalismo competitivo) y el derecho a decidir de pueblos como el vasco (exigiendo, a la vez, el cese definitivo de la violencia armada de ETA), no haremos más que contribuir al refuerzo de ese nacionalismo español, justamente cuando incluso desde dentro del PP surgen voces críticas pidiendo apertura a los sentimientos nacionalistas catalanes y vascos para ganar votos «centristas» en esas comunidades autónomas /7. Es, sin embargo, ese refuerzo de un lado nacionalista español el que se nos anuncia desde una de las direcciones que hoy tienen más protagonismo en el devenir de IU y que ha llegado, además, a uno de los grados más altos de burocratización interna.
Cabe temer que dentro de ese proceso de adaptación a la agenda de la derecha y, a medida que la actitud ante la «inmigración» pasa a convertirse en una línea de fractura dentro de la clase trabajadora «autóctona», pronto empiecen a calar en algunos sectores de izquierda discursos con tintes «rojipardos», como ya ocurre con algún intelectual autodenominado de izquierda.
II
Pese al diagnóstico y al pronóstico pesimistas que sobre el futuro de IU se ha expuesto antes, no cabe duda que el descalabro electoral sufrido por esta formación ha provocado un movimiento reactivo en muchos y muchas militantes, simpatizantes y votantes de esta formación e incluso entre los sectores más activos de los movimientos sociales que ven que ni siquiera podrán contar con IU para tratar de que en el Parlamento se oiga el eco de sus reivindicaciones y protestas frente a un PSOE más derechizado. Todo ello en un contexto en el que los efectos socialmente destructivos del estallido de la burbuja financiera e inmobiliaria van a sentirse crudamente en la clase trabajadora, especialmente entre la juventud y la población inmigrante y sin que haya visos de tomarse en serio la urgencia de una ruptura con el «modelo», no ya de «crecimiento» sino global y civilizatorio frente al cambio climático, al final del petróleo barato, a la agravación de los conflictos en torno a la lucha por recursos progresivamente menguantes (ahora, de nuevo y aquí, el agua) y a la ofensiva del lobby pronuclear.
El problema es aún más grave si tenemos en cuenta que, frente a esos desplazamientos a la derecha, fuera de IU no existe ninguna organización política capaz de ser fuerza alternativa «federalizadora» de los sectores que buscan otro camino distinto al anunciado por quienes en la actualidad siguen controlando IU. Por eso va a ser difícil frenar los riesgos de descomposición futuros, más allá de aquellos lugares en donde la continuidad de una representación institucional a escala autonómica y local ofrezca esperanzas de resistir hasta las próximas elecciones de 2011. Incluso en Andalucía, en donde IU-CA no ha retrocedido en escaños en las autonómicas, las tensiones internas parecen agudizarse y el «buque-insignia» de la alcaldesa de Córdoba amenaza con llegar sólo a otro puerto.
No creo que haga falta añadir que, desde luego, el PCE tampoco puede ser esa fuerza alternativa que pueda frenar el rumbo actual. No sólo por su pasado asociado a sus orígenes estalinistas ni tampoco por el lastre de su papel en la transición sino, además, porque los mismos dilemas y las mismas divisiones que afectan a IU se reproducen en su seno, con mayor o menor fuerza según los lugares, impidiéndole romper con la «cultura de la gobernabilidad» o con esa polarización entre el seguidismo y el sectarismo en sus relaciones con el PSOE que le ha caracterizado a lo largo de su historia y recientemente.
No parece haber, por tanto, atajos desde dentro de IU en el camino necesario hacia un giro a la izquierda, por lo que, como hemos repetido en otras ocasiones, se impone «volver a empezar»: iniciar una nueva etapa de acumulación de fuerzas basada en la centralidad de las redes de los movimientos sociales alternativos y en la búsqueda paralela de nuevos marcos de trabajo en común entre los sectores críticos de IU y los que están fuera de esta formación y apuestan por una izquierda anticapitalista y alternativa. La convergencia dentro de esas redes es lo que puede favorecer nuevos pasos en la confluencia política, ya que de nada sirven las referencias identitarias esencialistas («comunistas», «trotskistas», «ecosocialistas», «republicanas»…) si no hay una praxis común en torno a un proyecto, una estrategia y un nuevo tipo de formación política capaces de generar nuevas esperanzas en que es posible reconstruir una fuerza de izquierdas anticapitalista, alternativa y autónoma frente al social-liberalismo, sin por ello negar las diferencias que separan a éste de una derecha neoconservadora y ultraliberal que no reniega de sus orígenes franquistas y nacional-católicos.
La tarea no es fácil, desde luego, porque se ha de desarrollar en un panorama de derechización creciente de la política y de amplios sectores del electorado tradicionalmente de izquierdas, como se ha podido verificar en estas elecciones. Un fenómeno que, desde luego, no es característico sólo de este país sino que es común a muchos países occidentales, si bien aquí, dados los costes estructurales de la «transición política», son especialmente graves. No es por eso casual que se esté produciendo en la izquierda de raíz marxista y cada vez más «mestiza» de muy diversos lugares una nueva recuperación de las aportaciones de pensadores como Karl Polanyi y Gramsci /8 con sus penetrantes análisis de períodos históricos especialmente críticos en la historia del capitalismo y de la izquierda. Del primero deberíamos recoger el desafío de reinterpretar la «Gran Transformación» producida en los últimos decenios, mientras que del segundo habrá que hacerlo liberándolo de la interpretación oportunista hecha por el «eurocomunismo» de los años 70. Porque frente a la nueva utopía destructiva neoliberal y al «sentido común» hoy dominante que le acompaña, se impone una ardua labor de contrahegemonía político-cultural, de «guerra de posiciones» -que, eso sí, nunca puede olvidar la necesidad de tener como horizonte el paso a la «guerra de movimientos»-, partiendo de la centralidad de la labor «por abajo, a la izquierda» y no del plano institucional, sobre todo cuando la presencia en el mismo se ha mostrado tan frágil frente a las presiones procedentes de los distintos poderes establecidos «de arriba». Con esto no se pretende convertir la necesidad en virtud ni recaer en la «ilusión social» frente a la «ilusión politicista»: se trata, por el contrario, de promover una nueva transición desde lo social a lo político, con el fin precisamente de que los cargos públicos que a escala local, autonómica y estatal se reclamen de una izquierda digna de ese nombre asuman su función de exponentes incorruptibles de las demandas de esos movimientos y contribuyan así a construir espacios de resistencia y de contrapoder.
Pero, además, debemos repensar y reconstruir ese nuevo «sentido común» alternativo junto con las corrientes y organizaciones que en Europa y en otras partes también se resisten a la «contrarrevolución neoliberal» y al «transformismo» de la izquierda electoralmente mayoritaria. El terreno de lucha de la UE frente a la imposición antidemocrática que supone el Tratado de Lisboa y ante las constricciones que las políticas neoliberales del BCE, la Comisión, el Consejo Europeo y el Tribunal Europeo de Justicia /9 suponen en una coyuntura tendencialmente recesiva como la actual nos obliga a buscar la confluencia con otras fuerzas de izquierda anticapitalista que se resisten a ser meros apéndices de otras de «centro», como ha terminado ocurriendo con Rifondazione Communista. Aprendiendo de esas experiencias y de otras aparentemente más lejanas, como las de América Latina /10, además de las que extraigamos de nuestros propios errores, quizás podamos ir generando un nuevo ciclo de reconstrucción de la izquierda que ayude a encontrar una salida. Pero sin olvidar nunca que para avanzar por ese camino deberemos reforzar la intervención en los conflictos y las luchas desde dentro de los sindicatos y las organizaciones sociales reales pero también desde nuevos espacios autónomos y redes como las Asambleas de Movimientos Sociales que han resurgido en el marco del Foro Social Mundial descentralizado del pasado enero. Para todo ello deberíamos apoyarnos igualmente en las contribuciones que desde distintos Observatorios alternativos -como el Metropolitano de Madrid-, equipos de investigación activista -como, entre otros, el Seminario de Economía Crítica Taifa, el Colectivo IOÉ, el nuevo CIP-Ecosocial-, la diversidad de revistas de izquierda y la ejemplar labor de contrainformación de medios como Diagonal se están haciendo para comprender las transformaciones sociales y culturales producidas en nuestro entorno y ensayar vías de reencuentro con quienes han de ser los sujetos sociales de un nuevo proyecto anticapitalista y socialista.
Jaime Pastor es miembro del Consejo Asesor de VIENTO SUR.
* Artículo publicado en el número 97 de Viento Sur [PDF]
Bibliografía
• Greenspan, A. (2008). La era de las turbulencias . Barcelona: Ediciones B. • Ramiro, L. (2004). Cambio y adaptación en la izquierda. La evolución del PCE y de IU (1986-2000). Madrid: CIS. • Santos, B. de S. (2008) «El Foro Social Mundial y la izquierda global» . EL VIEJO TOPO, 240, 39-62. • Scarrow, S. E., Webb, P. y Farrel, D.M. (2004) «De la integración social a la competición electoral. La nueva distribución del poder en los partidos políticos» . ZONA ABIERTA, 108-109, 111-151.
Notas:
1/ Me he referido sucintamente a este proceso en el artículo que escribí al día siguiente de las elecciones del 9 de marzo (disponible en vientosur.info ). El problema no ha estado tando en la tendencia al bipartidismo sino en el progresivo desplazamiento a la derecha del «proceso enmarcador» de los debates y en la adaptación al mismo de la dirección de IU, favoreciendo a la vez la de un sector de votantes fronterizo con el PSOE (que ha acabado votando en esta ocasión a este partido), pese a que la percepción mayoritaria de gran parte del electorado fiel y potencial de IU (jóvenes y un sector de abstencionistas) ve mayor distancia en el espacio ideológico respecto al PSOE que el que el electorado de éste último ve con IU. Sobre esta última cuestión y para el período que llega hasta el año 2000, me remito a Ramiro, Luis, 2004: 214-215.
2/ «Reflexiones sobre las elecciones europeas y la necesaria reconstrucción de una izquierda anticapitalista y alternativa» (disponible en espacioalternativo.org/node/461). 3/ Este nombre fue el acordado tras la fusión de MC y LCR. Después de su separación en 1993 el sector procedente de esta última «heredó» ese mismo nombre: en su constitución como nuevo colectivo en octubre del mismo año se informaba que parte de la nueva IA -junto con activistas independientesentraba en IU, basándose en que la evolución de esta formación «crea expectativas, pero también dudas y desconfianzas dentro de la izquierda radical. Por un lado, son innegables su actitud más crítica respecto a la política gubernamental y al ‘nuevo orden internacional’, su apertura programática a propuestas procedentes de los movimientos sociales y su actitud más activa y movilizadora. Por otro, el peso de la vieja estrategia y una práctica muy vinculada a las instituciones, así como una tradición organizativa insuficientemente pluralista constituyen un freno para su transformación» («Construir la izquierda desde la izquierda»; reproducido en «30 de octubre. Se constituye el colectivo Izquierda Alternativa de Madrid», J. Galante y J. Pastor, VIENTO SUR, 12, 9-11).4/ Eso es lo que propusimos varios miembros de la Presidencia Federal de IU en un documento («Ante la Asamblea Federal Extraordinaria. Aportación al debate sobre las cuestiones planteadas por el CPF de IU», 3 de septiembre de 2004; disponible en espacioalternativo.org/node/535).
5/ En entrevista a El País el 7 de marzo Zapatero declaraba: «La Ley Electoral ha funcionado. No hay ninguna prioridad de rectificar la Ley Electoral». La promesa hecha en la sesión de investidura de una ponencia para la reforma electoral parece ser simplemente una forma de ayudar a Llamazares a contentar a los suyos y abstenerse. Eso sí, la petición de Llamazares sobre este punto ha ido acompañada de la utilidad que la reforma tendría para contribuir a…»la gobernabilidad».
6/ «El Estado social y la izquierda plural» (disponible en iucm.es/Conferencia_ClubsigloXXI.pdf ).Se puede contrastar ese elogio del «Mercado» con la crítica que del mismo hizo Balladur, ex-primer ministro de la derecha francesa: «¿Qué es el mercado? Es la ley de la selva, la ley de la naturaleza. ¿Y qué es la civilización? Es la lucha contra la naturaleza» (citado por Alan Greenspan, 2008: 312). Ahora que los Estados retornan al primer plano para salir en ayuda del capital financiero y especulativo, es triste ver cómo todavía hay nuevos «conversos» desde la izquierda a la ideología del «Mercado» que, en realidad, encubre la del capitalismo, pese a que en este caso sólo se vería compensado por un «Estado social suficiente», ya ni siquiera «avanzado».
7/ Tampoco me parece suficiente la propuesta que en estas mismas páginas hace Armando Fernández Steinko de limitarse a defender un republicanismo plurilingüístico.
8/ Contribuciones como las de Burawoy, Cox, Arrighi, Silver, Harvey, Spivak, Anzaldúa, Santos o Munck constituyen un notable estímulo no sólo para la reinterpretación crítica de esos pensadores sino también para ofrecer herramientas analíticas y teóricas que ayuden a interpretar mejor las tendencias y contratendencias al «caos sistémico» que estamos viviendo y a buscar las formas de generar dinámicas transitorias antisistémicas. En realidad, como hemos podido comprobar, hace tiempo que la derecha neoliberal extrajo enseñanzas de Polanyi para reintentar la utopía del «mercado autorregulado» basándose para ello en un «gramscismo de derechas» hasta llegar a generar un nuevo «sentido común» en la «sociedad civil», al menos, occidental: las sucesivas contribuciones de Huntington son un ejemplo representativo de esa labor.
9/ La reciente sentencia de esta institución por la que autoriza a una empresa alemana a pagar por debajo del convenio colectivo a trabajadores polacos subcontratados constituye un nuevo paso adelante en la legalización de la sobreexplotación de fuerza de trabajo inmigrante, incluida la comunitaria, en nombre del «derecho» empresarial a poder disponer de «ventajas competitivas» (véase la valoración del sindicato francés Solidaires en europe-solidaire.org/article9875). 10/ No olvidemos que las «nuevas prácticas de izquierda» se dan en «lugares poco familiares y son llevadas a cabo por pueblos extraños», lo que nos obliga a reconocer que «el pensamiento de izquierda generado en el Norte global se provincianiza con la emergencia de una práctica crítica y una forma de entender el mundo que no encajan con la práctica crítica y la forma de entender el mundo de Occidente» (Boaventura de Sousa Santos, 2008:50).