Tomando en cuenta la actual crisis agrícola y las perspectivas a futuro sobre esta problemática, es indispensable que en los países del hemisferio sur impulsemos modelos agrícolas alternativos, que nos permitan generar soberanía agroalimentaria. En este crucial punto de la historia, debemos aprender de los errores del pasado y apoyar modelos que realmente se adecuen […]
Tomando en cuenta la actual crisis agrícola y las perspectivas a futuro sobre esta problemática, es indispensable que en los países del hemisferio sur impulsemos modelos agrícolas alternativos, que nos permitan generar soberanía agroalimentaria. En este crucial punto de la historia, debemos aprender de los errores del pasado y apoyar modelos que realmente se adecuen a nuestras necesidades. En este contexto, la Agroecología pareciera ser la única alternativa real para desarrollar una agricultura verdaderamente sustentable.
«El verdadero desarrollo rural implica necesariamente un desarrollo sostenible en todos los aspectos económicos, sociales, culturales y ambientales.»
Rudolf Steiner (1861-1925)
Antecedentes
La agricultura es una actividad fundamental para el desarrollo de cualquier país, por lo tanto, es indispensable que los estados inviertan en investigación y desarrollo en esta área, para de esta manera poder alcanzar el anhelado objetivo de la soberanía agroalimentaria.
Ahora bien, la inversión por si sola no asegura que se alcance el objetivo antes mencionado, como fehacientemente lo demuestra el estado actual de la agricultura en muchos países del hemisferio Sur del planeta, en los cuales se han hecho importantes inversiones en el sector.
Para lograr soberanía agroalimentaria, es fundamental establecer como líneas centrales en los programas de desarrollo agrícola, la investigación en tecnologías acordes con las condiciones agroecológicas de cada país. Estos programas se deben fundamentar en el uso de materiales autóctonos, que permitan un desarrollo no dependiente de tecnologías y materias primas importadas (López y López, 2003).
Sin embargo, lamentablemente el paradigma imperante en las ciencias agrarias sigue siendo el de la nefasta Revolución Verde (Grain, 2006). Revolución Verde es el nombre con el que se bautizó al sistema de producción agrícola de cereales que se dio en México a partir de 1943, como consecuencia del empleo de técnicas de producción centradas en la selección genética, la explotación intensiva permitida por el regadío y la utilización masiva de fertilizantes, pesticidas y herbicidas (Lamo, 2005). Estas técnicas al poco tiempo se fueron incorporando en otros países del «Tercer Mundo», a la par que se diversificó su aplicación a todos los cultivos.
La importancia de esta revolución radicó en que mostraba perspectivas muy optimistas con respecto a la erradicación del hambre y la desnutrición en los países del Sur (López y López, 2003). Los resultados en cuanto a aumento de la productividad fueron en principio espectaculares. En México, basta citar como ejemplo al trigo, el rendimiento de este cultivo paso de 750 kg por hectárea en 1950, a 3,200 kg en la misma superficie en 1970 (Gutiérrez, 2008). Estos resultados llevaron a toda una generación de agrónomos del Sur a implementar las técnicas de la Revolución Verde masivamente en sus respectivos países.
Los aspectos negativos de la Revolución Verde no tardaron en aparecer: problemas de almacenaje de sustancias tóxicas desconocidas y perjudiciales, excesivo costo de semillas y tecnología complementaria, alta dependencia tecnológica, desaparición de cultivos tradicionales mejor adaptados a las condiciones locales y la aparición dramática de nuevas plagas super resistentes (Lamo, 2005). Todo lo cual, lejos de solucionar los problemas de pobreza y hambre, solo los incrementó a la par que aumentó la dependencia económica y tecnológica de las naciones menos industrializadas (López y López, 2003).
Por estas razones, la Revolución Verde ha sido muy criticada desde diversos puntos de vista, que van desde el ecológico al económico, pasando por el nutricional e incluso el cultural (López y López, 2003). La Revolución Verde representa un modelo agrícola obsoleto, que sólo se mantiene en vigencia por la reticencia al cambio de las academias de ciencias agrícolas (Lamo, 2005; Griffon, 2008).
Todo esto hace evidente la necesidad de impulsar un nuevo tipo de agricultura, que permita alcanzar la meta de soberanía agroalimentaria (Altieri, 2002 y 2008; Vía Campesina, 2008). Para lograr esto, es indispensable dejar atrás el caduco paradigma industrialista característico de la Revolución Verde y desarrollar modelos de agricultura sustentables.
Sobre el cambio de modelo
En este momento, en el que cada vez más personas se dan cuenta de la necesidad del cambio, debemos ser cautelosos con respecto a que tipo de agricultura debemos impulsar y cuales pudiesen ser las consecuencias de este cambio. Recientemente se efectuó el 16avo congreso mundial de la IFOAM (Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica). En este evento se congregaron activistas en pro del cambio de todo el mundo, lo que permite hacer un balance del movimiento a nivel global.
Dentro de las muchas conclusiones que se pueden sacar de un evento de esta naturaleza, hay una que es quizás fundamental. Esta conclusión esta relacionada con la marcada diferencia existente en la concepción de los objetivos del cambio entre el Norte y el Sur.
En líneas generales, en el Norte existe un gran optimismo con respeto al futuro. Sus predicciones fundamentales son que, dado que cada vez existe una mayor conciencia por parte del público general sobre los problemas ambientales y de salud pública asociados a la agricultura convencional, cada vez crecerá más el mercado para los productos orgánicos. En este análisis no se considera importante que los alimentos orgánicos involucren un mayor costo, ya que los consumidores del norte están dispuestos a asumir esta diferencia por el bien de su salud y del ambiente en general.
Por supuesto, esta línea de razonamiento es inaplicable en el Sur, donde la mayoría de las personas simplemente no tienen cómo adquirir los alimentos indispensables para sobrevivir, sin importar si estos son o no orgánicos. Esta es una clara diferencia entre los dos hemisferios, pero existen otras que quizás sean más importantes y profundas.
En el hemisferio Norte se habla de la agricultura orgánica como un objetivo; en el Sur, en el mejor de los casos debemos ver a este sistema como un paso en el camino hacia una agricultura sustentable.
La agricultura orgánica se fundamenta en la sustitución de insumos químicos sintéticos por insumos biológicos, esto con el fin de disminuir la toxicidad en los alimentos y las consecuencias negativas para el ambiente (Altieri, 1999).
En este sistema no importa el origen que tengan los insumos y tampoco importa que estos puedan tener o no un costo superior a sus análogos químicos. Este sistema tiene el mismo objetivo central que agricultura industrial, esto es: incrementar las ganancias como criterio básico de optimización. Esta lógica deja fuera del modelo cualquier fin social que se pudiese desear que la agricultura cumpla.
El esquema de sustitución de insumos rápidamente esta siendo apropiado por las grandes transnacionales agrícolas (Mejia, 2006), lo cual es una clara señal de que a través de este sistema no se logrará el objetivo de la soberanía agroalimentaria. La agricultura orgánica representa una vana ilusión de solución a la problemática agrícola, similar a la que fue la Revolución Verde en su momento y similar a la que nos promete la biotecnología. Ninguna de estas estrategias tiene la potencialidad de solucionar los problemas del hambre en el mundo, puesto que esto no es uno de sus objetivos reales.
A pesar de las diferencias que de manera ilusoria pareciesen presentar la Revolución Verde, la agricultura transgénica y la agricultura orgánica, las tres se fundamentan en un mismo principio, la acumulación de capital (lo que hace a cualquier modelo insostenible a largo plazo). En ellas se consideran los costos sociales y ambientales de la actividad agrícola como externalidades y todas representan aproximaciones reduccionistas a la agricultura, en cuya concepción se reduce el agroecosistema a una fábrica de alimentos (Bové y Dufour, 2001).
Sólo una agricultura que como objetivo central se plantee ser sustentable, tiene sentido en los países del Sur. La sustentabilidad involucra que en el modelo se deben valorar de igual manera los componentes ambientales, económicos y sociales (Guzmán y Alonso, 2007). Desarrollar una agricultura con estas características es un prerrequisito imprescindible para alcanzar la soberanía agroalimentaria.
En el Sur debemos propiciar modelos que lejos de aumentar los costos, los diminuyan (López y López, 2003). Una manera de hacer esto es reduciendo la dependencia de insumos. Esto no involucra, que como parte del proceso de transición desde la agricultura convencional hacia la agricultura sustentable, se utilice la sustitución de insumos. Pero esto nunca debe ser entendido como una meta en sí, sino como una forma de ir dejando atrás el esquema de la Revolución Verde.
El nuevo modelo que apoyemos se debe sustentar en algo mas profundo que una simple sustitución de insumos, debe involucrar una concepción radicalmente diferente de cómo hacer agricultura, una concepción que se adecue a las necesidades que tenemos en el Sur (Altieri y Nicholls, 2000). Este cambio en la agricultura involucra un cambio de paradigma, pasar del modelo agrícola industrial al modelo agrícola holístico.
El nuevo modelo
En el marco de este nuevo paradigma, en el cual no se antepone el conocimiento científico a la sabiduría ancestral de nuestros pueblos, es posible desarrollar tecnologías adaptadas a las condiciones agroecológicas de cada país, que permitan la inclusión social y transformar la difícil condición de vida del campesinado (Altieri, 1991).
Esto se debe a que en este nuevo paradigma, se hace énfasis en sistemas de producción intensivos en la mano de obra y no intensivos en la mecanización, por lo que genera más empleos y disminuye la dependencia tecnológica (López y López, 2003). Forma parte de este paradigma el trastocar los modos de asociación entre los individuos, favoreciendo los esquemas cooperativistas, de responsabilidad y ganancias compartidas equitativamente (López y López, 2003).
Para el desarrollo de estas tecnologías en nuestros países, se deben impulsar líneas de investigación acordes con nuestras realidades, en las cuales participen grupos interdisciplinarios de investigadores al lado de campesinos y productores, para de esta forma tener una visión integral (holística) de cada situación, que permita desarrollar soluciones igualmente integrales.
Este enfoque integral hacia la producción de alimentos, fibras y forrajes, que equilibra el bienestar ambiental, la equidad social y la viabilidad económica es conocido como Agroecología (Altieri, 1999). La Agroecología no es más que la aplicación de los principios de la ecología al diseño y manejo de agroecosistemas sustentables (Gliessman, 1998). Este es un enfoque que apunta hacia una agricultura y desarrollo agrícola, basados en el rescate de los conocimientos ancestrales y en un entendimiento profundo de los procesos ecológicos (Altieri, 1991).
Con este enfoque se espera que logremos una independencia tecnológica total, no la independencia parcial, que caracteriza a la gran mayoría de las propuestas de desarrollo tecnológico que se han hecho en los países del Sur. Esto es un factor preponderante en la propuesta, ya que mientras el desarrollo no se produzca integralmente, siempre vamos a ser dependientes de la posibilidad de adaptación a nuestros países de tecnologías ajenas, circunstancia que ha convertido a nuestra ciencia en domesticadora de tecnologías foráneas, en vez de productora de tecnologías autóctonas.
Los fundamentos filosóficos de la Agroecología nacen del cambio de paradigma que se ha venido dando a todo nivel en ciencia y tecnología, este cambio se da desde la perspectiva mecanicista y reduccionista imperante en la ciencia actual, hacia la visión ecológica y holística de la ciencia de contra cultura (Capra, 1998). Esta transformación no es mas que el cambio de paradigma que existe entre el modelo industrialista propuesto por la Revolución Verde y el modelo holístico propuesto por la Agroecología.
En este sentido, en la Agroecología se contempla una visión de ecología moderna, que integra las corrientes de la ecología profunda de Arne Naess, de la ecología social de Murray Bookchin y del ecofeminismo de Vandana Shiva, en contraposición con el enfoque netamente naturalista de la ecología convencional.
Esta ecología reconoce como la fuente originaria de las relaciones de explotación en nuestras sociedades, la naturaleza fundamentalmente anti-ecológica de muchas de nuestras estructuras sociales, económicas y de sus tecnologías (Bookchin, 1991). Estas estructuras anti-ecológicas no son más que expresiones del sistema de dominación occidental, que en última instancia se originan en las relaciones características del patriarcado, es decir, la dominación del hombre sobre la mujer, prototipo de toda dominación (Mies y Shiva, 1997).
A nivel de las ciencias agrícolas, esta nueva visión centra su esfuerzo en reproducir hábitats en los cuales los seres humanos se puedan vincular entre si y con su entorno mediante relaciones diferentes a las de dominación, proponiendo alternativas sustentables a los modelos de desarrollo agrícolas convencionales (López y López, 2003).
De esta manera, se hace evidente que existen profundas diferencias entre la propuesta de sustitución de insumos y la propuesta planteada por la Agroecología. Es de vital importancia para el futuro de nuestra agricultura saber diferenciar estos modelos y reconocer cual representa una alternativa real, con posibilidades de producir soberanía agroalimentaria y cual no es más que otra Revolución Verde maquillada de ambientalismo.
Diego Griffon B.
www.agroecologiavenezuela.blogspot.com
Reconocimiento: Las ideas desarrolladas aquí están inspiradas en una intervención del profesor Miguel Angel Altieri efectuada en el marco del 16avo congreso mundial de la IFOAM.
Bibliografía:
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Altieri, M. A. 1999. Agroecología: bases científicas para una agricultura sustentable. Nordan-Comunidad. http://www.agroeco.org/brasil/material/Agroecologia.pdf
Altieri, M. A. 2008. Movilizándonos para rescatar nuestro sistema alimentario. http://www.ecoportal.net/content/view/full/78323
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Altieri. M. A. 1991. ¿Por que estudiar la agricultura tradicional? CLADES, Numero Especial 1. http://www.clades.cl/revistas/1/rev1art2.htm
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Bové, J. y Dufour, F. 2001. El mundo no es una mercancía. Icaria.
Capra, F. 1996. La trama de la vida. Anagrama.
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Grain. 2006. Bill Gates pretende resucitar la marchita Revolución Verde de la Fundación Rockefeller. http://www.ecoportal.net/content/view/full/63416
Griffon, D. 2008. Lo pequeño es hermoso: Una alternativa para la solución de la crisis agrícola. http://www.ecoportal.net/content/view/full/78989.
Gutiérrez, J. 2006. Revolución verde. http://dicc.hegoa.efaber.net/listar/mostrar/192
Guzmán, G. I., Alonso A. M. 2007. La investigación participativa en agroecología: una herramienta para el desarrollo sustentable. Ecosistemas. http://www.revistaecosistemas.net/pdfs/466.pdf
López, D. y López, J. A. 2003. Con la comida no se juega. Alternativas autogestionarias a la globalización capitalista. Traficantes de sueños movimiento. http://www.nodo50.org/carlosmarx/spip/IMG/pdf/libro.pdf
Mejía, M. 2006. ¿Alimentos «Bio»? Crítica y alternativas a la certificación en agricultura orgánica. http://www.webislam.com/?idt=6034
Mies, M. y Shiva, V. 1997. La praxis del ecofeminismo. Editorial Icaria.
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