Los medios de incomunicación de masas de Buenos Aires han agitado esta semana (del 15 de febrero en adelante) un extraño diferendo entre el embajador Héctor Timerman y Clarín. Extraño, porque ambas partes, acusados y acusadores, niegan y reniegan de la piedra del escándalo, presuntamente el antisemitismo. Clarín anuncia que desactivó el blog que desencadenara […]
Los medios de incomunicación de masas de Buenos Aires han agitado esta semana (del 15 de febrero en adelante) un extraño diferendo entre el embajador Héctor Timerman y Clarín.
Extraño, porque ambas partes, acusados y acusadores, niegan y reniegan de la piedra del escándalo, presuntamente el antisemitismo.
Clarín anuncia que desactivó el blog que desencadenara el conflicto por «no respectar [sic, ¡los estragos que ha provocado en Clarín la supresión de correctores humanos!] las Politicas del Sitio.»
La piedra del escándalo fue la afirmación de que Timerman es un «sionista militante». Automáticamente, la DAIA, el aludido Timerman, el mismo Clarín, se apresuraron a traducir esa calificación como que se atacaba «la condición de judío del diplomático» (iton gadol, agencia para el «diario quehacer de la comunidad»).
Otro sitio web, http://el-gallo-en-alpargatas.
E. Arrivillaga parece ser un periodista escasamente confiable, al cual no se le puede creer una palabra porque sus vinculaciones parecen mucho más pesadas que su afán por desvelar realidades. Parece ser un incondicional de Duhalde y un entusiasta con las funciones que el expresidente le quiere otorgar, restituir, a las ff.aa.
O sea que lo relevante de este episodio mediático e ideológico no es precisamente la poco atractiva ideología del desencadenador del asunto, el mencionado Arrivillaga, sino la curiosa coincidencia de Timerman, DAIA, Clarín, su jefe Kirschbaum, pero también El Argentino, Página 12, periodistas radiales, en calificar como antisemitismo un hecho que no lo es o que al menos no tiene porque serlo.
Es como si todos quisieran ver las ropas del emperador…
Calificar a alguien de sionista no es antisemitismo. Ni siquiera es, en pura lógica, antisemitismo calificar a alguien críticamente como sionista.
Porque el sionismo se refiere a un «movimiento de liberación nacional» fundado en el siglo XIX y que expresó hasta mediados del s. XX apenas a una minoría de judíos (aunque se pueda suponer que ahora expresa a una mayoría). Es un movimiento, una organización político-ideológica que logró plasmar un estado racista mediante el colonialismo a la europea en tierra asiática (como se hicieron, desde Europa, tantos otros).
Y lo judío alude a una entidad muy anterior, milenaria (el calendario judío habla de seis milenios), tiene una base religiosa, aunque la pérdida del ímpetu o sentido proselitista haya llevado a que dicha comunidad se haga tendencialmente endogámica. Religiosos o agnósticos, distan de ser un pueblo; basta ver los perfiles étnicos tan disímiles entre judíos, practicantes de la religión (o no).
Tan llamativa coincidencia para calificar de antisemitismo hasta la expresión «sionista militante» lleva a pensar en la reciente decisión de la dirección política israelí de iniciar una campaña de lavado de imagen luego de verificar el aumento de críticas sobre los asentamientos (colonialismo puro), el trato a palestinos (racismo puro) y el ataque a la Franja de Gaza de hace un año (represión pura).
El actual ministro de Información, un ministerio flamante, reparemos, Yuli Edelstein, está a cargo de una campaña con folletería que pregunta: «¿Está usted hasta la coronilla por la forma en que se nos retrata en el mundo? Usted puede cambiar esto.»1 Tenemos que «movilizar nuestro capital humano«, agrega. Curiosamente alude a las reservas intelectuales israelíes y no a las económicas que no son menos significativas.
El mismo Bronner cita al docente Schlomo Avineri que considera a la campaña como «pueril». Por las imágenes que combate (que los británicos crean que el medio de locomoción principal en Israel sea el camello… algo que ni el más despistado rioplatense podrá imaginar). Pero, agrega, percibe un tufillo bolchevique, «haciendo de cada ciudadano un sirviente civil honorario de la política gubernamental.» Cuando nos enteremos que «en una segunda fase de la campaña los ciudadanos van a ser entrenados para hablar en la televisión y en radios extranjeras» 2 la presunción de Avineri no suena tan disparatada.
Pero, como decía un inolvidable profesor de filosofía, Mario Sambarino: «hay límites para el macaneo».
Pese a los afanes de Israel por confundir en un único «paquete» lo judío y lo sionista, allí están, cada vez más, judíos que no aceptan el comportamiento israelí para con los palestinos, por ejemplo. Y está el diccionario, para seguir aprendiendo a pensar y a discernir conceptos y entidades, no confundirlas ni revolverlas para ganancia de algunos «pescadores».
Luis E. Sabini Fernández es editor de la revista rioplatense Futuros
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.