Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La guerra aérea contra Gaza lanzada por Israel justo antes de Navidad, y la ofensiva por tierra con la que saludó el Año Nuevo, fueron horrendas en su brutalidad, pero no debieran sorprender a nadie, si son consideradas desde el punto de vista de los objetivos estratégicos israelíes a largo plazo. Los israelíes han argumentado que la ofensiva fue lanzada como reacción a ocho años de inclementes ataques de cohetes de Hamas contra Israel. Pero uno se pregunta: ¿por qué ahora? ¿Por qué iban a esperar ocho años?
Posiblemente la masiva embestida militar, que ha matado a más de 800 palestinos y herido a miles, no tenga nada que ver con los cohetes Qassam. Posiblemente no sea una operación militar táctica de Israel, sino una decisión estratégica de los patrocinadores anglo-estadounidenses de Israel, cuyo objetivo en última instancia es la guerra contra Irán. Tal vez los cálculos militares en Tel Aviv son que el continuo bombardeo de Gaza por aire y en combates casa por casa, producirá bajas tan espantosas en la población civil palestina, que Irán, pregonado como respaldo de Hamas, se vea obligado a intervenir en el conflicto. Tal vez sea precisamente la reacción deseada por Israel, a fin de justificar el lanzamiento de su guerra contra la República Islámica, una guerra que ha sido planificada por los israelíes y sus apadrinadores neoconservadores durante muchos años.
Si ese es el nombre del juego, puede suceder que se vuelva enteramente en su contra. No sólo Irán no caerá en su trampa, sino la continua campaña genocida contra los palestinos puede desacreditar del todo a Israel desde el punto de vista político y moral, y contribuir a un cambio en actitudes incluso en Europa, y lo que es más importante, en EE.UU. Eso, por su parte, puede allanar el camino a una redefinición del conflicto y a abrir posibilidades para soluciones reales.
La doctrina de la ruptura total
Lo que hemos presenciado en Gaza desde el 27 de diciembre es la implementación de una parte crucial de una doctrina estratégica anglo-estadounidense para una modificación del mapa de Oriente Próximo (en un contexto más amplio), conocida como «Ruptura Total.» Esa doctrina fue imaginada por la fuerza de tareas neoconservadora de Dick Cheney en 1996 y servida sobre una bandeja de plata al candidato a primer ministro de aquel entonces, Benjamin Netanyahu. La política había sido modelada por Richard Perle, Douglas Feith, David Wurmser y su mujer Meyrav, entre otros, bajo los auspicios del Instituto para Estudios Estratégicos y Políticos Avanzados en Jerusalén. El documento, uno de una serie de documentos de política estratégica desde 1992 que bosquejaron cómo los anglo-estadounidenses podían establecer la hegemonía mundial en el mundo posterior a la Guerra Fría, derivó su nombre de la idea de que Israel debe hacer una «ruptura total» con los históricos Acuerdos de Oslo de 1993 entre ese país y la Autoridad Palestina, y volver a «un proceso y estrategia de paz basados en un (nuevo fundamento intelectual) que restituya la iniciativa estratégica y dé a la nación el espacio para emplear toda la energía posible en la reconstrucción del sionismo, el punto de partida de lo cual debe ser la reforma económica.»
(http://www.iasps.org/strat1.
Ese nuevo enfoque involucraba iniciativas israelíes para asegurar sus fronteras del Norte: «Siria desafía a Israel en suelo libanés. Un enfoque efectivo, con el cual EE.UU. puede simpatizar, sería si Israel tomara la iniciativa estratégica a lo largo de sus fronteras septentrionales enfrentando a Hezbolá, Siria, e Irán, como los principales agentes en Líbano…» Esto no excluía ataques por fuerzas actuando por encargo israelí contra Siria desde el Líbano, atacando instalaciones sirias en el Líbano, así como en la propia Siria.
La doctrina pasaba a desarrollar la idea de que Israel, «en cooperación con Turquía y Jordania» podría conformar el entorno estratégico «debilitando, conteniendo e incluso haciendo retroceder a Siria.» «Este esfuerzo puede concentrarse en la remoción del poder de Sadam Husein en Iraq,» especificaba el documento. En cuanto a la cuestión palestina, «Ruptura Total» era igualmente explícito: «Israel tiene la posibilidad de forjar una nueva relación con los palestinos. Ante todo, los esfuerzos de Israel por asegurar sus calles pueden requerir una persecución directa a áreas controladas por los palestinos, una práctica justificable con la que pueden simpatizar los estadounidenses…»
Ese documento de política de 1996 fue apoyado con entusiasmo por Benjamin Netanyahu, quien presentó días después sus tesis básicas en un discurso ante una sesión conjunta del Congreso de EE.UU., como «su» política. Sin embargo, antes de que pudiera actuar correspondientemente, Israel tendría que esperar hasta que el establishment neoconservador que había preparado la doctrina, recuperara el poder en Washington. Eso ocurrió rápidamente, después de los dudosos resultados de las elecciones presidenciales de 2000 en EE.UU., y los eventos del 11 de septiembre de 2001. El 11-S fue lo que posibilitó que la doctrina estratégica «Ruptura Total» se convirtiera en política militar de EE.UU.
Después que los neoconservadores lograron con éxito derrocar a Sadam Husein en su guerra de 2003, continuaron con un «cambio de régimen por otros medios» en el Líbano (con el asesinato de Hariri por el que se culpó a Damasco). El bombardeo israelí en 2008 de un sitio en Siria del que se afirmó que se trataba de una instalación nuclear, fue la máxima humillación para Damasco. Lo que quedaba en la agenda de la Ruptura Total eran Irán y esas fuerzas árabes islamistas militantes de las que se decía que eran aliadas de Teherán, a saber, Hamas, y Hezbolá en el Líbano. En la prensa y en el campo político se reconoció ampliamente que si la facción de Cheney apoyaba una propuesta israelí de atacar a Irán – sea mediante bombardeos de sus presuntas instalaciones nucleares, y/o fomentando procesos subversivos dentro del país, – los elementos que podrían emprender una reacción asimétrica efectiva contra fuerzas aliadas con los agresores, debían ser eliminados previamente. Esa fue la justificación racional para la guerra israelí de 2006 contra Hezbolá en el Líbano, una guerra que, sin embargo, no resultó como lo preveía el guión de Tel Aviv. Hezbolá prevaleció desde el punto de vista militar y político, para gran mortificación de los cheneyacos en EE.UU., el Reino Unido e Israel.
El objetivo es Irán
Durante todo 2007 y 2008, perduró el debate entre partes preocupadas, incluyendo el sitio en Internet
www.globalresearch.ca, sobre si el partido de la guerra iba a, o podía, montar un ataque militar contra Irán, utilizando el pretexto de que seguían abiertas dudas sobre su programa nuclear, etc. Declaraciones atribuidas al presidente iraní Mahmud Ahmadineyad amenazando la existencia de Israel, fueron exageradas, para justificar un ataque preventivo contra Teherán. Pero hubo que considerar ciertas realidades militares, por lo menos por los que sabían algo sobre guerras.
La preocupación presentada por profesionales militares competentes, incluidos los de dentro de EE.UU., era que, si Irán era atacado (por EE.UU. y / o Israel), la reacción asimétrica por parte de factores pro-iraníes en la región desataría un conflicto regional con un potencial inmediato de convertirse en global. Era ese modo de ver las cosas lo que llevó a responsables de EE.UU. a decir sin rodeos a Israel que no apoyarían un ataque militar contra Irán. Ahora, como confirmación ulterior de este informe, el New York Times acaba de publicar un oportuno artículo detallando la propuesta de Israel y el rechazo por Washington del permiso para bombardear la planta de Irán en Natanz.
(http://www.nytimes.com/2009/
En el artículo de David E. Sanger, se informa que después del Cálculo Nacional de Inteligencia de fines de 2007, que dijo que Irán no tenía un programa de armas nucleares, Israel pidió a EE.UU. bombas revienta búnkeres, permiso para volar sobre espacio aéreo iraquí, y equipo de reabastecimiento de combustible. Según el artículo, el presidente Bush «fue convencido por altos responsables del gobierno, dirigidos por el Secretario de Defensa Robert M. Gates, que cualquier ataque abierto contra Irán sería probablemente inefectivo, llevaría a la expulsión de inspectores internacionales y ocultaría aún más a la vista el esfuerzo nuclear de Irán.» Bush y otros, según las informaciones, también «discutieron la posibilidad de que un ataque aéreo podría poner en marcha una amplia guerra en Oriente Próximo» que atraería fuerzas de EE.UU. en Iraq. El artículo además cita a un portavoz de Gates, diciendo que el Secretario de Defensa declaró una semana antes que creía que «un ataque potencial contra instalaciones iraníes no es algo que nosotros o cualquier otro debiéramos estar considerando en este momento.»
Entre los factores catalogados como pro-iraníes, que podrían ser activados en caso de un ataque contra Irán, estaban las comunidades chiíes, así como milicias armadas en Bahrein, Arabia Saudí, Kuwait, etc., y por cierto Iraq. Hezbolá seguía siendo el principal peligro en el Líbano. Además el movimiento palestino Hamas, aunque no es chií, era considerado una seria amenaza. Por lo tanto, si se iba a considerar alguna acción seria de Israel contra Irán, había que ver primero como encarar a Hamas; no porque sea una fuerza militar tan poderosa, comparable digamos, con Hezbolá, sino porque su papel autoconcebido como principal oposición a las intenciones beligerantes de Israel aseguraría su inmediata movilización en caso de una acción israelí, una movilización que no sería genéricamente política, sino intencionadamente militar, y que apuntaría a cualesquiera vulnerabilidades israelíes.
De ahí la acción contra Hamas. Contrariamente a la propaganda israelí y otra, el ataque contra Hamas a fines de 2008 no tuvo (nada) que ver con la supuesta violación del cese al fuego por la facción palestina, ya que lo que lo violaba era la continuación del bloqueo de Gaza por Israel. Más bien, el ataque militar israelí constituyó una repetición de la estrategia tratada en 2006 contra Hezbolá: eliminar una molestia potencial, mientras se procedía a apuntar a Irán. Los militares del gobierno saliente de EE.UU. habían indicado su rechazo de una nueva guerra contra Irán, pero obviamente no objetarían a la agresión israelí contra Hamas, si era presentada como un hecho aislado.
La facción neoconservadora, dirigida por el vicepresidente saliente Cheney, ve la guerra de Gaza como preparativo para la agresión contra Irán, y la chispa que provoca un conflicto regional. John Bolton, ex embajador de EE.UU. ante la ONU, y uno de los más extrovertidos en el partido de la guerra neoconservador, anunció el 31 de diciembre, que la guerra de Gaza era el primer paso hacia un ataque contra Irán, que él consideraba necesario. «No pienso que haya nada en este momento que separe a Irán de las armas nucleares fuera de la posibilidad del uso de fuerza militar posiblemente por EE.UU., posiblemente por Israel,» fue citado por Fox News. «Así que aunque obviamente nuestro enfoque actual es Gaza,» continuó, «podría resultar en un conflicto mucho mayor. Estamos frente, potencialmente, a una guerra en múltiples frentes.» Y, como resumió Daniel Luban, en un artículo del 10 de enero para http://www.antiwar.com, el consenso general entre los neoconservadores era que la guerra de Gaza es una guerra por encargo contra Irán.
Israel escogió la oportunidad de su guerra de Gaza con extremo cuidado, con las siguientes consideraciones en mente: se podía contar con el presidente incapaz, de cerebro quemado, de EE.UU. para que afirmara públicamente que Israel tenía todo derecho a defenderse contra los letales ataques de los cohetes de Hamas. El presidente electo Barack Obama no se atrevería a censurar la política del gobierno de Bush mientras éste continuara oficialmente en el poder. Cualesquiera iniciativas lanzadas por la Unión Europea serían rechazadas por Israel. La Ministra de Exteriores israelí y el primer ministro Olmert, en los hechos, ignoraron todos y cada uno de los llamados por un cese al fuego por el motivo de que sólo Israel decidiría si y cuando un semejante cese al fuego podía ser organizado. Las demandas de Israel han sido que la comunidad internacional (en la forma que sea – tropas de mantenimiento de la paz de la ONU o lo que sea) tendría una y sólo una tarea: asegurar que Hamas ya no dispararía cohetes hacia Israel, y que ningunas armas serían entregadas a Gaza a través de la frontera egipcia. El poder del establishment israelí para chantajear a cualquier intento europeo u otro de mediación – por motivos del todo tácitos, totalmente implícitos, pero universalmente comprendidos, de que cualquiera crítica de la política israelí podría ser malinterpretada como antisemita – ha sido demostrado. El intento de la troika de la UE de pedir un cese al fuego, como también las acciones de los rusos, no han surtido efecto.
Israel podría estar cometiendo un serio error de cálculo respecto a toda la situación. Hay que plantear que los israelíes pensaban y tal vez sigan pensando – que, si continúan con su inhumana agresión en Gaza, matando a mujeres y niños y aniquilando todo lo que tiene que ver con la vida civil en Gaza, el otro lado se rendirá. Eso no ocurrirá. Todo el que sabe cómo piensan los dirigentes de Hamas, sabe que su resistencia, incluso con sus misiles relativamente modestos, seguirá siendo lanzada hasta el último hombre. Para miembros militantes de Hamas, no existe el temor de morir en la lucha; al contrario, un combatiente caído en la batalla por la liberación es un mártir.
De la misma manera, si los israelíes creen que su escalada de la guerra provocará a Hezbolá, pero aún más importante, a Irán, a entrar en escena, pueden cometer un error igual de grave. El líder de Hezbolá Hassan Nasrallah hizo un importante discurso el 30 de diciembre, denunciando la agresión israelí y llamando a defender a los palestinos. Significativamente, comparó explícitamente la guerra de Gaza con la guerra israelí contra Hezbolá (en el Líbano) en 2006. «Lo que sucede hoy en Gaza no es similar sino idéntico con lo que pasó en julio de 2006.» (http://www.presstv.ir/pop/
En cuanto a Irán, la reacción de la dirigencia ha sido extremadamente cautelosa. Inmediatamente después de la agresión, hubo manifestaciones sin obstáculos en Irán, pero la dirigencia advirtió explícitamente a los manifestantes que no atacaran u ocuparan misiones diplomáticas de naciones extranjeras, por ejemplo, la embajada británica, a la que apuntaban algunos manifestantes. Cuando, el 5 de enero, se informó que 70.000 estudiantes iraníes habían declarado su disposición de ir a Israel como atacantes suicidas, el régimen respondió inequívocamente que esa (no) era la respuesta. Citaron al Supremo Líder de la Revolución, Ayatolá Ali Jamenei el 10 de enero, como diciendo: «Agradezco a la juventud piadosa y devota que ha pedido ir a Gaza, pero hay que señalar que nuestras manos están atadas en esa arena.» Irán criticó la inacción de gobiernos árabes, pero eso fue todo. El presidente del parlamento iraní, Ali Larijani, se había reunido en Damasco con el líder de Hamas, Khaled Meshaal y el presidente sirio Bashar al-Assad el 7 de enero para discutir la crisis.
Aunque algunos comentaristas han tratado de presentar esos eventos en Irán como parte de una lucha política interna de facciones entre Ahmadineyad, visto como el militante, y Jamenei, visto como el estadista experimentado, el tema trasciende cualquiera controversia interna semejante. El tema es estratégico, y los iraníes lo saben.
En breve, parece que tanto Hezbolá como la dirigencia iraní han comprendido el tipo de trampa que les estaban tendiendo, y que se han abstenido sabiamente de tomar cualquier paso irracional que pudiera atraparlos. Cabe esperar que seguirán guardando un perfil bajo, y que esperarán el momento oportuno, a la espera de que los palestinos puedan resistir hasta que se complete el cambio de régimen en Washington.
El cambio en Washington
El poder político dirigente que podría efectuar un giro importante en la crisis, obligar a Israel a retirarse de su guerra genocida, e imponer serias negociaciones orientadas a un fin del derramamiento de sangre y a una paz justa, es EE.UU. La historia ha mostrado, desde la intervención de Eisenhower en la crisis de Suez, a posteriores acciones de EE.UU. por la paz en Oriente Próximo, por Jimmy Carter, Bill Clinton, y otros. Que, si se aplica el poder de la presidencia de EE.UU. al problema, algo puede ser logrado. La esperanza es que el presidente entrante Barack Obama cumpla con sus promesas de la campaña de introducir un cambio fundamental en la política exterior de EE.UU., emprender el diálogo con supuestos adversarios (Hamas, Hezbolá, Irán, Siria) a la busca de soluciones viables a las crisis regionales involucradas.
Aunque nada será seguro hasta que Obama haga su discurso inaugural el 20 de enero, hay señales de que cumplirá sus promesas electorales. Primer, ha anunciado una serie de nombramientos promisores. Que haya nombrado a Leon Panetta como jefe de la CIA fue un paso valeroso; aunque Panetta no tiene experiencia en los servicios de inteligencia, se ha pronunciado como opuesto por principio a toda clase de tortura, y se puede esperar que ayude a implementar la promesa de Obama de clausurar la infame prisión de Guantánamo, y de revertir la política y las prácticas anticonstitucionales del gobierno de Bush. El vicepresidente de Obama, Joe Biden ha sido una voz relativamente racional en el Comité de Relaciones Exteriores en el Senado. Varias otras personas designadas, desde el equipo de política económica, a los del área de la justicia, como Dawn Johnsen, Elena Kagan y Tom Perelli, provienen del gobierno de Bill Clinton.
En cuanto a su equipo de política exterior involucrado directamente en Oriente Próximo, Hillary Clinton como Secretaria de Estado es obviamente central. Muchos en la región recordarán que la señora Clinton hizo una desgraciada conversión inversa en camino a Damasco, hace algunos años. Aunque había llegado a los titulares, y había hecho amigos, después de haberse comprometido política y personalmente con Suha Arafat, la esposa del presidente de la Autoridad Palestina, Yasir Arafat, en 1999, poco después dio media vuelta, durante su primera campaña por un escaño en el Senado del Estado de Nueva York, donde el voto pro-sionista es importante. Habiéndolo dicho, la señora Clinton es esposa del ex presidente Bill Clinton, quien se esforzó por forjar una paz justa entre Israel y los palestinos, en Camp David, hasta que su intento fue saboteado por Ehud Barak. Durante la campaña presidencial, la señora Clinton expresó declaraciones formuladas a la ligera sobre Irán – que rectificó posteriormente – y desde luego estuvo junto a Israel y su «derecho a la autodefensa,» etc., como era de esperar de cualquier personaje político de EE.UU. Es de esperar que lo que ella represente en su nuevo puesto, dependerá más de cuál sea la política general de la presidencia Obama, que de sus puntos de vista personales.
En cuanto a Obama, afirmó repetidamente en la campaña que se reuniría con supuestos adversarios, incluyendo a las dirigencias de Irán, Hamas, Hezbolá, etc., sobre la base de que se puede llegar a un progreso diplomático con enemigos, no sólo con amigos. Recientemente lo repitió, diciendo que pensaba que Irán constituía una amenaza, pero que debía ser encarada mediante la diplomacia. Desde el estallido de la guerra de Gaza, se han filtrado informes, que luego fueron desmentidos a la ligera, de que el equipo de Obama estaría dispuesto a establecer contactos con Hamas. El Guardian de Londres informó el 9 de enero que tres personas cercanas al campo de Obama dijeron, confidencialmente, que Obama estaría abierto a contactos a bajo nivel con Hamas. (http://.www.guardian.co.uk/
Aunque esto fue desmentido, suena plausible.
Se ha prestado considerable atención a la orientación política de varios de los asesores de Obama y a otras personas nombradas. Se ha planteado que Richard Haas será un importante enviado en Oriente Próximo. Haas fue coautor de un reciente estudio del Consejo de Relaciones Exteriores [CFR] «Restaurando el equilibrio,» (http://www.cfr.org/
La intervención del ex presidente Jimmy Carter también ha sido muy útil. Carter, quien supervisó los acuerdos de paz de Camp David entre Israel y Egipto, es autor de un libro revelador «Peace not Apartheid.» [Paz no Apartheid]. En el contexto de la furiosa guerra de Gaza, Carter presentó una opinión editorial en el
Washington Post del 8 de enero, con el título «Una guerra innecesaria,» en la que argumentó, desde el punto de vista de su experiencia en la región, que «la devastadora invasión de Gaza por Israel podría haber sido fácilmente evitada.»
El bumerán
Mientras tanto la guerra continúa e Israel amenaza con una mayor escalada del conflicto, se multiplican los informes sobre atrocidades, y la reacción de la opinión pública mundial es afectada. Hasta ahora, se ha informado que fue bombardeada una escuela de la ONU, declarada como refugio para civiles; que atacaron un convoy de ayuda humanitaria de la ONU, matando a un conductor e hiriendo a otros; que una casa en la que los militares israelíes habían dicho a 110 palestinos que se refugiaran, fue poco después bombardeada, y 30 asesinados; que bombardearon un edificio de la ONU instalado para refugiados.
Aunque los israelíes han negado sistemáticamente los hechos o alegado ignorancia, hay suficientes testigos, especialmente en la Cruz Roja y el personal de la ONU, como para dejar las cosas en claro. Lo que emerge del cuadro general, es que los israelíes están haciendo en Gaza lo que los anglo-estadounidenses hicieron en Iraq, sólo en un margen de tiempo mucho más breve y con consecuencias más devastadoras. Si se comparan los eventos de Gaza con el drama de Iraq: entre 1990, después de la invasión de Kuwait, y 2003, cuando EE.UU. declaró su victoria en su guerra contra Sadam Husein, Iraq había sido sometido a un embargo genocida, que privó a 18 millones de ciudadanos de alimentos, medicinas y otros bienes vitales. El embargo continuó incluso después que Tormenta del Desierto había destruido totalmente la infraestructura del país (energía, agua, transporte, salud, etc.), y en el período interino, las fuerzas aéreas de EE.UU. y el Reino Unido bombardearon sistemáticamente las defensas antiaéreas de Iraq, bajo la rúbrica de las «zonas de no vuelo.»
Lo que los israelíes han hecho en Gaza es notablemente similar: mediante su cierre de Gaza, el sellado de las fronteras con Israel y Egipto, colocaron al pueblo palestinos en la situación de un «campo de concentración,» como declaró recientemente el cardenal Renato Raffaele Martino de Justitia et Pax del Vaticano. La población ha sido privada de importaciones normales de alimentos, medicina y energía, y luego sometida a bombardeos aéreos y ataques de artillería por una fuerza vastamente superior. El único resultado puede ser genocida.
Después de la guerra israelí contra Hezbolá en el verano de 2006, el analista sénior israelí doctor Martin van Krefeld dijo a un seminario en Alemania, que en ese evento, la reacción de los israelíes había sido la de un «perro rabioso». Describió la reacción terriblemente desproporcionada de Israel como demostración de que los israelíes son «perros rabiosos.» Ciertamente, su caracterización se aplicaría hoy sin lugar a dudas a la guerra de Gaza. Pero en lugar de producir pavor, una semejante violencia de perro rabioso provoca una indignación justificada.
Declaraciones de dirigentes israelíes, publicadas en informes noticiosos en Europa, han contribuido a la indignación. La ministra de exteriores Livni, por ejemplo, declaró temprano en la guerra, que la gran disparidad en víctimas entre palestinos e israelíes, carecía de importancia. Si cientos de palestinos fueron muertos por los bombardeos, en comparación con menos de diez israelíes por los cohetes lanzados por Hamas, no importa; no importan las cifras, sino el hecho de que Hamas disparaba contra civiles. El presidente israelí Shimon Peres hizo una declaración aún más ofensiva. Cuando se le preguntó sobre la gran cantidad de niños palestinos muertos, dijo que, sí, es verdad, hay muchos niños palestinos y muy pocas víctimas entre niños israelíes, pero eso es porque «nosotros cuidamos a nuestros niños.»
El control psicológico ejercido sobre grandes partes de la población en los países occidentales, en Europa y en EE.UU., como resultado de los horrendos crímenes perpetrados por los nazis en la Segunda Guerra Mundial contra los judíos, ha sido masivo. Pero ahora, a la luz de las atrocidades cometidas contra civiles palestinos en Gaza, ese control se está rompiendo. Decenas de miles de alemanes han salido a las calles desde el Año Nuevo, para protestar contra la guerra en Gaza, personalidades políticas se han pronunciado, y cartas a los editores de los principales periódicos alemanes han documentado el hecho de que el chantaje psicológico ya no funciona.
La respuesta más elocuente en Alemania a la continua catástrofe en Gaza fue suministrada por el músico y director Daniel Barenboim, quien, al impedir las hostilidades que se presentara como estaba programado en Qatar, reorganizó rápidamente su programa de conciertos, para llevar a su histórica orquesta árabe-israelí a Berlín el 12 de enero y de allí a Moscú, Milán y Viena. El compromiso de Barenboim ha sido definir un nivel completamente nuevo, más elevado, desde el cual se pueda superar este insano conflicto, manipulado durante decenios por fuerzas geopolíticas. El hecho de que las entradas para su concierto en Berlín se hayan agotado en 24 horas, y que se haya tenido que agregar un segundo concierto para corresponder a la demanda, es un testimonio del deseo entre muchos alemanes, de buscar soluciones a través del medio de las ideas universales de la gran música.
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Muriel Mirak-Weissbach es una escritora independiente basada en Alemania y frecuente colaboradora de Global Research. Ha escrito extensivamente sobre los planes de guerra de EE.UU. en Oriente Próximo, concentrándose en las continuas amenazas de Washington contra Irán.
Durante los años noventa, fue coordinadora del Comité para Salvar a los Niños de Iraq, una coalición multipartidaria, que organizó la ayuda humanitaria para niños iraquíes, incluyendo su atención en hospitales alemanes y estadounidenses, con la que no podían contar en Iraq debido a las sanciones.
Ha visitado Irán muchas veces desde 1997, y ha realizado entrevistas con destacadas personalidades políticas. También es una conocida especialista en la cultura y literatura persa y árabe.
Para contactos con la autora, escriba a: [email protected]