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Educación para la ciudadanía

Fuentes: Atlántica XXII (Asturias)

«Los judíos de los judíos», dice el escritor libanés Elias Khoury para referirse al proceso de deshumanización de los palestinos bajo la ocupación israelí. Durante siglos -Gobineau, Chamberlain y Hitler, pero también Voltaire, Renan, Hegel- la Europa civilizada que mataba negros y amarillos en otras latitudes, consideró a «sus» judíos una incrustación oriental inasimilable, moldeada […]

«Los judíos de los judíos», dice el escritor libanés Elias Khoury para referirse al proceso de deshumanización de los palestinos bajo la ocupación israelí. Durante siglos -Gobineau, Chamberlain y Hitler, pero también Voltaire, Renan, Hegel- la Europa civilizada que mataba negros y amarillos en otras latitudes, consideró a «sus» judíos una incrustación oriental inasimilable, moldeada para siempre por todos los vicios de las «razas asiáticas». En este sentido, el sionismo surgió a finales del siglo XIX como un movimiento, no de liberación del «pueblo judío», sino de europeización del judaismo.

La única europeización que la Europa racista y antisemita podía tolerar y hasta alentar es precisamente la que pusieron en marcha Herzl, Weizmann y Ben Gurion y pasaba paradójicamente por la expulsión de los judíos de Europa y por la colonización de un territorio robado a Asia. La alianza orgánica entre sionismo y antisemitismo, que el judío universal Karl Kraus supo ver muy tempranamente, se revela en esta obra monstruosa de saneamiento radical del «orientalismo» hebreo. Para ser europeos, los judíos tenían que abandonar Europa y tenían además que comportarse como europeos con los otros pueblos; tenían que negarse al asimilacionismo para ser asimilados y tenían que colonizar brutalmente otro país, con toda la arrogancia racista de los europeos, para ser respetados como iguales. Hoy Israel forma parte de Europa y los judíos, gracias al sionismo, han sido completamente asimilados en el imaginario occidental; mientras que los palestinos, por culpa del sionismo, se han convertido en los «judíos» de Israel y los inmigrantes musulmanes, por su parte, se han convertido en los «judíos» de Francia, Italia y España. La integración europea del judaismo es tan completa que las mismas derechas que hace 70 años eran antisemitas hoy son antipalestinas y prosionistas.

Durante los 26 días que duró el linchamiento de Gaza hemos visto imágenes y leído declaraciones de una ofensiva obscenidad: cosas -literalmente- «fuera de lugar», gestos y palabras que no debían haber ocupado la escena. Hemos visto casas desmigajadas que deberían seguir en pie, cadáveres destripados de niños que deberían estar jugando al balón, sollozos de madres moribundas que deberían estar arrullando felizmente a sus bebés; y hemos oído decir que la destrucción de esas casas y el asesinato de esos niños y el tormento de esas madres eran actos humanitarios de imparcial justicia democrática.

Pero lo más obsceno no ocurrió en Gaza ni durante las interminables jornadas de bombardeos sin piedad. Ocurrió el día 18 de enero por la noche, en la Jerusalén ocupada. Mientras los tanques israelíes daban la espalda a los escombros humeantes y las manos palestinas excavaban temblorosas bajo ellos, Ehud Olmert, criminal de guerra y gran anfitrión, invitó a cenar a algunos presidentes europeos. Nuestros gobernantes aceptaron e incluso se dejaron fotografiar. Zapatero, que no negocia con ETA, cenó con Olmert. Berlusconi y Merkel y Sarkozy, tan intolerantes con Cuba o Venezuela, cenaron con Olmert.. Europa, ceñuda vocera del antiterrorismo y los DDHH, se deja tocar, abrazar, palmear la espalda por Olmert; brinda con él y ríe sus chistes y celebra a su lado la matanza impune de «nuestros judíos» de Gaza.

Nos estamos acostumbrando de tal manera a que sólo las cosas obscenas aparezcan en escena que sólo nos parecen ya fuera de lugar las protestas contra la obscenidad. En una habitación cerrada, mientras cenan en buena camadería (esa es la lección de la película El Padrino), los más terribles mafiosos, porque se divierten, porque se muestran generosos entre ellos, porque afirman sus sadianas solidaridades internas, acaban por creerse buenos. Y por parecérnoslo. El mundo es gobernado desde una habitación cerrada -cuyos límites son los del mundo mismo- en la que los occidentales matan y cenan, cenan y matan, y a fuerza de cenar juntos y de matar impunemente han acabado por creerse más humanos que los demás. Como en el caso de la mafia, podrán seguir haciendo lo que hacen mientras a nosotros también nos lo parezcan.

Educación para la ciudadanía. La cena de Jerusalén ofrece en realidad una lección muy simple a los niños del mundo: la violencia es buena, útil, divertida y hace ganar amigos. Si alguien dice esto, puede acabar en una celda de aislamiento; si lo hace, verá aumentar su prestigio y su carisma. Cada bomba de racimo, cada misil, cada carga de fósforo blanco lanzadas sobre Gaza han sido una alegre invitación a cenar que todos los gobernantes de Europa se han apresurado a aceptar.


Atlántica XXII