Antes y ahora, no se trata de un enfrentamiento entre turbas y opositores, sino la respuesta del pueblo qe no está dispuesto a entregar sus banderas ni a tambalear ante las campañas mediáticas
Dicen que a finales de los años 50, cuando La Habana vivía una temperatura insurreccional que abrasaba a los sicarios de la dictadura, un conocido jefe de policía llegó a prohibir que difundiesen por la emisora Radio Reloj cualquier noticia relacionada con acciones revolucionarias.
«Es que el tic tac de Reloj multiplica los hechos cada quince minutos, y en una hora ya son cuatro en lugar de uno» cuentan que dijo el sanguinario Salas Cañizares, abatido posteriormente en un allanamiento policial a la embajada de Haití en busca de militantes de acción y sabotaje alojados en esa sede diplomática para escapar de la feroz represión que arrojaba a las cunetas cadáveres irreconocibles.
Viene la anécdota a la memoria no para establecer paralelo entre situaciones diferentes (el derecho a la Revolución y el pataleo de la contrarrevolución), sino para evocar el poder de los medios de información aún cuando apenas se desarrollaba la televisión y lejos de suponer la aparición de la llamada red de redes.
En esa época, las agencias internacionales de noticias ya llenaban principales espacios en los órganos de prensa del continente, pero poco o ningún caso hacían a las denuncias de torturas, asesinatos y desaparecidos en Cuba como consecuencia del enfrentamiento de miles de jóvenes, trabajadores y familias completas a la dictadura de Fulgencio Batista aferrada al poder con la complicidad del gobierno de Estados Unidos.
Tampoco se hicieron eco ni dieron seguimiento noticioso de los cientos de miles de víctimas en los decenios de las dictaduras militares que se instauraron con asesoría yanqui en América Latina, ni de los horrores del Plan Cóndor que los investigadores siguen todavía minuciosamente para conocer el destino de miles de niños desaparecidos y llevados a otros países, arrebatados a sus padres asesinados y negados los retoños a sus abuelos y otros familiares.
Esa capacidad de reflejar la realidad de un modo más o menos real o distorsionarla hasta hacerla casi irreconocible por los propios protagonistas de los acontecimientos es lo que ha convertido a los medios en poderosos instrumentos de los cuales es imposible prescindir en la actualidad.
Sea para justificar una guerra imperial abierta o encubierta, derrocar un gobierno legítimo o para defender la soberanía de cualquier nación que se propone recuperarla para la mayoría de sus habitantes, la participación de los medios se planifica en los estados mayores militares y políticos como la de un singular ejército que podría decidir el curso victorioso o negativo de las acciones.
Se decía, en época de Montesquieu, que la prensa era el cuarto poder, más la realidad de su posterior implicación en el ascenso, mantenimiento y desmontaje de cualquier acontecimiento político, económico y social hace que en nuestros días se considere sin dudas como portaestandartes del primer y único poder.
Los grandes medios que concentran bajo un mismo mando cada vez más estrecho la hegemonía económica y política a nivel supranacional actúan muchas veces como obedientes abanderados de las señales provenientes del imperio, emitidas desde la Casa Blanca o desde una capital europea.
Si se trata de girar los cañones sobre el tema Cuba habrá siempre que buscar la influencia de los grupos de mafiosos cubanoamericanos interesados en volatilizar cualquier tendencia o movimiento aderezado a normalizar relaciones entre los dos países, o que implique la disminución de ingresos provenientes de la llamada industria anticastrista.
MÁS ALLÁ DE UNA RETÓRICA
La gruesa artillería de la prensa, radio, televisión y desde hace unos años de Internet, disparando hacia un mismo objetivo, no puede tener otro propósito comprensible que ablandar el objetivo atacado, desorganizarlo, neutralizar la resistencia y crear premisas para obligar al contrario (en este caso el pueblo cubano) a rendirse y aceptar las condiciones que se le imponen.
No es retórica guerrerista, pues se trata de cómo los medios, dominados por los monopolios de la información trasnacional, enfocan su quehacer a propósito del fallecimiento del preso común Orlando Zapata Tamayo, la huelga mediática del sociólogo-contrarrevolucionario Guillermo Fariñas y la semana de manifestaciones de las Damas de Blanco en respaldo al séptimo año de los juicios de la llamada Primavera negra, parodia mediática que desconoce el ardor tropical del Caribe para igualarlo a los sucesos antigubernamentales de la Plaza praguense de Wenceslao.
Para algunas agencias de prensa y televisoras influyentes en los medios iberoamericanos, al igual que para periódicos en español que circulan en la península y el continente, tal pareciese que a partir de finales de febrero dejaron de ser atrayentes el seguimiento noticioso de verdaderas catástrofes humanitarias cuyas secuelas aún continúan.
Entre otras, la calamitosa situación de millones de haitianos sin techo y sin elementales garantías de vida, con el inminente peligro de las lluvias de primavera. La zozobra convertida en pánico de las poblaciones chilenas, peruanas y de otras naciones de la faja sur del continente, sacudidas por violentos terremotos. O las cuantiosas inundaciones que dejan sin hogares, alimentos y medios de trabajo a centenares de miles de habitantes del altiplano boliviano y de su vecino Paraguay.
¿Por qué ahora glorificar a algunos de los grupos llamados disidentes hasta hacerlos aparecer ante la opinión pública como mártires o apóstoles de la más ortodoxa fe cívica obligados a pagar con sus vidas la supuesta rectitud de sus conciencias?
¿Qué intereses se esconden y qué fines se persiguen con esa reiterada cobertura a los agentes mercenarios hasta dar la impresión mediática de que Cuba se encuentra viviendo en guerra civil, enfrentados unos cubanos contra otros?
¿A qué responde el uso reiterativo de sustantivos y adjetivos para denominar a los patriotas y a los agentes del imperio, hasta el extremo de asociar a unos con la exacerbación fanática considerándolos «turbas», «partidarios del castrismo» que apelan a la violencia y a otros de «opositores», «manifestantes pacíficos», etcétera, reprimidos por ejercer el derecho a la opinión?
Para los de más edad en Cuba, es imposible no rememorar tensos momentos de la lucha revolucionaria desde los primeros días de 1959, cuando primero se agitaron consignas anticomunistas para dividir a la población y debilitar su confianza en los nuevos líderes y protagonistas de la historia, alentando la salida masiva del país de elementos con poca conciencia y la deserción y traición masivas para entorpecer las perspectivas que se abrieron con el derrocamiento de la dictadura.
El pueblo, orientado por Fidel y las organizaciones revolucionarias que se fueron creando, enfrentó la mentira y derrotó el divisionismo.
Armada con ideas y con fusiles, artillería, tanques y mucha inteligencia la población revolucionaria se convirtió en ejército de obreros, campesinos y estudiantes que ocupó los sistemas montañosos del país para cercar, perseguir y aniquilar a las numerosas bandas contrarrevolucionarias dirigidas desde territorio de Estados Unidos y apertrechadas por mar y tierra desde ese país.
Derrotó la invasión mercenaria de Girón que pretendía implantar un gobierno formado en territorio extranjero para sustituir a la Revolución de los humildes y para los humildes.
Enfrentó las campañas mediáticas para estimular los desórdenes internos y éxodos masivos de las décadas del 60, 70, 80 y 90 del siglo pasado
A la fuerza de la Revolución no le faltó la inteligencia, ni la determinación de defender la justicia con argumentos y con el pueblo, razones primeras para sustentar un proyecto social que ha transformado el país y trascendido las fronteras de la nación, a pesar de las insatisfacciones y perfecciones pendientes.
Antes y ahora no se trata de un enfrentamiento entre turbas y opositores, sino de la respuesta del pueblo que no está dispuesto a entregar sus banderas ni a tambalear ante las campañas mediáticas
En estos tiempos, con más organización y conciencia derivada de su conocimiento y cultura.
Acobardarse ante la propaganda enemiga, enseñó Fidel, es como retroceder en el momento crucial de la guerra.
Y esta es una guerra de ideas, no le quepan dudas…