Las informaciones sobre una evolución optimista de los territorios palestinos son prematuras, aplastados como están todavía por el régimen de control de Israel
En los últimos seis meses han aparecido numerosas informaciones referidas a aparentes signos de esperanza en ciudades de Cisjordania como Ramala, Nablús y Yenín. El primer ministro palestino, Salam Fayyad, ha disfrutado de una halagadora cobertura en publicaciones tales como Newsweek [1] y el New York Times, [2] y se ha alabado su estrategia unilateral de construcción del Estado por parte de una serie de comentaristas. [3] El gobierno israelí, por su parte, ha proclamado sonadamente las mejoras registradas en la vida diaria de los palestinos, que van desde aflojar las restricciones de viaje a gozar de una economía en auge. Pero, tal como descubrí durante un viaje a comienzos de este año, tan alegres informaciones no guardan relación con la colonización de Jerusalén oriental y Cisjordania, donde la ocupación permanentemente-temporal continúa planteando un desafío a los esfuerzos de construcción del Estado.
El primer problema con las historias sobre los progresos realizados en Cisjordania es que, incluso en términos económicos, la perspectiva de un crecimiento palestino auténticamente sostenible se ve comprometida por el régimen de control de Israel. En noviembre pasado, el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu proclamó que como resultado de las actuaciones de su gobierno, se vive «una prosperidad sin precedentes en la Autoridad Palestina». Esta y otras proclamaciones semejantes se han referido a menudo a un informe del septiembre pasado del Fondo Monetario Internacional, [4] que predice en su resumen ejecutivo que «se prevé un aumento del PIB real de Cisjordania en cerca de un 7% para 2009».
Sin embargo, en conversación telefónica, uno de los autores del informe, Oussama Kanaan, apuntaba que, puesto que la economía «parte de una base tan reducida, hasta una modesta relajación de las restricciones [israelíes] tendrá una repercusión significativa sobre el crecimiento». Pero Kanaan dejó claro también que «la prosperidad tiene que ver con el PIB per cápita, no con el crecimiento». En términos de «riqueza de la economía», afirmó, «era mucho mejor en 1999».
Otro problema es que la economía palestina continúa manteniéndose a flote gracias a fuentes externas, sobre todo por el hecho de que la Autoridad Palestina – y todos los salarios que de ella dependen – se sustenta en buena medida gracias a donaciones internacionales. A una escala más reducida, una ciudad como Yenín se ha beneficiado de que los ciudadanos palestinos de Israel pasen por un puesto de control para ir a hacer compras, pero esto no ayuda a la autosuficiencia. Cuando se sale de la ciudad en coche por el norte, se pasa ante hileras de negocios y talleres cerrados, y hasta la prometida «zona industrial» está todavía por realizar.
Esta dependencia se ve agravada por un segundo y fundamental problema. Kanaan acentuaba que un crecimiento continuado no sólo requeriría «un acceso directo al resto del mundo y el levantamiento de las restricciones a las exportaciones» sino también la «eliminación de las restricciones al uso del 60% de Cisjordania, la Zona C». Ello se debe, afirmó, a que «hay que tener una base de recursos adecuada, es decir, control de la tierra, para que pueda existir actividad económica en ella».
Sin embargo, la colonización israelí continúa a ritmo acelerado en la Zona C, zona en la que, tal como informó en diciembre la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) [5] de las Naciones Unidas, a los palestinos se les impide casi por completo construir. Este es el caso, dado que la mayor parte de esta tierra «está reservada para asentamientos, para el ejército, para reservas naturales o zona tapón en torno a la valla de separación», y en el resto se rechazan casi todos los permisos de construcción palestinos. El año pasado, cerca de 200 estructuras palestinas fueron demolidas en la Zona C por el ejército israelí.
Puesto que el espacio para la construcción del Estado lo define unilateralmente Israel, éste continúa desarrollando los mecanismos de separación y control que hacen de la «soberanía» palestina una broma. Puede que Netanyahu haya supervisado la retirada de algunos puestos de control, pero a finales del año pasado había 69 puestos de control con personal militar en Cisjordania, y unos 500 obstáculos a la libertad de movimientos palestina.
Así pues, el tercer fallo del proyecto de construcción del Estado de Cisjordania es que Israel no muestra intención alguna de permitir el surgimiento de un estado palestino independiente y soberano. Del deseo de Rabin de ayudar a crear una «entidad» que sería «menos que un Estado» a la visión de Netanyahu de una «Palestina» a la que se le prohibe tener ejército, rodeada de territorio controlado por los israelíes, Israel está decidido a mantener su dominación de todo Israel/Palestina.
Se trata de la construcción de un bantustán, no del esbozo de un estado. Aun comparándola con mi primera visita en 2003, la ocupación se ha afianzado y se ha consolidado aún más la absorción de las franjas colonizadas de Jerusalén y Cisjordania. De las «terminales» de los puestos de control y el muro de separación a la expansión de los asentamientos y la red de transporte en torno a Jerusalén este, Israel está asentando la infraestructura del apartheid de la dominación permanente.
Un columnista del New York Times escribió en cierta ocasión [6] que la creación de un Estado palestino podía darse casi por segura. «Pero», proseguía, «será un Estado de una particular naturaleza. Sus ciudadanos tendrán que atravesar los puestos de control de seguridad israelíes para viajar de una parte a otra de su propio país. Al entrar o salir de la nueva Palestina, se verán sometidos a rigurosos controles israelíes. El Estado dependerá por completo de Israel desde un punto de vista económico». Y de eso hace once años, después de casi una década de «proceso de paz», y un año antes del levantamiento palestino.
Este breve análisis no tiene siquiera en cuenta el asedio de Gaza, el consenso israelí de que Jerusalén es la «capital judía indivisa» ni el rechazo israelí a reconocer los derechos de los refugiados palestinos. Sin embargo, incluso el centrarse puramente en Cisjordania basta para mostrar que el último ataque de «construcción del Estado» no es más que el prólogo de la próxima intifada.
Ben White , periodista independiente especializado en Palestina e Israel, escribe también sobre todo Oriente Medio, el Islam, la cristiandad y la «guerra contra el terror». Residente en el Reino Unido, su página en la red es www.benwhiteorg.uk y su último libro Israeli Apartheid: A Beginner´s Guide (Pluto Press (2009).
NOTAS: [1] Kevin Perino, «Palestine´s New Perspective», Newsweek, 4 de septiembre de 2009. [2] Thomas L. Friedman, «Green Shots in Palestine», The New York Times, 4 de agosto de 2009. [3] David Ignatius, «Ramallah´s road map to statehood», The Washington Post, 19 de noviembre de 2009. [4] Macroeconomic and Fiscal Framework for the West Bank in Gaza: Fouth Review of Progress – Staff Report for the Meeting of the Ad Hoc Liaison Committee, FMI, Nueva York, 22 de septiembre, 2009. [5] www.ochapt.org . [6] Anthony Lewis, «The irrelevance of a Palestinian State», The New York Times, 20 de junio de 1999.
Traducción para www.sinpermiso.info : Lucas Antón
Tomado de: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3218