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Desmantelando la matriz de control

Fuentes: Merip.org

Traducido por J.M. y S.Seguí. Revisado por Caty R.

Hace casi diez años, escribí un artículo en el que describía «la matriz de control» israelí sobre los territorios palestinos ocupados. Consistía, entonces, en tres sistemas engarzados que se acoplaban con exactitud: la administración militar de gran parte de Cisjordania, con incesantes incursiones armadas y aéreas en cualquier punto del territorio; un entramado de «hechos sobre el terreno», especialmente las colonias bien visibles en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este, además de carreteras que conectan los asentamientos y medidas administrativas como la demolición de viviendas y las deportaciones. En el año 2000 argumenté que, a menos que se destruyera esta matriz, la ocupación no cesaría y la solución de dos Estados sería inalcanzable.

Desde entonces, la ocupación ha crecido enormemente, más fuerte y más arraigada. La primera década del siglo XXI ha conocido en encogimiento progresivo y la fragmentación constante del territorio palestino expropiado a mansalva, puestos de control y otras restricciones físicas a la libertad de movimientos, la construcción masiva de colonias, más carreteras y más grandes sólo para los colonos israelíes, el control sobre los recursos naturales y, lo más visible de todo, la construcción del muro de separación en Cisjordania y Jerusalén Este. Desde diciembre de 2000, según la organización israelí por los derechos humanos B’tezlem, la población de colonos de Cisjordania aumentó en 86.000 personas, y la de Jerusalén Este en 50.000. Se evacuó a los colonos y soldados de Gaza en el año 2005, pero Israel conserva el control absoluto sobre la entrada y salida de personas y mercancías desde y hacia toda la franja costera, corta periódicamente el suministro de combustible y otros suministros básicos para castigar a la población y la somete a incursiones militares según su voluntad. Todos los territorios palestinos están sometidos, en diferentes grados, a las medidas administrativas de demolición de viviendas, «clausura» de las actividades económicas, restricciones administrativas del movimiento, deportación, emigración inducida y muchas más.

En realidad, la matriz ha configurado nuevamente el país, de tal forma que en la actualidad parece imposible separar un territorio palestino soberano y viable de un Israel que se ha expandido hasta el río Jordán. Cualquiera que esté familiarizado con «los hechos sobre el terreno» de Israel, en primer lugar las colonias colonos, llegará a la conclusión que, en la práctica, la matriz no puede separarse gradualmente dejando algunos asentamientos por aquí, una ruta por allá y una «tremenda» Jerusalén israelí en el medio. La matriz se ha vuelto demasiado complicada. Si se desmantelase pieza a pieza, con Israel instalado en el argumento de la seguridad de cada «hecho sobre el terreno», se convertiría en una serie de frustrantes confrontaciones que no conducirían a nada. El único camino hacia la solución de dos Estados, sin que sea una operación de maquillaje del apartheid, es cortar el nudo gordiano. La comunidad internacional, con Estados Unidos a la cabeza, debe decirle a Israel que la ocupación debe terminar completamente. Israel debe abandonar cada palmo de tierra de los Territorios Ocupados. Punto.

Y ahora, en este momento crítico en el que Israel entierra la solución de dos Estados bajo el peso de las colonias, aparece un gran imponderable: ¿El presidente Obama habla realmente en serio cuando promueve la solución de dos Estados, o es la misma cantilena de las administraciones anteriores?

Las hojas de té

Muchos palestinos, israelíes y autores de propuestas internacionales para llegar a una paz justa, tomaron seriamente los primeros gestos de Obama. Empezando por la designación del ex senador George Mitchell como enviado especial, y después el discurso del propio presidente Obama en El Cairo el 4 de junio, fueron señales que abrían cautas esperanzas después de años de lucha y desengaños. Algunas formulaciones del discurso, como el temor de los palestinos a recibir un «territorio dislocado» y las humillaciones diarias a la que les somete la ocupación, ya se habían oído antes. Pero hubo algo nuevo: Obama dijo que la solución de los dos Estados «es de interés para Israel, de interés para los palestinos y de interés para todo el mundo». Obama pareció «entender esto», es decir, entendió que EEUU está aislado políticamente por su apoyo incondicional a Israel, lo que a su vez se ve como un obstáculo para la solución del conflicto. Y por primera vez aparece un presidente de Estados Unidos diciendo que la resolución del conflicto es de vital interés para su país y no sólo algo bueno que hay que hacer. Esas palabras levantan considerablemente las barreras. Al enmarcar el conflicto de esa forma, se facilita el camino de la administración estadounidense para ganar apoyo en el Congreso para endurecer las exigencias a Israel, a la vez que socava la capacidad del American Israel Public Affairs Committee (AIPAC) para montar estrategias de resistencia efectivas, dada la suspicacia de los judíos estadounidenses con respecto a la doble lealtad.

Sin embargo, desde el discurso de El Cairo, han vuelto serias sospechas con respecto a los esfuerzos de Estados Unidos. La única demanda de Obama a Israel ha sido la «congelación» de la colonización, un gesto simbólico seguramente bienvenido, pero irrelevante en cualquier proceso de paz. Israel cuenta con las suficientes ciudades de colonias en «bloques» estratégicos que le permitirían congelar la construcción sin arriesgar su control sobre Cisjordania, el «Gran Jerusalén» y las zonas árabes del norte, sur y este de la ciudad donde Israel plantó su bandera. Centrándose en este asunto, en el que meses después continúa el regateo, se ha provisto a Israel de una cortina de humo tras la que puede, activa y libremente, seguir construyendo edificaciones significativas y urgentes que, una vez finalizadas, convertirán la ocupación en un hecho irreversible. Israel se apresura para completar el muro de separación, que ya presenta como la nueva frontera, en sustitución de la «Línea Verde», la frontera anterior a junio de l967, a la cual se supone que Israel debe retroceder, según las resoluciones del Consejo de Seguridad, pero a la que han renunciado incluso los más ardientes defensores de la solución de los dos Estados. Israel derriba viviendas, expulsa a residentes palestinos y permite asentamientos judíos en Jerusalén Este, progresando de forma imparable la «judaización» de la ciudad. Se trata de la confiscación de porciones de tierra en Cisjordania y en el «gran» Jerusalén, echando grandes cantidades de asfalto en el nuevo y febril trazado de carreteras que permitirá consolidar definitivamente la nueva configuración del mapa; de la confiscación de una gran porción de tierra palestina para la construcción de una extensa línea ferroviaria que conectará Cisjordania con Israel pasando por las colonias de Pisgat Zee’v; de forzar el desecamiento de las principales zonas agrícolas de Cisjordania para obligar a miles de personas a abandonar sus tierras; de establecer un pasaporte restrictivo que mantiene alejados a los palestinos de dentro y fuera del país, y de limitar sus movimientos en los bantustanes palestinos de Cisjordania.

La colonización continúa «calladamente» tras el escenario de la diplomacia, pero los pocos detalles que trascienden distan mucho de ser tranquilizadores. El Departamento de Estado calificó burlonamente de «ficción» un documento de diez puntos que entregó a la prensa Hasan Khreisheh, de Fatah, que asegura la «presencia internacional» en algunas partes de Cisjordania y el apoyo de Estados Unidos a un Estado palestino en 2011. En este supuesto plan, parece que lo más probable es que EEUU pretende una congelación parcial de las actividades de colonización a cambio de que Washington se comprometa a presionar más a Irán, por medio de sanciones más duras, por su programa de desarrollo nuclear. El 25 de agosto, The Guardian mencionó «un acercamiento oficial a las negociaciones» diciendo: «El mensaje es: Irán es una amenaza existencial para Israel; las colonias no lo son». Según todos los indicios, si la administración Obama presenta un plan de paz regional, que muchos esperan en fecha cercana a la reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas el próximo 20 de septiembre, no sería más que un «borrador». No es exagerado decir que la solución de dos Estados crecerá o caerá según las líneas generales de dicho borrador y que, probablemente, caerá para siempre si no se presenta un plan concreto, lo que también es posible. A pesar de que la solución de dos Estados se ha elogiado muchas veces en el pasado, Obama representa un caso paradigmático. Si el presidente de EEUU al final presenta un plan de paz decepcionante que no ofrezca un avance real, el viraje hacia la solución de un Estado, propuesto por parte del pueblo palestino y sus partidarios internacionales, será inevitable.

Soberanía y viabilidad

Entonces, ¿cómo se puede juzgar el plan de Obama si todavía no se conoce? Se pueden predecir sus posibilidades de éxito según como responda a las necesidades fundamentales, las quejas y las aspiraciones de los pueblos afectados. Una manera efectiva de acercarse a la finalización del conflicto, al contrario de las posturas trasnochadas, descansa en definitiva en seis elementos: expresión nacional para ambos pueblos; la viabilidad económica de Palestina; un planteamiento claro en la cuestión de los refugiados; un enfoque regional, y garantías de seguridad de conformidad con las normas de los derechos humanos, la ley internacional y las resoluciones de la ONU.

Los judíos de Israel y los árabes palestinos no son simplemente grupos étnicos, como, por ejemplo, los judíos o los árabes estadounidenses. Son dos pueblos que, como los grupos nacionales de cualquier parte, exigen su derecho a la autodeterminación. Esta realidad, de hecho, hace creíble la solución de dos Estados, pero sólo si el Estado palestino se convierte en un Estado realmente soberano y con viabilidad económica. No hay que olvidar que en la época del apartheid, Sudáfrica estableció diez «bantustanes», los pequeños y empobrecidos «territorios patrios» en el 11% del territorio sudafricano que simulaban contemplar las exigencias de la población negra del derecho a la autodeterminación, pero en realidad eran para asegurar la democracia de los blancos en el 89% del territorio nacional. La idea del Primer Ministro israelí Benjamín Netanyahu de que los palestinos van a alcanzar una «autonomía con ciertas características de Estado» en el 15% de la Palestina histórica -«más autonomía, menos independencia», como lo denominó- es una reminiscencia del apartheid.

Si el plan de la administración Obama no corta el nudo gordiano que es la matriz de control israelí -algo que ningún plan o iniciativa ha conseguido hasta ahora- simplemente caerá la iniciativa de alcanzar una solución equitativa de dos Estados. Sólo una retirada total de Israel de todos los Territorios Ocupados y una Jerusalén compartida sin restricciones de movimiento pueden impedir una Palestina convertida en bantustanes.

El plan de Obama, como los de sus predecesores, parece dirigido a dejar la mayoría de los bloques de colonias intactos, incluidos los de Jerusalén Este y los de la «Gran» Jerusalén. Incluso con los denominados «canjes» territoriales, la soberanía y viabilidad del Estado palestino se verían significativamente comprometidas. Las áreas designadas en los mapas israelíes para una futura expansión de las colonias de Ma’alé Adumim llegan hasta los alrededores de Jericó, en el valle del Jordán, mientras los bloques de Ariel ya se extienden desde la ciudad cisjordana de Nablús hacia el sur. Si tenemos en cuenta el conjunto de colonias y carreteras que se interconectan, dejando fuera a los palestinos y sus vehículos comerciales desviados por carreteras secundarias, mientras los puestos de control que pretenden defender el enmarañado tráfico de los colonos se ha convertido en un previsible galimatías de horarios imprevisibles, y además el imponente muro, no tenemos un paisaje apropiado para lograr una integración económica fácil.

Entonces, ¿por qué se dejan intactos esos asentamientos masivos? El argumento es que sus residentes se opondrían hasta el punto de crear una guerra civil en Israel. Esto es un sinsentido. Es cierto que estos bloques contienen al 85% de los israelíes que viven en los Territorios Ocupados, pero éstos no son los colonos que por motivos ideológicos reclaman toda la tierra de Israel, desde el mar Mediterráneo hasta el río Jordán. Son israelíes «normales» que se vieron atraídos hacia las colonias por la alta calidad y la accesibilidad de las viviendas. No tendrían objeciones para reinstalarse dentro de Israel con la condición que no disminuya su nivel de vida; y la economía israelí, con la asistencia de los donantes internacionales, no tendría problemas para asumir el coste de esa población que consta de unas 200.000 personas. Las colonias de la «gran» Jerusalén, que albergan a otros 190.000 judíos israelíes, no representan ningún problema. Los residentes son libres de permanecer donde están, integrados en una Jerusalén compartida.

En cuanto a los colonos «ideológicos» de Cisjordania, sólo unos 40.000 (de casi 6.000.000 millones de judíos en total), se les puede reubicar fácilmente dentro de Israel, como se hizo con los colonos que salieron de Gaza cuando la retirada. Su traslado sería una prueba de tolerancia a nivel internacional, por supuesto, ya que los colonos son capaces de movilizar el apoyo de los partidos de la derecha israelí. Desde el momento en que Israel no pueda salir con el poco convincente argumento de la necesidad de seguridad para esas pequeñas colonias, no habrá lugar para una oposición interna; la comunidad internacional no puede permitir estos frívolos argumentos que desestabilizan el sistema global internacional. Si la legítima preocupación del público israelí por su seguridad se pone en manos de la comunidad internacional, que podría ser, no hay ninguna razón para que Israel no vuelva a las fronteras anteriores a junio de 1967. De hecho, si el episodio de Gaza demuestra algo, es que el público israelí está dispuesto a eliminar las colonias si está convencido de que eso incrementará su seguridad. Si recordamos a los israelíes que incluso abandonando cada palmo de los Territorios Ocupados todavía les quedará la soberanía sobre el 78% del país -que no es un mal negocio que para lo que pronto será una población judía minoritaria- deberían sellar el acuerdo.

Refugiados

El plan de Obama, si llega a ver la luz del día, es probable que también adopte la posición israelí de que los refugiados palestinos sólo puedan ser repatriados al Estado palestino en sí, no a sus antiguos hogares dentro de Israel. Esta condición representa una carga económica pesada para el futuro y pequeño Estado, puesto que los refugiados constituyen, en general, una población traumatizada y empobrecida, con educación y capacidad profesional mínimas. Añádase a esto otro hecho significativo: el 60% de la población palestina es menor de 18 años. Un Estado palestino sin capacidad para emplear a su gente y ofrecer un futuro a su juventud no es más que un estado-prisión.

Ahora bien, tanto la iniciativa de paz del presidente George W. Bush de 2003, como también, probablemente, el plan de Obama, reconocen y recogen en la hoja de ruta la necesidad de un Estado palestino viable. A pesar de su reducido tamaño, un estudio de la Rand Corporation llegó a la conclusión de que tal Estado es posible, pero sólo si controla su territorio, sus fronteras y recursos y el movimiento de personas y mercancías. Hay que hacer que Israel comprenda que, si bien seguirá siendo la potencia hegemónica en la región, su propia seguridad a largo plazo depende del bienestar económico de sus vecinos palestinos.

El 80% de los palestinos son refugiados, y la mitad de la población palestina sigue viviendo en campamentos de refugiados dentro y alrededor de su patria. Cualquier paz sostenible depende de la resolución justa de la cuestión de los refugiados. Técnicamente, la solución del problema de los refugiados es especialmente difícil. Los negociadores palestinos, apoyados por la Liga Árabe, han acordado un paquete, que tendrá que contar con el acuerdo de Israel y los palestinos, que conlleva una combinación de repatriación a Israel y al Estado palestino, reasentamientos y compensaciones.

El paquete debe contener, sin embargo, otros dos elementos, sin los cuales la cuestión no se resolverá y no se llegará a la reconciliación. En primer lugar, Israel debe reconocer el derecho de los refugiados al retorno, una resolución de la cuestión no puede depender exclusivamente de gestos humanitarios. E Israel debe reconocer su responsabilidad en la conducción de los refugiados desde sus países. Así como en su día los judíos esperaron que Alemania aceptara la responsabilidad de lo que hizo en el Holocausto (y los israelíes criticaron al Papa durante su visita, en el verano de 2009, por no pedir suficientes disculpas), así como China y Corea del Sur no van a cerrar el libro de la Segunda Guerra Mundial hasta que Japón reconozca sus crímenes de guerra, así también, la cuestión de los refugiados seguirá supurando y frustrando los intentos de llevar la paz a la región hasta que Israel reconozca su papel y pida perdón. El establecimiento de una paz auténtica no puede limitarse sólo a las soluciones técnicas, sino que también debe ocuparse de las heridas causadas por el conflicto.

Enfoque regional, Derecho y seguridad internacionales

La ventaja de Obama sobre sus predecesores radica en su entendimiento de que el conflicto palestino-israelí es parte -y en cierto modo epicentro simbólico- de un problema regional más amplio que se extiende desde los países vecinos a Iraq, Irán, Afganistán, Pakistán y, de hecho, a todo el mundo musulmán y más allá. Esta comprensión se encuentra detrás de su formulación según la cual la persistencia del conflicto es contraria a los intereses vitales de EEUU, y detrás de las declaraciones de su jefe de gabinete, Rahm Emmanuel, en el sentido de que una solución al conflicto es una condición virtual para abordar la cuestión de Irán. Es precisamente esta relación, negada durante mucho tiempo por Israel, que insiste en que la cuestión palestina debe tratarse por separado, la que la administración de Obama parece haber adoptado por fin. De hecho, incluso en los confines del conflicto palestino-israelí en sí, las cuestiones clave -los refugiados, la seguridad, el agua, el desarrollo económico y otros- son de alcance regional. Una paz perfecta entre Israel y Palestina, que permita un florecimiento de ambos países, no es una solución viable para ninguno de los dos si los convierte islas de prosperidad en una región empobrecida e inestable.

Israel tiene, por supuesto, fundamentales y legítimas necesidades de seguridad, como los palestinos y los demás pueblos de la región. A diferencia de los gobiernos israelíes, el sector pacifista israelí cree que la seguridad no puede abordarse de forma aislada, que Israel no va a encontrar paz y seguridad a menos que se establezca una paz duradera con los palestinos y se alcance una cierta integración en la región de Oriente Próximo. Y, efectivamente, rechaza la idea de que la seguridad se pueda lograr por medios militares. La pretensión de Israel de que el problema de seguridad se resuelva antes de realizar cualquier progreso político es tan ilógica como interesada. Todo el mundo, incluidos la clase política israelí, el ejército, el movimiento por la paz y los propios palestinos, sabe que el terrorismo es un síntoma que sólo puede abordarse como parte de un enfoque más amplio de los agravios subyacentes del conflicto. Israel, que también deben rendir cuentas por su utilización del terror estatal, no se puede permitir explotar legítimas preocupaciones de seguridad para llevar adelante una agenda política de control permanente.

En la medida en que las negociaciones se inicien, deben tener como términos de referencia el Derecho Internacional y las Resoluciones de la ONU, si es que los palestinos han de disfrutar de una cierta paridad, siquiera mínima, con sus interlocutores israelíes. La falta de fundamento en tales principios fue la fatal deficiencia de todos los intentos anteriores de llegar a un acuerdo. Una vez que las negociaciones se basan exclusivamente en el poder, los palestinos pierden, por estar en total inferioridad frente a Israel, que controla totalmente la vida y el territorio palestinos. De hecho, un acuerdo de paz basado en el Derecho Internacional y los derechos humanos -es decir, una paz justa- ofrecería las mejores perspectivas de trabajo.

Cartas ganadoras

En pocas palabras, cualquier plan, propuesta o iniciativa de paz palestina-israelí debe ser filtrada a través de la siguiente serie de preguntas críticas: ¿el plan pone realmente fin a la ocupación, o es simplemente una tapadera, sutil, para el control?, ¿ofrece una paz justa y sostenible o simplemente una tranquilidad impuesta y falsa?, ¿ofrece un Estado palestino que sea territorial, política y económicamente viable, o simplemente un estado-prisión?, ¿aborda con realismo y justicia la cuestión de los refugiados?, y por último, ¿este plan ofrece seguridad y desarrollo regional?

Si bien se puede ver con cierto optimismo el hecho de que un presidente de EEUU comprenda finalmente la necesidad de una paz global en Oriente Próximo, aunque sólo sea por el bien de los intereses de EEUU, es difícil ser optimista sobre las perspectivas de una paz de ese tipo. No importa cuál sea el plan, Israel no cooperará ni negociará de buena fe. La solución tendrá que ser impuesta, si no abiertamente de forma que haga que el mantenimiento por Israel de los Territorios Ocupados sea demasiado costoso. Simplemente, una suspensión del acceso privilegiado de Israel a la tecnología militar y los mercados estadounidenses, por ejemplo, podría producir este efecto.

Cualquier intento de presionar a Israel, sin embargo, se topará con un obstáculo familiar: el Congreso de Estados Unidos, la carta ganadora de Israel en sus partidas con el Gobierno. En el caso de Obama, los dirigentes israelíes saben bien que su propio partido siempre ha sido mucho más pro israelí que los republicanos. Su pérdida de impulso después del discurso de El Cairo (quizá relacionada con las dificultades a las que se enfrenta con su reforma sanitaria) ha dado alas a un AIPAC momentáneamente intimidado. A principios de agosto, el envalentonado lobby presentó una carta firmada por 71 senadores de ambos partidos -encabezada por los senadores Evan Bayh (D-IN) y Jim Risch (R-ID)- que pedía al presidente que dejara en paz a Israel y presionara con más fuerza a los países árabes para normalizar las relaciones con Israel. En sus declaraciones con ocasión de la presentación de George Mitchell como enviado especial, y posteriormente, Obama pidió una normalización simultánea con las medidas de Israel para aliviar las cargas de la ocupación, en oposición al Plan de Paz de la Liga Árabe de 2002, que propone que los países árabes establezcan vínculos con Israel después de la retirada a las fronteras anteriores a 1967. Ahora, el AIPAC y sus partidarios en el Congreso quieren que el Gobierno promueva la normalización antes de cualquier propuesta israelí de ningún tipo. El gobierno de Netanyahu también ha desempeñado su papel. En agosto, sus ministros, de pie en el sitio estratégicamente decisivo denominado E-1, entre Jerusalén y el asentamiento de Maale Adumim, prometieron que Israel continuaría la construcción de asentamientos en cualquier lugar que le plazca. El 7 de septiembre, Israel anunció que iba a comenzar a trabajar en 500 apartamentos nuevos en Pisgat Zeev y 455 en otros lugares de Cisjordania. Estas acciones equivalen, esencialmente, a decirle a Obama que se vaya al infierno, sólo unas semanas antes de la proyectada puesta marcha de su iniciativa de paz. EEUU respondió con una declaración expresando su «pesar».

Cualquier plan de paz palestino-israelí que tenga la mínima posibilidad de éxito requiere una estrategia de marketing eficaz y un nivel de firmeza aún no visto en un presidente de EEUU, excepto, quizás, en Dwight Eisenhower y Jimmy Carter. La única esperanza de Obama de romper el muro de Israel y la resistencia del Partido Demócrata descansa en articular un enfoque de la paz de principios claros y aceptados basados en los derechos humanos y la justicia, presentado en términos de los intereses de EEUU. Una evaluación fría y calculada de los intereses de EEUU, sin duda llevaría a Obama en esta dirección. El tiempo lo dirá, aunque la floja respuesta a la construcción de nuevos asentamientos no presagia nada bueno.

Mientras tanto, la creciente oposición a la ocupación por parte de los movimientos populares internacionales está haciendo cada vez más difícil a los gobiernos apoyar las políticas israelíes. El movimiento que tiene por objetivo el boicot, las desinversión y las sanciones a Israel aumenta día a día, a medida que el conflicto palestino-israelí comienza a asumir las dimensiones de la lucha contra el apartheid. Pero los palestinos, por agotados y dolientes que estén, poseen una carta ganadora propia. Ellos son los guardianes de la puerta. Hasta que la mayoría de los palestinos, y no sólo los líderes políticos, no declare que el conflicto ha terminado, el conflicto no habrá terminado. Hasta que la mayoría de los palestinos no crea que haya llegado la hora de normalizar las relaciones con Israel, no habrá normalización. Israel no puede ganar, aunque crea que sí, por lo que sigue presionando para completar la matriz y excluir la posibilidad de un Estado palestino viable. El fracaso de otra iniciativa de paz sólo llevará a la galvanización de los esfuerzos internacionales para lograr justicia para los palestinos. Sólo que esta vez la demanda es probable que sea de un solo Estado binacional, la única alternativa que se ajusta a la realidad de un Estado único y binacional que Israel ha forjado en su fútil intento de imponer un régimen de apartheid.

Jeff Halper es el director del Comité Israelí contra la Demolición de Casas. Su correo es [email protected].

S. Seguí es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a los traductores y la fuente.

Texto original en inglés: http://www.merip.org/mero/mero091109.html