Entre el 27 de febrero y el 13 de marzo, aviones F15 de la Fuerza Aérea estadounidense (USAF) realizarán, junto a una veintena de aviones de combate Eurofighter, F-18 y Mirage F-1 del Ejército español, ejercicios de entrenamiento en «combate aéreo desigual» en una franja de espacio aéreo situada al sur del Archipiélago canario. Los […]
Entre el 27 de febrero y el 13 de marzo, aviones F15 de la Fuerza Aérea estadounidense (USAF) realizarán, junto a una veintena de aviones de combate Eurofighter, F-18 y Mirage F-1 del Ejército español, ejercicios de entrenamiento en «combate aéreo desigual» en una franja de espacio aéreo situada al sur del Archipiélago canario.
Los aviones F15 han sido utilizados por EE.UU. en sus ataques contra Irak y Afganistán, así como en otra buena parte de sus numerosas intervenciones militares, con los efectos devastadores que pueden esperarse del que -según numerosos expertos- es «el mejor caza de la USAF».
Con estos ejercicios de simulación de combate aéreo Canarias se convierte en el escenario en que el Ejecutivo de Rodríguez Zapatero empieza a hacer efectivo su compromiso de aumentar la implicación del Estado español en los frentes bélicos abiertos por los EE.UU., así como en la preparación de sus futuras aventuras militares. En efecto, tras la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama, la diplomacia española ha centrado buena parte de sus esfuerzos en reestablecer las «tradicionales buenas relaciones» con la potencia norteamericana, empañadas coyunturalmente durante la presidencia de George W. Bush. Un objetivo que implica apoyar la nueva orientación dada por Obama a lo que su predecesor bautizó como «Guerra global contra el terrorismo».
La primera manifestación de este compromiso español se conocía hace escasas fechas, tras el viaje del Ministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel Moratinos a Washington. Allí, Moratinos hacía público que España está dispuesta a hacerse cargo de algunos de los presos de Guantánamo, siempre que se solventen los «problemas legales» que puedan existir. Con esta excusa legalista, aducida habitualmente por la socialdemocracia española, varios miembros del gobierno psocialista dejaban clara su disposición a ayudar a Barack Obama a cerrar Guantánamo, sin tener que poner en libertad ni indemnizar de forma alguna a quienes han sido secuestrados y recluidos en este campo de concentración y tortura. Es decir, que el Ejecutivo español acepta ser cómplice de una operación que -a todas luces- parece consistir en suprimir el símbolo de la ignominia, enviando a sus víctimas a otras cárceles donde -ya sin ninguna repulsa internacional- continuarán su cautiverio el tiempo que sea necesario para salvaguardar la «seguridad nacional» de EE.UU.
«Obama ha sido muy astuto políticamente ocupándose de Guantánamo -denunciaba recientemente Zachary Katznelson, abogado de los presos que aún permanecen en esta prisión- pero el 90% del iceberg que queda bajo el agua todavía es secreto. Estados Unidos mantiene a 16000 presos, completamente fuera de la ley, en cárceles de Iraq, Afganistán y otros países».
Otra de las promesas electorales que más contribuyó a aumentar la popularidad de Barack Obama, la de que retiraría las tropas estadounidenses de Irak, también ha tardado bien poco en ser incumplida por el nuevo presidente demócrata. Obama ha dispuesto, en realidad, una «retirada parcial», cuyo comienzo está previsto para agosto de 2010, y que dejará hasta 50000 soldados en el país árabe. Sin duda, una apreciable fuerza de ocupación que se encargará de dirigir y entrenar a un ejército cipayo, además de ejecutar directamente operaciones contra la resistencia iraquí. Tanto esta disminución de efectivos como la perspectiva de una retirada total en el año 2012 -siempre supeditada a la consolidación de un Gobierno títere capaz de garantizar los intereses de EE.UU.- ya formaban parte de la estrategia para la región adoptada durante las postrimerías del último mandato de George W. Bush.
Pero la retirada parcial del frente iraquí responde también, y fundamentalmente, a la intención de Barack Obama de reconducir sus esfuerzos bélicos hacia la zona de Eurasia que -según las teorizaciones de su asesor Zbigniew Brzezinski– debe dominar EE.UU si pretende mantener su hegemonía mundial. Coherentemente con estos objetivos, Obama daba recientemente la orden de enviar otros 17000 soldados a Afganistán, donde se duplicará el número actual de efectivos, y ha manifestado públicamente su disposición a extender los ataques al vecino Pakistán si sus planes militares así lo requirieran.
La imagen amistosa de Barack Obama, en suma, responde tan sólo a una magnífica labor de marketing y al consenso político y mediático que ha logrado concitar el nuevo presidente estadounidense. Un firme defensor del Estado terrorista de Israel que, según advertía su vicepresidente Joseph Biden poco después de su victoria electoral, «demostrará a los enemigos de EE.UU. que tiene acero en su espina dorsal». Los aviones de la Fuerza Aérea estadounidense que ponen a punto su capacidad de destrucción hoy en Canarias son, por tanto, los mismos que dentro de unos días podrían matar civiles en cualquier aldea de Afganistán. Y tampoco se puede ignorar la posibilidad de que, algunos de los sparrings del Ejército español del Aire sean desplazados en un futuro al país asiático, como parte del esfuerzo «antiterrorista» que Estados Unidos está solicitando a sus socios europeos. Pese a todo, estas maniobras militares se desarrollan sin generar la más leve contestación social en las organizaciones y colectivos de la izquierda canaria.
Igualmente significativo resulta el hecho de que el Gobierno psocialista que dispone la realización de estos entrenamientos en el cielo del Archipiélago, aparezca todavía para no pocos como un «ejecutivo pacifista». Calificativo cuando menos peculiar, para referirse a quienes, sólo un año después de la victoria de José Luís Rodríguez Zapatero, duplicaron el gasto militar español situándolo en 15.677,14 millones de euros y, en la actualidad, ya lo han elevado hasta los 18.609,60 millones.