«En las sociedades premodernas, la víctima sacrificial suele ser una criatura horrenda y mutilada. Ejerce de chivo expiatorio sobre el que la comunidad puede proyectar su propia violencia y criminalidad y al hacerlo puede por tanto renegar de ellas. El chivo expiatorio es llevado más allá de los límites de la ciudad para sufrir […]
«En las sociedades premodernas, la víctima sacrificial suele ser una criatura horrenda y mutilada. Ejerce de chivo expiatorio sobre el que la comunidad puede proyectar su propia violencia y criminalidad y al hacerlo puede por tanto renegar de ellas. El chivo expiatorio es llevado más allá de los límites de la ciudad para sufrir una muerte ignominiosa al otro lado de sus murallas. Mediante este mecanismo ritual, la población se purifica de la corrupción y la culpa. El sacrificio es necesario cuando la comunidad enferma; pero la comunidad siempre está enferma.» Terry Eagleton: Terror santo [1]
Introducción: Del por qué del enfoque…
«En cuanto al problema de la ficción, es para mí un problema muy importante; me doy cuenta de que no he escrito más que ficciones. No quiero, sin embargo, decir que esté fuera de la verdad. Me parece que existe la posibilidad de hacer funcionar la ficción en la verdad; de inducir efectos de verdad con un discurso de ficción, y hacer de tal suerte que el discurso de verdad suscite, ‘fabrique’ algo que no existe todavía, es decir ‘ficcione’. Se ‘ficciona’ historia a partir de una realidad política que la hace verdadera, se ‘ficciona’ una política que no existe todavía a partir de una realidad histórica.» [2]
«En cierto modo Foucault puede declarar que no ha escrito sino ficciones: y es que, como hemos visto, los enunciados se parecen a los sueños, y todo cambia, como en un caleidoscopio, según el corpus considerado y la diagonal que se traza. Pero, de otro modo, puede también decir que nunca ha escrito sino sobre lo real, con lo real, porque todo es real en el enunciado, y toda realidad se manifiesta en él.» [3]
La historia no pertenece al campo de lo pasado; por el contrario, es entendida en su presente. A partir del momento en que la mirada histórica devenida discurso se constituye de manera retrospectiva, alcanza lo actual; y la historia presente acerca del pasado tiene sus efectos tanto en la actualidad como en el futuro que ella construye. El análisis del discurso nos permite rastrear en palabras y frases cierta organización de enunciados que conforman concepciones de la historia, modos de relatar la historia que en absoluto pertenecen al campo de lo no material sino que, por el contrario, se constituyen como prácticas discursivas cuyos efectos se actualizan en prácticas políticas. Los discursos son modos de organizar lo real, modos de establecer orígenes y consecuencias, modos de explicar que no pueden ser más que ideológicos.
El presente trabajo consiste en la lectura de la administración Bush frente a la realidad emergente de un «movimiento islámico» -nos referimos al Hamas- elegido democráticamente en los territorios palestinos. Pero lo que lo hace interesante no es su particularidad sino más bien su representatividad. En efecto, el orden discursivo que se presenta a continuación no debe ser atribuido a una persona o a un grupo de personas, es decir, no debe ser considerado como individual. Por el contrario, debe ser leído en el marco de las relaciones de poder que lo sustentan, que lo permiten y lo posibilitan. En este sentido, podríamos afirmar que es la lectura de la historia necesaria de cualquier grupo dominante (no importa su naturaleza), pues de lo que se trata al ocupar esta posición es de conservarla, y para hacerlo toda genealogía debe ser desechada, toda búsqueda crítica, anulada.
Guerra Global contra el Terror
A partir de los atentados del 11 de septiembre del 2001, la nueva estrategia estadounidense para recobrar su carácter de garante del sistema mundial tomó la forma de la llamada «Guerra Global contra el Terror». Así definida, esta guerra se diferencia de las anteriores Guerras Mundiales en varios aspectos. Por un lado, debido a los actores que en ella participan -actores estatales y no estatales-; por otro lado, porque desde el discurso de la administración Bush no se logró constituir un enemigo identificable y consensuado. La construcción de este nuevo otro a derrotar que intentó llenar el vacío que hasta el momento había dejado la derrota del antiguo enemigo soviético, resultó en una construcción fallida que atravesó diversas etapas, todas englobadas por el terrorismo como concepto ambiguo y, por tanto, enteramente utilizable ahistóricamente. El nuevo otro negativo no logró consenso, expandiendo temporalmente de esta manera la crisis identitaria y hegemónica del Yo (entendido como quien se encuentra en la posición de dictar las reglas). Es por esto que el enemigo terrorista bushiano fluctuó entre un enemigo religioso (y, por tanto, no legítimo en un siglo XXI definido por su secularismo) y un enemigo estatal, definido como el «Eje del mal», que resultó imposible de homogeneizar.
Si consideramos a las identidades como construcciones estratégicas que permiten la demarcación de un sentido y la delimitación de las fronteras de lo asimilable, éstas son construidas a través de un mecanismo binario en el que el Yo se afirma al tiempo que niega al Otro. Este otro va a ocupar el lugar del Afuera peligroso. Lo que no entra en el círculo concéntrico de lo Mismo es expulsado hacia el Afuera y es esa expulsión la que le otorga la posibilidad de su exterminio. El exterminio está justificado a través de un doble mecanismo discursivo que coloca en el centro de sus enunciados al Yo y su necesidad de supervivencia (que se encuentra amenazada), por un lado, y al Otro como homogeneidad representante de ese peligro, por el otro. Pero la identidad mayoritaria no se presenta como tal, pues de esta forma estaría reconociendo su carácter transitorio, es decir, histórico, se presenta, entonces, como universalidad. Es así que la «Guerra Global contra el Terror» es formulada como una guerra por salvar a la humanidad del oscurantismo.
Este modo de la guerra se presenta en un contexto histórico determinado en el que Estados Unidos (como hegemón o como potencia imperial) había perdido su función de garante sistémico, pues el sistema, luego de la derrota de la URSS y el triunfo del capitalismo a nivel global, no se encontraba amenazado por ninguna fuerza resistente importante. A partir de los atentados a las Torres no es el sistema el que se encuentra amenazado sino el propio Estados Unidos, éste como centro neurálgico de aquél, busca expandir su sensación de amenaza al resto del mundo… y lo logra. Pero esta amenaza no se encuentra bien identificada, la fosilización de la Identidad a través del resaltamiento de un rasgo único no encuentra, ante un enemigo rizomático y aterritorial, la posibilidad de actualizarse. Esta dificultad no va a impedir, no obstante, que la ambigüedad del término terrorismo encuentre sus utilidades. Si bien no se logra homogeneizar a ese otro a partir de una característica única, ese rasgo distintivo será conformado por el terrorismo.
Asimismo, una guerra global, así identificada, presenta una diferencia enunciativa que no por ello tiene menos efectos prácticos. Una guerra global implica una guerra englobante de la totalidad. En el marco de la llamada globalización, el interior y el exterior cambian su aspecto y su funcionamiento, pues ésta no deja espacio para un Afuera, incorpora todo (claro que de modo jerárquico y diferencial). El Afuera, entonces, se constituye como un no-lugar, un no-espacio ambiguo e inidentificable como los sujetos que lo habitan. En este sentido, los enemigos en la guerra global no tienen lugar en el que ser, se les arranca dicho espacio, quedan afuera de la globalidad, es decir, fuera del mundo. Si durante la Guerra Fría el enemigo soviético era colocado fuera del mundo capitalista, esto se debía a que el mundo estaba dividido en dos, existían dos mundos; el enemigo soviético era expulsado del mundo del Yo y relegado al mundo del Otro. Por el contrario, el enemigo islámico-terrorista es excomulgado del mundo que pasa a ser idéntico al sí mismo. Así, se impone una concepción totalitaria del mundo que se rechaza, acusando al Otro de buscar imponerla.
«La gente le teme a la democracia si su visión está basada en algún tipo de concepción totalitaria del mundo. Y ése es el desafío enfrentado en Irak y el Líbano y los Territorios Palestinos.» [4]
Si el concepto de totalitarismo, cuya condena equivalía a una apología del Occidente liberal, perdió vigencia luego de la caída de la Unión Soviética, «después del atentado terrorista del 11/09/01 el totalitarismo reaparece como una nueva amenaza que se dirige hacia el Occidente, encarnada esta vez por el islamismo político.» [5]
«(Los terroristas) tratan de expandir su mensaje yihadista -un mensaje que yo denomino totalitario por naturaleza- radicalismo islámico, fascismo islámico, intentan expandirlo atacando a aquellos de nosotros que amamos la libertad.» [6]
Acerca del terrorismo…
«En lo que sería un escenario paranoico clásico, Occidente comienza a fusionarse, al estilo de Penteo, con la imagen y la apariencia de sus antagonistas, que en ningún caso fueron jamás tan extraños como parecían.» T. Eagleton: Terror Santo [7]
Terry Eagleton [8] afirma que el terrorismo hace su aparición como concepto y como práctica política durante la Revolución Francesa. Emerge en este contexto como terrorismo de Estado, abriendo la posibilidad a los novedosos estados burgueses de utilizar este dispositivo en momentos de excepción. Si tal como afirma Foucault, la nueva forma estatal se diferencia del anterior modo de ejercicio del poder en su mandato de fomentar la vida de sus ciudadanos, la posibilidad del exterminio al interior de sus fronteras estará dada por el dispositivo racista que, en estados de excepción-y, tal como afirma Benjamin, «el ‘estado de excepción’ en el que vivimos es la regla» [9] -, permitirá la utilización de tecnologías terroristas de exterminio por parte de quien emerge para garantizar la vida. Este mismo dispositivo racista permitirá, asimismo, y en un momento en el que la vida ocupa el primer plano (el secularismo da por tierra con la idea de inmortalidad), deshacerse no sólo de enemigos internos, sino también externos.
Si el terrorismo de Estado aparece ligado a la necesidad de homogeneizar un territorio dado, la respuesta a esta vocación homogeneizadora puede estar dada (y en ciertas ocasiones, de un modo casi necesario, vistas las diferencias abismales en las relaciones de fuerza materiales) por otro terrorismo, resistente a dicha homogeneización, esta vez desde el lado de los oprimidos. En este sentido, el terrorismo de los oprimidos (el único atacado desde el discurso hegemónico) es una respuesta al terrorismo del Estado democrático burgués occidental. Y éste es el terrorismo que, en el juego de visibilidades e invisibilidades ideológico, se hace visible. Y es caracterizado como una irracionalidad o un salvajismo; es, sin embargo, y mal que nos pese, una política. Es una política apuntada a una finalidad simbólica pues es, sobre todo, una política del gesto aplicada a los cuerpos que sólo funciona en su capacidad de convertirse en espectáculo. Pero la necesidad de expulsar precisamente de la política al enemigo terrorista, obliga a que éste sea escupido hacia el Afuera que se presenta como un mundo-otro oscuro, peligroso e irracional y, por tanto, eliminable. El chivo expiatorio se constituye como el sujeto excolmugado de la humanidad que, dada la excomulgación, es transformado en objeto. En tanto se lo expulsa para ocultar las propias miserias, el chivo expiatorio permanece en lo imaginario. Es absolutamente necesario que este personaje sea excluido de una posible identificación con él, a fin de que el Yo permanezca sin riesgos de ser, en algún otro momento, también él desaparecido. Además, esta identificación del Yo con la totalidad, rechaza los conflictos a su interior, impide toda crítica de sí mismo, y los escupe hacia fuera. Al Otro no se le permite el ingreso a nuestro mundo no sólo para que pueda ser posible su eliminación, sino también para conservar cierta estructura social que no puede ser discutida. El Otro es representante, así, de un Afuera que viene a amenazar una inmanencia-ya-constituida. Si, tal como sostiene Levinas [10] , la razón moderna busca las causas en la inmanencia, desechando lo trascendental como irracional, en la construcción del enemigo y en la explicación de las acciones del enemigo se apela a la trascendencia. Mi enemigo no tiene nada que ver conmigo (relación de alteridad absoluta) y yo no tengo nada que ver con él; de esa manera no hay causas inmanentes y, por lo tanto, no hay causas: se apela, entonces, a la irracionalidad.
Es así que con el enemigo terrorista no se dialoga, sino que se lo mata, se lo destruye por el peligro que representa para nuestro mundo. Porque al no ser considerado como un sujeto político, el terrorismo es también incomprensible, se lo piensa como un efecto en sí, separado de cualquier causa, de cualquier explicación histórica; y es por esto también que se presenta al enfrentamiento con el terrorismo como un duelo individual, fuera de la Historia. En este sentido, habría que pensar de qué lado se encuentra el totalitarismo como intención de eliminar el espacio político reduciendo a la humanidad a una homogeneidad cerrada y monolítica, pues para un problema que no es reconocido como político, la solución tampoco puede serla.
No sólo exclusión, sino también inclusión .
Hasta aquí nos hemos referido a la exclusión. Ahora bien, los modos de construcción de identidades propias y ajenas (el dispositivo racista), no funcionan sólo a través de la exclusión, es decir de la eliminación (ya sea simbólica, ya sea física), sino que tienen como fin marcar un sentido y, por tanto, delimitar aquello que pertenece a ese sentido de aquello que no le pertenece (en este caso, estamos hablando del sentido del mundo), demarcar el interior del Yo y separarlo del Afuera del Otro. Ahora bien, a riesgo de contradecirnos, lo dicho anteriormente debe ser reformulado: Sostenemos que esta demarcación no es sólo binaria, es decir, no es únicamente excluyente. Hay una primera gran clasificación que distingue y separa aquello que puede pertenecer a la totalidad de aquello que no puede formar parte de ella, el mecanismo binario funciona claramente en esta primera adjetivación. El Otro -o la otredad negativa-, planteado como una homogeneidad y una identidad inmóvil, eternizado y adjetivizado de una vez y para siempre, no es desechado más que cuando de lo que se trata es de su eliminación/desaparición, cuando no puede ser incorporado bajo ninguna forma a la identidad mayoritaria. Pero hay una segunda clasificación que implica la inclusión. En efecto, no se puede llevar adelante una idea-mundo basada en la expulsión de las grandes masas de hombres y mujeres que pueblan el planeta y que hacen el mundo, estos deben ser también incluidos de una u otra forma. Cuando hablamos de las otredades, los otros (o el otro) estamos refiriéndonos a modos más «moderados» o -más bien- más integrables de diferenciación que, por tanto, les permiten cierta incorporación al conjunto. Esta inclusión se produce por niveles de tolerancia que permiten la aparición de pequeños otros que son incorporados diferencialmente, esto es, jerárquicamente (la condición humana de estos otros permite su clasificación en ciudadanos del mundo de segunda, tercera o X categoría). Para que ello ocurra, estos otros serán transformados en asimilables, al tiempo que el círculo de la mismidad extenderá sus fronteras o variará sus modos de delimitación de éstas, a condición de no alterarse radicalmente. Es así como se construye la ficción de la universalidad, donde parecen anularse las diferencias. De esta manera, el otro no es necesariamente excluido sino que puede ser inscrito a condición de conservar su calidad de diferente.
La política exterior estadounidense frente a un «movimiento islámico» electo democráticamente
Bush, la democracia, el Islam y la negación de la política.
La política del exterminio brutal y unilateral (imperial) de los primeros años de la campaña global contra el terror, si bien se mantuvo, y aún hoy se mantiene, comprendió la necesidad de actuar también de un modo afectivo, es decir, hegemónico. Fue así como esta nueva modalidad halló sus fundamentos en afirmaciones basadas en ciertos principios modernos e iluministas como ser la Libertad y la Democracia. A partir de aquí, y posibilitado por el tipo de derrota que significó (y significa) Irak y también Afganistán, la estrategia de la administración Bush enarboló como objetivo mesiánico la imposición de la democracia. Y la democracia fue.
En enero del año 2006, los palestinos concurrieron a las urnas para elegir a sus próximos representantes parlamentarios. Pese a la clara oposición del gobierno israelí, la administración estadounidense permitió que Hamas presentara su candidatura. Y a pesar de su clara participación en favor del partido Fatah del presidente Mahmoud Abbas a través del aporte económico a la Autoridad Palestina ( Recordatorio: Principio de no-intervención de la ONU ), Hamas ganó 74 de los 132 asientos legislativos que estaban en disputa. A partir de entonces, y pese a la voluntad de los líderes de Hamas por convertirse en agentes políticos, la condición de tales les fue negada una y otra vez. Para esto, se les imponía condiciones que llevaban a su desaparición como fuerza de la resistencia: reconocer al Estado de Israel (lo cual estaban dispuestos a hacer), deponer las armas y eliminar toda la «infraestructura del terror». Nótese que cuando se habla de «infraestructura del terror», se está hablando de servicios básicos de salud y educación que otorga esta organización en respuesta a las faltas que sufre el pueblo palestino en su carácter de pueblo ocupado. Lo que existió fue, en el marco del anti-islamismo característico de la época, un no reconocimiento del gobierno de Hamas por los gobiernos de Israel, la Unión Europea y Estados Unidos, «la mayor parte de los gobiernos responsables del mundo» [11] .
«Hamas ha dejado en claro que no aceptan el derecho de Israel a existir. Mientras esa sea su política no apoyaremos a un gobierno palestino formado por Hamas» [12]
En esta atmósfera, asimismo, le fue otorgado a Israel permiso para hacer lo que quisiera, por ejemplo, retener el dinero recaudado de impuestos pagados por los palestinos que deberían ser administrados por la Autoridad Palestina. Al respecto, Bush consideró: «No se debería sostener económicamente a un gobierno que no es un compañero para la paz (…) porque el pueblo palestino se haya expresado, no significa necesariamente que tengamos que acordar con la naturaleza del… con el partido electo.» [13]
No era extraño el apoyo de la administración Bush al partido Fatah que, desde el año 2005 y tras la muerte de Arafat, estaba liderado por símbolos del colaboracionismo palestino. Si se permitía a los palestinos implementar sus decisiones democráticas, sus servicios de seguridad pasarían a ser jurisdicción del nuevo gobierno y se escaparían de la órbita de control israelí. Por otra parte, hay que decir que Hamas había renunciado a la violencia armada un año antes de realizarse las elecciones y estaba ofreciendo una tregua de largo plazo que fue provocado a romper una y otra vez por las políticas terroristas llevadas a la práctica por el Estado israelí [14] .
La negación de Hamas como sujeto político fue posible dado el contexto anti-musulmán de la época. Si bien el presidente Bush se dedicó una y otra vez por negar su política anti-musulmana, las mismas palabras por éste expresadas y el lugar central que ocupó la religión islámica son pruebas de que dicha negación no podía ser más que retórica: El nuevo enemigo se encuentra definido tanto por su práctica (el terrorismo) como ontológicamente, esto es, por lo que es. Y si la práctica terrorista es una práctica política y de lo que se trata es de expulsar a los movimientos nucleados en torno de lo islámico del campo de la política, el intento de despolitización va a ser dirigido al apuntalamiento de estos grupos como grupos religiosos (y, por ende, no políticos). «La muerte por lo que se considera que uno es, ya sea por la raza o la religión, por el origen étnico o nacional, queda en el plano de la barbarie (…) Así queda estipulado en la ONU a partir de 1948 (…) no se puede matar a partir de lo que se ‘es’, pero sí por lo que se ‘hace’.» [15] Hay una suerte de negación del exterminio tanto por razones religiosas como por razones políticas, pero al mismo tiempo se construyen justificaciones basadas en ambas caracterizaciones negativas del otro. Asimismo, debe entenderse también en este contexto que la negativa por parte del gobierno israelí a que los representantes del pueblo palestino elegidos democráticamente (» la voluntad del pueblo «) viajaran de Gaza a Cisjordania, no tuviera mayores repercusiones en el mundo «occidental».
Este intento de despolitización de los conflictos llevado adelante por la administración estadounidense va acompañado de la sobre representación de lo militar en la historia de los Estados Unidos. Esta sobre representación también se pone en evidencia en la escuela que marcó y marca el rumbo a nivel mundial en el estudio de las Relaciones Internacionales. El realismo como corriente teórica estadounidense no está exento de esta sobre militarización; por el contrario, el factor militar aparece como determinante en esta corriente y en las políticas exteriores de las sucesivas administraciones que han tomado este punto de vista (a pesar de que algunas voces podrían agregar: en última instancia). Para realizarse, el aparato de la guerra que busca manejar la política exterior estadounidense, debe extirpar del campo de las posibles alternativas a seguir aquéllas que se presentan como políticas, a fin de aplicar sólo las posibilidades militares.
Homogeneización I.
«Parece haber una curiosa tendencia estadounidense de buscar, todo el tiempo, un centro único y externo de la maldad, al cual todos nuestros problemas pueden ser atribuidos; en lugar de reconocer que puede haber múltiples fuentes de resistencia a nuestros propósitos y políticas, y que estas fuentes pueden ser relativamente independientes entre sí.(…) La maldad, en otras palabras, debe ser siempre vista desde la perspectiva estadounidense, como singular, la virtud, por otro lado, puede ser permitida de aparecer en una forma plural, dejando en claro, por supuesto, que nosotros los estadounidenses siempre estamos en el centro de ella.» George F. Kennan: American Diplomacy [16]
…Más bien podríamos decir, discutiendo con Kennan, que este rasgo no es exclusivo de la política estadounidense sino que es una característica de relaciones de poder que buscan ser construidas de determinada manera porque corren tras determinado objetivo. Así, si de lo que se trata es de establecer la posibilidad del exterminio de otros, éste debe ser convertido en el gran Otro, debe ser transformado en único, debe ser entendido unitariamente oponiéndose a la unidad indisoluble e ahistórica del Uno. De esta manera, los movimientos islámicos debieron ser unificados desde el exterior. Así, se perdió todo carácter histórico, toda razón de ser de cada uno de estos movimientos. Si Al Qaeda era el habitante del Afuera por excelencia, todos los demás movimientos islámicos también lo habitaban. A Hamas, así como a Hezbollah y a Al Qaeda se los forzó a la convivencia, se los homogeneizó para que los actos de unos estuvieran esencialmente ligados a los actos de los otros. Perdieron causalidad, independencia e historia. Perdieron las condiciones históricas y las relaciones de poder que los llevaron a la vida. Nuevamente la particularidad se convirtió en universalidad, pero esta vez en universalidad del Afuera. Para aislarlo de la política, Hamas fue rotulado como «una notoria organización terrorista» [17] .
«…ahora quedó en claro para mucha gente por qué no tenemos paz en Medio Oriente (…) Los terroristas harán cualquier cosa por lograr sus objetivos. Fueron a los subtes en Londres, lanzaron misiles a Israel, todo apuntado hacia destruir, a prevenir que las sociedades libres florezcan, porque no están de acuerdo con la libertad.» [18]
«Los extremistas sunnitas y shiítas tienen importantes diferencias, sin embargo concuerdan en algo: la emergencia de sociedades libres y democráticas en Medio Oriente donde la gente pueda practicar su fe, elegir a sus líderes y vivir juntos en paz, sería un golpe decisivo para su causa.
Por lo tanto están apoyando a extremistas a lo largo de la región que están trabajando para destruir la democracia (…) En Irak (…) En el Líbano apoyan al Hezbollah (…) En Afganistán apoyan a los vestigios de los talibanes (…) En los Territorios Palestinos…» [19]
(alargar cita, completarla)
El fracaso de esta homogeneización se expresó en el carácter cambiante que adoptó el nuevo enemigo, tomando un movimiento de péndulo entre la construcción de un enemigo estatal clara y territorialmente definido (así fue constituido el «eje del mal») y uno mucho más ambiguo cuyo significante articulador fue constituido por el llamado terrorismo islámico. Este movimiento pendular que no logró acomodarse y detenerse en un único enemigo y, por lo tanto, no consiguió consensuarlo, no por eso abandonó su intencionalidad homogeneizadora al punto que encontramos un emparentamiento que reúne no sólo a los distintos movimientos islámicos sino también a estos junto a los estados que conforman el «Eje del Mal». Así, tanto Siria como Irán son considerados estados-soportes de estos movimientos caratulados como irracionales y malvados.
Si bien no se descarta la posibilidad de que tales Estados busquen realizar sus respectivas políticas exteriores a través de la utilización de formas sub-estatales del uso de la violencia, un análisis que tenga como objetivo la transformación de estos modos, debe apartarse de la idea de la igualación de formas y fenómenos sociales cuyas divergencias son evidentes. La política del rasero sobre las diferencias entre los distintos movimientos que utilizan el islamismo como herramienta y entre estos y Estados con características históricas, políticas y sociales diferentes también entre sí, descarta el pensamiento político y traza una diagonal de construcción de identidades que agrupa arbitrariamente a estos otros en un campo unificado por una metafísica y supuesta «maldad».
La práctica de la homogeneización y la división simbólica en dos campos absolutamente escindidos -el del Uno y el del Otro-, se da también en la lectura y en el manejo del conflicto palestino-israelí en particular. En efecto, a éste se le sustraen sus causalidades específicas y particulares (históricas) y se lo engloba, del mismo modo -es decir, esquivando un proceso de análisis y diferenciación-, dentro de un enfrentamiento más amplio entre «extremistas» (representados por los distintos «movimientos islámicos» opuestos a las políticas estadounidenses) y «moderados» (representados por aquellas fuerzas políticas que buscan el sostenimiento de Estados Unidos para conservar el poder) que tiene lugar en la región de Medio Oriente.
Homogeneización II: La práctica de la separación y la lógica binaria
«…lo real, en sí mismo, no puede separarse de un cierto ideal de unificación o totalización: lo real tiende a lo uno, es uno en su ‘verdad’. Cuando vemos dos en ese uno, cuando lo desdoblamos, aparece lo imaginario en cuanto tal, incluso aunque ejerza su acción en la realidad.»
Gilles Deleuze: La isla desierta y otros textos. [20]
No sólo se buscó separar a Hamas del campo de lo político, sino que se intentó separarlo del partido de Mahmoud Abbas al que sí se le permitía esta participación. Pero este ingreso estaba condicionado a que se produjeran ciertos cambios en la política de Fatah: Abbas estaba obligado por la «Hoja de Ruta» a acabar con el terrorismo (lo cual implica el desmantelamiento de la mayor parte de organizaciones políticas palestinas) corriendo el riesgo de una guerra civil que enfrentara a los palestinos contra sí mismos. De este modo se estableció la posibilidad de la guerra civil que experimentamos en la actualidad. Resultado: Dos grupos políticos luchando entre sí por el poder y un pueblo hambreado y dividido, incapaz de organizarse para luchar contra la ocupación. Una nueva división se suma al ya disperso pueblo palestino: se lo divide en dos entidades absolutamente escindidas: Se premia a los habitantes de Cisjordania y se castiga colectivamente a los de Gaza debido a la ocupación de Hamas. Ni bien se produjo el auto-golpe de Estado por parte de Fatah que derivó en la toma de Gaza por parte de Hamas, el gobierno estadounidense cerró filas tras Abbas, cuyas prácticas no democráticas no fueron en modo alguno puestas en tela de juicio:
«(Abbas) es el presidente de todos los palestinos. Ha hablado de moderación. Es una voz razonable entre los extremistas de su región.» [21]
«…reconocemos al presidente de todo el pueblo palestino, y ese es Abu Mazen. Fue elegido, él es el presidente. Segundo, reconocemos que fue Hamas quien atacó el gobierno de unidad. Eligieron la violencia…
(…) Estamos presenciando la diferencia entre un grupo de gente que quiere representar a los palestinos, que cree en la paz, que quiere un mejor rumbo para su pueblo, que cree en la democracia y está contra un grupo de radicales y extremistas que están dispuestos a usar la violencia para lograr un objetivo político.» [22]
Es interesante detenerse en este nuevo aspecto de la política intra-palestina que encuentra sus condiciones de posibilidad en la práctica de desarticulación del pueblo palestino que se alienta desde el centro. Intentaremos centrarnos únicamente en la política estadounidense hacia la nueva configuración una vez que Hamas se encuentra a cargo de la Franja de Gaza. Desde allí se alienta una política de aislamiento de los habitantes gazianos que, a modo de castigo colectivo, son condenados a la deshumanización. Lo que se busca es intervenir (in)directamente en la política interna de la Autoridad Nacional Palestina, fomentando la separación aún más profunda del propio pueblo palestino. Es válido hacer un paréntesis y oír los valiosos aportes que han dado al análisis del conflicto intelectuales israelíes, críticos del gobierno. Tomaremos a Lev Grinberg quien afirma que el terrorismo de Estado practicado por el gobierno israelí ha derivado en un genocidio simbólico que tiene como fin evitar que los palestinos tengan una expresión política como pueblo-uno. Esto no sólo es analizado desde la práctica misma del gobierno y el ejército israelí que asesinan y arrestan constantemente con total impunidad a los representantes legítimamente electos del pueblo palestino, sino en la disposición geográfica de éste. En efecto, y tomando a la primera categoría como situada en un único punto geográfico cuando no lo está, puede pensarse al pueblo palestino conformando cinco realidades absolutamente escindidas cuyo funcionamiento político como pueblo-nación, por lo tanto, es imposible: 1) el pueblo palestino de la diáspora, los refugiados de 1948 y de 1967, pero también de aquellos muchos que se vieron obligados a abandonar su tierra en los años subsiguientes a ambas fechas; 2) los palestinos de la Franja de Gaza, viviendo bajo el gobierno del Hamas; 3) los palestinos de Cisjordania (también separados entre sí a través de puestos de control, barreras físicas, rutas de circunvalación) gobernados por Al-Fatah; 4) los palestinos ciudadanos israelíes; y 5) aquéllos ciudadanos de Jerusalén Oriental que poseen un régimen sobre sus modos de vida distinto también al de los otros. Esta separación real, esta dispersión no puede traer aparejada más que una profunda desarticulación que amenaza seriamente con desaparecer la identidad del pueblo palestino y, por lo tanto, desaparecerlos como sujetos de derecho a un territorio, a poder vivir en un territorio sin la mediación de un sometimiento externo.
La separación desde el discurso de la administración estadounidense se da a través de un mecanismo binario. Los palestinos son obligados a elegir entre dos opciones, dejándoseles en claro que la elección incorrecta acarreará serias consecuencias:
«Este es un momento de claridad para todos los palestinos. Y ahora llega un momento de elección. Las alternativas frente a los palestinos son claras. Está la visión de Hamas que el mundo vio en Gaza, con asesinos con máscaras negras y ejecuciones sumarias y hombres arrojados desde los techos. Siguiendo este camino el pueblo palestino garantizaría caos y sufrimiento y la perpetuación eterna de la injusticia.
(…) Hay otra opción y es una opción esperanzadora. Es la visión del presidente Abbas y del primer ministro Fayyad, es la visión de un estado pacífico llamado Palestina como hogar para el pueblo palestino (…)
En consulta con nuestros compañeros del Quartet los Estados Unidos están tomando una serie de medidas para fortalecer las fuerzas de la moderación y de la paz entre el pueblo palestino.
Primero estamos fortaleciendo nuestro compromiso financiero. Inmediatamente luego de que el presidente Abbas expulsó a Hamas del gobierno palestino, los Estados Unidos levantaron las restricciones financieras que habíamos impuesto a la Autoridad Palestina (…)
El conflicto en Gaza y en Cisjordania es una lucha entre extremistas y moderados. Y estos no son los únicos lugares en los que las fuerzas del radicalismo y la violencia amenazan la libertad y la paz.
(…) Debemos demostrar que frente al extremismo y la violencia, estamos del lado de la tolerancia y la decencia. Frente al caos y a la muerte, estamos del lado de la ley y la justicia. Y frente al terror y al cinismo y al odio, estamos del lado de la paz en la tierra sagrada.» [23]
De esta manera, la separación analizada más arriba (Abbas-Hamas) es una separación que se da en el campo intra nacional de los palestinos y que deriva en una guerra civil cuyas consecuencias sufre únicamente este pueblo, consiste en una división fundante y fundamental entre aquello que puede ser asimilado a la mismidad y aquello que es rechazado al Afuera, transformándose en un gran Otro eliminable. Ahora bien, se ha hablado de un doble plano de la fragmentación que incluye, por un lado, una exterioridad única a la cual se destina al gran Otro (exclusión), y por otro lado y al mismo tiempo, una interioridad formada por capas jerárquicas que posibilita la convivencia con pequeñas otredades más o menos moldeables, más o menos asimilables (inclusión diferenciada).
Así, se establece una separación entre Abbas y Hamas, incorporando al primero dentro del círculo de valores occidentales y, por tanto, convirtiéndolo en sujeto político, y expulsando al segundo de la «comunidad internacional». Claro que no por esto Abbas se convertirá en igual, formará -sí- parte de lo mismo, pero ocupará un anillo lo suficientemente alejado del centro, posición que no sólo no le permitirá imponer condiciones, sino que, para mantenerla y no caer nuevamente en el campo del Afuera, como le había sucedido a su antecesor Yasser Arafat, se verá obligado a aceptarlas. La incorporación de Abbas se efectúa en el límite del círculo, por lo tanto, no podrá moverse sin tener en cuenta si ese movimiento afecta los intereses estadounidenses e israelíes, esto lo obliga a colocar la «causa palestina» en sintonía con la de sus ocupantes. Si bien desde nuestra posición no se niega la necesidad de una salida negociada al conflicto, la posición del gobierno de Mahmoud Abbas lo coloca en un lugar tan desfavorable en las relaciones de poder que es imposible pensar desde allí una solución justa también para el pueblo palestino.
De esta manera, la jerarquía de ciudadano de la comunidad internacional de la que es acreedor el gobierno palestino de Abbas puede ser también comparada con otro miembro de la comunidad internacional, legítimamente aceptado pero de quien no se toleran críticas. Si el gobierno palestino se encuentra en el límite difuso que separa el interior del exterior, el gobierno israelí, muy por el contrario, se encuentra muy cercano al centro (eso es lo que determina, también, las relaciones de poder entre el Estado israelí y el pueblo palestino). Los intereses nacionales y vitales del centro del Yo juegan aquí un rol fundamental: Israel se ha constituido como aliado estratégico y necesario de Estados Unidos en el Medio Oriente. En efecto, en junio del 2007, paralelamente a la crisis del Gobierno de Unidad Nacional Palestino que derivó en la toma de Gaza por parte de Hamas y en un auto-golpe de Estado por parte del partido Fatah, el presidente Bush firmó un nuevo acuerdo con el Estado israelí en el que se comprometía a la asistencia militar para defender la seguridad israelí y mantener su cualitativa ventaja militar. En este sentido, la sobre representación del aparato militar en la política de los Estados Unidos se traslada a Medio Oriente en la figura del Estado de Israel cuyas respuestas a conflictos políticos son dadas únicamente en términos militares. En términos del vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, Israel es:
«…un amigo especial y valuable que comparte nuestros principios básicos (…) somos aliados naturales.» [24]
Y Bush:
«Los Estados Unidos están fuertemente comprometidos y yo estoy fuertemente comprometido con la seguridad de Israel como un estado judío.» [25]
Esta diferencia en los niveles de ciudadanía del gobierno israelí y del palestino, son evidentes también a la hora de evaluar la «Hoja de Ruta» del año 2003 cuyas primera y segunda fases (de tres) están enteramente formadas por exigencias de acción a los palestinos (reconocimiento del Estado de Israel, desmantelamiento de la infraestructura del terrorismo), mientras que al Estado de Israel sólo se le recomienda pasividad, detenerse en sus políticas a la expectativa de que, primero, los palestinos cumplan con su parte. Recién en la tercera fase, el gobierno israelí es compelido a actuar (retirarse de algunos territorios ocupados, desmantelar la red de puestos de control). [26]
Asimismo, esta diferencia jerárquica que deriva de y en relaciones de poder totalmente desfavorables para el lado palestino y de tal modo inclinadas hacia el lado israelí que hace imposible una salida justa al conflicto, puede notarse también en el modo en que desde la administración Bush se repudia distintos ataques terroristas: Uno cometido por un movimiento palestino, el otro por el Estado Israelí:
«Los Estados Unidos están profundamente tristes por los daños y las pérdidas de vida hoy en Gaza. Envíamos nuestras condolencias a las familias de todos aquellos que fueron afectados. Hemos visto las disculpas del gobierno israelí y entendemos que una investigación ha comenzado. Esperamos que sea completada rápidamente y que sean tomados los pasos necesarios para evitar la repetición de este trágico incidente. Llamamos a todas las partes a actuar con cuidado para evitar cualquier daño a civiles inocentes» [27]
«Estados Unidos condena fuertemente el ataque terrorista de hoy en Eilat, que resultó en la muerte de al menos tres civiles (…) También condenamos a los grupos terroristas, incluyendo a Hamas, que condonan estas acciones bárbaras. La responsabilidad de prevenir ataques terroristas es del gobierno de la Autoridad Palestina. El fracaso en actuar contra el terrorismo afectará inevitablemente las relaciones entre dicho gobierno y la comunidad internacional y erosionará las aspiraciones del pueblo palestino a un estado propio.» [28]
Varias conclusiones podríamos sacar de lo que aquí se dice. Si nos permitimos el espacio para reflexionar y leer atentamente, se verá la invisibilización de las políticas terroristas por parte de Israel, por un lado, y la visibilización y responsabilización de las políticas terroristas por parte de los movimientos palestinos, por el otro, resultando ambas expresiones en la legitimación del primer acto (que es pensado como incidente y no como una política sistemáticamente llevada a la práctica por los diversos gobiernos israelíes) y en la fuerte condena del segundo que, en este caso, sí es reconocido como lo que es: una política cuyo objetivo es la imposición del terror en la población israelí. Es así como también se hace continua alusión a la «seguridad» israelí, como si la seguridad de los palestinos no corriera peligro, como si ellos no murieran día tras día por acción u omisión del Estado de Israel: «Se nos ponía siempre en la situación de apaciguar el sentimiento israelí de inseguridad, como si la destrucción de nuestra sociedad por Israel, la continua persecución de nuestro pueblo o la muerte de miles de nosotros no fueran suficientes para alimentar nuestro sentimiento de inseguridad.» [29]
Hamas, una vez victorioso, también es compelido a integrarse a la mismidad, debe reformularse siguiendo los lineamientos del Quartet (organismo formado por Estados Unidos, la Unión Europea, las Naciones Unidas y Rusia), para esto, se le impone condiciones: esas condiciones son correspondientes tanto a la forma como al contenido, resultando de esta conversión un nuevo M. Abbas que, finalmente, de nada sirve al pueblo palestino. Si se piensa la imposibilidad de los pueblos de Medio Oriente a ejercer la democracia representativa, las condiciones de posibilidad de esto no deben ser buscadas en una esencia de los pueblos que allí habitan, sino en la repetida política de las potencias vis-à-vis los pueblos de esa región a los que a lo largo de su historia (aún también después de la descolonización) se les han impuesto gobiernos amigos que, en líneas generales, resultan ser vitalicios y se les ha negado la posibilidad de construir partidos políticos y elegir entre los representantes de estos.
La «elección» que se plantea al gobierno electo de Hamas, así como también al pueblo palestino, es una elección que se presenta a través de un binarismo simplificador e irreal: a la democracia se opone el terrorismo, a la posibilidad de un Estado Palestino próspero e independiente se le opone la posibilidad de un Estado sumido en el caos y la oscuridad. Este binarismo, célebremente reconocido en los enunciados de Bush al comenzar su guerra contra el terror («o están con nosotros o están contra nosotros» algo así, buscar cita), expresa una dualidad insalvable entre aquello que entra dentro de la «comunidad internacional» y aquello a lo que se le reserva un espacio en el Afuera. El binarismo es meramente excluyente: o es uno, o es lo otro, no hay posibilidad de alternativa. Disyunción exclusiva. Diferenciación binaria.
Esta estrategia binaria fue utilizada, asimismo, a modo de profundizar las divisiones internas entre los palestinos intentando intervenir en la dirección de la política palestina: consistió en realizar una clara diferenciación entre los habitantes de Cisjordania, a quienes se los premiaba, otorgándoseles beneficios, y aquéllos de Gaza a quienes se aplicaba la figura de castigo colectivo:
«…mostrarles (a los habitantes de la Franja de Gaza) verdadero cambio en Cisjordania que no pueden disfrutar por el modo en que son gobernados por Hamas…» [30]
No hay causas: ¿Por qué no hay posibilidad de acuerdo?
La construcción de Hamas como enemigo inasimilable al sistema encontró como utilidad la inversión de la causalidad. En lugar de ser este movimiento un efecto de ciertas relaciones de poder y de ciertas condiciones históricas en las que el Estado de Israel aparece como fuerza ocupante y dominante, pasó a convertirse en la causa de la imposibilidad de lograr un acuerdo entre palestinos e israelíes. ¿Por qué es necesario lograr un acuerdo? ¿Por qué se llegó a materializar este conflicto? Estas preguntas no se hacen, no podrían hacerse porque implicarían el reconocimiento de una situación de ocupación y colonización a la que debiera responderse no a través de mecanismos de terrorismo de Estado, sino a través de una solución política (reconociendo ciertos «pecados originarios» presentes en la emergencia de todo Estado-nación). Los sucesivos fracasos en la resolución del presente conflicto se han atribuido invariablemente a la falta de voluntad política por parte de los palestinos, sea cual fuere su filiación política o su idea de Estado o su idea de mundo.
Debe decirse aquí que ninguno de los movimientos políticos de los que se habla provoca en quien escribe simpatía alguna, la simpatía está, claro, pero del lado de los pueblos. Sin embargo es interesante analizar cómo juegan las distintas fuerzas en el ámbito de la política internacional, cómo pugnan por lograr sus intereses, cómo se busca construir desde el discurso consenso y legitimidad para organizar guerras, planificar exterminios y asesinatos cotidianos, materializar opresiones históricas… Pero volvamos. Decíamos que invariablemente la responsabilidad del fracaso de los sucesivos intentos de salidas negociadas fue arrojada en su totalidad sobre el liderazgo palestino. Yaser Arafat fue excomulgado de la mesa de negociaciones por el presidente George W. Bush, bajo la excusa de que no podía funcionar como un «socio para la paz»: las negociaciones habían llegado a un punto muerto por su falta de voluntad. Desde aquí no se quiere afirmar que existiera o no en Arafat una vocación política para terminar con el conflicto o, cuanto menos, para iniciar el largo camino que podría conducir a su finalización. Sólo se quiere señalar que estas afirmaciones no tienen en cuenta que el poder es una relación y que, por tanto, la responsabilidad no puede residir sólo en uno de los participantes de dicha relación. Y el hecho de que así sea, de que se busque construir esa idea, debe convocarnos a pensar cómo es posible, cuáles son las condiciones de posibilidad (que siempre son condiciones de poder) de que esto suceda, de que los malos, los bárbaros, los raros siempre sean los palestinos y de que las víctimas siempre sean los israelíes. Debe convocarnos a pensar, en primer lugar, si dichas categorías son válidas en las relaciones políticas y, en segundo lugar, hacia qué lado es favorable la balanza y si no debiera balancearse hacia el lado opuesto: De los pueblos.
Una vez muerto Arafat, y siguiendo la idea de que la responsabilidad de los sucesivos fracasos en las negociaciones de paz recaían sobre él, debió realizarse un enroque: Arafat ya estaba fuera de juego, por lo tanto, los nuevos responsables pasaron a ser los líderes de Hamas, un movimiento islámico de liberación nacional con características e historia propias que fue homologado a los distintos movimientos que utilizan el Islam como herramienta política actuantes en Medio Oriente. Los efectos de esta homogeneización redundaron en beneficios para los unificadores: la voluntad de los palestinos expresada en las urnas, resultado -entre otras cosas- de la insistencia de Estados Unidos por la democracia, quedó relegada a un segundo plano cuando se trató de la elección de Hamas. La atmósfera anti-musulmana que se respiraba y la frágil posición de Estados Unidos en Medio Oriente, confluyeron para hacer de Hamas el nuevo chivo expiatorio en el que recayeron todas las responsabilidades, anulándose, de esta forma, importantes acontecimientos de la historia contemporánea de Medio Oriente. Este movimiento pasó a reemplazar a Arafat y ocupó el puesto del movimiento palestino que se niega a firmar la paz con el siempre bien-dispuesto Israel. Así, podemos escuchar al Primer Ministro israelí Ehud Olmert y al propio Bush:
«Desafortunadamente la emergencia de Hamas obstaculiza severamente la posibilidad de promover un genuino proceso de paz (…) Más allá de nuestro sincero deseo por negociar, no podemos esperar indefinidamente que los palestinos cambien. No podemos ser rehenes de una entidad terrorista que rechaza cambiar o promover el diálogo.» [31]
«Hay mucho sufrimiento en el Líbano porque Hezbollah atacó a Israel. Hay mucho sufrimiento en los Territorios Palestinos porque Hamas está tratando de detener el avance de la democracia (…)
¿No es interesante que cuando el Primer Ministro Olmert empieza a extender su mano al Presidente Abbas para desarrollar un estado palestino, el Hamas cree las condiciones para que haya crisis y luego Hezbollah siga?» [32]
A modo de conclusión…
Hemos hablado acerca de la historia y de los discursos que la construyen y que nos construyen. Hemos dicho algunas cosas (no muchas) acerca de las identidades y acerca del racismo. Hemos pensado la construcción del Otro y de los otros a través de esos discursos y hemos diferenciado un mecanismo de exclusión, exterminio y prescindencia para el primero y un mecanismo de inclusión jerárquica para los otros.
Hemos intentado pensar la intransigencia y el totalitarismo: cómo se construyen, quiénes son sus portadores… hemos intentado pensarlos desde el otro lado, invertir el discurso dominante. Hemos evocado el terrorismo, tanto el terrorismo de Estado como el por éste generado. Hemos sostenido que existen diferencias entre el tratamiento dado al Estado de Israel y aquél dado al pueblo palestino. Hemos hablado de lógicas binarias, de actitudes inclusivas y de rechazos. Hemos planteado el establecimiento de múltiples diferencias: entre el Afuera y el adentro (o la totalidad); entre Hamas y la política; entre Hamas y Fatah; entre la Franja de Gaza y Cisjordania; entre Hamas y distintos movimientos «islámicos»; entre Abbas y el gobierno israelí; entre palestinos e israelíes… Hemos analizado la práctica de la homogeneización.
Con todo esto lo que se ha intentado expresar es el cómo de la construcción de un enemigo al que se le niega su existencia política y, a través de esto, se niega la existencia a un pueblo al que, no obstante, se le otorga la ficción de la democracia representativa. Y todo esto en un contexto de marcado anti-islamismo en el que el enemigo es identificado ontológicamente y a través de esa ontología se le niega su historia. De esta manera, el Otro esencializado pasa a ser el responsable de las fallidas negociaciones de paz mediante enunciados metafísicos y del todo ambiguos.
Para el desprestigio de Hamas como fuerza política y su ubicación en el Afuera, se buscó homogeneizarlo con los distintos movimientos «islámicos» (Hezbollah, Al Qaeda). De esta manera, se los ubicó en el exterior de un todo maligno en sí y se aislaron las causas de su surgimiento y expansión, haciendo a un lado sus particularidades históricas; pues reconocer dichas causas, reconocer a Hamas como un movimiento de liberación nacional, implicaría reconocer una política de corte colonialista e imperialista en el ámbito de Medio Oriente por parte de los Estados dominantes.
Bibliografía
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Fuentes:
– Todos los discursos de la administración Bush fueron extraídos de la página web www.whitehouse.gov
– US Department of State: A Performance-Based Roadmap to a Permanent Two-State Solution to the Israeli-Palestinian Conflict. 30 de abril, 2003. En www.state.gov
[1] Eagleton, Terry: Terror Santo. Ed. Sudamericana, Bs. As., 2008.
[2] Foucault: Microfísica del poder. Citado en: Deleuze, Gilles: Foucault. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2003.
P.14
[3] Deleuze: Op. Cit. P.15
[4] «President Bush and Prime Minister Maliki of Iraq participates in Press Availability», 25/07/06, www.whitehouse.gov
[5] Traverso, E.: El totalitarismo. Usos y abusos de un concepto. En: Feierstein, Daniel (comp.): Genocidio. La administración de la muerte en la modernidad. Eduntref, Bs. As., 2005.P.134-135
[6] «President Bush and Secretary of State Rice discuss the Middle East crisis», 07/08/06. En www.whitehouse.gov
[7] Eagleton, T.: Op. Cit. P.93
[8] Eagleton, T.: Op. Cit.
[9] Benjamin, Walter: Tesis sobre la filosofía de la historia. En: Ensayos. Editora Nacional, Madrid, 2002. Tomo 1 (Tesis 8)
[10] Levinas, Emmanuel: Trascendencia e inteligibilidad. Ed. Encuentro, Madrid, 2006.
[11] «Interview of the Vice President by Jim Lehrer», 07/02/06. En www.whitehouse.gov
[12] «President Bush meets with the Cabinet», 30/01/06. En www.whitehouse.gov
[13] «Roundtable Interview of the President by the Press Pool», 21/02/06. En www.whitehouse.gov
[14] Reinhart, Tanya: The Roadmap to nowhere. Israel/Palestine since 2003. .Ed. Verso, London, 2006.
[15] Levy, G. y Borovisnsky, T.: Apuntes sobre novedad y articulación. El nazismo y el genocidio nazi. En: Feierstein, Daniel (comp.): Genocidio. La administración de la muerte en la modernidad. Eduntref, Bs. As., 2005. P. 160
[16] Kennan, George: American Diplomacy. The University of Chicago, Chicago, 1984. P. 164/165 (Traducción propia