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La paja en el ojo ajeno

Fuentes: Rebelión

Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

Puedo decir que nunca me ha gustado Olmert. Pero ahora casi siento compasión por él.

No es agradable ver cómo le atacan, como hienas y chacales luchando por un cadáver.

Y esto también plantea algunas preguntas.

¿Es Olmert el único ser humano que tiene fallos en este paraíso? En absoluto. Las historias acerca de sobres llenos de dinero en efectivo, los puros y las suites de lujo en hoteles caros disparan la imaginación, pero el hedonismo de Olmert no es muy diferente al de Benjamín Netanyahu o Ehud Barak. Cuando Barak acusa a Olmert, está señalando la paja en el ojo ajeno.

Netanyahu vivió como un rey en hoteles caros pagados por donantes amables que, por supuesto, no pedían nada a cambio y cuyo único propósito en la vida era permitirle disfrutar del lujo. En cuanto a Barak -después de decenios de servicio como oficial del ejército, con un sueldo que no era para tirar cohetes, y algunos años como ministro del gabinete, con ingresos similares, desapareció de la vista pública durante un breve espacio y reapareció como un hombre rico. Se compró un apartamento de lujo en uno de los edificios más caros de Tel Aviv, una construcción típica de la riqueza ostentosa. ¿Cómo se hace uno tan rico en tan breve espacio de tiempo? ¿Podría estar usando contactos adquiridos durante su servicio al Estado?

Olmert fue un pionero de este método. Cuando todavía era un político menor, recién salido de la escuela Derecho, se hizo rico por medio de sus conexiones con los jefes de las secciones gubernamentales en las que trabajaba de ayudante parlamentario.

Cuanto más intimas sean las conexiones entre el capital y el poder y mayor el contacto entre los magnates locales y extranjeros por una parte, y los políticos y generales por otra, mejor florecerá la corrupción. Es un proceso casi automático.

¿Qué dice eso de nuestros políticos? Sencillamente: que ninguno de ellos es un líder.

Un auténtico líder no sólo es una persona con un objetivo. Un líder es una persona con un objetivo y solamente un objetivo.

En el mejor de los casos es un objetivo positivo, al que consagra toda su vida. En el peor, es el poder en sí mismo lo que desea ardientemente. Pero, en todo caso, un auténtico líder está totalmente consagrado al objetivo que ha adoptado y no persigue ningún otro -ni el dinero, ni el goce, ni una vida de lujo-.

Ese tipo de persona fue David Ben Gurion, y así fue también Menahem Begin. No tuvieron que decidir vivir «vidas modestas» y prescindir del lujo; simplemente no estuvieron interesados en los lujos, el dinero o la vida fácil. Para ellos, esas cosas eran bastante insignificantes. Desde el momento en que abrían los ojos por la mañana hasta que los volvían a cerrar por la noche, nada les interesaba salvo su objetivo. Se puede añadir a la lista a Isaac Rabin.

Las prioridades de un mero político son bastante diferentes: quiere el poder para disfrutar del confort que proporciona. El poder como medio. Las ventajas del poder -el dinero, lujos, restaurantes caros, hoteles prestigiosos- son el objetivo.

Según esta definición, toda la reciente y actual cosecha de políticos -Moshe Dayan, Ezer Weitzman, Simón Peres, los dos Ehuds y Netanyahu- son sólo políticos ordinarios.

Con Olmert el problema es especialmente serio, debido a sus antecedentes personales.

La gente se pregunta: ¿Qué necesitaba? ¿No previó que al final todo se haría público, que sus amigos y admiradores lo abandonarían? ¿Valía la pena arriesgar todo su futuro por unas vacaciones en Italia, puros caros, suites en hoteles de lujo o viajes de avión en primera clase?

Las condiciones en las que vivió cuando era niño, probablemente tienen algo que ver con su conducta de adulto. Creció en los años cincuenta en un barrio levantado por el partido Herut para los ex miembros del Irgun en el pueblo de Binyamina, cerca de Haifa. Era un barrio pobre, y los niños de las familias del casco antiguo, establecidas con anterioridad, que pertenecían a la corriente política principal, miraban con desdén a sus habitantes. Los niños pueden ser crueles. Por esos días el partido Herut (el Likud de hoy) estaba lejos del poder y del acuerdo general nacional, sus miembros todavía eran considerados «forasteros» sin pertenencia.

Cuando una persona con esos antecedentes asciende por la escalera política, las posibilidades que se abren ante él son susceptibles de embriagarlo. Un mundo de mimos y alcahuetería está allí para apresarlo. Y cuando un «judío exilado» estadounidense, -término absolutamente peyorativo hacia los judíos del extranjero- un pedigüeño profesional que considera un gran honor apoyarlo, viene y le ofrece todas las golosinas, la tentación, sencillamente, es irresistible.

Hay un recoveco especial en la historia de Olmert. Quizás debido al sentimiento, en su niñez, de no pertenencia, ansía el haverismo desesperadamente. «Haver» es una típica palabra hebrea que significa camarada, amigo, compañero, compañero de armas. (Bill Clinton acabó su celebre elogio a Rabin con las palabras hebreas «¡Shalom, Haver!»). Olmert necesita mucho haverismo; haverismo todo el tiempo. Haverismo que le adore, sobre todo los intelectuales y/o personas ricas, que le admiren y le quieran.

A él le encanta mimar a sus amigos, llevarlos consigo adonde vaya, de viaje y de vacaciones. Los envuelve con calidez y encanto, les da palmadas en los hombros, les dedica su tiempo y su atención. También éste era uno de los atractivos del poder para Olmert.

Uno de esos amigos, el abogado Uri Messer, ha caído en desgracia. No porque infringiera la ley, no por violar las normas de la moral y la democracia, sino porque lo delató a la policía (el propio Messer usó la palabra «alcahuete», el equivalente israelí de delator). Como un colegial: uno no delata al maestro. Y se siente torturado. Como el propio Messer dice, no es un «psico» sino un hombre autotorturado porque que traicionó a un haver.

Otro ángulo del asunto: la relación entre Olmert y Morris Talansky, que le proporciono sobres llenos durante muchos años.

Talansky le trató como un esclavo trata a su amo. Después de algún tiempo, Olmert empezó a tratarlo como a un sirviente. Yo casi diría: como un amo colonial trata a un nativo inferior.

Esto no es raro. Muchos israelíes tratan a los judíos de la diáspora como si fueran sujetos coloniales que están obligados a servir y apoyar a los aristócratas de la «madre patria». Pensando y hablando sobre los judíos estadounidenses, repiten sin darse cuenta estereotipos antisemitas. Talansky satisface este estereotipo perfectamente. Olmert lo vio así, y así es cómo él se vio. Cuando Olmert fue a Estados Unidos y le honró con su presencia ante sus vecinos y conocidos judíos, elevó su estatus, y por eso estaba dispuesto a pagar; y a pagar mucho.

Surge una pregunta: ¿Por qué siempre estallan estos fatídicos escándalos cuando un líder da un paso hacia la paz, o por lo menos pretende dar un paso hacia la paz?

No creo que haya una conspiración. En general no tiendo a creer en conspiraciones, aunque también las hay.

Pero tenemos aquí, creo, un fenómeno más profundo. El principal impulso de la clase dirigente actual es hacia la ocupación, la expansión y la guerra. Por consiguiente, cuando un escándalo de corrupción implica a un líder que está en esa línea, el escándalo se sofoca en sus inicios. Pero cuando el escándalo implica a un líder que está haciendo gestos en la dirección de la paz, el escándalo alcanza proporciones enormes.

Eso le pasó a Sharon en vísperas del desmantelamiento de los asentamientos de la Franja de Gaza. Ahora le está pasando a Olmert cuando se atreve a hablar sobre paz con Siria y la evacuación de los asentamientos del Golán.

Lord Acton es famoso por su sentencia: «El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente». En el mismo sentido, nosotros decimos que la ocupación corrompe y la ocupación total corrompe totalmente.

Ehud Olmert es el producto típico del cinismo y la ausencia de ley que han infectado este país en los 41 años de ocupación.

Eso no significa que antes no hubiera corrupción. La había, ciertamente.

Desde mi punto de vista, la corrupción nació al mismo tiempo que el Estado, y no por accidente. Se ha dicho mucho sobre la Naqba con ocasión del 60 aniversario de Israel. Pero un fenómeno que acompañó a la Naqba se ha ignorado conscientemente: el robo masivo de propiedades árabes abandonadas.

En el transcurso de la huida y la expulsión de 1948, entre 100.000 y 150.000 familias árabes abandonaron sus casas. Muchos de ellos vivían en casas humildes, pero otros habitaban en elegantes viviendas de Jaffa, Jerusalén y Haifa. ¿Qué pasó en el interior de esas casas? ¿Dónde están las decenas de miles de alfombras caras, fauteuils, refrigeradores, armarios, pianos? ¿Adónde fueron los inventarios de almacenes y tiendas?

Desaparecieron.

Algo de todo aquello llegó a los almacenes gubernamentales y fue distribuido entre los nuevos inmigrantes. Nunca he visto un informe sobre esto. La inmensa mayoría de las cosas, simplemente se robó.

Generalmente, no por los soldados de combate que tomaron los lugares. Éstos luchaban y seguían. Pero detrás de ellos llegaba el escalafón de la retaguardia, el transporte y la intendencia, los camaradas de la gente del poder, que vinieron con carros y camiones y se llevaron todo lo que encontraron.

No era ningún secreto. Supimos y hablamos de esto en el momento. Durante años uno podría ver los sofás y sillones tapizados de terciopelo vistiendo salones privados y oficinas. Pero el fenómeno nunca se investigó. Y después se sofocó y se omitió.

He hablado de este asunto varias veces en la Knesset. Mencioné la historia bíblica de Acán, el hijo de Carmi que durante la conquista de Jericó violó la orden de Dios de no saquear. Como castigo, los israelitas fueron derrotados en la siguiente batalla. «Israel ha pecado, y aún han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y lo han guardado entre sus enseres» (Josué 7:11) Josué ejecutó a Acán y a toda su familia lapidándolos. Estaba a favor del genocidio de los cananeos pero en contra del pillaje.

El robo a plena luz del día de la propiedad abandonada por particulares ya había violado la ética aceptada antes de la fundación del Estado. La negación y la represión lo hicieron peor. Pero la corrupción a gran escala, cuya fruta amarga vemos ahora en toda su fealdad, empezó de hecho con la ocupación, en 1967.

La ocupación es corrupta y corrompe por su propia naturaleza. Niega todos los derechos humanos, incluso el derecho a la propiedad. Llena los territorios ocupados de una atmósfera general de falta de ley. Enriquece al ocupante y a todos los que se relacionan con él. Crea un clima de cinismo cruel, un ambiente de «todo vale». Esta atmósfera no se detiene en la Línea Verde. Penetra e impregna el Estado del conquistador.

Ahí es donde empieza la putrefacción.

Original en inglés:

http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1212277355/

Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.