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Militarizada «fiesta nacional» y publicidad bélico-futbolística

Fuentes: Rebelión

Fue en 1981, después del 23-F, cuando el país seguía temblando ante el espadón del Ejército franquista y se seguían manejando tímidamente los símbolos de la tradición franquista con el tema «que algo cambia para que nadie cambia», cuando el Real Decreto 3217/1981 publicado en el primer BOE de 1982 por el mortecino gobierno de […]

Fue en 1981, después del 23-F, cuando el país seguía temblando ante el espadón del Ejército franquista y se seguían manejando tímidamente los símbolos de la tradición franquista con el tema «que algo cambia para que nadie cambia», cuando el Real Decreto 3217/1981 publicado en el primer BOE de 1982 por el mortecino gobierno de la UCD confirmaba el 12 de octubre como Fiesta Nacional de España y, a un tiempo, como Día de la Hispanidad.

Cinco años más tarde, en 1987, la Ley 18/1987 ratificaba como festividad nacional de España el día asociado a la conquista y colonización americanas1 y establecía el Día de la Fiesta Nacional el 12 de octubre, prescindiendo de la denominación «Día de la Hispanidad».

La «Fiesta Nacional de España», este es el término oficial según Ley 18/1987, conmemora el errónea y sesgadamente denominado día del descubrimiento de América como fiesta del país. El 12 de octubre de cada año se celebra un desfile militar al que asisten el Rey Juan Carlos I junto a su Real Familia y los principales representantes de los diversos poderes del Estado y de las autonomías. No hay que usar ningún telescopio especial para ver con meridiana claridad que el desfile de tropas, Legión y cabras incluídas, muestra sus fuerzas esencialmente a la figura del Rey borbónico como máximo representante del Estado y como general a un tiempo de los Ejércitos españoles.

La ciudadanía del país no amanece ese día llena de entusiasmo. En numerosos hogares, como quería razonablemente Brassens, las gentes aprovechan para descansar y holgazanear plácidamente. No les mueve, no les ha movido nunca, la música militar. Tampoco ésta. Eso sí, algunos grupillos de falangistas y franquistas nostálgicos se reúnen para vindicar no sé sabe muy bien qué: la España Una y Grande, el fascismo, el franquismo, la Raza española, la Hispanidad impuesta a golpe de espada, el Imperio contraataca de la España de siempre. No se conocen con exactitud sus demandas. A nadie les importa.

Cabe no olvidar que esa misma jornada, en todos los cuarteles de la Guardia Civil, se celebra también el día de su patrona: la Virgen del Pilar. Ahí es nada, conjunción perfecta.

Hispanidad, por otra parte, era un término del español clásico, que según la Wikipedia en español2, había caído en desuso a principios del siglo XX. En 1926 el sacerdote Zacarías de Vizcarra propuso que «Hispanidad» sustituira a «Raza» en las celebraciones del doce de octubre. La celebración del doce de octubre como «Fiesta de la Raza» había sido propuesta en 1913 por Faustino Rodríguez-San Pedro desde la organización Unión Ibero-Americana y en 1918 alcanzó en España el rango de fiesta nacional con esa denominación.

Esteban Pinillas de las Heras, en el que en mi opinion es el mejor estudio sobre el grupo Laye publicado hasta la fecha (En menos de Libertad. Dimensiones políticas del grupo Laye en Barcelona y en España, Barcelona, Anthropos, 1989) cuenta así la historia de forma resumida y no sin alguna arista españolista no siempre ausente en el decir y escribir del gran sociólogo soriano-barcelonés:

    Conviene puntualizar que en los años veite el término raza no tenía la significación cuasi zoológica que luego pusieron de moda los nazis alemanes y sus imitadores por todo el mundo. Durante la dictadura de Primo de Riera el término «raza» no designaba tampoco ninguna hipotética raza española. El llamado Día de la Raza había sido instaurado en 1917 por el presidente de la República Argentina Hipólito Yrigoyen, del Partido Radical, llegado a poder por vía electoral normal en 1916, y así abriendo por primera vez en la historia argentina la posibilidad de un gobierno popular no conservador ni sujeto a la oligarquía terrateniente. Yrigoyen tenía ascendencia vasca y en parte «sangre» (como se decía entonces) indígena: sus rasgos son convenientemente mestizos. La raza de Yrigoyen no era la «raza» sola procedente de España, sino la resultante de un mestizaje entre los originarios de la Península Ibérica y los descendientes de los antiguos pobladores de América.

Fue, concluye Pinilla de las Heras, durante los primeros años de la dictadura del general golpista Franco cuando el Día de la Raza, el 12 de octubre, luego llamado día de la hispanidad, recibió «una significación imperialista y a veces mesiánica, que en modo alguno habían estado presentes en el ánimo del presidente Yrigoyen en Buenos Aires en 1917.

Efectivamente, el 12 de octubre de 1939, tras poco más de seis meses de posguerra atroz, la celebración oficial del día de la Raza, presidida por el golpista Francisco Franco, tuvo lugar en Zaragoza, con especial referencia devota a la Virgen del Pilar y, sobre todo, como Día de la Hispanidad, vértice destacado de la nueva política interior y exterior que entonces se propugnaba

De lo que fue la conquista americana, este breve paso de una carta de René Zavaleta Mercado, dirigida a Sacristán, desde México, con fecha 23 de febrero de 19733, es indicio claro:

    Ha sido un largo tiempo lamentable. Ya los últimos meses de Torres consistieron en un ascenso de masas de tal envergadura que no podían sino concluir en el alzamiento en el que concluyeron. Combatimos como pudimos, hubo mortandad que parecía española y, después de escondernos un tiempo, tuvimos que ganar la frontera, aquella salvaje frontera que parece otra etapa geológica de la tierra… [el énfasis es mío]

Mortandad que parecía, sólo parecía, una mortandad española. Era difícil estar a su altura.

Hubieron, desde luego, formas más afables de referirse a la Hispanidad. Así, en este homenaje al Fondo de Cultura Económica, aparecido en una reseña de Introducción a la Filosofía de Jean Wahl. publicada en Laye en 19514, Sacristán sugería una curiosa definición:

    Las personas propensas a creer que la Hispanidad no pasa de ser un pretexto para la retórica gruesa deben considerar la riqueza literaria que nos llega de la América española. Entonces descubrirán -por ejemplo- que Hispanidad es, cuando menos, eso que nos permite leer La Colmena.

    Los Breviarios del FCE, son tal vez los más sorprendentes de todos esos libros que nos remite la Hispanidad. Son en principio, manualitos divulgadores. Pero con frecuencia sus satinadas páginas producen sorpresas de cierta magnitud. De mucha es la que proporciona el manual de Wahl.

    (…) Quedamos, pues, en que, por el momento, la Hispanidad es eso que nos permite leer La Colmena de Cela y la  Introducción a la Filosofía de Jean Wahl.

En todo caso, el propio Sacristán, en su presentación de la edición española de la autobiografía de Gerónimo5, ya dijo lo esencial del asunto dando cuenta de la pregunta esencial de Las Casas. Fue en 1975.

    Frederick W. Turner, cuya edición de la historia de Gerónimo he seguido en esta traducción, empieza su ensayo sobre el jefe apache con las palabras siguientes:

      «Para los apologistas de los indios, los aficionados a las cosas indias en general y los anticuarios de tendencia sentimental, el estudio de los chiricahuas y de su historia y la carrera de Gerónimo representan una verdadera piedra de toque. Muchas de esas personas preferirían concentrarse en torno a la historia y las costumbres de otras tribus, como los cheyennes, los navajos o los sioux, ninguna de las cuales fue jamás tan agresiva como la de los chiricahuas. Pero precisamente por eso es tan interesante esta tribu».

El mismo motivo de interés habían tenido en la redacción de la colección Hipótesis, señalaba Sacristán, una colección de Grijalbo que codirigía junto a Francisco Fernández Buey, para escoger la narración autobiográfica de Gerónimo como primer ofrecimiento en memoria de Las Casas, en las celebraciones del quinto centenario de su nacimiento.

    Salvo que uno esté muy bien predispuesto, es difícil idealizar a los apaches al modo como lo pudieron ser los sénecas, o los mohicanos, o los hurones. Las costumbres de los apaches, y especialmente las de los chiricahuas, no podían ser muy suaves; eran las costumbres de un pueblo de cazadores-recolectores que, por su situación geográfica, se vio obligado a considerar la acción guerrera en busca de botín tan importante para su supervivencia como la caza misma. En contacto y roce con varias otras naciones, todas más numerosas que la apache, en una tierra predominantemente árida, estos hombres que aceptaron para sí mismos el nombre de «apaches» (la palabra quiere decir «enemigos») desarrollaron una de la culturas más agresivas que se conocen. Entre las causas comúnmente aceptadas de que el norte de la república mexicana no tenga casi población india primitiva destacan las mortíferas expediciones de los apaches, matando personas y llevándose ganado o alimentos, desde los tiempos del imperio azteca hasta finales del siglo XVIII y, ya más huyendo que atacando, buena parte del siglo XIX. Las mismas tradiciones del nómada -que, por ejemplo, no puede entorpecer su marcha con débiles, enfermos y ancianos por lo que suele desarrollar al respecto un juego de valores más bien sobrecogedor- no son como para hacer grata la estampa de estos cuatreros soberbios, cargados, además, hasta hace poco con los papeles más siniestros en las películas del Oeste de antes del mal de fin de siècle.

Si a eso se añadía, proseguía Sacristán, la hosca moral del éxito guerrero que desarrollaron los chiricahuas, se hacía muy difícil excitar en su favor movimientos de ánimo acríticos. Pero es que no se trataba de eso, en absoluto:

    Los apaches, al no facilitarnos las cosas, al impedirnos descansar en una mala conciencia nostálgica, nos dejan solos y fríos, a los europeos, ante la pregunta de Las Casas, la pregunta por la justicia, la cual no cambia porque el indio sea el trágico Cuauhtémoc en su melancólica elegancia o un apache de manos sucias y rebosando licor tisuin por las orejas. Por otra parte, además de ser de Las Casas, este planteamiento tiene la virtud de contraponerse al amoralismo cientificista, forma hoy frecuente del progresismo. Los apaches, tan cerrados ellos, obligan al progresista a reconocerse genocida, o a reconocer que a lo mejor tiene sentido político la palabra «justicia».

    Gerónimo mismo es muestra de la general inferioridad estética de los apaches respecto de otras naciones indias. Turner incurre, sin duda, en una ingenuidad cuando dice que Gerónimo explotó a sus explotadores y se convirtió en un redomado capitalista. Un explotador no vive de vender unos pocos arcos y flechas hechos por sus manos, pero es verdad que Gerónimo no alcanza la delicadeza profunda de la mayoría de los demás jefes indios tan famosos como él. No era hombre de pronunciar la frase, hoy célebre, del jefe sioux Toro Sentado acerca de su corazón «rojo y dulce».

Sin embargo, destacaba Sacristán, aunque inocentemente Toro Sentado, Alce Negro y varios otros grandes jefes y chamanes indios acabaron por participar en el Wild West Show de William F. Cody y otras empresas análogas, Gerónimo nunca lo hizo, guerreó hasta el final.

    El pobre Toro Sentado andaba con ese feo golfo de Buffalo Bill en aquel verano de 1885 en que Gerónimo urdió su última campaña guerrillera, la jornada del desespero que terminó en el Cañón del Esqueleto.

Y a pesar de todo, enfatizaba Sacristán, no consiguieron corromperlo.

    Lo exhibieron en ferias, una vez que hubieron decidido no ahorcarlo, como al principio pensaron; lo redujeron a pequeña industria familiar de souvenirs; lo fotografiaron publicitariamente. Pero no consiguieron que dejara de ser un luchador hasta el final, un guerrero, como probablemente se diría él a sí mismo. Hasta el último momento está luchando por conseguir que su pueblo pueda «volver a Arizona». Y todavía cuando cuenta su vida a Barrett tiene detalles inolvidables de buen combatiente: Gerónimo ha contado la matanza de prisioneros norteamericanos, bajo la dirección de Cochise, en la reacción colérica de los chiricahuas a la estratagema traicionera de que han sido víctimas; en seguida se para, nota que puede haber cometido un error y cierra el paso en defensa de los suyos: «De todos los que intervinieron en aquel asunto, yo soy el único que hoy vive» (página 87)…

Sin embargo, a pesar de lo dicho y escrito, seguimos celebrando institucionalmente el día de la fiesta Nacional con aromas de Hispanidad, aunque el término no se recoja en la denominación.

Y, como siempre, con ostentoso y pueril desfile militar incluido. Que la demostración militar acompañe inexorablemente a la celebración dice mucho de las características de ésta. Por ello, vale la pena detenernos sobre una página publicitaria institucional que ha aprecido estos días en la prensa, acompañada de un anuncio televisivo de las mismas características que no he sido capaz de ver por insoportable.

El anuncio de prensa que publicita el 12 de octubre de 2009, el día de la fiesta Nacional, y que tengo ante mi vista, está firmado por el Gobierno de España-Ministerio de Defensa-Fuerzas Armadas. Institucionalidad en su version más destacada. Se remite en el mismo anuncio a la página del Ministerio de Defensa (¿de Defensa?) y se destaca una proposición normativa con el sabor masculino de la casa: «El valor de servir».

El lema destacado para este año es: «Conoce tus fuerzas». Nos son conocidas.

En la página, una enorme fotografía con 7 soldados y 1 una soldada de la Brigada Acorazada Guadarrama XII. En medio, con corbata, camisa y ropajes militares, nada más y nada menos que el seleccionador del equipo español de bútbol, el señor Vicente del Bosque. Cara risueña, paso firme, alegres soldados mirándole con admiración, y debajo el lema para la ocasion: «Ellos entrenan cada mañana no para ganar partidos sino para estar al servicio de los demás».

No se trata de sacar punta, acaso sea innecesario por evidente, pero hay que caer en el delirio publicitario más inimaginable para sugerir, con éxito en la empresa, como lema para la ocasión el entrenamiento diario de los soldados y su finalidad de servicio colectivo, la mezcla estúpida de fútbol y milicia, el rostro y figura de un entrenador, trasvestido para la ocasión, acompañado por soldados de un Brigada, acorazada desde luego.

¡Y luego dicen que el deporte no está politizado! ¡Y luego dicen que hay que separar diversion y obligación! ¡Y luego dicen que los símbolos del deporte español no hacen política! ¡Y luego censuran cuando la gente se manifiesta en un partido de fútbol contra el himno y la Monarquía!

Sin olvidar lo esencial del día según este anuncio del propio Gobierno de España: ejército, ejército y ejército. Este es la tríada que impera el Día de la Fiesta Nacional.

¿Fiesta ciudadana dijoalguien? ¿Dónde? ¿Cuándo? Por favor…

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.