En la noche de ayer tuve dos conmovedoras experiencias mediante la televisión. La primera fue observar las imágenes del pueblo hondureño reprimido, agredido, bloqueado pero no vencido por los militares golpistas, que reniegan de sus congéneres por el simple hecho de reclamar el regreso del Presidente democráticamente elegido por ese pueblo y brutalmente depuesto. La […]
En la noche de ayer tuve dos conmovedoras experiencias mediante la televisión. La primera fue observar las imágenes del pueblo hondureño reprimido, agredido, bloqueado pero no vencido por los militares golpistas, que reniegan de sus congéneres por el simple hecho de reclamar el regreso del Presidente democráticamente elegido por ese pueblo y brutalmente depuesto.
La segunda experiencia, en ese orden, fue ver el reportaje de la Televisión Cubana sobre el Concierto por la Paz que se realizó en La Habana el pasado domingo 20 de septiembre, en el que más de un millón de cubanos fueron, para los artistas, el público que siempre ha demostrado ser: entusiasta y respetuoso con los amigos visitantes, apasionado y cariñoso con sus compatriotas.
Los dos pueblos, el hondureño y el cubano, son los principales protagonistas de ambos sucesos. Los dos pueblos actúan en correspondencia con sus respectivas situaciones específicas. Los dos pueblos se toman a su vez como referentes. Los hondureños, porque saben que en Cuba hay un pueblo aguerrido que durante 50 años ha enfrentado y continuará su lucha contra todas las presiones y agresiones de quienes quieren hacernos claudicar de nuestra Revolución sin poder lograrlo. Los cubanos porque apoyamos resueltamente la batalla de los hermanos hondureños hasta el punto de que, si fuera necesario, iríamos hasta allí a defenderlos con nuestras propias manos. He ahí el sentido dialéctico de la guerra y de la paz para los revolucionarios, o lo que es igual: la guerra por la paz.
Han sido muchos y diversos los efectos en la opinión pública internacional del Concierto por la Paz. Lamentablemente hoy los recursos de la Web permiten coexistir en ella a lo sublime con lo ridículo, a la poesía con la expresión soez, a los periodistas honestos y transparentes con los mercenarios de la prensa amarilla y de la roja -que en este caso no es comunista, sino todo lo contrario-, a los «izquierdistas» que actúan desde la plataforma ideológica del capitalismo con los verdaderos revolucionarios, a los legítimos hombres y mujeres de la cultura con los «culturosos» prohijados por el dólar, y lo que es peor, silencia a los pobres que no tienen acceso a esa Web, en beneficio de los ricos que en muchas partes la dominan.
Sin embargo, en ese panorama la cultura vence, se impone sobre la mentira, la verdad se yergue enhiesta, y como en Cuba revolucionaria la Web y los medios de difusión están al servicio de la verdad y de la cultura, el Concierto por la Paz fue transmitido al país y al mundo en vivo, en proyección directa, sin ediciones, sin adulteraciones, ni censuras. Todo cuanto en la Plaza de la Revolución José Martí de La Habana ocurrió fue visto y escuchado a través de los medios. Nada quedó oculto, ni las emociones. Por todo ello no es fortuito que Fidel lo catalogó como un «extraordinario concierto» Véase pues este como un acto de fe de los cubanos, artistas y pueblo, en nosotros mismos.
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